Sesiones de los Cuerpos Lejislativos de la República de Chile/1837/Sesión de la Cámara de Senadores, en 22 de diciembre de 1837

Sesiones de los Cuerpos Lejislativos de la República de Chile (1837)
Sesión de la Cámara de Senadores, en 22 de diciembre de 1837
CÁMARA DE SENADORES
SESION 2.ª ESTRAORDINARIA, EN 22 DE DICIEMBRE DE 1837
PRESIDENCIA DE DON JOSÉ MIGUEL SOLAR


SUMARIO. —Nómina de los asistentes. —Aprobacion del acta precedente. —Cuenta. —Tratados de Paucarpata. —Nueva propuesta de Obispo para la diócesis de Coquimbo. —Comisiones. —Acta. —Anexos.

CUENTA editar

Se da cuenta:

  1. De un oficio [1] por el cual el Presidente de la República comunica haber desaprobado los tratados de Paucarpata i haber ordenado que sigan adelante las hostilidades. (Anexos núms. 375 a 382. V. sesion del 24 de Diciembre de 1836 i Cámara de Diputados en 20 de Diciembre corriente.)
  2. De otro oficio por el cual el mismo Majistrado, vista la renuncia de don J.A. Eyzaguirre, propone a don Rafael Valentin Valdivieso para Obispo de Coquimbo. (Anexo núm. 383. V. sesion del 6 de Octubre último.)

ACUERDOS editar

Se acuerda:

  1. Aprobar la conducta del Gobierno en lo relativo a la prosecucion de la guerra.
  2. Aprobar la propuesta del señor Valdivieso para Obispo de Coquimbo. (Anexo núm. 384. V. sesion del 16 de Junio de 1841.)
  3. Aprobar las propuestas de Senadores hechas por el Presidente para formar las comisiones.

ACTA editar


Sesion del 22 de diciembre de 1837.

Se abrió con los señores Senadores Solar, Barros, Bello, Egaña, Elizalde, Formas, Ortúzar, Ovalle Landa, Irarrázaval, Tocornal, Vial del Rio i Meneses.

Aprobada el acta de la sesion estraordinaria del 6 de Octubre, se leyeron dos Mensajes del Presidente de la República, uno en que comunica haber desaprobado los tratados celebrados en Paucarpata a 17 de Noviembre último, entre los Plenipotenciarios del Gobierno de Chile i del Jeneral Santa Cruz, acompañando, por consiguiente, la declaracion que hizo en 18 de Diciembre, de que deben continuar las hostilidades contra el espresado Gobierno i sus sostenedores, en la misma forma que ántes de su celebracion; i el otro, en que propone para Obispo de la diócesis de Coquimbo, al presbítero don Rafael Valentin Valdivieso, por haber renunciado el doctor don José Alejo Eyzaguirre, que había sido electo anteriormente. En vista de ámbos Mensajes, la Sala se declaró en comision, i respecto al primero acordó se contestase en los términos siguientes:

"El Senado ha oido el Mensaje en que V.E. le comunica haber desaprobado el tratado celebrado en el pueblo de Paucarpata, en 17 de Noviembre del presente año, entre los Plenipotenciarios del Gobierno de Chile i del Jeneral don Andrés Santa Cruz.

"Participando el Senado de los sentimientos que umversalmente animan al pueblo chileno, mira en este acto del Gobierno sostenidos el honor nacional i los mas sagrados intereses de la Patria i juzga con V.E. que debe preferirse la continuacion de la guerra a una paz sin gloria, sin ventajas i que deja amenazada nuestra Independencia.

"El Senado protesta concurrir con el resto de la Nacion, a todas las medidas que fueren necesarias para obtener un tratado que nos asegure los grandes intereses que Chile se propuso defender, cuando corrió a las armas para alcanzar la justicia que era debida a sus reclamaciones."

En órden a la propuesta del presbítero don Rafael Valentin Valdivieso para Obispo de Coquimbo, se aprobó por unanimidad, mandándose que ámbas resoluciones se comunicasen al Supremo Gobierno sin que se esperase la aprobacion del acta.

Acto contínuo el señor Presidente presentó a la Sala el nombramiento de las comisiones para el despacho de los negocios que deben someterse a su deliberacion, la cual fué aprobada en la forma siguiente:

Para la de Justicia, Lejislacion i Negocios Eclesiásticos los señores Ovalle Landa, Irarrázaval i Tocornal.

Para la de Gobierno, Comercio e Industria los señores Egaña, Barros i Bello.

Para la de Hacienda los señores Elizalde, Portales i Vial del Rio.

Para la de Guerra i Marina los señores Benavente, Fórmas i Ortúzar. En este estado, se levantó la sesion. —Solar, Presidente.


ANEXOS editar

Núm. 375 [2] editar

El Jeneral don Manuel Blanco Encalada i don José de Irisarri, como Plenipotenciarios del Gobierno chileno acordaron con el Jeneral Santa Cruz el tratado siguiente:

En el nombre de Dios Todopoderoso, autor i lejislador de las sociedades humanas.

Deseando los Gobiernos de la Confederacion Perú-Boliviana i de la República de Chile restablecer la paz i buena armonía, que desgraciadamente se hallaban alteradas, i estrechar sus relaciones de la manera mas franca, justa i mutuamente ventajosa, han tenido a bien nombrar para este objeto por Ministros Plenipotenciarios, por parte de S.E. el Supremo Protector de la Confederacion, a los Ilustrísimos Señores Jenerales de Division don Ramon Herrera i don Anselmo Quiroz i por parte de S.E. el Presidente de la República de Chile al Excmo. señor Jeneral en Jefe del Ejército de Chile, Don Manuel Blanco Encalada i al señor Coronel don Antonio José de Irisarri; los cuales, despues de haber canjeado sus respectivos plenos poderes i haberlos encontrado en buena i debida forma, han convenido en los artículos siguiente:

"Artículo primero. Habrá paz perpétua i amistad entre la Confederacion Perú-Boliviana i la República de Chile, comprometiéndose sus respectivos Gobiernos a sepultar en olvido sus quejas respectivas, i abstenerse, en lo sucesivo, de toda reclamacion sobre lo ocurrido en el curso de las desavenencias que han motivado la guerra actual.

"Art. 2.º El Gobierno de la Confederacion reitera la declaracion solemne que tantas veces ha hecho de no haber jamas autorizado ningun acto ofensivo a la Independencia i tranquilidad de la República de Chile, i a su vez el Gobierno de ésta declara que nunca fué su intencion, al apoderarse de los buques de la Confederacion, apropiárselos en calidad de presa, sino mantenerlos en depósito para restituirlos como se ofrece hacerlo en los términos que en este tratado se estipula.

"Art. 3.º El Gobierno de Chile se compromete a devolver al de la Confederacion los buques siguientes: la barca Santa Cruz, el bergantin Arequipeño i la goleta Peruviana. Estos buques serán entregados a los ocho dias de firmado el tratado por ámbas partes, a disposicion de un comisionado del Gobierno Protectoral.

"Art. 4.º A los seis dias despues de ratificado este tratado por S.E. el Protector, el Ejército de Chile se retirará al puerto de Quilca, donde están sus trasportes, para verificar su embarque i regreso a su pais. El Gobierno de Chile enviará su ratificacion al puerto de Arica dentro de cincuenta dias contados desde esta fecha.

"Art. 5.º Los Gobiernos de la Confederacion i de Chile se comprometen a celebrar tratados especiales relativos a sus mutuos intereses mercantiles, los cuales serán recíprocamente considerados desde la fecha de la ratificacion de este tratado por el Gobierno de Chile, como los de la nacion mas favorecida.

"Art. 6.º El Gobierno Protectoral se ofrece a hacer un tratado de paz con el de las Provincias Arjentinas, tan luego como éste lo quiera, i el de Chile queda comprometido a interponer sus buenos oficios para conseguir dicho objeto sobre las bases en que los dos Gobiernos convengan.

"Art. 7.º Las dos partes contratantes adoptan como base de sus mútuas relaciones el principio de la no intervencion en sus asuntos domésticos, i se comprometen a no consentir que en sus respectivos territorios se fragüen planes de conspiracion ni ataque contra el Gobierno existente, i las instituciones del otro.

"Art. 8.º Las dos partes contratantes se obligan a no tomar jamas las armas la una contra la otra, sin haberse entendido i dado todas las esplicaciones que basten a satisfacerse recíprocamente, i haber agotado ántes todos los medios posibles de conciliacion i avenimiento i sin haberes puesto estos motivos al Gobierno garante.

"Art. 9.º El Gobierno Protectoral reconoce en favor de la República de Chile el millon i medio de pesos o la cantidad que resulte haberse entregado al Ministro Plenipotenciario del Perú don José Larrea i Loredo, procedente del empréstito contraído en Lóndres por el Gobierno chileno, i se obliga a satisfacerla en los mismos términos i plazos en que la República de Chile satisfaga el referido capital del empréstito.

"Art. 10. Los intereses devengados por este capital i debidos a los prestamistas, se ratificarán por el Gobierno de la Confederacion en los términos i plazos convenientes para que el Gobierno de Chile pueda satisfacer oportunamente con dichos intereses a los prestamistas.

"Art. 11. La parte correspondiente a los intereses del capital mencionado en el artículo 9.°, ya satisfechos por el Gobierno de Chile a los prestamistas en los dividendos pagados hasta la fecha, i que ha debido satisfacer el Gobierno del Perú, según la estipulacion hecha entre los Ministros Plenipotenciarios de las Repúblicas de Chile i el Perú, se pagará por el Gobierno de la Confederacion en tres plazos: el primero de la tercera parte, a seis meses contados desde la ratificacion de este tratado por el Gobierno de Chile; el segundo a los seis meses siguientes i el tercero despues de igual plazo.

"Art. 12. El Gobierno de la Confederacion ofrece no hacer cargo alguno por su conducta política a los individuos del territorio que ha ocupado el Ejército de Chile i considerará a los peruanos que han venido con dicho Ejército como si no hubiesen venido.

"Art. 13. El cumplimiento de este tratado se pone bajo la garantía de Su Majestad Británica, cuya aquiescencia se solicitará por ámbos Gobiernos contratantes."

En fé de lo cual firmaron el presente tratado los supradichos Ministros Plenipotenciarios en el pueblo de Paucarpata a diez i siete de Noviembre de mil ochocientos treinta i siete i lo refrendaron los secretorios de las Legaciones. Manuel Blanco Encalada. —Ramon Herrera. —Anselmo Quiroz. —Antonio José Irisarri. —Dr. Juan Gualberto Valdivia, Secretario de la Legacion Perú-boliviana. —Juan Enrique Ramírez, Secretario de la Legacion chilena.


Andrés Santa Cruz, Gran ciudadano Restaurador, Capitan Jeneral i Presidente de Bolivia, Supremo Protector de la Confederacion Perú-Boliviana, Gran Mariscal Pacificador del Perú, Jeneral de Brigada en Colombia, condecorado con las medallas de Libertadores de Quito i de Pichincha, con la del Libertador Simon Bolívar i con la de Cobija, Gran Oficial de la Lejion de Honor de Francia, Fundador i Jefe Supremo de la Lejion de Honor Boliviana i de la Nacional del Perú, etc., etc.,

Hallándose este tratado conforme con las instrucciones dadas por mí a los Plenipotenciarios nombrados al efecto, lo ratifico solemnemente en todas sus partes, quedando encargado mi secretario jeneral de hacerlo observar, imprimir i publicar.

Dado en el cuartel de Paucarpata, a diez i siete de Noviembre de mil ochocientos treinta i siete. —Andrés Santa-Cruz. —El Secretario Jeneral, Manuel de la Cruz Méndez.


Núm. 376 [3] editar

Encalada
Departamento de Guerra i Marina
Parte del Jeneral don Manuel Blanco Encalada.

Señor Ministro:

Cuando el Supremo Gobierno tuvo a bien confiarme el mando de la expedicion que debía obrar contra el poder del Jeneral Santa Cruz, i en favor de la libertad del Perú, contó con la cooperacion activa de aquellos pueblos, con la de las provincias arjentinas, i con los esfuerzos de la misma Bolivia para derrocar su propio Go bierno. Creyó tambien que las fuerzas de la Confederacion no pasaban de ocho a nueve mil hombres. Sentada esta base, me permitirá V.S. hacerle una franca i sincera exposicion de la campaña i de los motivos que me impulsaron a celebrar el tratado de Paucarpata; i me lisonjeo de que ella, acompañada de los documentos que he presentado en esa Secretaría, satisfarán completamente al Gobierno i al público de mi conducta en el desempeño de tan difícil como pesado cargo.

Luego que me recibí del mando del Ejército, despues de los sucesos de Quillota, fué necesario proceder a la reorganizacion de los cuerpos de infantería, que bajo la denominacion de Portalesi Valparaíso se formaron del rejimiento Maipú; i si no conseguí apesar de mis esfuerzos i el de sus Comandantes, poner a estos i al Valdivia al completo de su fuerza, logré sí, introducir en ellos, como en los demas cuerpos del Ejército, el espíritu de moralidad i disciplina que constantemente le ha distinguido i merecídole los mas honrosos títulos. Esto era todo cuanto dependía de mí como Jeneral. Su fuerza ascendió, como consta del estado de ella que dirijí a ese Ministerio, a dos mil setecientas noventa i dos plazas. Una casaca usada de paño (i aun de ésta carecía el batallon Colchagua) i el resto del vestuario todo de brin i un mal poncho formaba todo el equipo de la infantería. La division del Jeneral La Fuente se componía de cuatrocientos dos hombres i doscientos diez caballos. Llevaba ademas tres mil fusiles i dos mil vestuarios de paño i brin.

Fácil es conocer, por lo espuesto, que no iba en disposicion de hacer una guerra de invasion activa; pues, carecía de todos los elementos que ella demanda, principalmente en un pais cruzado de desiertos i cordilleras. Mui al contrario; mi plan debía ceñirse a la ocupacion de un punto capital que pudiese proporcionármelos, contando con la opinion de los pueblos de que tantas seguridades se nos dieron.

Despues de adquirir todos los conocimientos necesarios de aquellos peruanos que por, sus luces i destinos que ocuparon en su patria, se hallaban en mejor disposicion de prestármelos, reunidos en la casa de mi habitacion los Jenerales Aldunate i La Fuente, Coronel Vivanco i don Felipe Pardo i hallándose presente el gobernador de Valparaíso, les manifesté el plan de campaña que me proponía seguir, cuyo inmediato objeto debía ser la ocupacion de Arequipa. Su importancia política, su espíritu público que se nos pintaba tan favorable, la idea de sus abundantes recursos con que contaba asegurar el éxito de mis ulteriores operaciones, todo alentaba mis esperanzas i aumentaba en mí la conviccion de lo atinado del proyecto. Como tal fué unánimemente aprobado, i aun el Jeneral La Fuente, dejando a un lado el cálculo de las probabilidades, llegó a asegurarme que al mes de estar en Arequipa habría ya completado los dos batallones peruanos de su division; montado el resto de nuestra caballería, i proporcionádome ademas ochocientas mulas i la cantidad de cien mil pesos. Estos auxilios, unidos a los que él llevaba, eran mas que suficientes a completar el equipo de mis tropas, i elevar el Ejército a la fuerza de cuatro mil hombres.

La del enemigo en aquel departamento se computaba en dos mil ochocientos hombres, acantonados en Torata, Moquegua i Tacna, i las que tenía el Jeneral Brown, en las fronteras de las provincias arjentinas, en mil quinientos. El resto del Ejército de la Federacion ocupaba Lima i el departamento de la Libertad.

Declarada la guerra por los arjentinos i anunciándose por éstos un pronto i vigoroso ataque sobre las fuerzas del Jeneral Brown, claro está que éste no podía ser socorrido sino por las que componían el Ejército del centro; por consiguiente, dirijiéndome al Sur lograba sobre las ventajas que se han apuntado, protejer tambien las operaciones de nuestros aliados.

A mi llegada a Arica supe que los cuerpos que estaban en Torata i Moquegua habían marchado para Puno, aunque despues se dijo haber recibido órden de contramarchar; mas que el Jeneral Lópes permanecía en Tacna con su division compuesta del batallon Zepita i rejimiento de Lanceros de la Guardia. Algunos amigos de este Jeneral me dieron a entender la disposicion favorable que tenía, aconsejado de sus sentimientos patrióticos, para obrar contra el Jeneral San ta Cruz; a efecto de sondear estas disposiciones, entablé con él comunicaciones secretas que, comprobándome la verdad de aquellas, aumentaron mis esperanzas i me hicieron adherir mas i mas al plan que me había propuesto de dirijirme sobre Arequipa.

El 29 de Setiembre en la tarde, di fondo en Islay, punto en que debía ejecutar el desembarco; salté a tierra acompañado del Jeneral La Fuente, Coronel Vivanco i los señores Pardo i Martínez i fui informado por el Jeneral Aldunate de que todos los habitantes del pueblo habían emigrado. Me preparaba a desembarcar el Ejército i caballos el dia siguiente; mas, por una feliz casualidad, supe por una persona fidedigna i práctica que la travesía que me proponía hacer hasta el valle de Vítor era de diez i ocho leguas i no de doce, como se me había informado (las leguas del Perú tienen ocho mil varas, es decir un tercio mas que nuestras leguas). Sorprendido con semejante noticia, salí en busca del Jeneral Aldunate i demas señores, a quienes repetí lo que acababa de saber. Parecieron dudosos; mas, el Jeneral La Fuente afirmó que él había hecho esta jornada con dos mil hombres, saliendo del alto de Vítor a las seis de la mañana i que a las cuatro de la tarde estaba a la vela para el Callao con toda la division. Dando al Jeneral La Fuente todo el crédito que merece, yo no quise ponerme a la prueba esponiéndome a per der en esos arenales la mitad del Ejército, como hubiera sucedido, atendiendo a lo que sufrió éste en la travesía a Siguas, que se nos dijo ser de diez leguas.

Al dia siguiente, al momento que comenzó la brisa, di la vela con toda la Escuadra i convoi, dando órden a los buques que conducían los caballos de seguir mis movimientos i al resto de dirijirse a Quilca, en donde había ordenado al Jeneral Aldunate ejecutar el desembarco de las tropas, miéntras que yo hacía el de los caballos en una caleta de barlovento, venciendo mil dificultades, a que se agregó el fatal incidente de la pérdida de la fragata Cármen que conducía a la division peruana, i a excepcion de los fusiles, todo cuanto llevaba el Jeneral La Fuente i parte del parque del Ejército, entre cuyos renglones estaban las herraduras de los caballos i zapatos para la tropa.

La falta de aguada en tierra para los caballos, me obligaba a remitir éstos en partidas conforme se iban desembarcando, atravesando una distancia de seis leguas de un camino pésimo, para llegar al punto en donde estaba el Ejército. De los caballos de tropa se perdieron mas de ochenta, entre muertos a bordo, ahogados i estropeados en tierra.

Concluido el desembarco del Ejército, dispuse que el Jeneral Aldunate marchase a Siguas con el batallon Valdivia; al otro dia le siguieron Portales i Valparaíso, i sucesivamente los demas cuerpos, ménos mi escolta i artillería, por falta de caballos i bagajes. Ordené al Comandante Mayo marchase a Camaná con doce cazadores a caballo a tomar el mando político i militar de la provincia, i remitir los auxilios que necesitaban el parque i los cuerpos que quedaban en el puerto.

El Jeneral Aldunate, con los tres batallones primeros i el escuadron de cazadores, llegó a Arequipa i se acampó en Challapampa, haciendo entrar únicamente en la ciudad la compañía de granaderos de Portales. Al dia siguiente me le reuní con los dos escuadrones restantes, apresurando mi marcha, por haber recibido en Huchumayo una carta de don Felipe Pardo, que a nombre del Jeneral Aldunate me decía que el enemigo se hallaba a cuatro leguas distante, con tres batallones i un rejimiento de caballería; noticias adquiridas de los adictos a la causa nuestra, que salían a su encuentro, i que a mi llegada se declararon falsas. El enemigo se retiró a nuestra aproximacion a Puquina, distante catorce leguas. La division de López se me dijo hallarse en Moquegua.

Ocupada Arequipa, mi primera atencion fué establecer un gobierno nacional, obrando así en conformidad con mis instrucciones. Se convocó por un bando al pueblo con este objeto; pues, habiendo emigrado casi todas las personas de alguna representacion o fortuna, se me indicó por el mismo Pardo no tener lugar otro modo que el de una reunion popular. Verificada ésta, i nombré de Jefe Supremo provisorio al Jeneral La Fuente, i éste, de su ministro jeneral, a don Felipe Pardo, i de Prefecto, al Jeneral Castilla. Descargado de este modo de toda otra atencion que la del Ejército, me contraje esclusivamente a proporcionarme todos los medios de ponerlo en estado de poder obrar ofensivamente contra el enemigo, o resistirle con éxito, caso que se decidiese a atacarme.

Con este objeto, la primera providencia que tomó el Gobierno provisorio, en los apuros que desde el momento comenzaron a sentirse para la manutencion i demas atenciones del Ejército, cuyas necesidades crecieron considerablemente con la pérdida de la fragata Cármen, fué exijir un empréstito forzoso; pero, como todos los propietarios habían emigrado, se obligó a los arrendatarios a verificarlo, bajo la pena de ser conducidos a bordo.

Fué necesario atender a la pronta reparacion de las herraduras; pues, sin ellas habría perdido pronto todos los caballos por la calidad del terreno. Tambien fué necesario hacer construir monturas para el escuadron peruano, que las perdió igualmente que sus lanzas en el naufrajio de la fragata Cármen. Los caballos llegaron bastante estropeados, como debe suponerse despues de una navegacion seguida de un penoso desembarco i marcha tan pesada. Yo miraba en ellos la suerte del Ejército, por la imposibilidad de reemplazarlos; i apesar de mis esfuerzos, no logré que pudiesen herrarse todos hasta despues de tres semanas. El soldado había llegado tambien en muí mal estado i le era necesario descanso. Por falta de bagajes, cada uno llevaba seis paquetes de cartuchos i tres dias de víveres, a mas de su mochila i caramañola. Esta circunstancia, unida a una fatigosa marcha al traves de un desierto arenoso, hizo sucumbir a siete individuos. Los oficiales marchaban igualmente a pié por la misma causa.

Se estableció una provision para la subsistencia del Ejército, que no pudo ponerse en órden apesar de los esfuerzos del Prefecto i Ministro Jeneral. Los víveres no se daban jamas a tiempo, i la mayor parte de los dias venía a participarme el Jefe del Estado Mayor que eran las dos de la tarde i aun no tenía qué comer el soldado; lo que obligó a que el Jeneral La Fuente propusiera dar el rancho, no en especie sino en dinero, a razon de un real diario por individuo, partido que, apesar de la carestía de los víveres en aquel pais, acepté como ménos continjente.

Con algunas mulas que tomó en Siguas el Jeneral Castilla, se llevaron dos piezas de artillería con sus dotaciones. Mi escolta marchó a pié para el valle de Tambo, para proporcionarse ella misma sus cabalgaduras, i se me reunió muchos dias despues con ciento i tantos animales entre yeguas i mulas.

