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SESION EN 25 DE AGOSTO DE 1843

nuestro honor. No nos contentábamos con acusar al calumniante ante el jurado de imprenta, i este fué nuestro error. La Suprema Corte iba a dar el fallo, i por una de aquellas fatales disposiciones que el hombre de corazon bien puesto tiene para que le sirvan de veneno en muchos de los lances ordinarios de la vida, cedimos a influencias i persuaciones para terminar un asunto desagradable, i como nosotros perdíamos cediendo i el hombre de bien es de suyo jeneroso, se dió fin a un proceso cuyo resultado, si se hubiera llevado a cabo con arreglo a las leyes, hubiese amargado los días del señor Palazuelos. Sin embargo este señor declaró ante la Corte Suprema la inculpabilidad por parte de los Editores de El Progreso en el hecho que motivó la querella criminal.

El señor diputado, su hermano, se ha aprovechado de nuestra jenerosa conducta que él talvez calificará de bobería o candidez, i sin duda tendrá razon para echarnos ahora en cara la cantinela de que somos falsificadores de firmas.

¿Qué fuera de nosotros, qué epítetos nos daria el señor Palazuelos si estuviésemos en el caso de un señor intachable en su conducta, que tiene un proceso pendiente con el ex tesorero don Ramon Vargas, verbal, por negar que es suya una firma puesta al pié de un documento que comprueba haber recibido una cantidad de dicho señor tesorero? Nos diría, ¿quién sabe qué nos diría? A pesar de esto el público, i nosotros como parte integrante de él, ya hemos fallado sobre este particular. A fé de caballeros, nunca hemos pensado sacar de esto un cargo para ninguno de los contendientes.

Si nuestro objeto fuera volver herida por herida, harto podríamos mortificar al señor Palazuelos, pero mui léjos de nosotros semejante bastardía, i nada nos cuesta mas que seguirlo al campo de las personalidades i tener que hacer nuestra defensa.

Volveremos a tocar esta materia, pero considerándola bajo otra faz, i a la verdad que deseábamos haber mirado esta cuestion solamente por ella, mas el señor Palazuelos nos ha arrastrado a hacer lo que él hace en sus discursos, ocuparse de su persona, i seános permitida esta mísera aunque necesaria debilidad.


Núm. 288 [1]

Hemos recibido de Santiago el tenor de un discurso pronunciado en la Cámara de Diputados por señor Palazuelos al tratarse de la partida del presupuesto destinada a la suscripcion de periódicos; i como en él se ataca directamente al crédito de la prensa nacional, nos apresuramos a examinar dicho discurso: el mas serio sin duda que ha producido su autor en la actual sesion pero el ménos justo, el ménos franco, i el mas lleno de errores.

No dejaremos pasar, no, esta bella oportunidad que se nos presenta para desahogar a invitacion del señor Palazuelos, nuestro corazon; porque tambien tenemos corazon los periodistas. La ocasion lo exije, i el mas circunspecto lector nos tendrá a bien que hoi descendamos a detalles i esplicaciones que en otras circunstancias se habrían reputado fútiles e indignas de la prensa. Hace tiempo que se nos echa en cara con cualquier pretesto, con cualquier designio, sin esceptuar la rabia injusta, ni el deseo de dar alas a un partido exánime la suscripcion con que el Gobierno favorece al Mercurio. Hasta el Bio Bio se estiende el clamor de que recibimos $600 mensuales del Gobierno i este hecho se presenta como una clave para falsear nuestras mas puras intenciones.

Hasta aquí hemos oido i hemos callado; hemos dejado correr las equivocaciones i las injusticias, hemos visto cruelmente pagadas nuestras enojosas tareas, i sin embargo hemos seguido tranquilos i pacientes la oscura e ingrata carrera de los periodistas: harto oscura para quien no tiene mas nombre que El Mercurio, i hasta para quien no aspira a empleos, ni pide sonrisas a nadie. Hemos visto la cruel indiferencia de los mas i las hostilidades, i la insensatez de unos pocos; i sin alterarnos hemos seguido con nuestro fardo a cuestas... i ¿se sabe cuál es este fardo?

El de trabajar sin intermision; el de echar sobre nuestros hombros una carga que podria repartirse en tres: el de estudiar afanosamente el propio pais, i los estraños, el de estudiar en los libros i en las cosas; el de examinar todos los actos del Gobierno, todos los debates de las Cámaras, todas las sesiones de las municipalidades, para ver si hai algo erróneo en ellas i refutarlo, o algo patriótico, i aplaudirlo: el de luchar con la ignorancia propia, tratar de aprender de prisa i a toda costa, seguros de no hallar induljencia ni para el silencio; i el de luchar tambien con la ignorancia ajena, i tener que disfrazar muchas veces las mas sanas doctrinas con el ropaje de sus preocupaciones: el de abrazar todos los intereses del pais, i tener siempre presente sus relaciones esteriores, su prosperidad en el interior, el progreso de los espíritus, el mejoramiento moral de todas las clases i de materias de aquellas que son mas indignamente tratadas: el de abrogar a la vez por el pueblo, por los principios, siempre que la justicia i la oportunidad lo hayan exijido sin temer las susceptibilidades del poder: el de luchar hasta con la esterilidad misma de los negocios para no dejar desfallecer en nuestros brazos a la prensa i tratar de objetos importantes en realidad, pero propios mas bien de una academia que de un diario: el de bajar repentinamente de estas

  1. Este artículo ha sido tomado de El Mercurio de Valparaiso de 28 de Agosto de 1843, número 4546. —(Nota del Recopilador).