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CONGRESO NACIONAL

nante tienen bastante apoyo; pero ellas se fundan en cierta desgraciada desconfianza que hai siempre entre los miembros de la administración. Nada haríamos siempre que no haya confianza en los miembros de la administración i siempre que no obren a una en la felicidad pública. La administración no tiene un partido en el pueblo, tampoco lo puede tener el Cuerpo Lejislativo, i un cuerpo que debe salvara la Nación de las críticas circunstancias en que se halla debe ir siempre de acuerdo con el Ejecutivo; de lo contrario todo se frustrará i se perderá el Estado. Me parece que cuando nos ponemos en estos casos no debemos sujetarnos tanto a los principios sino al estado en que nos hallamos. Si las razones se acercasen es aplicarnos la verdad, serian susceptibles de la aceptación, pero cuando tienden a acriminarnos (si es posible hablar así) deben desecharse. No temo a los hombres ni creo que haya nadie que los tema; no temo a los Ministros ni creo que pueda haber un diputado que los tema; para las votaciones como para las discusiones no encuentro embarazo que asista. Si debemos tener esta desconfianza en el Ejecutivo es porque de otra manera no puede haber armonía. Yo conozco el país, estoi demasiado cierto en sus sentimientos ¿i qué ejemplo daríamos si chocásemos con el Gobierno? El efecto seria el rompimiento entre todos los pueblos que componen la República i traería consigo la anarquía mas terrible.

Mi voto es, sin fijar por ahora mi opinion, que se tome un temperamento; que no se agregue por ahora nada al reglamento; que se llame al Ministro a la discusión i que no temamos al mundo entero.

El señor Infante. —Creo que nos vamos desviando del órden que debemos llevar en tratar las materias del Congreso. Ántes todas cosas me parece que debemos traer a la vista la Constitución del anterior Congreso: consiguiente a eso veremos cuál es el carácter del actual Congreso. Sin que estemos penetrados de la investidura que reviste este cuerpo nada podemos hacer, i así de palabra protesto desde ahora i haré mi mocion por escrito mañana, que todo negocio se reserve hasta que no se declare este punto.

Pero ya que se ha tratado la materia sobre si deben oirse los dictámenes de los Ministros, diré cuatro palabras. En todas las naciones sábiamente constituidas no tiene el Ejecutivo otra facultad que, al tiempo de abrirse la Lejislatura, pasar una nota de todo lo que ha ocurrido i de todo lo que se necesita, i los diputados hacen sus mociones i el Congreso delibera lo que conviene a vista de esas noticias. ¡Pero admitir en el Congreso al Gobierno! Yo creo que puede ser un motivo de grandes males. En el parlamento inglés son tan celosos sus miembros, que basta que uno de ellos diga: Esto puede ser agradable al Poder Ejecutivo, para que se haga guardar el proyecto inmediatamente, Yo no aspiro ni deseo otra cosa que la independencia de ámbos poderes: que el Ejecutivo desconfie del Lejislativo, i el Lejislativo del Ejecutivo. Esta desconfianza es saludable i acarrea muchísimos bienes. He aquí el modo de que los dos poderes obren mejor.

Concluiré reiterando que mi voto es que nada se deba deliberar hasta que no sepamos cuál es el carácter del actual Congreso, a cuyo efecto he dicho que mañana haré mi mocion.

El señor Lazo. —Parece que cuando ha entrado a discusión este punto, estamos en el caso de decidirlo. Diré lo que me parece que se debe hacer sobre el particular. Me parece que si se admite al Congreso a un ministro del Ejecutivo, podrá admitirse a cualquier ciudadano, con la diferencia de que a éste no hai motivo de temer i al otro sí, por la influencia que puede tener en la Sala su presencia.

Un sabio escritor nos dice que si la sociedad es un bien, el Gobierno es un mal; si es un mal, debemos desconfiar de él, i si desconfiamos de él, ¿cómo lo admitimos en nuestras discusiones? Bien conocemos que el Poder Ejecutivo ha recaído en un individuo bien republicano; lo conozco bien; nunca se excede de lo útil. Jamas libertad de ningún individuo ha sufrido detrimento de él; pero sin embargo, debemos precavernos para lo sucesivo.

Yo creo, como ha dicho el señor preopinante, que esto será una desconfianza saludable, porque impone una especie de estímulo entre los dos cuerpos para obrar el bien. De este modo seremos mas felices que lo que somos, lograremos mas libertad i nunca entrarán en las discusiones los que no sean de este cuerpo.

El señor Henríquez. —No sé de dónde ha sacado uno de los diputados de que no entran los Ministros en el parlamento inglés. Las Gacetas están llenas de discusiones en que asisten los Ministros. En los impresos se encuentran los discursos que pronunció en la Cámara de los Comunes el señor Cohe. En ella tienen los Ministros su asiento señalado que se llama el ramo de los Ministros, no solamente para los Ministros sino trmbien para todos los oficiales del Ministerio. Por último, vemos que la felicidad de Buenos Aires ha provenido de haber asistido el señor Rivadavia a todas las discusiones; por sus discursos hacia ver i conocer a los diputados lo que con venia. Se dice que esas desconfianzas son saludables a un Congreso, i no recordamos las desgracias que han ocurrido en casi todas partes por ellas. Lo que se debe hacer es destruir toda desconfianza entre el Poder Ejecutivo, que tiene la fuerza, i entre el Lejislativo, que solo se apoya en la opinion, que es mui débil respecto de aquélla. Así, no conviene que haya desconfianza nunca.

El Congreso no puede impedir que el Ministro, que ha presentado un proyecto de lei, asista a su discusión porque si se discute éste i despues