A los pocos dias de mi llegada a Arequipa, comenzaron a desaparecer las lisonjeras espe ranzas con que me había dirijido a aquella ciudad, que apénas me suministraba por la fuerza el alimento del soldado, me convencí de no poder obtener ninguna alta en los cuerpos i ménos poder formar la division peruana, pues el pueblo desertó completamente de la ciudad, solo porque el Jeneral Castilla manifestó deseos de reunir la Guardia Nacional, i fué preciso que se persuadieran que ni aun para este servicio se les obligaría, a fin de que volviesen i no fuesen enemigos declarados. El Comandante García, del Batallon Portales, me dijo que tenían tanto horror al servicio, que ni ofreciendo enganches podía conseguir un recluta. Se pasó por el Estado Mayor a la Prefectura una relacion de los bagajes que necesitaban los cuerpos del Ejército, reducida a lo mas preciso para moverse, i aunque el Jeneral Castilla me repetía que tenían demas, el Jefe del Estado Mayor i comandantes me decían que no se les había completado, i que les faltaba su mayor parte. El Comandante Espinosa marchó con mas de cien infantes i veinticinco hombres de caballería a Chuquibamba, punto en que se creyó aumentar las fuerzas de la division peruana i sacar quinientas mulas, i lo que encontró fué la oposicion mas tenaz en aquellos habitantes, como lo comprueba su carta al coronel Vivanco (cuya copia acompaño.) Del escuadron peruano solo habían podido montarse, i mal, unas partidas que se habían enviado a retaguardia; el resto, que estaba en Arequipa, se hallaba a pié, i solo en los últimos dias pudieron dar a su Comandante cuarenta i dos cabalgaduras de toda especie.

Las fuerzas del Jeneral Cerdeña a mi entrada en Arequipa, constaban de un rejimiento de lanceros, dos compañías de infantería i otra de artillería i ocupaban a Puquina, distante catorce leguas, como se ha dicho. Los primeros dias avanzaban dos compañías, una de infantería i otra de caballería, hasta cuatro leguas de la ciudad.

Traté de sorprenderlas i mandé a las órdenes del Comandante del Portales, don Manuel García, dos compañías de cazadores i ochenta caballos para caer sobre ellos al romper el dia.

Desgraciadamente se habían retirado, i dejado solo una partida de montoneros, la que fué dispersada por veinticinco cazadores que se avanzaron matándoles dos, i tomándoles cuatro prisioneros. Desde entónces el enemigo no pasaba de Pocci, siete leguas de Arequipa, donde mantenía dos compañías de infantería de preferencia i un escuadron. Traté tambien de sorprender esta fuerza, que me decían hallarse apoyada por un batallon que estaba situado a dos leguas distante, sobre la falda de los cerros, i mandé las cuatro compañías de cazadores i un escuadron a las órdenes del Coronel Necochea, con este objeto; pero a su llegada el enemigo, que había sabido este movimiento, se puso en retirada con mucha anticipacion, no teniendo otro resultado esta tentativa que haber tomado en su marcha veinticuatro soldados prisioneros, de veinte infantes i ocho lanceros, que estando emboscados en Mollebaya creyendo sorprender una de mis partidas, se encontraron cortados a su turno.

Voi a desenvolver ahora en su totalidad el plan que me había propuesto i que, en mi entender, justifica la eleccion que hice de Arequipa como base de mis operaciones, cuya lisonjera perspectiva han venido a destruir tantas causas fatales e imprevistas. Divididas las fuerzas del Jeneral Santa Cruz, del modo que dejo espuesto, protejía ademas por este movimiento las operaciones de los arjentinos, como llevo dicho, pues, el Jeneral Brown no podía ser socorrido, sino por el Ejército del centro, que con nuestra presencia no podría hacerlo. Protejíamos tambien las insurrecciones que se anunciaban como ciertas en Bolivia, i lo que es mas, las operaciones del Jeneral López, que puesto en comunicacion conmigo, me prometió retirarse a Bolivia con su division, para apoyar las deliberaciones del Congreso contra el Jeneral Santa Cruz e impedir que éste pudiese atacarnos, dándome el tiempo necesario para reponer mis caballos i acabar de arreglar el Ejército. Con semejante cooperacion no podía dudarse del éxito de la campaña. Penetrando a Puno cortaba la línea del Ejército enemigo, amenazaba a Bolivia i tomaba posesion del Cuzco, que me proponía ocupar con la division peruana a las órdenes del Coronel Vivanco. El enemigo en este caso no tenía otro partido que abandonar el Norte i venir con todas sus fuerzas sobre nosotros, quedando a mi eleccion el recibir la batalla o reembarcarme i dirijirme sobre Lima; pero lo mas probable hubiera sido que la campaña se decidiese en el Sur. La causa primordial de haberse frustrado dicho plan, claro está fué la pérdida de la fragata Cármen, en ella venían los vestuarios de paño del Jeneral La Fuente, i con ellos contaba para vestir de abrigo a mis soldados, cuyo equipaje era solo a propósito para la costa, pero de ningun modo para la cordillera. Necesitaba tambien para pasar en ella, llevar conmigo la prevision del Ejército, pues que no debía contar con otros recursos; i esto tampoco pudo proporcionárseme por la escasez del ganado. A estos inconvenientes se agregaron otros que hicieron de todo punto irrealizable la ejecucion de mis proyectos.


Apesar de todo, voi a dar a V.S. una prueba de mi empeño en buscar al enemigo. El 3 de Noviembre el Jeneral Castilla me presentó a un paisano que venía de Puquina, trayendo por noticia que todo el Ejército de Cerdeña se hallaba en Pocci, que él mismo le había acompañado marchando a su retaguardia. Este movimiento a Pocci me pareció natural, sabiendo que el Jeneral Santa Cruz bajaba de la cordillera i se hallaba próximo a reunírsele; asegurado de un modo que parecía no dejar duda, me hizo resol ver en el momento el marchar a atacarlo en esta segunda posicion, ántes de que se reunieran las fuerzas del Jeneral Santa Cruz. Di las órdenes correspondientes, i a las diez de la noche todo el Ejército se hallaba en marcha. A mi llegada a Mollebaya, se me ratificó la misma noticia, señalando hasta la posicion que había tomado el enemigo, i lugar en que había colocado su artillería. Todo me hizo mirar aquel dia como el marcado para la decision de la campaña.

El contento se mostraba en todos los semblantes. Nos hallábamos ya a ménos de una legua de Pocci i eran las nueve de la mañana, cuando se me presentó un hombre que venía del mismo pueblo i me notició que el enemigo, sabiendo nuestro movimiento, se había retirado para Puquina i que no había nadie en el pueblo. Hice hacer alto al Ejército i con las compañías de cazadores i un destacamento de caballería continué mi marcha acompañado del Jeneral en Jefe del Estado Mayor. Llegamos a Pocci; i no encontramos una persona que nos diese una noticia cierta de los enemigos. Mandé reconocer una partida que se presentó a nuestra vista sobre el cerro, camino de Puquina, la que se puso en fuga a la aproximacion de la nuestra.

Frustradas nuevamente nuestras esperanzas de combatir, di la órden de contramarchar para Arequipa. La fuerza que formaba el Ejército ese dia era de 2,532 hombres, segun el estado que me pasó el ayudante de Estado Mayor Teniente Coronel don Francisco Ramírez, dejando mas de trescientos enfermos en el hospital, sin contar los que quedaron a bordo.

En los primeros dias de mi llegada a Arequipa no recibía sino noticias contradictorias con respecto a las fuerzas del enemigo, ni podía, por falta de espías, comunicarme con el Jeneral López. Algunos que se me presentaron por los señores La Fuente i Castilla, aunque me proporcionaban noticias, las mas veces eran inexactas por su falta de capacidad o talvez mala fé, con que se prestaban a este servicio. Ultimamente supe de un modo positivo que los batallones Arequipa i 1.° de la Guardia, que habían marchado a Puno, llegaron a Puquina a los pocos dias a incorporarse a la fuerza del Jeneral Cerdeña. El Jeneral López, lejos de cumplir lo prometido, se acercó con su division al Jeneral Cerdeña, i la conclusion de todo esto fué reunirse ésta i fugarse aquél para Chuquisaca.

Supe de Puno que Santa Cruz había retrocedido de La Paz i que venía a tomar el mando del Ejército del centro, trayendo consigo ochocientos a novecientos hombres; que las dos compañías que se hallaban en el Cuzco habían llegado ya a aquel punto al mando del Jeneral Herrera; que la oposicion que tan decididamente se había pronunciado en el Congreso de Bolivia había desaparecido; que el movimiento de Oruro hecho por la tropa que tenía de guarnicion, fué sofocado por el pueblo; que el Diputado Sanpértegui, primer campeon de la oposicion, convertido despues en vil esclavo de Santa Cruz, (segun espresion de una carta que recibió el Jeneral La Fuente), había enjuiciado i condenado al oficial que acaudilló aquella insurreccion, i que los arjentinos no se movían despues de la accion de Huamahuaca. Supe tambien en los últimos dias que los batallones 2.º de la Guardia i 5.º de línea que venían el uno de Tupisa i el otro de Jauja, a marchas forzadas, estaban próximos a incorporarse a la division de Cerdeña. Las fuerzas del Jeneral Santa Cruz con esta agregacion ascendían al número de cerca de cinco mil hombres, sin contar la division Vijil, que destacada del Ejército del Norte, se aproximaba obrando sobre nuestra retaguardia.

En estas circunstancias, en situacion tan apurada i crítica, desprovistos de medios de movilidad, de subsistencia, de vestuario competente para atravesar la cordillera, con un enemigo superior al frente, ¿qué movimiento ofensivo podía yo tentar? ¿Qué éxito podía prometerme de buscar al enemigo, a un enemigo poderoso, dueño de todas las posiciones ventajosas que a cada paso proporciona una sierra para combatir, aun siendo en inferioridad de número? No hubiera la ejecucion de un proyecto tan desatinado e irracional atraído la destruccion total del Ejército? ¿Aprovechaba este inútil sacrificio a la causa que defendíamos? ¿Importaba al honor de la madre Patria el esterminio de tres mil de sus mejores hijos? Respondan, no los militares instruidos, sino los hombres mas ajenos de la profesion de las armas, con tal que tengan sentido comun i buena fé. Está, pues, demostrado que no podía obrar ofensivamente sobre el enemigo, sin contrariar las reglas mas vulgares del arte de la guerra.

No me quedaba mas partido que mantenerme en Arequipa, confiado en que el enemigo, por poco audaz que fuese, trataría de desalojarnos, provocando una batalla en que debía contar con el triunfo, atendida la superioridad de sus fuerzas. Por mi parte, descansaba en la moral, en la disciplina, en el afamado valor del soldado chileno i mui particularmente en la excelencia de nuestra caballería. Con estas sobresalientes calidades, que contrapesaban la ventaja material del número de los enemigos, no temía los resultados de una accion; por el contrario, deseaba ardientemente, i lo deseaba todo el Ejército, medir nuestras armas sin cuidar de contar los enemigos; mas, estas esperanzas no se cumplieron. El enemigo, conociendo nuestra situacion, no quiso aventurar sus fuerzas ni correr los azares de la suerte, i se mantuvo en sus posiciones, esperando que agravándose por momentos aquella me vería forzado a emprender una retirada, en cuyo caso confiaba hostilizarnos con todas las ventajas que le daban sus crecidas fuerzas, el conocimiento práctico del terreno i la movilidad de una infantería que en esta calidad puede, sin exajeracion, ser reputada sin igual. No obstante estos lisonjeros cálculos del enemigo, yo contaba hacer mi retirada sobre Quilca, en buen órden, i dirijiendo la caballería sobre Pisco, a pesar de una travesía de mas de 200 leguas, de un terreno falto de recursos, dar la vela para dicho punto con el resto del Ejército. Esta idea me aterraba, sin embargo, al considerar el deplorable estado en que llegaría aquella, despues de tan larga marcha, i con los poquísimos auxilios que podía prestarle. Reflexionaba igualmente los apuros, talvez mayores, en que iba a verme para la subsistencia del Ejército, de la Escuadra i trasportes, en una provincia tan inferior en recursos a la de Arequipa; péro no pudiendo optar entre éste u otro partido, me era forzoso ceder al único que se me presentaba.

En estas aflictivas circuntancias se me propuso por el Jeneral Santa Cruz una entrevista en Paucarpata. Me presté a ella, i esta conferencia atrajo otras de que resultaron al fin los tratados celebrados en Paucarpata, entre don Antonio José Irisarri i yo por parte del Gobierno de Chile i los Jenerales Herrera i Quiroz por el de la Confederación Perú-Boliviana. Antes de proceder a esta transaccion, consulté con el Jeneral Jefe del Estado Mayor Aldunate i los jefes del Ejército, reunidos en Consejo de Guerra, sobre la proposicion de tratar a que se me invitaba por parte del enemigo, i convencidos de ser cierta la manifestacion que les hice de lo crítico de nuestra situacion, i de la fuerza de razones que les espuse, se pronunciaron unánimemente por este partido, como el mejor que en tan difíciles circunstancias podía adoptarse. Del acta que, con este motivo, se levantó dí al Ministerio conocimiento remitiéndole copia. Si este documento no fuere suficiente a justificar mi conducta militar, i si las razones todas que llevo espuestas en apoyo de ella no bastasen a satisfacer plenamente al Supremo Gobierno, estoi pronto a responder en un Consejo de Guerra a los cargos que pudiesen hacérseme.

Me es altamente sensible que los tratados no hayan merecido la ratificacion del Supremo Gobierno.

A él mas que a mí toca juzgar de la conveniencia o inconveniencia en materia tan grave i trascendental; pero me acompaña el sentimiento íntimo de las puras intenciones que los dictaron. He dicho que no me quedaba otro recurso que retirarme sobre Pisco i he apuntado ya a V.S. todos los inconvenientes que iban a resultar de esta operacion.

Debo añadir ahora que casi la conceptuaba como desesperada i desprovista de todo objeto de utilidad, i que esta consideracion habría en último resultado decidídome tal vez a no abrazarla, prefiriendo como mas conveniente reembarcar la expedicion en Quilca, i restituirla a Valparaíso aunque con el sacrificio que me habría visto obligado a hacer de todos los caballos, i la necesidad de rechazar los continuados ataques que en una travesía de 30 leguas habría sufrido de un enemigo tan superior en fuerzas, i alentado por la naturaleza misma de nuestros movimientos.

En tal posicion no he creído ni lo ha creído el Ejército todo, empañar el lustre de las armas de Chile, admitiendo la oliva de la paz de la mano de un enemigo poderoso. Léjos de mí i del Ejército semejante bastardía. Si en la conveniencia política del Gobierno entra el rechazar esta paz, me quedará al ménos la satisfaccion de que estipulándola, evité el aniquilamiento de una parte de mis soldados i no derramé sin fruto una sangre preciosa, de que algunos se muestran tan pródigos.

Sírvase V.S. elevar esta exposicion a S.E. el Presidente de la República, para su conocimiento i vindicacion de mi conducta como jefe de la expedicion que se me confió.

Dios guarde a V.S. —Santiago, 28 de Diciembre de 1837. Manuel Blanco Encalada. —Señor Ministro de Estado en el Departamento de la Guerra.


Núm. 377 [4] editar

Santiago, Enero 17 de 1838.

Considerando el Gobierno que sin embargo de lo que espone en este parte el Jeneral en jefe del Ejército restaurador, Teniente Jeneral don Manuel Blanco, resultan todavía graves cargos contra su conducta militar en la última campaña; i considerando igualmente que la formacion de un Consejo de Guerra es el medio legal i mas a propósito tanto para hacer efectivos estos cargos como para que el mismo Jeneral vindique su honor i esclarezca el acierto de su conducta, en caso de poder desvanecerlos, procédase a formar el correspondiente Consejo de oficiales jenerales, con arreglo a ordenanza, donde se examinen i juzguen sus operaciones militares en la citada campaña; i al efecto se pasarán todos los antecedentes al Comandante Jeneral de Armas. —Prieto. Ramon Cavareda.


Núm. 378 [5] editar


Exposicion de los motivos que ha tenido el presidente de chile para desaprobar el tratado de paz celebrado en paucarpata, en 17 de noviembre de 1837, i renovar las hostilidades interrumpidas por él.

Despues que las comunicaciones oficiales se guidas por los Ministros respectivos, pusieron en completa claridad los puntos de disputa entre el Gobierno de Chile i el Jeneral Santa Cruz, i descubrieron la imposibilidad de darle una resolucion pacífica, parece que el término de tan funesta desavenencia debió ser esclusivamente confiado al éxito de la guerra, que habían hecho necesaria, por una parte los mas sagrados intereses de la Nacion chilena, i por otra los tenaces propósitos de la ambicion del Presidente de Bolivia.

Tal ha sido la razon del decoroso silencio que el Gobierno chileno ha creido justo guardar, miéntras el Gobierno enemigo ha estado incesantemente prostituyendo la dignidad del poder soberano con una torpe grita en el que se ha hecho el mas imprudente escarnio de la moral, de la decencia i de la verdad. Hoi que es forzoso renovar las tentativas frustradas por un lamentable suceso, que Chile quisiera borrar de las pájinas de su historia : hoi que se ha pretendido presentar como una infraccion de las leyes internacionales el derecho que toda potestad soberana tiene de conceder o negar su sancion a los pactos celebrados por sus ajentes; hoi que el ejercicio de este derecho inconcuso ha excitado el frenesí calumniador de los enemigos de la República, es absolutamente indispensable presentar a los pueblos amigos el estado actual de la contienda, i fortificar en ellos el convencimiento de la rectitud de miras de la administracion chilena, enjendrado, no por discursos facinadores, sino por la irresistible elocuencia de los sucesos.

Que los Estados mas lejanos de la América, ántes española, i los pueblos europeos no percibiesen claramente el punto en donde debía parar la mediacion boliviana de 1835 en las discordias del Perú, nada tiene de estraño a los ojos de los que consideran que ha cubierto los unos por su situacion jeográfica de las consecuencias de este grave acontecimiento, i ocupados los otros que deben juzgar mas importantes que los que ofrece un remoto continente, carecían todos del interes necesario para estudiar un documento como el tratado de la Paz, que no es mas que un eslabon de la cadena de intrigas que liga la época presente con la exaltacion del Jeneral Santa Cruz a la silla de Chuquisaca. Chile, vecino de los pueblos en donde iba a desenvolverse el plan de la mediacion i enlazado con ellos por los intereses de un antiguo i frecuente tráfico, no ha podido ménos de seguir mui de cerca la historia de sus vicisitudes, i siguiéndolo no ha podido ménos que penetrar ue el pacto de la Paz era la base de un poder formidable por los grandes recursos con que debía de enriquecerse, i por los medios reprobados que empleaba en su engrandecimiento. Sin embargo de tan sólida persuacion, Chile se contentó con fijar sus ojos en la contienda del Perú, teniendo que sofocar el clamor de sus mas vitales intereres, para que dominase en sus operaciones, en aquella época difícil, la moderacion que ha sido el principio inalterable de su conducta, en sus relaciones esteriores. No fué mediacion la que se estipuló en la Paz, porque la mediacion no tiene por instrumentos las armas, ni se alimenta con la sangre de los pueblos, ni arroja un combustible mas a las hogueras que le incumbe apagar. No fué una simple intervencion, porque no se trataba solo de influir en la suerte futura del Perú, adquiriendo sobre el Gobierno peruano el predominio a que jeneralmente aspiran los meros interventores. Fué una usurpacion mal solapada, porque el poder militar adquirido por el Presidente boliviano había de robustecerse con el voto de las asambleas parciales reunidas bajo sus armas; i una usurpacion animosa a la República de Chile, porque destruyendo el equilibrio de los Estados americanos, la ponía en peligro de ser, como la nacion peruana, presa de la ambicion estranjera.

La antigua correspondencia del Jeneral Santa Cruz, para poner en accion los elementos revolucionarios del Perú, es bien conocida de esta parte de la América. El fruto de esta semilla ha sido ópimo, i progresivamente ha ido mejorando con el cultivo: primero revoluciones parciales, despues guerras civiles, i últimamente la completa aniquilacion de la soberanía, que ha coronado los trabajos de siete años. El pueblo de Chile era vecino, i subyugado el Perú, debía de ofrecer nuevos incentivos a la ambicion, que no se calma sino se exacerba con los triunfos: i podia ser combatido con las mismas armas reprobadas que la perfidia emplea, i cuando no fuese posible realizar en él, en todas sus partes, el proyecto logrado en el Perú, era a lo ménos indudable que vería su órden combatido por las conspiraciones i aniquilado por las contiendas intestinas. El Gobierno de Chile pudo protestar contra un pacto que le inspiraba tan fundados recelos, pero no quiso que los poco conocedores de los antecedentes le acusasen de una delicadeza prematura, i dejó que el curso de los sucesos revelase al mundo la solucion de un problema que desde tiempos atras estaba escrita en su conciencia.

La conducta del Jeneral Santa Cruz no solo ha correspondido, sino se ha adelantado a tan contristadores cálculos, i no permite traer a la memoria tanto exceso de moderacion de parte de Chile, sin el escrúpulo de que pueda confundirse con una imprudencia reprensible. La escarnecedora mediacion arrojó la máscara. La sangre derramada en Socabaya, i despues del triunfo en la plaza de Arequipa, con una fria i cobarde ferocidad que ha sido el escándalo del siglo, ahogó no solo la autoridad enemiga del Jeneral Salaverry, sino la autoridad amiga del Jeneral Orbegoso; las asambleas de Huaura i Sicuani llenaron cumplidamente ia mision de los soldados bolivianos que, desconfiando todavía de los lejisladores que habían sido de sus hechuras, permanecían apercibidos para castigar el mas lijero desvío contra el proyecto reinante, i el Jeneral Santa Cruz apareció dueño de la arena, en donde aparentó defender la lejitimidad, i acabó por sepultar la lejitimidad i la soberanía. Este triunfo estaba tan léjos de llenar las medidas de su ambicion, que ni siquiera ofreció un momento de descanso a las pasadas fatigas. Inmediatamente se dirijió la vista a Chile; se aprestó una expedicion en buques de guerra peruanos, i zarpó del Callao una colonia de conspiradores chilenos, encargada de traer la guerra civil, que sirve de precursora a las empresas del conquistador boliviano.

La salvacion de la Patria obligó entónces a dirijir la atencion de las autoridades a dos puntos simultáneamente: a Chiloé, en donde el jefe de los conspiradores debía levantar el estandarte de la rebelion, i al Callao, en donde había hecho sus aprestos militares, i en donde, por consiguiente, se debían suponer sus almacenes de guerra i el apostadero de sus naves. Estos almacenes i este apostadero eran los que pertenecían al Estado peruano. La fragata Monteagudo i el bergantín Orbegoso eran buques de la Armada del Perú, i los pertrechos que conducían a su bordo habían sido estraidos, segun todas las noticias, de los depósitos del Callao. Para contener el vuelo de la guerra civil era, pues, no solo forzoso refrenar a los rebeldes en Chiloé, sino privarles de los nuevos recursos que podía suministrarles, i que precisamente les suministraría, quien les había prestado los primeros; pues, arrojado ya a la empresa, no debía de haber ceñido su proteccion a los auxilios dados, si mas auxilios hubiesen sido necesarios. Una hostilidad cometida en medio de las relaciones mas pacíficas i amistosas, debía de ser seguida de otras hostilidades tanto mas naturales cuanto que con la primera se había quitado el emboso la malevolencia; i nada mas justo para una nacion amante de sus instituciones i de su independencia, que prevenirlas sin pérdida de tiempo. Con esta mira, arreglada a los mas sanos principios de la justicia, se apoderó parte de la Escuadra chilena de tres buques de guerra peruanos, fondeados en la bahía del Callao, que obedecían al mismo Gobierno que había empleado otros dos en hostilizar a la República, i que se presentaban por esta razon con el carácter de futuros auxiliares de los revoltosos. Conservarlos en depósito, como se han conservado hasta ahora, era lo ménos que podía hacer un Gobierno a quien tocaba remover peligros tan inminentes. El Jeneral Santa Cruz ha pintado este hecho con los colores de una odiosa injusticia, i hasta de una ruin piratería; pero, el mundo imparcial no podrá dejar de conocer que el acto de apoderarse de los recursos ofensivos, destinados, segun todas las probabilidades, al uso de un rebelde, de apagar la fragua en donde forja sus rayos el enemigo, de detener el progreso de una empresa esterminadora, de obtener prendas de futura seguridad, es para un Gobierno mas que el ejercicio de un derecho incuestionable, el cumplimiento de un deber sagrado que le impone la salud del pueblo que le ha encomendado su direccion i su custodia.

