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SESION DE 22 DE DICIEMBRE DE 1837

Un Ministro del Elector de Brandemburgo abanbonó el servicio de su Soberano i se pasó al de la corona de Suecia. El Elector le declaró infame e hizo poner su nombre en la horca para memoria de su desercion.

El consuelo que se halla en estos ejemplos es el convencimiento que enjendran de que no es esta la primera vez que un Ministro procede contra los santos deberes de su empleo i contra las reglas de la moral; i de que, por consiguiente, nada tiene de estraño que a Chile le haya sucedido lo que a los Príncipes confederados de Italia, lo que a la República de Venecia i lo que al Elector de Brandemburgo. Por lo demas, la suerte de los tres Ministros infidentes fué, como se ha visto, la mas desgraciada; uno murió en el patíbulo, otro se arrojó al mar i el que libró mejor adornó la horca con las letras de su nombre.

Concluiremos con otro ejemplo, un poco mas satisfactorio:

Despues de proclamado Rei de Portugal el Duque de Braganza mandó de embajador a las Provincias Unidas a don Fernando Telles de Faro. El buen portugues, luego que llegó a La Haya, se puso en estrecha correspondencia con el embajador del Rei de España, enemigo del Duque de Braganza i a los tres meses ya fué traidor a su Soberano, i no como quiera fué traidor, intrigando con los enemigos, sino que se pasó al servicio de ellos, i no como quiera se pasó, sino que publicó un manifiesto para justificar su infidencia, atacando los derechos de su Príncipe i quejándose de que con las condiciones que su Gobierno deseaba no se podía llevar adelante ninguna negociacion. La historia no dice que Telles hubiese sido castigado [1].

Número 7.º —Irisarri se justifica de haberse quedado en Arequipa cuando el Ejército restaurador se retiró, porque era él el conducto preciso por donde se debió comunicar al Jeneral Santa Cruz la aprobacion o desaprobacion del tratado. Nada tenía de particular que Irisarri se quedase para cuidar de la ejecucion del tratado; mas, no porque él fuese el órgano indispensable para comunicar las resoluciones del Gobierno de Chile, sino porque es un deber de los Ministros velar sobre la observancia de las estipulaciones.

El Ministerio pensó efectivamente incluirle a Irisarri la comunicacion para el Ministro del Protector, pero, en el momento de cerrarla, recordó que Irisarri estaba en Arequipa i Santa Cruz en Bolivia, i que, por consiguiente, tardaría mas en llegar la correspondencia por medio de Irisarri, que siendo dirijida desde Arica a la Paz. Este hecho que, en su naturaleza i en sus efectos, no envuelve nada de importancia, ha dado márjen a acaloradas declamaciones del escrupuloso negociador.

A propósito de esta comunicacion, se dice tambien por Irisarri, en el cuerpo de su alegato, que el oficial chileno que la entregó en Arica dijo que contenía la ratificacion del tratado. Ni sabemos lo que hai de cierto sobre esto, ni vale la pena el averiguarlo. El Gobierno se comunica por oficios i no por mensajes verbales de los portadores de sus pliegos.

Irisarri se ocupa tambien en este número en ensalzar la jenerosidad con que Santa Cruz cede a sus ruegos, mandando que los oficiales i soldados chilenos que quedaron enfermos en Arequipa, sean restituidos a su pais en la primera ocasion que se presente. ¿Qué podrá negar Santa Cruz a Irisarri? Particularmente cuando en aquellos puertos no ha de haber buque chileno que presente ocasion para traer a los enfermos, i cuando Irisarri no había de tomar mui a pechos el buscar ocasiones por medio de los buques neutrales.

Mas aun, cuando no haya habido ocasiones para que volviesen esos oficiales i soldados, no pueden haber faltado para que volviese Irisarri, que si creyó conveniente quedarse en Arequipa cuando se retiró el Ejército, no pudo, bajo ningun pretesto decente, residir allí despues que supo la desaprobacion del tratado. Wicquefort, que es la fuente de los consuelos en estas materias, nos consuela de esta ausencia con las siguientes palabras:

"Semejantes hombres son tanto mas miserables, cuanto que, siendo la aversion del partido que dejan i el desprecio de aquel en que se alistan, su infamia les sirve de suplicio; i con todo, no son tan peligrosos como los Ministros que, continuando en el servicio de su Soberano, arruinan los negocios que les están encomendados, cubriendo sus malas intenciones con la capa de una falsa fidelidad. [2]"


Núm 380 [3]

Al espresar nuestro juicio sobre el tratado de Paucarpata, tenemos la satisfaccion de ser meros intérpretes de la sensacion unánime de desaprobacion i disgusto que ha producido en todos los pueblos de la República, que han tenido noticia de él hasta ahora. I en efecto, ¿bajo qué otro aspecto pudiera mirarse, si lo sancionase la nacion, sino como un pusilánime i vergonzoso abandono de todas las justas demandas que hemos hecho al Jeneral Santa Cruz; como una aquiescencia a los insultos, como un reconocimiento solemne de las usurpaciones i como una confesion humillante de inferioridad, que aun, arrancada por la victoria, dejaría manchado el nombre de Chile



  1. Monsieur de Wiccquefort. L'Ambasadeur et ses fonctions, liv. I. sect. XII.
  2. Monsieur de Wicquefort. Ibid.
  3. Este artículo ha sido trascrito de El Araucano, núm. 382, correspondiente al 22 de Diciembre de 1837. —(Nota del Recopilador.)