cejas, alinearle verticalmente el perfil, retocarle las fronteras de la sonrisa, siquiera sea en perjuicio de la estética bucal, para reconocer el rostro simpático del orador, no de la frase ni de la estrategia ciceroniana, sinó del acento persuasivo y reposado que capta las voluntades sin el irresistible encanto de las sirenas oratorias: Manuel Gorostiaga.
Al revés: tomemos al doctor Gallo de cabellos, barba y ojos negros; abultemos su semblante, esmerándonos en la corrección del perfil y sombreando las órbitas para aumentar la intensidad de la espresión de los ojos. Tendremos, mas ó menos, la fachada del orador de la frase atrayente y deslumbradora, con la simpática dulzura de su voz, menos engolada que las de los Varela, y sin la flexibilidad soprendente de la de Avellaneda. Ese es Del Valle.
Otra transformación: afinemos las facciones de Gallo «en negro», suavicemos su mirada, modelemos delicadamente su perfil, y resultará otro orador: el del gran repertorio de acentos: desde el armonioso de del Valle hasta le retumbante de la frase de Estrada, el límite de esa série á la que tambien pertenece el doctor Goyena. Me refiero á Quintana.
Terminaré estas metamórfosis á pluma, con