La moderacion del Gabinete de Chile, tan constante como el ánsia de dominar del injusto provocador, se limitó a la medida de precaucion referida i llegó al estremo de emplear el recurso de negociaciones pacíficas para reparar la clásica perfidia de que había sido blanco, i removerlos fundados recelos de su reiteracion. Pero, en vez de obtenerse por este medio un resultado plausible, no se consiguió mas que palpar la profunda i arraigada malevolencia del gratuito enemigo, descubriendo su invencible pertinacia en desviarse del camino de la justicia, i aun sufriendo de él nuevos agravios como el que se irrogó al honor de la República, con la prision de su representante en Lima. La guerra se hizo indispensable, i Chile la emprendió con el sentimiento de dolor que inspira este funesto remedio de las diferencias internacionales; pero, con la decision con que un pueblo idólatra de sus derechos debe abrazar el único partido que le queda para vindicar su honra ofendida, i afianzar su órden, su reposo i su independencia contra los embates de aspiraciones estrañas.

La justicia marcaba al Jeneral Santa Cruz como el único blanco de las hostilidades, porque siendo él solo el autor de los agravios debía ser tambien el único responsable de sus consecuencias. Los pueblos de Bolivia i del Perú sufrían ya demasiado con el peso de que los agobiaba un poder árbitro de los derechos mas caros para que se dirijiese tambien contra ellos una guerra estranjera. Por otra parte, la usurpacion perpetrada en ellos por el Jeneral Santa Cruz era el oríjen primitivo de las desavenencias, así como la destruccion del usurpador formaba el único remedio de los males causados, el único escudo contra las ofensas futuras, i el único objeto de las aspiraciones chilenas, i los pueblos subyugados, que no tenían tampoco otra tabla de salvacion no podían ser en esta contienda los enemigos sino los aliados de la República. Sobre este principio cardinal, ha jirado toda la política de Chile acerca de la guerra del Perú. Los habitantes de aquel pais hicieron plena justicia a las rectas i desinteresadas intenciones del Gobierno; i la contestacion que dieron a las torpes vulgaridades i a las detestables fábulas con que le calumniaban el opresor i sus sectarios, fué recibir con el mas patriótico entusiasmo a los restauradores de su Independencia. En vano se han forjado a este respecto ficciones deshonrosas al patriotismo peruano; en vano el mismo Jeneral Santa Cruz desoye el grito de su conciencia autorizándola con su firma. Chile i el mundo han visto propaladas las noticias de la buena acojida del Ejército en el departamento de Arequipa, por los mismos que despues presentaron a aquellos pueblos como enemigos, i Chile i el mundo no podrán jamas prestar crédito a tan intempestiva i rápida trasformacion, cuando, sin adulterarse la causa de la contienda, las tropas chilenas han dado cada dia mas brillantes testimonios de la ríjida moral, a que ni el mismo Jeneral Santa Cruz ha podido prescindir de tributar el homenaje de su admiracion.

Mas, apesar de los faustos presajios con que emprendió la invasion el Ejército restaurador, un malhadado avenimiento usurpó el lugar i el tiempo de las operaciones militares, e hizo a nuestro honor una honda herida, de que el Gobierno no se atrevería hoi a hablar ante los pueblos civilizados, si rompiendo inmediatamente el padron de oprobio, no hubiese dado al mundo la prueba mas irrefragable del alto aprecio en que tiene el decoro i los sagrados derechos de la República. Concesiones injustas i humillantes, retractaciones vergonzosas, aquiescencia pusilámine a los agravios recibidos, olvido criminal de las garantías de seguridad; todo esto contiene el tratado de Paucarpata; todo esto fué una terminante contravencion a las instrucciones dadas a los Ministros de Chile, i todo esto compone, por consiguiente, los fundamentos del decreto con que aniquilé ese pacto ingnominiosamente célebre en los fastos del derecho público americano.

Que estas estipulaciones fueron diametralmente opuestas a las reglas prescritas a los negociadores, lo manifiesta la simple comparacion del tratado con el ultimátun trasmitido por el Ministerio chileno, en 1836, al representante del Jeneral Santa Cruz; i que el Gobierno que precedió, vista la trasgresion de estas reglas, pudo negar su ratificacion, es un principio que no necesita comentarios cuando se habla a naciones cultas que están al cabo de los derechos inherentes a las potestades soberanas. ¿I pudieron acaso espedirse instrucciones que estuviesen acordes con la negociacion de Paucarpata? ¿Pudieron darse otras que las marcadas en el referido ultimátun? Nó; sin contrariar la razon, la justicia i las demandas mas inescusables de un pueblo constituido. ¿Qué lei, qué principio podía autorizar a Chile a reconocer, como tácitamente se reconoce en el tratado, el cuerpo político que el Jeneral Santa Cruz presenta en el Nuevo Mundo con el nombre de Confederacion Perú - Boliviana, cuando ni la misma República de Bolivia, parte integrante de la supuesta Confederacion, le había prestado todavía su reconocimiento? Aun cuando esa nueva asociacion fuese realmente una reunion federal de diversos Estados i no una fusion disfrazada por un nombre vano, i sancionada no por los representantes de los pueblos sino por los representantes del usurpador ¿quién inviste a Chile del derecho de reconocer en los asociados una condicion social que ellos mismos desconocen? ¿I quién puede conceder a los Ministros de Chile una facultad de que carece la misma Nacion que representan?

No es posible presentar un testimonio mas victorioso de la justicia de estas observaciones, que el decreto que el mismo Jeneral Santa Cruz, en la vacilacion de su tortuosa política, acaba de espedir en la Paz, convocando en Arequipa otro Congreso de Plenipotenciarios, porque reconoce que el pacto federal de Tacna ha quedado sin efecto, a causa de no haber sido canjeado oportunamente.

La monstruosidad de tan injusta concesion se hace mas palpable al recordar que se halla en oposicion directa con la primera de las demandas de Chile, que es la disolucion de la Confederacion Perú-Boliviana, o lo que es lo mismo, el restablecimiento de la Independencia de Bolivia i del Perú; demanda importante e inescusable, cuya satisfaccion forma el único valladar de las libertades chilenas. El primer resultado que produjo con respecto a Chile la agregacion del Perú al territorio de Bolivia, fué la venida de una expedicion de conspiradores, que hubiera logrado, cuando no trastornar completamente nuestro órden político, a lo ménos sustraer una parte de la República a la obediencia de las autoridades constitucionales, a no haber habido en nuestros pueblos un profundo conocimiento de los bienes de que se pretendía despojarlos, i un ardoroso patriotismo para defenderlos. Mas, si en la ejecucion se frustraron los cálculos de la empresa, nada hubo en este lisonjero resultado que purificase las malévolas intenciones del autor i patrono de aquella traicion inicua. Desde esa época fatal se sucedieron en Chile sin tregua las maquinaciones pérfidas de la rebelion; el órden establecido por fruto de siete años de una constante paz, empezó a recibir ataques reiterados de los anarquistas; en una palabra, la era de tranquilidad i ventura terminó en el momento que se destruyó el equilibrio en los pueblos vecinos, i se puede marcar la de ajitaciones e infortunios en el nacimiento del cuerpo político a que se ha aplicado el nombre irrisorio de Confederacion. ¿Será obra del acaso esta notable coincidencia? ¡Ojalá nos permitieran creerlo así el ya harto conocido carácter del Jeneral Santa Cruz, i el acierto con que ha anunciado de antemano, por medio de sus órganos, la mas atroz de nuestras convulsiones políticas! No se puede volver la vista sin horror i sin escándalo a ese crímen espantoso!

Miéntras los traidores lo perpetraban en Quillota i lo consumaban en los altos del Baron, con el sacrificio de una cabeza tan ilustre como cara a la Nacion chilena, los periódicos oficiales del llamado Pacificador, lo anunciaban señalando, con una horrible evidencia i con un depravado júbilo, el tiempo, los autores i la víctima. ¿Quién esplicará esta profecía de iniquidad de un modo satisfactorio a la relijion, a la moral i a la cordialidad del Jeneral Santa Cruz, para con la República de Chile?

Tal es la suerte inevitable de los vecinos de este Jefe funesto a las libertades americanas. Chile ha sido atacado por sus hostilidades encubiertas bajo la capa de la amistad, desde el momento que el aumento de recursos dió poder suficiente para dirijir contra él sus tentativas; i al convertirse en blanco de estos ataques, no ha hecho mas que someterse a la misma condicion del Perú, que desde el año 29, tuvo en constantes ajitaciones sus departamentos del Sur, por consecuencia de las maquinaciones del Gobierno boliviano; i a la condicion de la Confederacion arjentina, que vió también invadidas sus provincias setentrionales por una expedicion semejante a la que zarpó del Callao para Chiloé. Una constante repeticion de ejemplos, o mejor dicho, todos los actos de la política esterior del Jeneral Santa Cruz, respecto de sus vecinos, manifiestan con una certidumbre harto lamentable que este Jefe tiene ya establecido por sistema invariable aprovechar todas las oportunidades que se le ofrezcan i todos los recursos de que disponga en evadir los derechos de las Repúblicas americanas i labrar sobre las ruinas de sus libertades su engrandecimiento personal.

Véase si su administracion presenta un solo razgo que no descubra el refinado egoísmo i la política destructora de los intereses de la América. Las asambleas formadas en el Perú, bajo el terror de las bayonetas estranjeras, i la que con mas desembozo reunió en Tacna el Jeneral Santa Cruz, de individuos nombrados por él mismo, no han pensado en otra cosa que en la exaltacion del caudillo, a quien servían de instrumento, en la proscripcion de todas las instituciones tutelares de la libertad en la ereccion de un poder arbitrario; en una palabra, en la abolicion de todos los principios que los americanos han adoptado como condiciones esenciales de su existencia social.

Los naturales de los pueblos oprimidos que mas se distinguen por su patriotismo i sus talentos, arrastran su existencia en la oscuridad o mendigan el sustento en el estranjero. El Jeneral Santa Cruz no quiere alrededor de sí nada que pueda volver por las garantías de los hombres i de las naciones, i no se circunda ni fia la direccion de los negocios públicos, sino de criaturas en quienes la esperiencia de nueve años ha probado una ciega esclavitud a sus caprichos, o de advenedizos que no tienen mas lazos con los países en donde figuran que el interes del que los ha elevado i los sostiene. El conato a establecer este sistema antiamericano de utilidad personal no puede ser mas evidente. Oportunidades i recursos, se ha dicho ya, son lo que necesita el Jeneral Santa Cruz para llevarlo adelante. Las unas se las ofrece la vecindad; los otros irán haciéndose cada dia mas copiosos a medida que los territorios independientes vayan sirviendo de pasto a su voraz ambicion. ¿I cómo garantirse de los medios empleados para la prosecucion de este sistema? En el Perú fueron promesas secretas, cartas de seduccion i todo jénero de intrigas ocultas; en las provincias arjentinas, correspondencias igualmente seductoras, e invasiones preparadas a la sombra de la administracion boliviana; en Chile, expediciones anárquicas embarcadas sin pudor a bordo de buques de guerra peruanos i ¿quién sabe cuantas otras maquinaciones que prestarían la única esplicacion que puede darse a la simultaneidad de nuestros desórdenes domésticos con la ereccion del Estado que forma Bolivia i el Perú? ¿Cómo ponerse a cubierto de estas armas que suponen siempre en el que las maneja una abnegacion de todo sentimiento de hidalguía i de moral, capaz de producir todo linaje de atentados, i que jamas se esgrimen sino buscando el patrocinio de las tinieblas i aprovechando el desapercibimiento del enemigo contra quien se asestan? El Derecho de Jentes no suministra contra este jénero de males otro remedio que la limitacion del poder que se hace formidable, i que se ha engrandecido empleando la injusticia i la falsía i si las vias pacíficas no alcanzan a obtener esta limitacion, no resta mas que ocurrir al único partido que queda despues de agotadas todas las tentativas amistosas. Si un tratado no reduce a sus límites naturales i lejítimos ese poder temerario es indispensable que la guerra lo reduzca.

El artificio imajinado por el Jeneral Santa Cruz, para combatir esta justa pretension, es la solicitacion de la garantía de una de las grandes potencias que asegure el cumplimiento de las estipulaciones. Dado caso que se solicitase esta garantía ¿qué seguridad hai de que el Gobierno a quien se pida convenga en otorgarla? I dado caso que se otorgue, ¿qué seguridad hai de que en el tiempo que trascurra hasta obtenerse no infrinja el Jeneral Santa Cruz los pactos que esa garantía tiene que afianzar?

Pero, aun hai mas. Supóngase realmente otorgada. Lo que esta garantía podrá precaver son hostilidades francas del Jeneral Santa Cruz, ataques descubiertos a la seguridad de Chile ¿I es acaso este mal el que se trata de evitar? La conducta de aquel Jefe con la Confederacion Arjentina, con el Perú i con Chile, manifiesta de un modo elocuente que las armas que su ambicion emplea son la seduccion, la intriga i toda clase de maniobras oscuras. Estos manejos no pueden estar al alcance de la Nacion garante. Si por fruto de ellos el Jeneral Santa Cruz logra realizar sus planes; si como con una expedicion como la de 1836, por ejemplo, consigue que un instrumento suyo, como el conjurado de Chiloé, derroque las autoridades constituidas de la República, i celebre con él un tratado como el que se celebró en la Paz, para la usurpacion del Perú, ¿cuál será la potencia que se crea con derecho para hacer efectiva la garantía? ¿Cuál será la autoridad que implore el favor del garante aniquilada la única interesada en implorarlo?

No hai mas garantía, forzoso es repetirlo, que la debilidad del enemigo injusto, la limitacion del poder que emplea en daño de sus vecinos, i un tratado que no realice esta limitacion, ni liga al Jeneral Santa Cruz, ni ofrece seguridad para Chile, ni es tratado. Un jefe que cuenta de tramas secretas i de fatigas por su engrandecimiento tantos años como lleva de ejercicio de la Majistratura Suprema, i que ha empleado los caudales de su Patria i la sangre de sus súbditos en la consecucion de un vasto proyecto que todavía no ha consumado, puesto que fueron frustradas sus primeras tentativas contra Chile, un jefe que manifiesta profesar tales principios i atender a tales intereses, no se para en los obstáculos que ofrece a la buena fé i a la moral una promesa escrita. Se otorgaría esa promesa; descansaríamos en ella, i cuando ménos lo esperásemos, veríamos abrasada la República con los combustibles preparados en medio de un tenebroso misterio. Los sentimientos de honor i de justicia que son los que ligan al cumplimiento de una promesa semejante, son tambien los que impiden, sin que existan tratados, atacar pérfidamente al amigo con quien se vive en perfecta intelijencia i en relaciones fraternales. Quien no ha estado animado de ellos para corresponder a estas relaciones ¿por qué ha de estarlo para respetar la fé de los tratados?

Mas, para conocer esta verdad no es preciso recurrir a conjeturas. La historia de la ambicion del Jeneral Santa Cruz abunda tanto en los resultados que suele producir esta pasion política, que no hai infidencia de que no ofrezca prueba; no hai recelo a que no pueda prestar el firme apoyo de un ejemplo. El Jeneral Santa Cruz celebró en 1831 con el Gobierno peruano un tratado de paz, en que se estipuló que ninguna de las dos Repúblicas pudiese intervenir, ni directa ni indirectamente, en los negocios interiores de la otra; i el mismo Jeneral Santa Cruz negoció en 1835 con un refujiado peruano otro convenio, en virtud del cual penetró este refujiado en el territorio del Perú, i erijiendo un Gobierno, proclamó la division de aquella República. Quiso allanar el camino a su futuro poder, i por eso introdujo un nuevo actor en la escena de los disturbios; agregó un elemento a la dislocacion, aplicó una tea mas a los incendios del Perú. No contento con ésto, se valió tambien de otra de las dos autoridades que se disputaban el poder peruano ántes que él hubiese introducido en el circo el tercer combatiente, i celebró con ella otro tratado semejante al anterior, en que tambien se estipulaba la division, que consideraba como la base de sus proyectos. De tres jefes, pues, todos ellos defendiendo con las armas en la mano intereses irreconciliables, de tres jefes enemigos entre sí, el Presidente de Bolivia dió el raro ejemplo de inmoralidad de ligarse con dos al mismo tiempo, para que, si inesperados acontecimientos le cegaban una vereda, pudiese dirijir por la otra sus proyectos. Este fué el cumplimiento del tratado de Arequipa, en que Chile fué mediador, i en que se estipuló que se solicitaría la garantía del mismo Chile, de los Estados Unidos del Norte, o de cualquiera otra potencia, para asegurar la ejecucion de las estipulaciones.

I quien no encontró en 1835 en la solemnidad de sus pactos el mas pequeño estorbo a sus miras personales, ¿por qué ha de encontrarlo en 1838? Quien para inflamar la guerra civil del Perú trató con un refujiado peruano, tratará del mismo modo con un refujiado chileno para inflamar la de Chile. Quien empleó en su provecho una de las autoridades que se disputaban la administracion del Perú, empleará del mismo modo otra autoridad que quiera usurpar la administracion de Chile. Quien prometió no intervenir en el Perú e intervino, tampoco encontrará en la promesa de no intervencion obstáculos para no intervenir en Chile, i para valerse del eficaz remedio de dividir para reinar, que tambien ha probado a su ambicion.

La única prenda que el Jeneral Santa Cruz puede dar a la seguridad de Chile es la imposibilidad de ofender, i esta imposibilidad no se obtendrá miéntras exista este vasto cuerpo político, con cuyo nacimiento coincide el principio de las ofensas hechas a la Nacion chilena. Si la mediacion de las naciones neutrales puede producir un tratado que contenga la cláusula precisa de la disolucion de ese cuerpo, es decir, del restablecimiento de la Independencia de Bolivia i del Perú, a que se halla hoi sobrepuesta la voluntad arbitraria de un hombre peligroso, Chile desistirá de la contienda con todo el entusiasmo que es de suponerse en la moderacion de su política i en sus constantes i ardorosos votos por la paz.

Pero, si esta cláusula no se estipula, Chile continuará con infatigable ardor la empresa que ha acometido, de reponer a los dos pueblos hermanos en el goce de sus usurpados derechos, no para ejercer en sus negocios domésticos el mas remoto influjo, sino para establecer en esta parte del continente el equilibrio cuya ausencia tendrá a las Repúblicas vecinas en constante vacilacion.

Pero no es solo el reconocimiento de la Confederacion el vicio del vergonzoso tratado que ha excitado la justa desaprobacion del Gobierno. Una paz alterada a consecuencia de los ultrajes hechos a Chile en la expedicion de 1836, no podía restablecerse con una simple negativa del ofensor. Una satisfaccion cumplida, fundada en el cargo de los ajentes subalternos que sirvieron de instrumento a esta violacion, era un imperioso reclamo del honor, i una justa reparacion de los daños causados por esta gratuita hostilidad, debía ser una demanda indispensable de los intereses de Chile. Sin embargo, el honor i los inte reses de Chile han sido completamente desatendidos en estos puntos importantes, como lo fueron igualmente en el silencio que se ha guardado sobre la prision de su Ministro, i en el modo incierto i vago con que se han estipulado el reconocimiento i pago de la deuda.

El tratado, pues, no ha obtenido mi ratificacion, porque no ha correspondido a las demandas de Chile, i porque esas demandas son de tal naturaleza, i se hallan tan depuradas por la jenerosidad, que no admiten la mas lijera atenuacion. La posesion de la soberanía daba suficiente derecho para romper ese pacto imprudente, injusto i temerario, i el honor i la seguridad de Chile demandaban imperiosamente el ejercicio de ese derecho saludable.

Se ha obedecido a la voz sagrada de estos intereses, que jamas pueden sacrificar los pueblos sin una indolencia criminal; i se han emprendido nuevamente las hostilidades contra el Jefe de la titulada Confederacion. Pero, al continuar Chile, harto mal de su grado, la carrera de la discordia está seguro de que su conducta corresponderá siempre a la moderacion de que ya tienen pruebas irrefragables todas las naciones amigas. El comercio de los neutrales, siempre perjudicado en las contiendas de los pueblos en donde se hace, ha encontrado en la presente guerra mas libertad i franquicias que las que le han ofrecido en ningun tiempo cualesquiera otras potencias belijerantes. La preponderancia marítima de la República la pone en aptitud de ejercer con incalculables ventajas hostilidades contra las internaciones en el territorio enemigo, pero 1.º atencion que presta a las propiedades neutrales la ha hecho dictar a este respecto a los jefes de su marina reglas en que resplandece una jenerosidad que no es una vana ostentacion de Gabinete, sino el resultado positivo de un sentimiento honroso, que como tal ha sido reconocido por ajentes de potencias de primer órden. Vanas serán las declamaciones del Jeneral Santa Cruz, para exitar sobre este punto la animadversion de los Gobiernos estraños a la contienda; ellos ven las calumnias desmentidas con una conducta franca, noble i desinteresada; conocen los derechos inconcusos de toda nacion a proveer a su seguridad i a vindicar su honor por los medios que considere convenientes, i talvez miran con un justo desden los mas bien humildes que benévolos miramientos con que la administracion denominada Protectoral, parece ménos dispuesta a cultivar relaciones internacionales, que a hacer un degradante desapropio de los derechos de la soberanía.

En cuanto a los pueblos que son hoi presa de la usurpacion, Chile no quiere mas que su independencia; i dirijirá sus armas solo contra el poder que la ha destruido, ahorrando en todo lo posible los males de la guerra a peruanos i bolivianos que, por ser víctima de la ambicion del Jeneral Santa Cruz, son tambien los auxiliares naturales de la República en esta empresa eminentemente americana. Para obtener tan grandioso objeto, ni protejerá las aspiraciones personales de ningun caudillo, ni fomentará ningun partido civil de aquellas naciones, ni influirá en la organizacion de sus Gobiernos, ni les presentará candidatos para la primera majistratura i retirará sus armas del territorio de la contienda, en el momento que la caida de la autoridad usurpadora haya dejado satisfecho su honor i garantida su seguridad. La mision de los chilenos no es intervenir sino destruir la intervencion; i la esperiencia manifestará que son dignos del título de campeones del equilibrio americano i de los derechos de los pueblos.

Palacio del Gobierno en Santiago, a 4 de Marzo de 1838. —Joaquin Prieto.


Núm. 379 [6] editar


Defensa del tratado de paz de Paucarpata, por Antonio José de Irisarri, hecha en Arequipa, en 20 de Enero de 1838.

Tal es el título de un folleto recibido del Perú pocos dias há i tal pudiera ser tambien la cabeza del proceso de su autor. Defensa del tratado de Paucarpata, o lo que es lo mismo, ataque a la justificacion del Gobierno de Chile que desechó el tratado, es el nombre mas significativo que se encontró para bautizar el libelo. ¿I quién ataca la justificacion del Gobierno de Chile? ¿Quién presta un brazo auxiliar a los que se ocupan en calumniarle i trabajan por la aniquilacion de su crédito? ¿Quién es el nuevo aliado que refuerza las filas del enemigo de nuestros derechos? Don Antonio José de Irisarri, Ministro chileno, apoderado del mismo Gobierno contra quien ha levantado el grito de una maliciosa censura.

