el hecho, cada orador tiene su manera peculiar de atravesar el arroyo, ó de salir del mal paso.
Estrada, con una palabra tan sonora como oportuna; Goyena, con una frase deslumbradora; Del Valle, con un giro artístico; Gallo, con un periodo elegante; y Avellaneda, (si viviese) con otra frase.
A Villamayor es dificil que le suceda semejante percance, de sofrenar el caballo antes de saltar una barrera.
No es porque, como Quintana, posea el ojo experto para graduar el alcance de un párrafo oratorio; ni porque, como Mitre, proceda con lentitud en los giros escabrosos; ni, en fin, porque, como Sarmiento, se preocupe poco de la redondez de un periodo.
Mas modesto, sin pretensiones de orador, sin fama que lo haga sobresalir en el gremio ciceroniano, Villamayor no abandona los andadores de qeu no debia prescindir ningun aspitante á la tribuna.
Antes de lanzar su frase al canal de un periodo de aliento, echa su sonda intelectual y calculaa el lastre con que ha de obtener un buen calado oratorio.
Esa practica ha sido fecunda en buenos resultados para el simpático Diputado Nacional,