El negociador de Paucarpata no podía tener otro motivo honroso para escribir sobre esta materia que el de justificarse a los ojos del Gobierno, que ha desaprobado su obra, i de la Nacion de cuyos votos no ha sido ese Gobierno sino el intérprete mas fiel. El teatro de esta justificacion debía ser Chile; aquí fué donde se invistió al Ministro de la representacion pública; aquí donde se le encomendó la defensa de los intereses mas caros de su Patria adoptiva; aquí donde se le impartieron las órdenes a que debía sujetarse en el ejercicio de tan delicadas funciones; aquí fué tambien donde el Ministro debió manifestar el precio que había dado a esa representacion, el uso que había hecho de esa confianza i el respeto que había tributado a esas órdenes. Pero don Antonio José de Irisarri quiso excederse de los límites de la justificacion propia, hacinando en un alegato cuanto pudiera herir el amor propio de nuestra Patria i la rectitud i sana política de nuestro Gobierno; i no juzgó a propósito fijar su tribuna en el territorio chileno, sino en Arequipa, donde cada injuria había de ser galardonada con un aplauso; ni presentarse en la arena con el escudo de su conciencia, sino bajo la éjida del Jeneral Santa Cruz; hecha en Arequipa en 20 de Enero de 1838.

Estas circunstancias de la portada no parecen fruto de un momento de irreflexion, sino una combinacion determinadamente calculada para formar un abreviadísimo compendio de cuanto encierra de odioso el folleto de Paucarpata; i para rebelar contra él, con la mas lacónica proclama, todo sentimiento de nobleza i patriotismo. Este efecto se ha palpado en Chile; las prensas del Protector han multiplicado los ejemplares de este escrito con la profusion que era de esperarse i entre nosotros no ha faltado uno que otro propagador que ha llenado del modo mas satisfactorio el encargo de distribuirlos a las personas a quienes venían rotulados; pero un sentimiento de vergüenza mui honorífico a los chilenos, i que se presenta como obra de una confabulacion universal ha hecho que cada uno borre su nombre escrito en la cubierta del cuaderno. No hemos visto un solo ejemplar que desmienta esta observacion, entre varios que han pasado por nuestras manos.

La obra que el Ministro Irisarri publica bajo el referido título puede dividirse en tres puntos cardinales:

  1. Prueba de que los negociadores estaban autorizados para celebrar el tratado de Paucarpata;
  2. Defensa del tratado;
  3. Defensa de la conducta militar del Jeneral Blanco.

Está precedida de una advertencia en que el autor declara el objeto de su escrito; i en que ya se descubre la ponzoña que a manos llenas se derrama despues; i está seguida de un apéndice que contiene varios documentos relativos a la mision diplomática de Irisarri, a la negociacion misma i a la desaprobacion decretada por el Gobierno.

Seguiremos en nuestra refutacion el mismo órden que se observa en las tres cuestiones de la defensa, aunque por lo que hace a la última, es decir, a la conducta militar del Jeneral en Jefe, nos limitaremos cuanto sea posible a lo que aparezca como estrictamente necesario para el esclarecimiento de las otras dos.

La primera parte de este escrito estriba en el artículo 5.º de las instrucciones dadas a los Plenipotenciarios, que está concebida en estos términos.

"Si por algún motivo, que no es fácil prever, se vieren VV.SS. en la necesidad de estipular con el enemigo alguna cosa que exceda de las instrucciones, o las contraríe en materia importante, exije la buena fé que VV.SS. lo hagan presente a la persona o personas con quienes tratasen, de manera que se reserve al Gobierno una plena libertad para ratificarlo o nó, segun lo juzgare conveniente."

De aquí deduce Irisarri que, en los casos no previstos, no tenían los Plenipotenciarios mas regla de operaciones que su propia prudencia, i que todo les era lícito, ménos ofender en manera alguna los derechos de Chile, prohibicion que no la hacían las instrucciones sino la esencia de la comision. Establecer este principio es dar el ensanche mas monstruoso a las facultades de los negociadores. ¿Pudieron creer ellos, ni puede creerlo ningun hombre racional, que el Gobierno de Chile abandonase todas sus facultades o todos los intereses de la República a los consejos de la prudencia de los apoderados, i en vez de procuradores de nuestros derechos los hiciese árbitros de ellos? Si por algun motivo que no es fácil prever, dicen las instrucciones; i nosotros preguntaremos: ¿hai en la campaña de los tres meses algo que no hubiese sido fácil de prever? Demos de barato que esa campaña fué tan desastrosa i tan aciaga como aparece en las relaciones de los defensores de Paucarpata. Todos los supuestos desastres están reducidos a la enemistad de los pueblos, a la escasez de subsistencia i a la superioridad de la fuerza de Santa Cruz.

Ninguna de estas circunstancias está fuera de los cálculos de la penetracion humana para suponerlas difíciles de prever. No se necesitaban profundos conocimientos de política ni intrincadas combinaciones para prevenir estos casos, que aunque no han ocurrido realmente, no están comprendidos entre los raros fenómenos que la razon no alcanza a presajiar. I esta reflexion aumenta de vigor si se considera que la opinion de una ciudad, i la mas comprometida con el usurpador, no puede tomarse por la opinion del Perú, i que la posesion de un pequeño territorio ofrece siempre dificultades para la adquisicion de recursos.

Léjos de ser difícil prever estos contratiempos, fué fácil i mui fácil; i siéndolo, claro es que el Gobierno no los consideró suficientes para aplicar el artículo 5.º de las instrucciones, que habla solo de los motivos que no es fácil prever. Irisarri, para acomodar las órdenes del Gobierno a sus deseos i a su conducta, cambia la frase no es fácil prever en no previstos; i deduce de aquí que en los casos no previstos estaba autorizado para todo. Casos no previstos, hablando como desea el negociador de Paucarpata, son todos los que pueden ocurrir, porque no hai suceso alguno que no corresponda en todas sus circunstancias a la prevision del hombre. Pero el Gobierno no ha hablado de los casos no previstos, sino de los casos difíciles de prever, i cuando los antecedentes del tratado no están comprendidos entre ellos, no hai duda que el Gobierno no los incluyó entre los que podrían motivar un desvío o una contravencion de las instrucciones.

Por otra parte, la facultad de infrinjir o traspasar las instrucciones en alguna cosa importante, no es la de no concederles ningun valor, la de proceder abiertamente contra todo lo prevenido en ellas con mui lijera excepcion, la de determinar las desavenencias como mejor pareciese a los negociadores. Contrariar las instrucciones en alguna parte i contrariarlas en todo, son dos cosas mui diversas. Para lo primero existía facultad en el caso fijado por el Gobierno; para lo segundo ni existía ni podía existir, porque ni ha sometido ni podía someter el Gobierno la resolucion de los puntos de la disputa a la voluntad arbitraria de sus Ministros.

Pasemos mas adelante, i concedamos que todo quedó encomendado a la prudencia de los Plenipotenciarios, i que la prohibicion de ofender los derechos de Chile no era de sus instrucciones sino esencia de su comision. ¿Cuál era esta comision? Recabar garantías de seguridad futura para Chile; exijir satisfacciones i reparaciones de agravios; arreglar de una manera clara i terminante el reconocimiento i pago de la deuda. Los negociadores no han hecho esto, como se verá en el curso de este escrito; luego han desconocido i contrariado la esencia de su comision.

Tampoco han tenido la prudencia por norma de sus operaciones; porque los consejos de la prudencia no pueden ser unos mismos en todos los individuos, sino que deben acomodarse a las circunstancias particulares en que cada uno se halla, i a los deberes a cuyo cumplimiento está ligado. La prudencia que se exije de un Plenipotenciario es distinta de la que se exije del Gobierno que representa, i la que se exije del Gobierno es distinta de la que se exije del lejislador, a cuyas disposiciones tiene el Gobierno que ceñirse. Suponiendo que las pretensiones de Chile en la presente contienda no estuviesen en conformidad con la opinion de los políticos i con el Derecho de Jentes. Irisarri no fué prudente en considerar las causas de la guerra, como las consideran los políticos i con arreglo a los principios moderados del Derecho de Jentes, sino como las han querido ver los lejisladores i el Gobierno de Chile, a quienes comprende bajo la denominacion jeneral de personas apasionadas.

Fijar las causas de la guerra, determinar los derechos de la Nacion chilena, establecer los principios de su política, eran atribuciones de la prudencia del Congreso i del Gobierno, que llenaron cumplidamente estos objetos en el decreto de la declaracion de guerra i en el ultimátum pasado al Ministro Olañeta. La prudencia de Irisarri debió circunscribirse a llevar adelante del mejor modo posible las pretensiones consignadas en estos documentos; porque la comision de un Ministro no es enmendar las imprudencias de los poderes supremos de quienes depende, sino realizar la política que ellos establecen, por imprudente i por apasionada que le parezca. El Ministro que no quiere ser instrumento de imprudencias i de pasiones, i que a estos vicios ve agregado el de una manifiesta injusticia, tiene el derecho espedito para no admitir la mision que se le confía; pero nada le autoriza para ser infiel a ella despues que ha echado sobre sí la obligacion de proceder con arreglo a los deseos i a los intereses de sus comitentes.

Si la comision de Irisarri hubiese tenido toda la amplitud que él pretende, no necesitaba haber ido al Perú para ejercerla; sin salir de Chile pudo pronunciar su inapelable fallo contra los abusos que nuestra Representacion Nacional i nuestro Gobierno habían pretendido sancionar. I lo pronunció sin duda en su corazon ántes que zarpase de Valparaíso la expedicion restauradora; porque el convencimiento de la justicia o injusticia de nuestra política no dependía en manera alguna de las operaciones de la campaña, sino de los actos escritos anteriores a ella. Irisarri miraba estos actos como resultado imprudente de la exaltacion de las pasiones, i estaba persuadido de la necesidad de que su prudencia se emplease en amoldar la cuestion al sentir de los políticos i a los principios moderados del Derecho de Jentes. Esta causa debía producir su efecto lo mismo en Arequipa que en la falda del Illimani o en los arenales de Sechura; lo mismo con la amistad que con la enemistad de los pueblos; lo mismo con abundancia que con hambre; lo mismo con Santa Cruz poderoso que con Santa Cruz débil. A la habilidad del negociador tocaba solo escojer la coyuntura i el caso no previsto, no para negociar, sino para determinar el lugar de la fecha de un tratado escrito desde Chile en su libro de memoria.

Mas, veamos si los principios de la política chilena merecen en efecto la sentencia condenatoria pronunciada en última instancia por este mero apoderado, trasformado suo jure en árbitro de nuestros derechos.


Las causas de esta guerra no pueden ser otras, dice fundadamente Irisarri, que las que se hallan consignadas en la ratificacion de la guerra, dada por el Congreso de Chile... Primera, amenazar el Jeneral Santa Cruz la Independencia de las Repúblicas Sud-americanas; segunda, haber consentido el mismo Jeneral Santa Cruz en que se formase en el Callao la expedicion de don Ramon Freire, hecha en buques de la República peruana; tercera, haber puesto preso el mismo Jeneral al Encargado de Negocios de Chile, "despues del suceso del Aquiles en el Callao." Estas últimas palabras escritas en letra bastardilla, no están contenidas en la declaracion de las Cámaras, son un desliz de la pluma, mui natural en un Ministro tan celoso por los intereses de su pais. Pero, en cambio, ha suprimido en la primera causa la frase detentador injusto de la soberanía del Perú con que el Con greso calificó al Jeneral Santa Cruz, indicando con este ejemplo lo que nosotros podíamos temer de su ambicion. No hai duda que este modo de estractar está mui de acuerdo con la prudencia i con la esencia de la comision de un Ministro de Chile.

Irisarri examina estas causas de la guerra con la misma candorosa buena fé que las estracta. He aquí los argumentos a que se reduce, en suma, esta dilatada parte de su folleto. Los temores que inspira un poder demasiado grande no son justas causas para la guerra. Luego no hai en favor de Chile mas que la expedicion de Freirei la prision del Ministro. Sobre lo primero no se pidieron esplicaciones, sino, por el contrario, se procedió a la toma de los buques que dió lugar a lo segundo. Mas, aun cuando no tenga valor esta falta de esplicaciones, ni las disposiciones conciliatorias del Jeneral Santa Cruz, Chile se ha vengado ya suficientemente de las injurias hechas, i por consiguiente, es justa la cesacion de la guerra.

Que no son fundados los temores que inspira un poder engrandecido por medios justos i lejítimos, i en cuyo ejercicio no se descubre tendencia a violar los derechos perfectos de otros pueblos, i que no entran, por consiguiente, estos temores en el número de las causas justificatias de una guerra, es un principio cuya verdad está fundada en los elementos mas obvios i vulgares de la justicia natural, i para cuyo apoyo no se necesitaba el hacinamiento de doctrinas que forma el vano lujo del folleto que refutamos. Irisarri ha podido prolongarlas i multiplicarlas hasta lo infinito, porque no hai publicista que no considere el última ratio regum como un remedio funesto a la humanidad i cuyo empleo no puede ser lícito sino cuando lo aconseja la necesidad mas imperiosa. Pero, si Irisarri hubiese encaminado la cuestion, no diremos con el espíritu que debe dirijir las investigaciones de un funcionario que se interesa por la honra de su Patria, sino con el espíritu de un hombre imparcial, hubiera encontrado que los mismos jurisconsultos, que tan bellas teorías suministran para la defensa del pacificador, cuando se aplican mal sus reglas, ofrecen tambien los principios mas luminosos para convencer de la justicia de las pretensiones chilenas. Irisarri vió, por ejemplo, que Vattel i Real i Bello, entre otros, miraban los temores por el engrandecimiento de un poder como malos pretestos para turbar la paz; pero, no vió o no quiso decir que había visto que Wattel i Real i Bello hablaban de un engrandecimiento lícito e inocente, i estaban mui léjos de estender esta doctrina a los casos en que se han recibido injurias del poder que se engrandece i existen visibles peligros de que ataque nuestra seguridad.

Vattel, en los párrafos siguientes al citado por Irisarri, se esplica en estos términos:

"La cuestion supone que no hemos recibido injuria de aquella potencia i por consiguiente, sería necesario fundarnos en que nos creíamos amenazados, para correr a las armas lejítimamente. Ahora bien, el poder solo no amenaza de injuria si no se le supone la voluntad.

"Es desgraciado para el jénero humano, que casi siempre se haya de suponer la voluntad de oprimir, en donde se halla el poder de hacerlo impunemente. Pero estas dos cosas no son necesariamente inseparables, i todo el derecho que da su union comun o frecuente es tomar las primeras apariencias por un indicio suficiente.

"Luego que un Estado ha dado pruebas de injusticia, de avaricia, de orgullo, de ambicion, de un deseo imperioso de dar la lei, es un vecino sospechoso del cual debemos guardarnos; cojerle en el momento en que va a recibir un aumento formidable de poder, pedirle seguridades i si vacila en darlas, precaver sus designios pot la fuerza de las armas...

"¿Esperaremos para evitar su ruina (la del Estado), a que ya sea inevitable? Si creemos con facilidad las apariencias, es culpa de aquel vecino, que ha dejado entrever diversos indicios de su ambicion. [7]

"Todavía es mas fácil de probar que si aquella potencia formidable deja penetrar las disposiciones injustas i ambiciosas, por la menor injusticia que haga a otra, todas las naciones pueden aprovecharse de la ocasion i reuniéndose al ofendido, juntar sus fuerzas para reducir al ambicioso, para ponerle fuera de estado de oprimir tan fácilmente a sus vecinos, o de hacerlos templar continuamente en su presencia. Porque la injuria da el derecho de proveer a la seguridad para lo venidero, quitando al injusto los medios de dañar; es permitido i aun laudable auxiliar a los pueblos oprimidos o injustamente atacados... Quizá no hai un ejemplo de que reciba un Estado un aumento de poder, sin dar a los demas justos motivos de queja; estén atentas todas las naciones a reprimirle, i no tendrán nada que temer de su parte. [8]"

Bello, en el mismo párrafo citado por Irisarri, se espresa así:

"Solo, pues, cuando una potencia ha dado pruebas repetidas de orgullo i de una desordenada ambicion, hai motivos para mirarla cómo vecino peligroso. Mas aun, entónces no son las armas el único medio de precaver la agresion de un poderoso Estado. El mas eficaz es la Confederacion de otros Estados que, reuniendo sus fuerzas, se hagan capaces de equilibrar las de la potencia que les causa recelos, i de imponerle respeto. Se puede tambien pedirle garantías, i si rehusase concederlas, esta negativa la haría fundadamente sospechosa i justificaría la guerra. Ultimamente, cuando una potencia da a conocer sus miras ambiciosas, atacando la Independencia de otra, o llevando la prosecucion de sus demandas mas allá de lo que es justo i razonable, es lícito a los demas despues de tentar los medios pacíficos, interponiendo sus buenos oficios, favorecer a la Nacion oprimida. [9]"

Mr. de Real, en el mismo párrafo citado por Irisarri, habla del modo siguiente:

"Si a la inquietud causada por el engrandecimiento de poder de un vecino, se une por una parte la muestra que el Príncipe ha dado de ambicion, i por otra el descubrimiento de alguna intriga contra nuestros intereses, podemos hacernos jubticia con las armas, lo mismo por una injuria comenzada que por una injuria recibida. ¿No tendría razon una ciudad, dice el orador griego, para tratar como enemigos a los que preparan máquinas de guerra para sitiarla? ¿ Debe esperar el momento en que ellos la asesten para batir sus murallas?... Si un hombre se dispone a atacarme, yo debo mirarle como enemigo, aun cuando no haya todavía lanzado el dardo ni disparado la flecha [10].

Irisarri ha tenido un particular estudio en no hacer mencion de estas opiniones, escojiendo precisamente en los autores que ha consultado aquellos pasajes que no tienen la mas remota aplicacion a la cuestion. Los publicistas están conformes, como ya se ha visto, en que un auentó de poder adquirido por medios justos i lejítimos, i que no envuelve peligros reales a la seguridad de otros pueblos, no da motivo para la guerra. Pero, ¿es acaso el poder del Jeneral Santa Cruz, fruto de la justicia i de la lejitimidad, i una adquisicion indiferente para la seguridad de sus vecinos? Esta es la cuestion que debió examinar Irisarri, i de la que ha huido como de un insecto venenoso.

No necesitamos repetir aquí las numerosas reflexiones en que hemos manifestado hasta la evidencia en varias ocasiones el reprobado oríjen del poder del Jefe boliviano, ni seguirle otra vez paso a paso en su carrera de perfidia, de ambicion i de horrores. Bástanos traer a la memoria que él quiso en su mediacion presentarse al mundo americano como el iris de las discordias del Perú, i que su mediacion no fué sino una tormenta deshecha; que entró en el territorio vecino por defender la autoridad del Presidente provisorio, i que la autoridad del Presidente provisorio ha desaparecido; que su mision aparente fué restablecer los derechos turbados por la guerra, i que en el Perú no hai derechos, puesto que no hai mas lei que la voluntad del autócrata; que el Perú era una nacion independiente antes de la intervencion, i que hoi no es sino una fraccion del vasto territorio sometido a la autoridad omnímoda del Protector. Por consiguiente, en este engrandecimiento ha habido injusticia, por que se ha violado la soberanía de una Nacion; avaricia i ambicion, porque se ha buscado i conseguido un ensanche monstruoso de mando; orgullo, porque el Jeneral Santa Cruz se jacta de que aquellos pueblos necesitaban de su direccion para su bienestar; deseo imperioso de dar la lei, porque para darla ha sido preciso intrigar, seducir, reunir i crear asambleas bajo el terror de las armas estranjeras, i pasar al puesto supremo por encima de cadáveres peruanos. Este es el caso en que todos los publicistas, i principalmente Vattel, el primero de todos, justifica la guerra; i este el caso en que se puede considerar a Chile i al Jeneral Santa Cruz; sin fijar todavía la atencion en los actos directos de aquel Jefe contra nuestra soberanía.

Estos principios se fundan cabalmente en la necesidad de conservar ese equilibrio que plugo a Irisarri calificar de pretendido en su defensa; este sistema, que hace mas de tres siglos es el tutelar de los derechos de las naciones europeas, no está circunscrito solamente a los pueblos del antiguo continente. Desde que las relaciones internacionales se estendieron entre ellos, desde que se enlazaron sus intereses, desde que la política empezó a romper los grillos de la ignorancia, fué preciso recurrir a un remedio contra las violaciones del mas fuerte, buscar un escudo que protejiese los derechos de los Estados. Este remedio i este escudo son indispensables donde quiera que haya pueblos colocados en las mismas relaciones que los europeos. Su objeto es disipar peligros i protejer derechos, i en cualquiera parte del mundo donde un aumento formidable de poder tenga lugar, es lícito a los que están espuestos a ser atacados por él implorar la conservacion del equilibrio político, i aun defenderle con las armas [11].

El continente americano no se diferencia en esta parte del continente europeo. Nosotros, del mismo modo que los europeos, podemos i debemos reprimir a un vecino ambicioso que se ha exaltado por la perfidia; que ha cometido una injusticia i puede cometer mil, difíciles talvez de reparar, si se le deja tranquilo; que ha satisfecho un objeto de su ambicion, i que debe de verse arrastrado por esa fiebre política a otras empresas semejantes; i en fin, que se hace dueño de grandes recursos que no solo le inspiran la tentacion de nuevos proyectos, si no le facilitan su ejecucion [12]. Irisarri, que parece curarse mas de consolidar su reputacion de celoso abogado de Santa Cruz, que de presentarse como hombre de buen sentido i de versacion en la jurisprudencia internacional, pretende establecer un símil entre la usurpacion de Santa Cruz i otras usurpaciones anteriores, cometidas tambien en el Perú. A este propósito dice: "Salaverry fué usurpador; un Gamarra dió a Salaverry el ejemplo de la sedicion deponiendo al Jeneral La Mar; el Congreso de aquel tiempo sancionó la sedición de Gamarra; i con todo eso, Chile no dijo de nulidad de estos Gobiernos, ni de los actos de aquel Congreso porque reconocía el principio de la no intervencion en los negocios políticos de otros paises." Irisarri protesta en su advertencia preliminar que no escribe para los diplomáticos, ni para los políticos, ni para los filósofos i nada manifiesta mas la verdad de su proposicion que la lójica empleada en el argumento que acabamos de referir. Escribe para los incautos i nó para prevenirlos contra los errores con que se les quiera sorprender, sino para estraviarlos; escribe para los ignorantes, i nó con el fin de ilustrar su ignorancia, sino con el de aprovecharse de ella para infundirles opiniones malignas; escribe para servir al Protector i, por consiguiente, no entra en la discusion a descubrir la verdad, sino a embrollar los hechos, a oscurecer los derechos, a emplear artificios pérfidos, a ofender la sana razon i a desmentir a su propia conciencia. ¿Ignorará que las dos usurpaciones que menciona no afectaron sino los negocios internos del Perú, i que no tienen punto de semejanza con la usurpacion de Santa Cruz, que destruyó la Independencia de aquella Nacion? Ignorará que el Congreso que sancionó una de aquellas usurpaciones no obedeció al influjo de un poder estranjero i que Huaurai Sicuani son creaciones arbitrarias de un ejército conquistador? Ignorará que si Chile no dijo ni pudo, ni debió decir de nulidad de actos que pasaron dentro de los límites de una nacion, puede i debe decir de nulidad de actos como la mediacion hipócrita de 1835 que, habiendo atacado la soberanía de un vecino, entra en la jurisdiccion del derecho internacional? Ignorará que el mismo principio de no intervencion, que hemos respetado siempre, no mezclándonos en los negocios interiores del Perú, ni de ningun otro pais, es el mismo que debe ponernos las armas en la mano contra el mas descarado de los interventores? No lo ignora; pero es preciso que aparente ignorarlo, porque solo con ignorancia i con mala fé se puede defender la justicia del homenaje rendido en Paucarpata a la gloria del usurpador del Perú i del enemigo de Chile. No lo ignora; porque él mismo ha hecho alarde de profesar estos principios ántes de sellar nuestra vergüenza. No lo ignora; porque aun cuando careciese de conocimientos anteriores a la redaccion de su defensa, bastábale haber consultado los publicistas cuyas opiniones acumula, para saber que no solo es lícito atacar a Santa Cruz poderoso, sino que lo hubiera sido aun cojerle en el momento que iba a recibir un aumento formidable de poder, pedirle seguridades, i sí vacilaba en darlas, precaver sus designios por la fuerza de las armas i que, no solo es lícito para la nacion amenazada, sino que lo es para todas las naciones que, segun las diversas autoridades citadas, pueden favorecer a la nacion oprimida, aprovecharse de la ocasion i reuniéndose al ofendido, juntar sus fuerzas para reducir al ambicioso, para ponerle fuera de estado de oprimir tan fácilmente a sus vecinos, o de hacerlos temblar continuamente en su presencia.

Todo esto es lícito, toda esta estension tienen los derechos que da a los pueblos un poder adquirido con injusticia, ejercido con perfidia i ensanchando con ambicion. I estos derechos son incuestionables aun cuando el injusto, el pérfido, el ambicioso no haya irrogado un agravio directo, puesto que, como dice Vattel, en uno de los pasajes ántes copiados, la cuestion supone que no hemos recibido injuria de aquella potencia. Pero este no es precisamente el caso de Chile, sino todavía mas grave; porque no solo militan en nuestro favor los atentados cometidos por el Jeneral Santa Cruz para hacerse dueño del Perú, sino un ataque directo i alevoso contra la seguridad de esta República.


Irisarri, que se ha propuesto no mirar nada en nuestras desavenencias con Santa Cruz, sino por el prisma de la Confederacion, no quiere dar a la perfidia cometida en la expedicion de Freireotro valor que el de una injuria pasajera, que queda deshecha con una satisfaccion, como una falta leve de cortesía. De este principio parte para echarnos en cara nuestra temeridad en la declaracion de la guerra, i hacer el contraste de nuestra conducta con la que observó la Inglaterra a principios del siglo pasado, en un caso en cuya relacion es Irisarri tan inoportuno como inexacto.

Recordarán nuestros lectores que aludimos a la prision del Conde de Gyllemberg, Embajador de Suecia en Lóndres, decretada por el Gobierno británico, a consecuencia de haberse descubierto un proyecto de auxiliar al Pretendiente con un ejército sueco. Las Provincias Unidas, por una amistad mal entendida con el Rei de la Gran Bretaña, prendieron tambien al Ministro sueco, Gortz, que se hallaba en la Haya i que era el autor del proyecto en favor del Pretendiente, i a otro Gyllemberg, secretario de Gortz; i el Rei de Suecia, por represalia, prendió en Estocolmo al Ministro residente de Inglaterra, i prohibió al de los Estados Jenerales que se presentase en su corte.

En primer lugar, Real refiere este ejemplo, no al hablar de lo que se debe a la dignidad de las naciones, sino cuando trata de lo que se debe a la independencia de los Ministros públicos; i ciñe su relacion a los hechos que afectan esa in dependencia, sin entrar en todos los pormenores i antecedentes del proyecto sueco. Por consiguiente, la relacion de Real no es aplicable a la expedicion de Freire. Pero Irisarri, que andaba a la caza de autoridades, para suplir el esplendor de la verdad i del raciocinio con el oropel de una erudicion intempestiva, se apoderó de la historia de Gyllemberg como de una piedra preciosa; la sacó de la seccion de las inmunidades de los Ministros públicos, i la colocó en la que se contrae a la justicia e injusticia de las causas de la guerra. Era preciso un relumbron mas, aunque no estuviese en armonía con el resto de la presea a que se destinaba.

En segundo lugar, aunque la Gran Bretaña i Suecia no estaban en guerra abierta, existían entre ámbas graves motivos de desaveniencia, orijinados por agravios del Rei Jorje a Cárlos XII, que hacen a los historiadores disculpar en alguna manera el proyecto del segundo en favor del Pretendiente [13].

La expedicion de Freire es un ataque pérfido hecho en medio de la mas perfecta armonía, i que no sería susceptible de disculpa, aun cuando Irisarri fuese el historiador.

En tercer lugar, Real, lejos de mencionar el ejemplo para recomendar la moderacion del Gobierno inglés, no lo menciona sino para acusarle de una doble violacion, de que se quejaron todos los Ministros estranjeros que había en Lóndres; pues, no solo puso preso al Embajador sueco, sino que ántes sacó del correo i abrió la correspondencia que le venía de su corte [14].

En cuarto lugar, la expedicion sueca que debía auxiliar al enemigo de Jorje no era mas que un proyecto, i la expedicion de Freire ha sido un hecho.

En quinto lugar, aunque la cuestion orijinada por la prision del Embajador sueco terminó por la mediacion del Duque de Orleans, no por eso quedaron en perfecta intelijencia Jorje i Cárlos; pues, el mismo Gortz, despues de puesto en libertad, estuvo siguiendo negociaciones para una liga entre la Suecia i la Rusia contra la Gran Bretaña. Estas i otras circunstancias han hecho que la muerte de Cárlos XII aparezca en la historia como un acontecimiento feliz para el Rei de Inglaterra; pues, a consecuencia de ella se sometió la Suecia a las miras del Gobierno británico [15]. Que se someta el Gabinete de la Confederacion a las justas demandas del Gobierno de Chile, i no tendrá Irisarri que echar ménos en la presente contienda a su prudente Jorje I.

Irisarri, como que se maravilla de que estas demandas no fuesen entabladas ántes de la toma de los buques en el Callao, al recordar con todo el colorido que distingue las adulaciones de los servidores mas fieles del Protector, las quejas de este Jefe con relacion a aquel suceso. Quisiéramos que Irisarri nos esplicara que publicista establece el deber de pedir esplicaciones ántes de separar la espada del enemigo que está levantada sobre nuestro cuello. Sabemos que ha salido Freire del Callao, cuando ya la expedicion de conjurados se halla enfrente de nuestras costas i próxima a apoderarse de la provincia de Chiloé. Sabemos que los buques en que viene son de la Armada de Santa Cruz; que los pertrechos que trae son de los almacenes de Santa Cruz; que le han servido de auxiliares ajentes de Santa Cruz. ¿Dejaremos que salgan otros buques, otros útiles de guerra i otros enemigos del mismo puerto de donde han salido los primeros? ¿Hai alguna razon que pruebe que no se emplearían en auxiliar a los rebeldes otras naves que pertenecían al mismo Gobierno, i que tenían el mismo pabellon que la Monteagudo i el Orbegoso? ¿Existe algun principio que solo nos autorice para atacar al enemigo en Chiloé, i que nos impida tomarle los recursos que posee de reserva para continuar con éxito las hostilidades? ¿Perderemos en contestaciones con Santa Cruz unos momentos preciosos que debemos emplear en apagar el incendio que debe propagarse en la República? [16] Solo en el caso de que se pueda contestar afirmativamente a estas preguntas, es lícito suponer a Chile despojado del derecho de apoderarse de la Santa Cruz, el Arequipeño i la Peruviana.

Despues de este acto de defensa propia, despues de este acto de hostilidad contra Freire, i que no resulta hostil contra el pacificador, sino por haber querido S.E., que su Armada i la de nuestros conjurados enarbolasen una misma bandera; despues de este acto, arreglado a los principios mas conocidos de la lei natural, Santa Cruz pone preso a nuestro Enviado, es decir, corresponde con un agravio a un esfuerzo por nuestra conservacion, contesta con una infraccion escandalosa al ejercicio de un derecho inconcuso. Vuelva a recordar Irisarri su ejemplo de Jorje I, i considere que hubiera dicho Real del suceso de un Ministro que, como el señor Lavalle, no había dado en su conducta el menor motivo de censura, cuando declara al Gobierno inglés infractor del Derecho de Jentes, en las providencias tomadas contra un promotor de la guerra civil, como el Conde de Gyllemberg.

Despues de sofocada la rebelion fué ya cuerdo entenderse con Santa Cruz. Segun todas las doctrinas de los publicistas, el engrandecimiento injusto e ilejítimo del poder de Santa Cruz, nos daba por sí solo derecho para la guerra; pero ya no era el caso de un poder injusto e ilejítimo, que se presenta con un aspecto amenazador, sino de un poder pérfidamente empleado contra nuestra propia seguridad, i de quien se debe decir que nos empezó a hacer la guerra sin declaracion, mas bien que darnos derecho para declarársela. Sin embargo de que debimos considerar rota la paz desde esa villana hostilidad, se agotaron por parte de Chile todos los recursos amistosos i no corrimos a las armas hasta que los ensayos de muchos meses persuadieron hasta la evidencia que no era la voluntad del Pacificador acceder a nuestras justas demandas.

Según se colije del folleto de Irisarri, estas demandas debieron circunscribirse a exijir una satisfaccion. Satisfaccion se exije cuando no se trata sino de una ofensa hecha al honor. Cuando la ofensa envuelve perjuicios reales, es necesario satisfaccion i reparacion. Cuando no solo envuelve perjuicios sino peligros, es necesario exijir satisfaccion, reparacion i garantías de seguridad. ¿Qué lograríamos con que el Protector nos satisfaciese, si le dejábamos en aptitud de engañar nuevamente nuestra confianza, repitiendo un atentado como el de Julio de 1836? La satisfaccion sin la imposibilidad de dañar ulteriormente, no salvaba en manera alguna los graves intereses que Chile veía comprometidos, i no obteniéndose prácticamente esta imposibilidad, única garantía que puede dar un enemigo alevoso, era indispensable conseguirla por las armas [17].

Era indispensable declarar una guerra cuya justicia estaba apoyada no solo en la preponderancia adquirida por el Protector, con una injusta violencia, con perfidia i con ambicion, sino en la mas grave injuria que se puede hacer a un Estado, que es alentar sus súbditos al trastorno de las autoridades i de las instituciones [18].

Pero, ¿a qué estas esplicaciones cuando Irisarri está tan al cabo como nosotros de la justicia de nuestra causa i de la gravedad de las ofensas hechas por el Pacificador? La descarada afectacion con que quiere presentarse como un hombre nuevo a la discusion de estos negocios, no le servirá jamas de escudo contra sus conciudadanos ni contra su propia conciencia. El ha visto, como nosotros, la incesante ajitacion en que quedó nuestra Patria despues del fuerte sacudimiento que debió a la perfidia del Protector; él ha visto, como nosotros, rota entónces por primera vez la tranquilidad de siete años; él ha visto, como nosotros, amenazada, desde entónces la vida de Portales por el puñal que al fin le asesinó; i él ha visto, mejor que nosotros, manchado con sangre el cadalso político de Chile, al cabo de tantos años de revolucion, por la semilla que dejó la invasion de Chiloé en el territorio de la República.

Mas, apesar de sus conciudadanos i de su conciencia, estos recuerdos son nada para el espantadizo Ministro, que se horroriza de los males de la guerra, por lo que perjudican a Chile i al Perú, i por lo que perjudican a los neutrales; i considerando ya satisfecha la injuria con la venganza que hemos tomado, decreta la cesacion de las calamitosas hostilidades. ¡Abogado de Santa Cruz! Abogado de todos los intereses, ménos el del honor i seguridad de tu Patria! ¿Puedes decir que están vengadas las injurias sin acompañar tus palabras con la amarga sonrisa de la ironía? ¿Venganza llamas el dispendio infructuoso de nuestros caudales? ¿Venganza la trasformacion de una guerra en un paseo vergonzoso? ¿Venganza la retractacion intempestiva de nuestros principios? ¿Venganza los auxilios dados al Protector para que combata a los arjentinos, que, defienden la misma causa que nosotros?

¿I quién ha investido a Irisarri del derecho de trazar la línea en donde debe terminar la guerra i principiar la paz? ¿Quién le ha dicho que Chile no puede continuar las hostilidades hasta realizar las demandas que han dado motivo a ellas, aun cuando tarde años enteros en obtener esta realizacion? [19] Estos medios de defensa presentan un fenómeno de que talvez no ofrece ejemplo la historia. El Ejecutivo consulta al Consejo de Estado para fijar la marcha política que conviene al Gabinete en la crítica situacion en que nos había puesto la perfidia del Gobierno Protectoral; auxiliado por el voto unánime del Consejo, solicita de las Cámaras las resoluciones necesarias al efecto; i las Cámaras, tambien unánimes, declaran la guerra al usurpador del Perú. Esta guerra, segun los principios fijados por los poderes constitucionales, no podía cesar sino cuando se obtuviesen satisfacciones, reparaciones i garantías, para todo lo cual tenía Chile un derecho incuestionable, segun se ha visto en las doctrinas fijadas, no solo por la expedicion de Freire, sino aun sin mediar mas causa que el aumento injusto e ilejítimo del poder de Santa Cruz. Pero las providencias dictadas por las autoridades mas respetables que tiene una nacion, i con la mayor solemnidad que reconocen la ciencia administrativa i la lejislacion del pais, han sido completamente desvirtuadas, porque no han cuadrado al modo de pensar de un ajente subalterno. Poder Ejecutivo, Consejo de Estado i Poder Lejislativo, han visto caer por tierra las resoluciones tomadas despues de maduro exámen i detenidas discusiones, sin mas motivo que no haber obtenido el como se pide en el tribunal inapelable de don Antonio José de Irisarri. ¡Este es el colmo del escándalo!

En vano será objetar a este funcionario que, o no debía haber admitido la comision o admitida que fué, estuvo en la inescusable obligacion de ser un fiel ejecutor de las órdenes de su Gobierno, de obrar conforme a la política adoptada i a las intenciones manifestadas por su Gabinete [20] i de conducirse como un buen ciudadano, mirando como justa la causa de su patria, aun cuando la justicia fuese dudosa i no palpable, como lo es en la guerra que tiene el santo objeto de defender nuestros derechos de seguridad. [21] Todo esto es completamente inútil. Irisarri vive hoi bajo las alas protectorales del Gobierno clásico de las injusticias i de las usurpaciones, i no habrá derecho que no conculque ni autoridad que no se arrogue.


Creemos haber absuelto la obligacion que nos impone la refutacion de la primera parte del folleto de Irisarri, despues de haber demostrado: 1.° que no llegó el caso difícil de prever en que el Gobierno permitía algun exceso o contravencion de las instrucciones; 2.° que habiéndose referido la autorizacion del Gobierno a alguna cosa que excediese de las instrucciones o las contrariase en materia importante, no era lícito a los Ministros infrinjirlas del todo; 3.º que aunque esta limitada autorizacion anulase las instrucciones, i dejase a los negociadores en aptitud de obrar solo segun los consejos de la prudencia i segun lo que exijía la esencia de la comision, ellos no han sido prudentes, puesto que la prudencia de un Ministro no consiste sino en proceder segun las instrucciones de su Gobierno, ni han correspondido a la esencia de su comision, puesto que no han alcanzado la satisfaccion de las demandas que ella tenía por objeto realizar; i 4.º que aun cuando la prudencia i el fiel desempeño de una mision diplomática permitiesen a un Ministro enmendar la plana a los poderes supremos de su nacion, cuando creen que han cometido algun error, en el presente caso no se ha errado sino se ha procedido con arreglo a los principios de la mas rigorosa justicia, porque los recelos que inspira el engrandecimiento injusto e ilejítimo de un poder turbulento i alevoso, son suficientes motivos para la guerra, segun la opinion de los mas acreditados jurisconsultos; porque ademas de estos recelos, Chile ha recibido una injuria que ha afectado su honor, sus rentas i su seguridad, i que, por consiguiente, no se remedia solo con satisfacciones, sino con satisfacciones, indemnizaciones i garantías que no se han querido conceder, apesar de haberse pedido ántes de la guerra; i porque esta falta de satisfacciones, indemnizaciones i garantías, no está subsanada con esa que Irisarri tiene la desenvoltura de llamar venganza, sin duda por sazonar con una punzante burla los abusos i la arbitrariedad con que ha correspondido a la confianza de su Gobierno. El negociador de Paucarpata no funda su autorizacion para las estipulaciones del 17 de Noviembre sino en las proposiciones contrarias a las cuatro consecuencias que dejamos establecidas; por consiguiente, se debe concluir que no tuvo semejante autorizacion.

Entremos ya en el exámen del tratado, de ese tratado que se presenta como la hipérbole del favor de la fortuna i como el monumento mas solemne de las glorias de Chile, cuando no ha sido sino el abandono de nuestros derechos i el padron de nuestra vergüenza; de ese tratado de que Irisarri se apresura a declararse autor esclusivo, arrebatando a su Patria el Sambenito con que le espera, para calárselo por sus propias manos, como Napoleon i Cárlos XII arrebataron la corona al sacerdote i se la ciñeron por sí mismos. A imitacion de un personaje de Virjilio, yo soi, nos grita, yo soi quien lo hice; volved contra mí vuestros aceros, oh Rútulos!

Me me adsum qui feci: in me convertite ferrum.

Oh Rútuli!...

Pero Irisarri está en Arequipa i los Rútulos al sur del desierto de Atacama. Hé aquí una manera mui cómoda de imitar a un héroe de epopeya.

El artículo 1.° contiene, en concepto de Irisarri, una sola palabra "que no veamos estampada en todos los tratados de paz." Convenimos desde luego con él, sin necesidad de ocurrir a la opinion de Vattel, porque basta para ello la razon natural, en que cuando se hace un tratado de paz, se olvidan por una i otra parte las quejas i se promete no hacer ninguna reclamacion sobre lo ocurrido en el curso de las desavenencias. Pero la cuestion que debió examinar Irisarri no era ésa, sino si sería justo, decente i racional tratar con Santa Cruz diciendo, habrá paz perpetua i amistad entre la Confederacion Perú Boliviana i la República de Chile. Que la República de Chile haya dicho no puedo existir segura, existiendo la Confederacion; que haya fundado la guerra en esta declaracion arreglada a los principios mas claros del Derecho de Jentes; que haya insistido en ella con toda la enerjía que debe inspirarle el convencimiento de su justicia; i que de improviso salga no solo consintiendo en la existencia de la Confederacion, sino declarándose su amiga, es una inconsecuencia vergonzosa en que nunca haría incurrir a su Patria un Ministro que se interesase en su honor. Lo que debió examinar Irisarri no fué lo que debía estipularse haciéndose la paz con la Confederacion, sino si se debió o nó hacerse la paz con ella. Esta paz perpétua, esta protesta de amistad es el reconocimiento mas solemne que se puede hacer del mismo Estado cuya disolucion hemos exijido como única garantía de seguridad.

Por otra parte, empleando el mismo argumento que emplea nuestro Presidente en su exposicion de motivos, ¿qué derecho tenemos para reconocer en Bolivia una condicion que ella misma desconoce, puesto que aun no ha aceptado la federacion; sin embargo de haber tenido reunido un Cuerpo Lejislativo despues del pacto de Tacna? ¿Cómo reconocemos lo que no han reconocido tampoco por el órgano de sus representantes las dos fracciones en que se ha dividido el Perú, que todavía no han tenido asambleas deliberantes despues del mismo pacto? ¿Cómo reconocemos lo que el mismo Santa Cruz declara que no existe, puesto que publica un decreto en que, confesando que ha quedado sin efecto el pacto de Tacna, manda reunir en Arequipa otro Congreso de Plenipotenciarios? [22] El negociador de Paucarpata que se jacta de haber cubierto de gloria a su Nacion, la ha querido, pues forzar no solo a cometer la humillante contradiccion de reconocer un cuerpo político en cuya existencia no había querido convenir, sino hasta la inaudita bajeza i repugnante injusticia de contrariar los votos de uno de los miembros de la pretendida Confederacion, i de adelantarse a los votos de los otros dos miembros i a los del mismo Pacificador.

¡Pueblo vil! parece que Irisarri dijo a Chile recibiendo las credenciales de su Gobierno: pueblo vil, yo te haré expiar el crímen de haberme abrigado en tu seno, de haberme colocado entre tus primeros funcionarios, i de haberme colmado de honores. ¡Pueblo vil, tú has tenido la insensata temeridad de espresar por el voto unánime de tus representantes la invariable resolucion de negar tu aquiescencia i aun de oponerte al poder adquirido por un conquistador ilustre. Pues, yo te haré prestar tu humilde consentimiento, no solo a los hechos ya existentes sino aun a lo que todavía no existe, a lo que no es mas que un proyecto que hierve en el cerebro profundo de ese que llamas Usurpador. El artículo primero del tratado pudiera equivocarse con el cumplimiento de esta maldicion.

El artículo segundo está concebido en estos términos:

"El Gobierno de la Confederacion reitera la declaracion solemne que tantas veces ha hecho de no haber jamas autorizado ningun acto ofensivo a la Independencia i tranquilidad de la República de Chile, i a su vez el Gobierno de ésta declara que nunca fué su intencion, al apoderarse de los buques de la Confederacion, apropiárselos en calidad de presa, sino mantenerlos en depósito para restituirlos, como se ofrece a hacerlo en los términos que en este tratado se estipula."

Hé aquí a lo que quedan reducidas todas las demandas relativas a satisfacciones, reparaciones i garantías de seguridad que Chile tenía el mas lejítimo derecho para entablar, despues de la alevosía manifestada por el Jeneral Santa Cruz en la expedicion de 1836. Por de contado, en cuanto a reparaciones i garantías no dice una sola palabra, i en cuanto a satisfacciones, todo ello está reducido a la simple reiteracion que hace Santa Cruz de la negativa de haber jamas autorizado ningun acto ofensivo a la Independencia i tranquilidad de la República de Chile. I como el Protector no ha negado jamas que autorizó la prision del señor Lavalle, resulta naturalmente que este atentado no entra en la reiteracion, ni por consiguiente, entre los actos ofensivos a la Independencia i tranquilidad de Chile; o lo que viene a ser lo mismo, los Plenipotenciarios de chilenos confiesan tácitamente lo que no se ha atrevido todavía a pretender el mismo Santa Cruz; esto es, que la prision de un Ministro chileno es un acto lícito por la lei de las naciones a la omnipotencia del Presidente de Bolivia.

La pretendida satisfaccion no se contrae mas que a la expedicion de Freire; pero aun en este punto no es mas que pretendida, porque una simple negativa, sin promesa de castigar a los ajentes subalternos que auxiliaron al rebelde de Chiloé, o a lo ménos sin alguna esplicacion que disculpe su crímen, i una simple negativa que ni siquiera envuelve el ofrecimiento de tomar providencias para que no se repitan en lo sucesivo iguales atentados; es mas que satisfaccion una mofa impudente con que se contesta a las quejas mas justas que han arrancado las profundas heridas hechas al honor de la República. ¡Pues qué! ¿El poder de Santa Cruz es tan superior en jerarquía a todos los Estados del continente, que se desdeñe de observar con ellos la misma conducta que observan todas las naciones i la que acaba de observar con Chile uno de los primeros Gabinetes del mundo? El lector conocerá que aludimos a la contestacion dada por el Gobierno Británico a la reclamacion del nuestro, a consecuencia de haber sido conducido Santa Cruz, durante la guerra, a bordo de la fragata de guerra inglesa Harrier desde el Sur del Perú al puerto del Callao. El Gobierno de S.M.B., segun el derecho público de Irisarri, debía contentarse con negar que había tenido parte en el hecho. Pues, no es así; su justificacion le hace pasar mas adelante. Manifiesta el sentimiento que le ha causado el que un oficial de la marina haya cometido un acto incompatible con la neutralidad. I no se contenta con sentirlo, sino que disculpa en algun modo al oficial, espresando que su falta ha provenido de inadvertencia i equivocacion en el desempeño de sus instrucciones. I no se detiene todavía en la espresion de su sentimiento i en la disculpa, sino que asegura que dará inmediatamente órdenes para impedir la repeticion desemejante ocurrencia [23] i haciendo esto S.M.B. por un suceso como el de la Harrier, ¿S.M. Boliviana cree envilecerse ron manifestar por mera civilidad una sombra de dolor por la alevosa acometida de Freire i con protestar que redoblará su vijilancia para que no se repita en lo sucesivo? ¡Oh, vergüenza! ¿I esto se ha hecho con el acuerdo, con el regocijo del Ministro de Chile? ¡Nos hace reconocer en un ambicioso comun, derechos que ni la misma Gran Bretaña cree tener sobre nosotros! ¡Esta es la gloria que nos ha conquistado el apóstol de nuestra humillacion!

Esto, en concepto del tutor de Chile, es no solo suficiente para lo que nosotros merecemos, sino mucho mas de lo que teníamos derecho para exijir. "El artículo segundo, dice el manifiesto de Irisarri, está de mas en un tratado de paz que se hace despues de una guerra en que la parte que la declaró, en venganza de sus agravios, causó a su contrario las hostilidades que podían juzgarse suficientes para quedar satisfecha." Mas arriba hemos espresado ya la clase de venganza que hemos tomado con una guerra en que se han canjeado mas parlamentarios que balas. Esta venganza, es decir, la pérdida de nuestro honor, la contravencion a nuestros compromisos, el menoscabo de nuestros intereses, hace superabundante el artículo de la satisfaccion aun en los términos mezquinos en que está concebida. I tan superabundante, que habrán observado nuestros lectores que hasta en la redaccion del artículo tuvo nuestro Ministro un cuidado especial en poner a Chile de peor condicion que a Santa Cruz. "El Gobierno de la Confederacion, dice el testo, reitera la declaracion solemne que tantas veces ha hecho, etc." I a su vez el Gobierno de Chile declara que nunca fué su intencion, etc." Lo que naturalmente debió ocurrirse a cualquier redactor, fué decir de Chile lo mismo que se dice de la Confederacion. Si esta reitera la declaracion solemne que tantas veces ha hecho el otro, a su vez, debió reiterar la declaracion solemne que tantas veces ha hecho tambien. Pero Irisarri ha mirado como un crímen elevarnos hasta la altura de la gran Confederacion Perú-Boliviana, i así es que, cuando a ésta no le hace declarar nada de nuevo, puesto que solo reitera lo que tantas veces ha declarado solemnemente, a nosotros nos obliga a declarar por primera vez lo que estamos repitiendo sin cesar hace dos años con no ménos solemnidad, esto es, que los buques solo se tomaron con intencion de conservarlos en depósito. La Confederacion no ha necesitado de la guerra para ser leal i justa; nosotros no hemos hecho declaracion del verdadero espíritu de nuestras operaciones, hasta que el terror que inspiraba el poder de Santa Cruz nos hizo dejar de ser falsos i fementidos. ¿I todavía quiere el negociador que demos las gracias por su prodigalidad en regalarnos el artículo segundo?

El artículo 3.º estipula que los tres buques tomados por el Aquiles en el Callao, serían devuel tos a la Confederacion a los ocho dias de firmado el tratado. El Jeneral recordó despues que el Arequipeño i la Santa Cruz, que se hallaban en Quilca, le eran necesarios para el trasporte del Ejército a Valparaíso. Hizo esto presente al Pacificador, despues de firmado el tratado, i obtuvo por gracia el retenerlos hasta que la expedicion hubiese vuelto a Valparaíso. Esta circunstancia feliz nos ha salvado que tenga cumplimiento este artículo. ¿Qué autoridad tuvieron los Ministros de Chile para negociarlo? Lo ignoramos. Irisarri piensa ponerse a cubierto, diciendo "que el artículo 3.° contiene lo que el Gobierno de Chile había ya dicho repetidas veces, que los buques tomados a su contrarío, ántes de declararse la guerra, le serían devueltos cuando se hubiesen arreglado sus diferencias."

¿Pero, quién le ha dicho a Irisarri que las diferencias estuvieran arregladas luego que él firmó las estipulaciones de Paucarpata? ¿No sabe que ese documento no era tratado, miéntras no obtuviese la ratificacion del Gobierno de Chile, i que miéntras no fuese tratado no podía pasarse a la ejecucion de sus cláusulas? ¿No sabe que entregar los buques ántes de la ratificacion era hacer ilusoria, con respecto a este artículo, la facultad que tiene el Gobierno de no ratificar? ¿No sabe que cruzar las determinaciones de un Gobierno es cometer una terminante infraccion de sus deberes, i hacerse reo de infidelidad? ¿No sabe que la infidelidad mas vergonzosa es la de los Ministros, i que los Ministros infieles, no solo deben ser repelidos del gremio ilustre de los funcionarios diplomáticos, sino hasta de la misma sociedad? [24] Si no lo sabe bien, lo pudo estudiar en mil autores i particularmente en Real, a quien se contrajo con tanto teson para desfigurar sus doctrinas, i desfiguradas, convertirlas en capítulos de acusacion contra su Patria.

Otra razon que da Irisarri para que nos demos por satisfechos con el artículo 3.º, es que sus palabras "están recordando a todo el mundo que Chile se queda con la fragata Monteagudo, con el bergantín Orbegoso i con la corbeta Libertad." Por esta indicacion debemos estar convencidos de que en estos tres buques se nos ha hecho un regalo: "la Libertad era forzoso devolverla, aun cuando no se nos reembolsasen las sumas invertidas en ella; el Orbegoso i la Monteagudo no son nuestros apesar de haber sido declaradas presas lejítimas por los tribunales competentes. Esta declaracion forma en derecho un título tan legal de propiedad como la compra; de manera que, según la jurisprudencia de Irisarri, tambien nos ha hecho un distinguido favor en no entregar a Santa Cruz el resto de nuestra Escuadra. |Oh bienhechor de Chile! ¡Protector celoso de nuestros derechos! ¡Nuestra gratitud a tus bondades será eterna! ¡Caigan sobre tí las bendiciones de tu Patria, puesto que con tan buenas disposiciones para humillarnos i perjudicarnos mucho mas, te contentaste con las humillaciones i los perjuicios de Paucarpata...!


El artículo 4.º, que señala el plazo para el reembarco del Ejército, hace decir a Irisarri: "no sé si algún crítico habrá encontrado en este artículo alguna cosa que ofenda los intereses chilenos." Hizo mal en abrigar esta duda, porque si conocía, como no podemos dudarlo, el valor de cada una de las estipulaciones de su célebre tratado, debió penetrar que esta cláusula presentaba un blanco mui visible, no solo a la censura de los críticos, sino tambien a la indignacion de los amantes de Chile i del crédito del Gobierno que lo representa en el estranjero. El reembarco de las tropas con el plazo de seis dias no puede ser objeto de un tratado de paz; porque un tratado de paz, como cualquiera otro tratado, no puede ejecutarse sin que preceda el canje de las ratificaciones. El vicio en esta parte es el mismo que afea el artículo anterior, que promete la entrega de los buques ántes que el Gobierno de Chile preste su consentimiento.

"Es preciso salvar el Ejército," se contestará a esta reflexion. Nos encargaremos de examinar el asunto en la tercera parte de nuestro escrito; pero ahora no podemos ménos de observar que para la salvacion del Ejército no era menester un tratado de paz; bastaba una capitulacion, a la que, en toda forma i derecho, corresponde el artículo cuyo análisis nos ocupa; una capitulacion aunque vergonzosa, hubiera tenido la ventaja de no comprometer mas que a sus autores, sin poner ni por un instante en duda las puras intenciones del Gobierno de Chile, respecto de los pueblos que forman la Confederacion, ni su entereza en sostener una política de cuya justicia ha hecho las mas solemnes i reiteradas manifestaciones. La ignominia de una capitulacion no recaería sino sobre el negociador que estipula, nó en virtud de las órdenes de su Gobierno, sino en vista de las circunstancias en que se encuentra. La ignominia de un tratado no puede recaer sino sobre el Gobierno, cuyos Plenipotenciarios tienen que sujetarse a las reglas que les han sido prescritas, i en quienes no es mui fácil suponer el temerario arrojo de mirar como un papel de estraza las instrucciones que determinan los sagrados deberes a cuyo cumplimiento están ligados. Miéntras no se publicó el decreto de desaprobacion del tratado, el honor de Chile fué un problema para el mundo; i el Ministro que pone en problema por un solo momento el honor de la potencia a quien sirve, da sobradamente que censurar a los críticos i de indignarse a los patriotas.

En cuanto al artículo 5.º, la política seguida en los actos del Gobierno i en las publicaciones de su periódico oficial, presenta pruebas bastante satisfactorias de que el objeto de la guerra no ha sido nunca arreglar mezquinos intereses mercantiles. Todo lo que a este respecto se ha deseado es que Chile goce de los derechos de las naciones mas favorecidas, sin que se le hostilice directamente con esclusiones odiosas u ofensivas. No impugnaremos, pues, las observaciones inoportunas, aunque exactas, que se hacen por Irisarri para probar que un tratado de paz no podia encargarse de los arreglos mercantiles, que son objeto de un tratado de comercio, pero no podemos ménos de inculcar en las reflexiones que hemos hecho otras veces sobre la interpretacion ambigua de que son susceptibles las palabras, como de la nacion mas favorecida. Nada importa que al Jeneral Blancose le hubiese declarado verbalmente por el Pacificador, que esta frase comprendía la derogacion de los derechos espedidos en odio a los intereses de Chile; porque no es una declaracion verbal, sino la estipulacion escrita la que establece la obligacion. El Jeneral Santa Cruz pudo terminar su gloriosa existencia de resultas de alguno de los banquetes con que se celebró nuestra humillacion; i ¿nos hubiera sido dado evocar la augusta sombra de S.E. para que nos esplicara un misterio encerrado con él en el sepulcro?

En el artículo 6.° se obliga el Gobierno de Chile a interponer sus buenos oficios para conseguir que se negocie un tratado de paz entre el Gobierno Protectoral i el de las Provincias Arjentinas. Esto, en concepto de Irisarri, "prueba que los Plenipotenciarios de Chile no se olvidaron de los intereses del Gobierno arjentino, cuando trataban de arreglar los chilenos"; i en el nuestro, es un testimonio irrefragable de que el director de la negociacion no solo adolecía de falta de patriotismo i de respeto a la autoridad suprema a quien servía, para comprometer el honor de Chile, i contrariar abiertamente los principios adoptados por su Gobierno, sino tambien carecía del tacto político con que un hábil negociador hubiera procurado disminuir la fealdad de sus procedimientos. O suponía Irisarri que existía algun compromiso entre el Gobierno de Chile i el de las Provincias Arjentinas, o no los creía ligados por ningun jénero de vínculos. Si suponía lo primero, debía conocer que era indigno de la noble consecuencia que debe distinguir los actos de un Gobierno el comprometerse para destruir a un adversario comun, i convertirse repentinamente el neutral mediador entre el enemigo i el amigo. Esto es andar la mitad del camino que establece el derecho entre la amistad i la enemistad; i como un Gobierno que se dice neutral, está en libertad de declararse por uno de los dos belijerantes, con un paso mas, lícito segun todos los principios del Derecho de Jentes, Chile, ya neutral, pudo celebrar un tratado de alianza con la Confederacion Perú- Boliviana, i constituirse en enemigo de sus antiguos compañeros de armas. Si, por el contrario, no creía Irisarri que existiese compromiso alguno entre Chile i las Provincias Arjentinas, ¿qué necesidad había de negociar el artículo 6.º?

Por otra parte, la promesa de mediar contenida en este artículo, produce una inmoral irrision, si se compara con los procedimientos posteriores. La conducta del negociador chileno se puede compendiar en esta alocucion: "¡Arjentinos! Mi celo por vosotros es tan grande, que no me olvido de vuestros intereses cuando negocio sobre los de mi Patria. Os prometo que mi Gobierno os hará estrechar la diestra con la del magnánimo Pacificador. Pero como esta mediacion puede tardar i puede no realizarse, porque es preciso que la promesa sea ratificada por el Presidente de Chile; por lo que pudiera suceder, dejo al Protector una buena porcion de caballos, para que no os tenga pendientes de la ratificacion, i os saque cuanto ántes de incertidumbres, escarmetándoos de haber defendido la misma causa que nosotros."

No necesitamos pedir a los filósofos, ni a los políticos, ni a los diplomáticos, que califiquen este modo de proceder; basta ser hombre de bien para decir que es injusto e indecente.

Los artículos 7.º i 8.°, deben, segun Irisarri, ser satisfactorios a Chile, porque contienen las mejores garantías para la conservacion de la paz. Estas garantías son la promesa de no intervenir ninguna de las dos naciones contratantes en los asuntos domésticos de la otra, i de no tomar jamas las armas una contra otra, sin haber agotado ántes todos los medios posibles de conciliacion, i espuesto los motivos de la desavenencia al Gobierno garante. Nos contraeremos al primer punto, i reservaremos el segundo para el artículo 13, que es el que trata de la garantía.

Atacar la seguridad de una potencia estranjera, suscitarle conmociones interiores, auxiliar a sus enemigos, dispensar proteccion de cualquier jénero a los que intentan trastornar el órden establecido en ella, son actos de que todo Gobierno tiene que abstenerse, existan o no existan pactos sobre la materia, porque a ello está ligado por una obligacion prescrita por el derecho primitivo i que no necesita del derecho convencional para ser perfecta. Esta obligacion corresponde al derecho de seguridad, que es un derecho perfecto por la lei natural, i que puede, en consecuencia, hacerse efectivo por la fuerza, sin estar reconocida por la cláusula de un tratado. Santa Cruz, sin embargo de la obligacion perfecta que le imponía el derecho primitivo, atacó el órden, el reposo i las instituciones de Chile con una expedicion de conjurados, protejida i equipada por él. I si una obligacion perfecta del derecho primitivo es tan sagrada como una obligacion perfecta del derecho convencional, ¿por qué no violará la segunda, quién tan gratuitamente ha violado la primera? La garantía de un poder neutral, como se verá despues, no es suficiente para disipar este recelo.

Ilustremos la cuestion con un ejemplo recordado en la exposicion de motivos de S.E. el Presidente.

El artículo 7.º del tratado de Paucarpata dice así:

"Las dos partes contratantes adoptan como base de sus mútuas relaciones el principio de la no intervencion en sus asuntos domésticos, i se comprometen a no consentir que, en sus respectivos territorios, se fragüen planes de conspiracion ni ataque contra el Gobierno existente i las instituciones del otro."

El artículo 10 del tratado celebrado en Arequipa, en 8 de Noviembre de 1831, entre el Perú i Bolivia, está concebido en estos términos:

"Ninguna de las dos Repúblicas, podrá intervenir directa ni indirectamente, ni bajo pretesto alguno en los negocios interiores de la otra; cada Estado obrará en ellos como juzgue conveniente a sus intereses."

Bien se ve que la promesa contenida en estos dos artículos es una misma, sin otra diferencia que estar espresada con distintas palabras. Pero el tratado de Arequipa todavía contiene otras obligaciones a este respecto, porque el artículo 12 compromete a cada una de las partes contratantes a alejar, a ochenta leguas de la frontera, a los refujiados de la otra, siempre que el Gobierno a que ellos pertenezcan lo pida así, con documentos que acrediten que atacan la seguridad de su pais, i promueven sediciones desde el lugar en que residen.

Sin embargo de estos solemnes compromisos, el Jeneral Santa Cruz no procedió con un refujiado peruano, en 1835, con arreglo a la solicitud del Jeneral Orbegoso, para que se le retuviese a ochenta leguas de la frontera; i no solo no cumplió en esta parte el tratado, sino que con el mismo refujiado celebró en Chuquisaca, un convenio, en que estipuló que se formaría una República compuesta del Perú i Bolivia, i dividida en tres Estados, en uno de los cuales había de autorizar el refujiado la declaracion de la Independencia; que esta nueva República tomaría el nombre de Perú, i adoptaría el que era entónces pabellon peruano; que Santa Cruz haría que se uniesen al refujiado las tropas de Arequipa, que obedecían al Jeneral Orbegoso, Presidente provisorio, reconocido por Santa Cruz i en relaciones diplomáticas con él, i que el mismo Orbegoso se alejase suavemente del Perú; que Bolivia proporcionaría los elementos de guerra necesarios para esta empresa, i sus tropas, ya peruanas, pasarían el Desaguadero cuando lo solicitase el otro contratante; i en fin, que disipada la borrasca, se reuniría una asamblea jeneral que consolidase el nuevo órden de cosas [25].

El cumplimiento, pues, que dió el Jeneral Santa Cruz a la obligacion de contener a los refujiados i de no intervenir, fué alentar a los refujiados, proporcionarles elementos de guerra, trastornar las instituciones del Perú, destruir la forma de gobierno consolidada en la unidad, derrocar la autoridad, i hasta ofrecer la expatriacion del Presidente reconocido por él. Aquí el Jeneral Santa Cruz atacó la lejitimidad.

Todavía esto le pareció poco, i quiso aprovecharse de uno de los jefes enemigos que se disputaban la autoridad suprema del Perú, para abrir otro camino que le condujese al mismo fin.

Por eso celebró con el Jeneral Orbegoso el conocido tratado de la Paz, en que se estipuló que Santa Cruz mandaría al Perú un Ejército capaz, a su juicio, de restablecer el órden; que si Santa Cruz iba a su frente tendría el mando superior militar de ámbos Estados; que el Presidente provisorio, luego que pisasen el Perú los bolivianos, convocaría en el Sur una asamblea que fijase la organizacion i suerte futura de aquellos departamentos, i cuyos decretos garantiría el Gobierno de Bolivia; que el Perú sería responsable de los gastos de guerra; i finalmente, que el Ejército boliviano permanecería en el Perú hasta la pacificacion del Norte, en donde tambien convocaría el Jeneral Orbegoso una asamblea con el mismo objeto que la del Sur. Aquí el Jeneral Santa Cruz fué campeon de la lejitimidad.

Hizo que el Jeneral Orbegoso le aumentase despues su poder militar con la cesion de las facultades estraordinarias; i aquí el Jeneral Santa Cruz absorbió la lejitimidad.

Ya tenemos una segunda infraccion del tratado de Arequipa. Prometió no intervenir, i se injirió en la cuestion que se ajitaba en el Perú, i se injirió con un Ejército estranjero, i creando asambleas parciales i garantiendo sus resoluciones!

¡Fenómeno inaudito! En el espacio de tres meses, poco mas o ménos, el Jeneral Santa Cruz fué sucesivamente enemigo de la lejitimidad, defensor de la lejitimidad i devorador de la lejitimidad.

El tratado de la Paz fué tambien una contravencion a la palabra comprometida con el refujiado, para poner al Jeneral Orbegoso fuera de combate. Pero, ni las palabras ni los tratados valen nada para el Jeneral Santa Cruz. El se propuso un fin; por los medios que le condujesen a él, cualesquiera que fuesen, eran buenos. Que él los sabe escojer, la esperiencia lo ha manifestado. Allí está la nueva Nacion, compuesta del Perú i Bolivia, i dividida en tres Estados, que es el plan orijinariamente concebido i pactado en el convenio de Chuquisaca con el refujiado peruano. Su nombre no es Perú, sino Confederacion Perú-Boliviana. Su bandera no es blanca i encarnada, sino encarnada solamente. Estas son todas sus modificaciones de su proyecto primitivo. ¿I por qué, se preguntará, le resultan al Jeneral Santa Cruz tan cabales sus planes en la ejecucion, cuando todas las combinaciones del entendimiento humano están espuestas en la práctica a vicisitudes i alteraciones sin término? ¿Por qué? porque, para el que no respeta la moral, para el que no se para en los derechos ajenos, para el que lleva hasta la perfidia la laxitud de su conciencia en materias de honor, para el que no se cura ni de palabras, ni de promesas, ni de pactos; todo es fácil, todo es asequible. La mala fé, con su poderosa cohorte de intrigas, limpia las espinas que le obstruyen el camino i le presenta por campo de operaciones una vasta llanura de flores, por cuyo lejano horizonte pasa el ambicioso la vista orgullosa, pudiendo decir como en el "Corsario" de Lord Byron: estos son mis reinos i su poder no tiene límites.

"These are my realms, no limits to their sway" Nuestros lectores harán a Chile la aplicacion de lo que acabamos de referir, i decidirán qué seguridad nos da la promesa de no intervencion, contenida en el artículo 7.º del tratado de Paucarpata.

Los artículos 9.º, 10 i 11 se contraen al reconocimiento de la deuda i al pago de sus intereses vencidos i por vencer. La liquidacion de estos intereses depende de la determinacion del capital adeudado; i, por consiguiente, si hai ambigüedad en el artículo que designa el capital, este vicio se contajia necesariamente a los artículos que hablan de los réditos. Irisarri defiende acaloradamente que no hai tal ambigüedad, porque son reglas de la hermenéutica que, cuando se ve claramente el sentido que conviene a la intencion de los contratantes, no es lícito dar a sus espresiones otro distinto; que es preciso desechar toda interpretacion que hubiese de conducir a un absurdo; i que no debe estarse al rigor de los términos, cuando éstos, en su sentido literal, envolverían alguna cosa contraria a la equidad natural.

Dudar si, cuando se dice en el tratado que se reconoce el millon i medio de petos, o la cantidad que resulte haberse entregado al Ministro Plenipotenciario don José de Larrea i Loredo, se incluyó en la deuda lo entregado al Ministro don Juan Salazar, en nada se opone a los principios de interpretacion que acabamos de copiar. El sentido que conviene a la intencion de los contratantes no está claro; puesto que nombrar precisamente al señor Larrea, i no decir mas naturalmente a los Ministros del Perú, parece que es reducir el empréstito a lo recibido solamente por el funcionario mencionado. Tampoco se comete un absurdo ni se peca contra la equidad natural, porque nada tiene de inusitado, el que se reconozca menor cantidad de la que se debe, cuando se hace un tratado de paz que, segun los publicistas, segun lo dicta la razon i segun el mismo Irisarri lo recuerda en otro lugar, no es mas que una transaccion.

Pero, aunque no haya claridad en este artículo ¿por esto solo, pregunta Irisarri, estará autorizado el Gobierno de Chile para hacerla guerra al Perú i Bolivia hasta el fin de los siglos? No es por esto solo, señor Ministro. I una prueba de que no es por esto solo, es que no se ha declarado tal guerra hasta despues de la expedicion de Freire, sin embargo de que ántes de ella existía la cuestion sobre el empréstito. I otra prueba de que no es por esto sólo, es que se ha devanado Ud. los sesos para escribir un tomo en folio de sofismas i supercherías, truncando i desfigurando las doctrinas, i haciendo torcidas aplicaciones de las reglas de la hermenéutica, para justificar los infinitos desbarros cometidos contra el honor i los intereses de su Patria. Debiera Ud. invocar el testimonio de su conciencia, ántes de hacer estas preguntas i ántes de emplear argumentos calumniosos, i convencerse de que estos medios de defensa no hacen mas que empeorar su causa, i de que para un Ministro no hai mas doctrina ni mas hermenéutica, que cumplir relijiosamente con los sagrados deberes de su empleo.

El artículo 12 considera a los peruanos que acompañaron a la expedicion como si no hubiesen ido, i ofrece que no se hará cargo por su conducta política a los individuos del territorio que ha ocupado el Ejército de Chile. Este artículo no es ménos repugnante que cualquiera de los anteriores. Los refujiados peruanos que acompañaron al Ejército, sin duda, no hubieran echado sobre sí los graves compromisos que hoi tienen con el Jeneral Santa Cruz, si no se hubiera declarado la guerra. El honor del Gobierno de Chile estaba, pues, interesado en destruir las consecuencias que habría traido para ellos la alteracion de la paz, así como tambien en mirar por la suerte futura de los individuos que se comprometieron fuera del territorio ocupado por las tropas restauradoras, los cuales quedaron por el tratado, abandonados a la venganza del opresor. Una completa amnistía era lo que la justicia exijía respecto de esta considerable porcion de desgraciados.

El artículo 13 pone el cumplimiento del tratado "bajo la garantía de S.M.B., cuya aquiescencia se solicitará por ámbos Gobiernos contratantes." Esto, en concepto de Irisarri, es cuanto se podía apetecer para la inviolabilidad de las estipulaciones; pero en el nuestro está mui léjos de ofrecer a Chile una completa seguridad, sin embargo del conocido poder de la nacion garante. Vamos a demostrarlo.

Todo lo que el tratado prescribe, es la solicitacion de la garantía; solicitacion que nada vale por sí, miéntras el Gobierno Británico no preste su aquiescencia.

En el tratado de Arequipa, que mas arriba recordamos, tambien se estipuló una condicion idéntica, en un artículo del tenor siguiente:

"Las partes contratantes recabarán del Gobierno de Chile, o en caso de negarse éste, del de los Estados Unidos de Norte América, o en su defecto, del de cualquiera nacion libre europea, que garantice el cumplimiento de todos i cada uno de los artículos del presente tratado."

Sin embargo de este artículo, ya hemos visto el cumplimiento que dió el Jeneral Santa Cruz al tratado de Arequipa. En éste se estipuló recabar la garantía; en el de Paucarpata se estipula lo mismo; por consiguiente, el de Paucarpata está espuesto a correr la misma suerte que el de Arequipa, i nos daremos por mui bien servidos con que en los pactos que celebre el Pacificador, con alguno de nuestros enemigos, para aniquilar nuestra soberanía, tenga la jenerosidad de conservarnos nuestro nombre i nuestra bandera.

Pero concedamos que el Jeneral Santa Cruz, contra su costumbre, comprime su ambicion todo el tiempo necesario para obtener el consentimiento de S.M.B. i que este consentimiento se obtiene. Si el Jeneral Santa Cruz hiciera con sus tropas una invasion en nuestro territorio, no hai duda que el Gobierno garante refrenaría su temeridad. Pero S.E. no se conduce así contra los pueblos vecinos, sino intrigando, seduciendo, promoviendo convulsiones interiores i armando secretamente expediciones de conjurados, i como en estos manejos se procede siempre de manera que no se pueden obtener pruebas irrefragables de la hostilidad, la nacion garante tendría dificultad para decidir si estas eran ofensas reales, o fantasmas producidas por el terror, i quizás calumnias hijas de la malevolencia.

Por otra parte, las hostilidades de la hipocresía i de la perfidia producen muchas veces su efecto ántes de ser descubiertas; i si por fruto de ellas el Jeneral Santa Cruz lograra derribar al Gobierno de Chile, i sustituirle el de un faccioso ahijado suyo, ya no habría garantía; porque la potencia garante para hacer efectiva la garantía debe ser requerida por la parte contratante que la necesita [26]; i desapareciendo el Gobierno actual, no habría quien se interesase de hacer el requerimiento. Ademas de no llenar esta garantía el importante objeto de asegurar la Independencia de Chile, volviendo al artículo 8.° creemos que la condicion de no poder tomar las armas las dos partes contratantes, sin haber espuesto los motivos de desavenencia al Gobierno garante, da a éste mas facultades que las que el derecho le concede. Esto es hacerle no solo fiador sino regulador árbitro de toda especie de diferencias; i si muchas veces es benéfico el bienestar de las naciones, someter a un arbitraje ciertos i determinados negocios, exijir un juez perpétuo i absoluto de sus operaciones, pudiera ser mui pernicioso a su Independencia. Hemos recorrido ya el bosque de abrojos que forman los trece memorables artículos del tratado, i volvemos la vista atras, horrorizándonos de no descubrir un palmo de terreno limpio, donde haya podido el patriotismo hacer un corto descanso en tan penoso viaje. Talento digno de admiracion! No se ha cometido un descuido, no se ha padecido un desliz de pluma, que pueda llamarse favorable a los intereses de Chile.

El Jeneral Santa Cruz ni siquiera creyó este pacto digno de ser ratificado en la forma que se ratifican todos los tratados publicados, [27] i se contentó con poner a su pié una especie de decreto que mas bien pudiera servir para aprobar una capitulacion. Sin embargo de todo, este ignominioso documento, segun la tasacion de Irisarri, es mas de lo que nosotros merecemos, i el monumento mas solemne de nuestras glorias. Inclinemos la cabeza a este fallo respetable, i lamentémonos de no poder besar en muestra de reconocimiento la mano de nuestro bienhechor, porque ha querido mas bien quedarse a la sombra de nuestro enemigo, que volver a recibir las aclamaciones de sus agradecidos compatriotas.


La tercera parte del escrito de Irisarri se dedica a la defensa de la conducta militar del Jeneral en Jefe del Ejército restaurador. Al principio de nuestra refutacion, indicamos que no nos haríamos cargo en esta cuestion sino de lo absolutamente necesario para el esclarecimiento de los demas puntos a que se contrae el cuaderno de Paucarpata. Cumpliremos, pues, la obligacion que hemos contraído, con la misma limitacion con que nos la impusimos; esto es, nos propondremos no formar el detenido exámen de las operaciones militares del Jeneral Blanco, sino investigar únicamente si no había mas medio de salvacion que el tratado de Paucarpata. Irisarri piensa que efectivamente no le había, i al establecimiento de esta proposicion se dirijen las divertidas novelas en que ha querido convertir la historia de la campaña de los treinta dias, de manera que, de la lectura de su folleto, los que con mas benevolencia se contraigan a ella, no saben por cual de estas dos proposiciones decidirse; el tratado de Paucarpata es el monumento mas solemne de las glorias de Chile, o el tratado de Paucarpata es el único partido que dejaron a Chile la debilidad de sus fuerzas i la preponderancia del enemigo. Si ámbas cosas no son falsas, por lo ménos una debe serlo, porque ni la historia ni las propiedades del corazon humano nos suministran medios para esplicar como labra su gloria el que confieza que no ha hecho mas que recibir la lei del mas fuerte.

Para llenar su segundo propósito o mas exactamente su segundo despropósito, Irisarri emplea varios argumentos que, en suma, se pueden reducir a dos puntos: falta de entusiasmo por nuestra causa en los pueblos del Perú, i falta de recursos para el Ejército. "Es preciso, pues, conocer, dice a este respecto el negociador de Paucarpata, que el Ejército de Chile se hallaba en la posicion mas crítica, no por culpa ni por falta que hubiese cometido el Jeneral Blancoen su conducta militar, sino por la insuficiencia del mismo Ejército para llevar a cabo la empresa a que se le destinó. Los errores de cálculo que hubo en la formación de esta expedicion no son imputables al Jeneral Blanco, sino a aquéllos que contaron con demasiada confianza en una cooperacion popular, que estaba fundada en solo los deseos de los que la aseguraban. No se tuvo presente la naturaleza del terreno del Perú, su clima, los obstáculos que presentan a la marcha del Ejército los despoblados de la costa, lo crudo de la sierra, lo enfermizo del pais, lo fácil que le es al Gobierno el quitar los recursos a su enemigo. Se contó con ver levantarse los pueblos en masa; se contó con defecciones de cuerpos enemigos que no hubo; se contó con victorias de los arjentinos que no tuvieron lugar; se contó con que el pais del Perú era lo mismo que el de Chile, en donde, bajo el clima mas templado del mundo, se hallan ganados i graneros en todas partes, mulas, caballos i pastos donde quiera. ¿Qué culpa tiene el Jeneral Blanco de que las cosas fuesen como fueron i como son?"

Por aquí se ve que Irisarri hace con el Jeneral Blanco lo mismo que ha hecho con Chile i con el Gobierno que le nombró Ministro. Al aceptar la comision, contrajo el sagrado compromiso de emplear cuantos medios estuviesen a su alcance para defender los grandes intereses que se le habían encomendado; i el modo de llenar este deber fué sacrificar esos mismos intereses, i convertirse en maligno censor de su Gobierno i de su Patria. En su manifiesto promete ser el abogado del Jeneral Blanco; i al tiempo de verificar su promesa, se alista entre los acusadores de aquel Jefe. En efecto, ¿quién que sepa, como sabe todo Chile, i como talvez sabrá todo el Perú, que el Jeneral Blanco no solo ha tenido una parte activa en las deliberaciones del Gabinete, sobre la guerra del Perú, sino que ha llegado a ser considerado como el alma de la empresa; quién, que esté al cabo de estos hechos, podrá ponerle a cubierto de las censuras contenidas en el párrafo que acabamos de copiar? ¿Quién, que conozca la estension de los deberes del caudillo de un ejército, podrá negar que esas censuras son las mas fuertes acusaciones que se pueden hacer al Jeneral que capitaneó nuestras tropas? Defender a un Jeneral, diciendo que no conocía el clima, ni el terreno, ni las estaciones del pais en donde iba a hacer la guerra; que ignoraba los medios que tenía a su disposicion el enemigo para privarle de recursos; que contaba con triunfos de Ejércitos, que podían ser vencidos, i con defecciones, de que nadie podía salir garantes; no es defenderle sino acusarle, i acusarle hiriendo en lo mas vivo su amor propio, porque es dar por sentado que ignora que sus deberes le obligan a no contar sino con lo que es seguro, i a adquirir una profunda instruccion de la naturaleza i del estado del pais que va a ser el teatro de la guerra, i que, por consiguiente, desconoce la magnitud de la empresa que se encomienda a su direccion.

Si estas acusaciones fuesen fundadas, a nadie herirían mas que al mismo individuo de quien Irisarri se declara defensor; porque aun cuando el Jeneral Blanco no hubiese tenido parte en los acuerdos gubernativos, al ser elejido para mandar la expedicion, debió hacer presente la imposibilidad de llenar con ella los deseos del Gobierno.

Mas, están mui léjos de ser justas semejantes acusaciones. El terreno, el clima i todos los datos que puede suministrar el estudio de la jeografía del Perú, son bastante conocidos en Chile para que se pueda juzgar desnudos de ellos a nuestros militares, de los que una gran parte ha hecho mucho tiempo la guerra en los arenales i los cerros que quiere presentar Irisarri como tierras recien descubiertas. En cuanto a las defecciones que sufriría el enemigo i a los triunfos del Ejército arjentino, ni han entrado en el número de los antecedentes infalibles de la empresa, ni aun cuando hubiesen entrado, puede ser suficiente la campaña de un mes para dar por recibido el desengaño.

Por lo que hace al entusiasmo de los pueblos, todos saben en Chile que las primeras cartas que se recibieron del Ejército, despues de la ocupacion de Arequipa, comprobaban la exactitud de las conjeturas que se habían formado sobre el favor de la opinion peruana. Todos, incluso Irisarri [28], escribieron unánimes esta noticia, porque estaba fundada en hechos que no se pueden atribuir sino a la existencia de un verdadero entusiasmo por la causa de la restauracion. No hablemos de los puertos i pueblos pequeños, en donde confiesa Irisarri, que se notaron síntomas de esta favorable disposicion; contraigámonos al mismo Arequipa. La emigracion fué, es cierto, numerosísima; pero a Irisarri, como a todos, era conocido que no había sido orijinada por la buena voluntad de los emigrados, sino por las violencias cometidas por Santa Cruz, para separar a todos los habitantes del mas leve contacto con nuestro Ejército. Mas, apesar de la emigracion, Arequipa no quedó desierta. Hubo jente que saliese a recibir a nuestros soldados, con agua i con licores, para mitigar la sed producida por el cansancio del camino. Hubo jente que regase de flores la calle por donde entraron en Arequipa las primeras tropas restauradoras. Hubo jente que celebrase un auto de fé con la bandera sud-peruana, entregándola a las llamas en la plaza de Arequipa. Hubo jente que despidiese al Jeneral Herrera con gritos de indignacion, cuando se retiró de la ciudad, despues de la entrevista con el Jeneral Blanco. Hubo jente que espontánea i gratuitamente mandase repetidas veces a los cuarteles abundantes provisiones para nuestros soldados. Irisarri dice que esto podía ser efecto de la humanidad o medio de seduccion. Quisiéramos que nos citara ejemplos de pueblos humanos con los Ejércitos que consideran enemigos, i que nos esplicara cómo se seduce a los soldados, empleando como instrumentos a sus mismos jefes; pues, a éstos era a quienes se entregaban las provisiones mandadas a los cuarteles.

Sobre la opinion de Chuquibamba, es cierto que Espinosa escribió a Arequipa que le había sido contraria, hasta el estremo de haberle recibido a balazos los vecinos. Lo que ha habido en esto de positivo es que Espinosa encontró resistencia, no en los vecinos de Chuquibamba, sino en una montonera capitaneada por el Jeneral Tristan i el Sub-prefecto de Camaná, don José María Flores, i que ocupada la poblacion recibió mil pruebas de adhesion a nuestra causa.

Esto está apoyado en el testimonio de todos los oficiales que acompañaron a Espinosa. El mismo Espinosa escribió tambien a Arequipa, cuando se retiraba de Chuquibamba que el Jeneral Vijil, con la columna que había sacado de Lima, le perseguía mui de cerca, i había ocupado sucesivamente a Siguas i a Vitor. Despues se ha visto que ni la columna, ni su jefe, habían pasado de Majes, que dista 15 leguas de Siguas.

En cuanto a provisión del Ejército, Irisarri no negará, porque nadie puede negarlo, que se pasaban diariamente al Estado Mayor quinientos pesos, que ésta fué la cantidad pedida por los jefes de la expedicion, como necesaria para el rancho; i que fué entregada constantemente, con excepcion solo de cuatro o cinco dias, que fué erogada por la Comisaría del Ejército restaurador. Esta falta dependió de los rumores que solían esparcirse sobre la llegada del enemigo i la proximidad de una batalla. La ciudad toda se ponía en ajitacion, i no era posible proporcionar los quinientos pesos. Pero esto no sucedió mas que cuatro o cinco dias, en que, como hemos dicho, tuvo que hacer el desembolso la Comisaría.

Los quinientos pesos eran tan sobrados para el destino que se les daba, que no solo no se quejó jamas el Jefe del Estado Mayor de que fuesen insuficientes, sino que reservó en su poder algun residuo, que fué empleado en diferentes objetos. No hai duda que costaba algun trabajo proporcionar esta cantidad diaria, i que, como dice Irisarri, tenían los ayudantes chilenos que andar de oficina en oficina para recibirla; pero ni las calles de Arequipa estaban empedradas con pesos fuertes, para que no costase trabajo el adquirirlos, ni nadie ha contado jamas entre las calamidades de una campaña las andaduras de los oficiales.

A retaguardia no se había puesto efectivamente el número de raciones que deseaba el eneral en Jefe. Pero este no era obstáculo para retirarse; porque en Arequipa se las pudo proporcionar. Jamas se notó escasez de ningun jénero; i tan léjos estaban nuestros soldados de probar que comen ménos que los rusos, que todo el Ejército de Catalina II hubiera sacado el vientre de mal año, si pudiera haber puesto sus cuarteles de invierno en Arequipa. I no solo no había escasez, sino que era tal la abundancia, que el Ejército enemigo se abastecía de pan en aquella capital, como podía haberlo hecho en cualquiera ciudad que estuviese bajo sus armas. Si no se creía prudente hacer uso de la fuerza a fin de proveerse de víveres para la retirada, nada mas fácil que haberlos comprado, puesto que la Comisaría regresó a Valparaíso con algunos miles de pesos.

Por otra parte, no es necesario ser un Napoleon para conocer que hai mas dificultades para procurarse la subsistencia, avanzando sobre un territorio ocupado por el enemigo, que retirándose sobre el que uno ocupa. Si nadie murió, pues, de hambre, avanzando de Quilca a Arequipa, por terreno que iba desocupando sucesivamente el enemigo, con mucha mas razon nadie podía morir retirándose a Quilca por terreno que obedecía a las armas restauradoras.

Esta retirada no podía practicarse, en verdad, con todas las comodidades con que se hace un viaje de Manchester a Liverpool. Pero, entre no poderse mover i caminar en coche de vapor por caminos de hierro, hai muchos medios de movilidad a que hacen jamas asco los que no viajan por gusto sino por necesidad. El Ejército de Chile estaba en este caso, i pudo servirse de las bestias que tenía a su disposicion, cuyo número no podremos determinar, pero que, por lo ménos, eran las absolutamente indispensables. Este, como algunos otros hechos que llevamos mencionados, constan en declaraciones con que tenemos noticia que se ha conformado el Jeneral Blancoen los careos de su causa. I es tan incuestionable que no faltaban los recursos absolutamente indispensables para emprender la retirada, que el dia 16 de Noviembre, con el enemigo a la vista, desde veinticuatro horas ántes, se dió, a las seis de la mañana, órden para que el Ejército se retirase a las ocho; i todos, sin excepcion ni aun de los enfermos, estuvieron listos para marchar a esa hora, sin que quedase atras el mas insignificante de los útiles del parque. El plan del Jeneral Blanco era emprender la retirada; comprometer la batalla si el enemigo le seguía; i si no le seguía, reembarcarse. A las siete i media de la mañana, del mismo dia 16, fué reemplazando este proyecto por la resolucion de tratar que, como queda manifestado, no puede considerarse como el único medio de salvacion para el Ejército, puesto que aun despues de haber tenido al frente al enemigo, por espacio de veinticuatro horas, estuvo listo para contramarchar hácia la costa. Si esto pudo verificarse el dia siguiente de la aparicion del Ejército protectoral, con mas razon pudo verificarse la víspera.

Entre los males producidos por este funesto tratado, que ha sido para nosotros la caja de Pandora, no es el menor el empeño que se ha manifestado en establecer por disculpas los principios mas perjudiciales a la moral de los Ejércitos. Escandaliza la pretension de justificar el abandono de una campaña, porque el soldado come a las dos, en lugar de comer a las once; porque no encuentra en el pais que ocupa almacenes de vestuarios, i tiene que pasar algun tiempo con los que sirvieron para la invasion; porque no lleva cada hombre una cantina, i porque no viaja como un mayorazgo recien salido de su casa. Estas máximas serán sin duda mas agradables al soldado que las verdaderas reglas de la disciplina; pero mas parecen hechas para serrallos que para Ejércitos.

Bonaparte dijo a sus soldados, ai pasar la primera revista al Ejército de Italia: "Soldados, estais mal vestidos; estáis mal comidos; [29] el Gobierno os debe mucho i no puede daros nada. Son de admirar vuestra paciencia i el ánimo que manifestáis en medio de estos peñascos; pero no adquirís gloria en ellos ni realce vuestra fama. Mi objeto es conduciros a las llanuras mas fértiles del mundo, en las cuales sereis dueños de ricas provincias, de ciudades magníficas. Allí encontrareis honor; allí encontrareis gloria; allí encontrareis riquezas. Soldados del Ejército de Italia ¿os faltará el valor, os faltará la constancia?!! Este Ejército se componía de 33,000 hombres, i tenía a su frente 70,000 enemigos al mando del Jeneral Beaulieu. Venció sin embargo. Encontró despues otros Ejércitos superiores tambien en número i a despecho de ellos conquistó la Italia. Desde el 29 de Julio hasta el 12 de Agosto, hicieron los franceses en aquella campaña 15,000 prisioneros, tomaron 70 piezas de artillería i 9 banderas i mataron o hirieron 25,000 hombres. ¡Qué barbaridad!

Si Bonaparte hubiera tenido la fortuna de llevar a Irisarri de asesor, se hubiera librado de cometer tan solemnes disparates, i hubiera dicho a sus tropas: "Soldados, estáis mal vestidos; estáis mal comidos; teneis a vuestro frente un enjambre de austríacos i de italianos, que van a dar cuenta de vosotros. Esta es empresa superior a nuestras fuerzas. Declaremos que la República ha adoptado una política detestable, que el Directorio la pierde; i que nosotros no estamos para pasar trabajos por satisfacer caprichos ajenos. Volvamos al seno de nuestras familias, a comer i a vestir bien, i a vivir para nosotros i para nuestros hijos." Esto hubiera sido lo justo, lo grandioso.

El Jeneral San Martin pasó meses enteros en la costa del Perú, viendo a su Ejército desnudo i diezmado por las enfermedades, sin tener un solo pronunciamiento en los pueblos. Sin embargo, tuvo paciencia; i se pronunciaron pueblos, i aun se pasaron soldados enemigos.

El Jeneral Bolívar estaba reducido al departamento de la Libertad, i con el Ejército que allí formaba, proyectó ganar el resto del Perú, ocupado por 22 mil españoles.

El Jeneral Sucre, con siete mil hombres de estas fuerzas, marchó hasta el Cuzco sobre Canterac, que se reunió en aquella ciudad con Val dés, juntando entre ambos 14,000 hombres. El Ejército del Jeneral Sucre se había disminuido por las marchas. Su miseria era espantosa. La gala de sus oficiales era levita de jerga. La derrota de Colpahuaico coronó los desastres de estas tropas. Sin embargo, ellas fueron las vencedoras de Ayacucho.

¡San Martin, Bolívar, Sucre! ¡Verdugos de la humanidad! Vosotros sellasteis la Independencia del continente, porque la mala estrella de la América quiso que no estuviese a vuestro lado el filántropo de Paucarpata.


Adoptando los principios de este república, no hai bienes de ningun jénero que no sea lícito a los pueblos conquistar por las armas. La soberanía, el honor, la conservacion i vindicacion de los derechos mas caros, son, en su opinion, cosas de poco momento para producir una guerra; de manera que su código de derecho de jentes no reconoce medio alguno por el que puedan hacerse justicia las naciones. Por eso se jacta de haber dejado bien puesto el honor de nuestras armas, obligando al Ejército a volver a su pais sin haber sufrido el menor contraste. Sí, íntegro ha venido como fué, i no ha recibido el menor contraste, ni tampoco lo ha causado al enemigo, no ha traido ni el luto, ni la orfandad, ni las lágrimas, ni la desolacion de mil familias. Ninguna de estas consecuencias ha producido la expedicion; porque ellas son el resultado de la guerra, e Irisarri no quiso que se hiciese la guerra. Guerra verdaderamente inútil, si el honor de nuestras armas podía quedar bien puesto, rindiéndola a los piés del enemigo.

Mas, no solo se considera Irisarri con derechos a la gratitud chilena por el exótico desenlace de la campaña, sino tambien con derechos a la gratitud peruana. Santa Cruz es para él el único freno de la anarquía en aquel pais desventurado, i destruir a Santa Cruz era desencadenar nuevamente las pasiones políticas. Este es uno de los argumentos que el Protector emplea en defensa de la usurpacion, i el nuevo abogado del Protector, no podía ménos de emplearlo tambien. Al abandonar la causa de Chile por la del Usurpador, Irisarri debía jurar el principio fundamental de la Confederacion; la tiranía estranjera es el único remedio de la guerra civil. Para los que no tienen patria en cuya Independencia interesarse; para los aventureros que se agrupan al rededor del Pacificador, éste es no solo un principio de justicia sino un principio de conservacion.

Se ha visto ya que Irisarri pretende probar en esta última parte, que la campaña no puede tener otro desenlace que el que ha tenido, i que este desenlace ha sido el mas justo i el mas conveniente, porque no hemos sufrido los males de la guerra, o lo que es lo mismo, porque no ha habido guerra i porque el Jeneral Santa Cruz ha quedado asegurado en sus usurpaciones.

Nosotros creemos no haber dejado la menor duda en que Irisarri no tuvo autorizacion para tratar, en que el tratado es un monumento de ignominia, i en que no ha sido fruto de una imperiosa necesidad, porque el Ejército pudo retirarse sin pasar la vergüenza de tan denigrantes estipulaciones.

Pero Irisarri no solo se disculpa de haber tratado, sino se gloría de haber procedido abiertamente contra las intenciones i la política de su Gobierno, impidiendo una guerra decretada por los Poderes Supremos de Chile, i asegurando el poder injusto contra quien eran dirijidas las hostilidades. No nos concede ni justicia en nuestras pretensiones, ni fuerzas para llevarlas adelante. "Doi por conseguida, dice, la ventaja que puede desearse de tomar toda la Escuadra del Perú. ¿Va Chile a mantener esta Escuadra? Miéntras mas buques tenga que mandar, mas necesidad tendrá de aumentar sus gastos. ¿Trata solo de quitar a este Gobierno su Marina? Este es un cálculo mui errado, porque el solo hecho de quitar estos malos buques a la Confederacion, hace atender a la necesidad que ésta tiene de adquirir otros mejores i mas fuertes." De estas premisas, deduce que Chile perderá en una guerra impolítica las ventajas evidentes que ha sacado de una paz provechosa.

La irracionalidad de este argumento solo puede compararse con la malignidad de las intenciones del que lo emplea. Solo a Irisarri se le ha ocurrido en el mundo, que el poder marítimo de un enemigo aumenta a proporcion que se le van quitando sus buques, porque entónces se ve en la necesidad de reponerlos con otros mejores. Sería ofender el buen sentido detenerse un solo instante en la refutacion de este delirio.

Irisarri, rico i feliz en ejemplos históricos, apoya estas irreflexiones en la guerra del Peloponeso, i dice de ella: "la cual, apesar de aquellas grandes ventajas i de la grande habilidad de Perícles, de Demóstenes, de Cleon, de Nicias, de Alcibiades, i de todos los demas Jenerales eminentes, que se inmortalizaron en aquella campaña, se terminó al cabo de veintisiete años con la completa ruina de aquella nacion orgullosa, Aténas, que confió demasiado en la superioridad de su marina, i obligó a los lacedemonios a hacer esfuerzos estraordinarios para disputarle i conseguir al fin el dominio del mar."

Si entónces fué el provocador el orgullo de Aténas, hoi lo es el orgullo de Santa Cruz. Si Aténas aspiraba al dominio del mar, Santa Cruz aspira al dominio del Continente. Esta es la verdadera aplicacion del recuerdo histórico, i apoyados en él podremos decir que las armas de Chile, como las de Esparta contra Aténas, acabarán por humillar i por destruir el poder alevoso del Protector, apesar de la habilidad de sus grandes capitanes, i del mas célebre, mas elocuente, mas lójico i mas celoso de sus oradores, don Antonio José de Irisarri.

El anatema contra la obra de ignominia que salió en Paucarpata de manos de este Ministro, no lo ha pronunciado solo su Gobierno; lo ha pronunciado todo Chile; lo pronunció Arequipa, que en aquellos dias de confusion miraba con horror la contravencion a los mas sagrados compromisos; lo debe de haber pronunciado todo el resto del Perú, que naturalmente ha de alimentar mas odio contra Santa Cruz que la ciudad de Arequipa; lo habrá pronunciado Bolivia, que casi al mismo tiempo que la noticia de los tratados, recibió los decretos de persecucion contra los primeros funcionarios i los patriotas mas distinguidos, i lo ha pronunciado toda América, cuya opinion contra el Pacificador parece que esperaba la voz de alarma dada en Paucarpata, para estallar en los periódicos de todas las Repúblicas. Esta espresion unánime i espontánea es la en que el funesto negociador se atreve a llamar política de los pocos individuos que forman el Gabinete de Chile, i por la que, a la osadía de tantos sofismas ofensivos al honor chileno i destructores de los mas vitales intereses de la Patria, añade, al fin de su maligno discurso, el mas osado propósito de aconsejar a esos pocos individuos que dejen a manos mas espertas i mas prudentes, el timon de los negocios. ¿De qué se les acusa? De no haber consentido en nuestra degradacion; de no haber abandonado los principios de honor i de justicia que habían jurado sostener; de no haber canonizado la infidencia. Misionero de ignominia! tu voz se ahoga en el grito de la indignacion que lanza la República, a quien has querido envilecer. Pide el cambio del Ministerio; considera ya depuestos a los actuales Ministros; enciende la tea de la discordia; búscales con ella sucesores de tu aprobacion i dínos si, bajo el difraz de cualquiera secta política, alcanzas a reconocer un solo individuo que pueda afiliarse entre tus catecúmenos. La condenacion de tus acciones no es fruto del espíritu de partido; es fruto del honor, es fruto de la moral, es fruto de la vergüenza.

Un solo error tiene que imputarse a los individuos del Gabinete chileno, error que llorarán miéntras dure la memoria de Paucarpata: haber alistado a Irisarri entre los defensores de los derechos de Chile.


APÉNDICE editar

El apéndice de la defensa de Irisarri está dividido en siete puntos marcados con sus respectivos números.

Número 1.° —Oficio de Irisarri, de 18 de Noviembre de 1837, remitiendo al Ministerio de Relaciones Esteriores los tratados de Paucarpata. Esta comunicacion, como es de suponerse, no se contrae mas que a encarecer la necesidad de tratar i hacer la apolojía de las estipulaciones. Puede considerarse como el compendio del folleto que acabamos de refutar, i por consiguiente, es innecesario detenernos en el exámen de ella.

Número 2.º —Copia del tratado de Paucarpata.

Número 3.º —Copia del decreto del Gobierno de Chile, en que se desaprueba el tratado.

Número 4.º —Copia de la declaracion de guerra sancionada por el Congreso de Chile.

Número 5º —Reflexiones sobre el documento anterior.

Estas reflexiones no son mas que una repeticion inútil de los argumentos empleados en el cuerpo de la defensa. La garantía de la Gran Bretaña era suficiente para asegurar la Independencia de Chile; los agravios quedaron vengados con las hostilidades cometidas contra el Jeneral Santa Cruz; la conducta de Chile no está fundada en los principios de la verdadera política; tales son los temas a que se contrae esta parte de la postdata. Estos mismos han sido repetidos hasta el fastidio en el alegato. No sabemos el objeto con que se vuelve a tratar de ellos, a ménos que Irisarri no quisiese que se regulara su amor a la Confederacion por el número de pájinas que le consagraba.

Número 6.° —Irisarri da noticia de la vindicacion del Jeneral Blanco, contenida en el parte de las operaciones de la campaña i aconseja a este jefe se conforme con tener enemigos i falsos amigos, consolándole con Arístides, con Temístocles, con Sócrates, con Focion i con Dion.

Ya que Irisarri es tan aficionado a consuelos históricos, busquémosle en Wicquefort embajadores que le consuelen, en cambio de los capitanes i filósofos que él cita.

El Conde Albertino de Boschetto fué enviado por los Príncipes confederados de Italia al campo de Cárlos VIII, para pedirle salvo-conducto para los Diputados que debían reunirse a tratar sobre la paz. En la audiencia pública el Conde habló al Rei fielmente del objeto de su comision. Pero despues tuvo una entrevista secreta con S.M., en que le aconsejó que no espidiese semejantes salvo-conductos, porque el Ejército confederado estaba en malísima situacion i se disolvería mui pronto. El Conde cometió una escandalosa infidelidad i aunque por ella no recibió castigo, al cabo de algunos años murió ahorcado.

"Raro antecedentem scelestum Deseruit pede poena claudo."

Jerónimo Lipomano, baile o embajador de la República de Venecia en Constantinopla, se hizo sospechoso de traicion contra su Gobierno. Se le condujo preso a su patria i ántes de fondear en el puerto la galera que lo llevaba, se tiró al mar, queriendo mas bien servir de pasto a los peces del célebre golfo que infamarse con morir en el cadalso. Un Ministro del Elector de Brandemburgo abanbonó el servicio de su Soberano i se pasó al de la corona de Suecia. El Elector le declaró infame e hizo poner su nombre en la horca para memoria de su desercion.

El consuelo que se halla en estos ejemplos es el convencimiento que enjendran de que no es esta la primera vez que un Ministro procede contra los santos deberes de su empleo i contra las reglas de la moral; i de que, por consiguiente, nada tiene de estraño que a Chile le haya sucedido lo que a los Príncipes confederados de Italia, lo que a la República de Venecia i lo que al Elector de Brandemburgo. Por lo demas, la suerte de los tres Ministros infidentes fué, como se ha visto, la mas desgraciada; uno murió en el patíbulo, otro se arrojó al mar i el que libró mejor adornó la horca con las letras de su nombre.

Concluiremos con otro ejemplo, un poco mas satisfactorio:

Despues de proclamado Rei de Portugal el Duque de Braganza mandó de embajador a las Provincias Unidas a don Fernando Telles de Faro. El buen portugues, luego que llegó a La Haya, se puso en estrecha correspondencia con el embajador del Rei de España, enemigo del Duque de Braganza i a los tres meses ya fué traidor a su Soberano, i no como quiera fué traidor, intrigando con los enemigos, sino que se pasó al servicio de ellos, i no como quiera se pasó, sino que publicó un manifiesto para justificar su infidencia, atacando los derechos de su Príncipe i quejándose de que con las condiciones que su Gobierno deseaba no se podía llevar adelante ninguna negociacion. La historia no dice que Telles hubiese sido castigado [30].

Número 7.º —Irisarri se justifica de haberse quedado en Arequipa cuando el Ejército restaurador se retiró, porque era él el conducto preciso por donde se debió comunicar al Jeneral Santa Cruz la aprobacion o desaprobacion del tratado. Nada tenía de particular que Irisarri se quedase para cuidar de la ejecucion del tratado; mas, no porque él fuese el órgano indispensable para comunicar las resoluciones del Gobierno de Chile, sino porque es un deber de los Ministros velar sobre la observancia de las estipulaciones.

El Ministerio pensó efectivamente incluirle a Irisarri la comunicacion para el Ministro del Protector, pero, en el momento de cerrarla, recordó que Irisarri estaba en Arequipa i Santa Cruz en Bolivia, i que, por consiguiente, tardaría mas en llegar la correspondencia por medio de Irisarri, que siendo dirijida desde Arica a la Paz. Este hecho que, en su naturaleza i en sus efectos, no envuelve nada de importancia, ha dado márjen a acaloradas declamaciones del escrupuloso negociador.

A propósito de esta comunicacion, se dice tambien por Irisarri, en el cuerpo de su alegato, que el oficial chileno que la entregó en Arica dijo que contenía la ratificacion del tratado. Ni sabemos lo que hai de cierto sobre esto, ni vale la pena el averiguarlo. El Gobierno se comunica por oficios i no por mensajes verbales de los portadores de sus pliegos.

Irisarri se ocupa tambien en este número en ensalzar la jenerosidad con que Santa Cruz cede a sus ruegos, mandando que los oficiales i soldados chilenos que quedaron enfermos en Arequipa, sean restituidos a su pais en la primera ocasion que se presente. ¿Qué podrá negar Santa Cruz a Irisarri? Particularmente cuando en aquellos puertos no ha de haber buque chileno que presente ocasion para traer a los enfermos, i cuando Irisarri no había de tomar mui a pechos el buscar ocasiones por medio de los buques neutrales.

Mas aun, cuando no haya habido ocasiones para que volviesen esos oficiales i soldados, no pueden haber faltado para que volviese Irisarri, que si creyó conveniente quedarse en Arequipa cuando se retiró el Ejército, no pudo, bajo ningun pretesto decente, residir allí despues que supo la desaprobacion del tratado. Wicquefort, que es la fuente de los consuelos en estas materias, nos consuela de esta ausencia con las siguientes palabras:

"Semejantes hombres son tanto mas miserables, cuanto que, siendo la aversion del partido que dejan i el desprecio de aquel en que se alistan, su infamia les sirve de suplicio; i con todo, no son tan peligrosos como los Ministros que, continuando en el servicio de su Soberano, arruinan los negocios que les están encomendados, cubriendo sus malas intenciones con la capa de una falsa fidelidad. [31]"


Núm 380 [32] editar

Al espresar nuestro juicio sobre el tratado de Paucarpata, tenemos la satisfaccion de ser meros intérpretes de la sensacion unánime de desaprobacion i disgusto que ha producido en todos los pueblos de la República, que han tenido noticia de él hasta ahora. I en efecto, ¿bajo qué otro aspecto pudiera mirarse, si lo sancionase la nacion, sino como un pusilánime i vergonzoso abandono de todas las justas demandas que hemos hecho al Jeneral Santa Cruz; como una aquiescencia a los insultos, como un reconocimiento solemne de las usurpaciones i como una confesion humillante de inferioridad, que aun, arrancada por la victoria, dejaría manchado el nombre de Chile para siempre? Pues ¿qué ignominia no sería si estando enteras todavía nuestras fuerzas i fresca la memoria de tantas injurias, i mas comprometidos que nunca los intereses vitales de la República, pudiésemos suscribir semejante tratado?

Toda la satisfaccion que él nos otorga por los agravios que Chile ha recibido del Jeneral Santa Cruz, se reduce a la simple i desnuda declaracion de que el Gobierno de la Confederacion no ha autorizado ningun acto ofensivo a la Independencia i tranquilidad de Chile; declaracion que, en rigor, ni aun comprende los actos anteriores a la existencia del Gobierno de la Confederacion, que dieron principio a las desavenencias entre Chile i el Jeneral Santa Cruz.

No hai en todo el tratado una sola cláusula favorable a Chile. Aquellas mismas que se nos presentan con cierto aire de equidad, bien examinadas, dan bastante cabida a pretestos i efujios que las harían en gran parte ineficaces.

Se estipula por el artículo 5.º que los intereses mercantiles de esta República serán considerados en el Perú como los de la nacion mas favorecida. ¿Serán, pues, abolidas las leyes fiscales dictadas por un espíritu de directa hostilidad contra nuestro comercio? Aunque todo el mundo sabe que el blanco a que se dirijieron fué Chile, i que no pueden tener aplicacion directa sino respecto de Chile, ellas hablan ostensiblemente con todas las naciones que tienen puertos en el Pacífico. ¿Quién nos asegura que no se alegará mañana a favor de su continuacion, que en someternos a ellas no se nos impone ningun gravámen especial, ni se exije de Chile sino lo mismo a que están sujetas todas las otras naciones que se hallan en nuestro caso?

Por el artículo 9.º, el Gobierno de la titulada Confederacion reconoce en favor de nuestra República el millon i medio de pesos o la cantidad que resulte haberse entregado al Ministro Plenipotenciario del Perú don José Larrea i Loredo. Pero esta disyuntiva, si ha de entenderse al pié de la letra, cancela una porcion considerable de la deuda peruana porque mucha parte del dinero prestado al Perú no fué entregado a don José Larrea i Loredo, sino invertido con su anuencia o pasado a manos de su sucesor don Juan Salazar.

No disputaremos que la intencion del Jeneral Santa Cruz, con relacion al artículo 5.º haya sido poner a Chile realmente sobre el pié de la nacion mas favorecida, aboliendo las restricciones fiscales dirijidas contra el comercio chileno. El Jeneral don Manuel Blanco Encalada ha asegurado al Gobierno que el Presidente de Bolivia le ofreció del modo mas inequívoco esplicarlo i hacerlo cumplir en este sentido. Acaso tambien, como lo cree el Jeneral Blanco, el Presidente de Bolivia se propuso en el artículo 9.º comprometerse de buena fé al pago total de la suma prestada, i por no tenerse noticia de las incidencias que ocurrieron en la realizacion del empréstito, se redactó con poca exactitud esta cláusula del tratado. Pero es innegable que la letra de ámbos artículos admite sin violencia interpretaciones mui desventajosas para Chile, i eso solo bastaría para que el Gobierno se abstuviese de ratificarlos bajo su forma presente.

El artículo 6.° tampoco satisface a las intenciones del Gobierno, que había deseado concurriese la Confederacion Arjentina al ajuste de las condiciones de paz, i con este objeto había prevenido a sus Plenipotenciarios que, si se viesen en circunstancias de tratar con el enemigo, se ciñesen a acordar preliminares, dejando a este Gobierno en libertad para aprobarlos o modificarlos, o por sí solo, o con el acuerdo del Gabinete de Buenos Aires como Encargado de las Relaciones Esteriores de la Confederacion Arjentina; punto que debía quedar reservado esclusivaniente al juicio del Gobierno.

El tratado despues de todo no nos es tan desfavorable por lo que dice como por lo que calla i por lo que va implícitamente contenido en él. Ninguna reparacion por el ultraje que se cometió de órden del mismo Jeneral Santa Cruz en la persona de nuestro Encargado de Negocios don Ventura Lavalle; ninguna por la expedicion dirijida en medio de la mas profunda paz a las costas de Chile para encender la guerra civil i derribar al Gobierno; ninguna por el fomento dado i casi vociferado en los periódicos del Protector, a las conspiraciones, motines i asesinatos que han turbado i cubierto de luto a esta República. Reconocemos por este tratado las usurpaciones del Jeneral Santa Cruz; hacemos homenaje a la Confederacion Perú-Boliviana; i sancionamos un ejemplo pernicioso a la Independencia de los Nuevos Estados.

Hasta la forma del tratado presenta objeciones graves. Por un olvido de las reglas usuales entre naciones que se tratan unas a otras sobre el pié de igualdad, no se nos ha guardado en él la alternativa que aun las Potencias de primer órden conceden en el dia sin dificultad a los Estados mas débiles. No nos pasa por el pensamiento que nuestros Plenipotenciarios consintiesen en degradar de este modo a su Patria, ni que los de Santa Cruz tuviesen la avilantez de proponerlo. Pero, de cualquier modo que se haya incurrido en esta falta, ella sola, por frívola que aparezca a los ojos de la filosofía, sería suficiente motivo para que el Gobierno ménos celoso de su honor desechase un tratado aun bajo otros respectos ventajoso. "La omision de estas gravísimas pequeñeces, como dice un publicista, sería mirada como un ultraje público, que debe precaverse por una rigorosa observancia de las formas."

Por grande que haya sido la necesidad en que se viesen nuestros Plenipotenciarios de dar oidos a las proposiciones del enemigo i de firmar el tratado de Paucarpata, repetimos que el Gobierno de Chile no podría ratificarlo sin desdoro; i afortunadamente puede rasgarlo, sin faltar a las obligaciones de la mas escrupulosa buena fé. Los Plenipotenciarios, obrando como correspondía a su ministerio, i cumpliendo con el encargo espreso que se les hizo por este Gobierno, hicieron presente a los del Jeneral Santa Cruz que, en aceptar las estipulaciones a que habían sido invitados salían de la órbita de sus instrucciones, quedando su Gobierno, por consiguiente, en plena libertad para confirmarlas o desecharlas. [33]

Por lo demas, persuadidos como lo estamos, i como creemos que lo está el público todo, de que el tratado es inadmisible i no podría ratificarse por este Gobierno sin mengua del honor nacional, no por eso abrigamos la menor duda acerca de la pureza de intenciones de nuestros Plenipotenciarios que, manifestando haber traspasado sus poderes, i dejando como dejaron absolutamente libre la ratificacion del Gobierno, miraron como de menor consecuencia un acuerdo que a nada obligaba. En la censura amarga que bajo este i otros respectos se ha hecho de la conducta del Jeneral Blanco, nos parece que se ha faltado a la justicia i que se ha echado en olvido la larga esperiencia que ha hecho esta República del patriotismo i acrisolado honor de este Jefe i los distinguidos servicios con que ha contribuido otras veces a la vindicacion de sus derechos i a la gloria de sus armas.


Núm. 381 [34] editar

En nuestro número anterior, consideramos el tratado de Paucarpata como un vergonzoso abandono de nuestros compromisos; amplificaremos ahora esta idea.

Antes que nuestra Escuadra volviese del crucero, hace un año, pudimos conseguir estipulaciones mil veces mas ventajosas que las negociadas en el mes pasado. El señor Olañeta nos las ofreció tambien; i aun despues de la revolucion de Quillota nos ha sido fácil acojernos a los ofrecimientos hechos ántes de ella. Sin embargo, el Gobierno ha persistido constantemente en el plan de exijir del Jeneral Santa Cruz, por condicion sine qua non de la paz, el restablecimiento de la integridad del Perú ¿Por qué? Porque el órden i la soberanía de Chile habían sido atacados desde el momento que el Perú dejó de ser independiente, es decir, desde el momento que fué sojuzgado por el Presidente de Bolivia, i la razon i la justicia exijían que se redujese a sus antiguos límites un poder que en medio de las relaciones de paz i amistad, se había manifestado alevosamente hostil contra nosotros.

Esta pretension era no solo aconsejada por los intereses mas sagrados de Chile, i arreglada a los principios mas conocidos i terminantes del Derecho de Jentes, sino que establecía un lazo de fraternidad con los pueblos dominados por el Jeneral Santa Cruz i con las Repúblicas vecinas, i, por consiguiente, agregaba a nuestros recursos propios la importante cooperacion de nuestros hermanos.

Este ha sido el tema constante de los escritos oficiales i no oficiales de Chile, este ha sido el lenguaje de sus comunicaciones diplomáticas; estas han sido las promesas hechas a la Nacion peruana en las proclamas del Presidente i del Jeneral en Jefe de nuestro Ejército. Sin este principio solemnemente proclamado por el Gobierno chileno, ni entre los arjentinos hubiéramos encontrado colaboradores de nuestra empresa, ni entre los peruanos un solo amigo; porque ni unos ni otros tenían por qué declararse defensores de intereses esclusivamente nuestros. Conocieron nuestra política, i por eso los unos declararon como Chile la guerra al usurpador del Perú i los otros recibieron con júbilo a sus libertadores, como lo anunciaban las cartas de todo el Ejército desde la ocupacion de Arequipa. Despues se ha querido no solo poner en duda el entusiasmo de los pueblos del Perú por nuestra causa, sino hasta presentarlos como nuestros enemigos. Para resolver esta cuestion no es necesario por ahora enumerar las pruebas de patriotismo dadas por el pueblo de Arequipa. Basta observar que nuestro Ejército ha vivido tranquilamente en aquella ciudad un mes entero, i apelar al testimonio de Socabaya, para conocer que los arequipeños tienen un modo demasiado elocuente de manifestar sus enemistades.

El cumplimiento de estos anuncios i de estas esperanzas ha sido la paz de Paucarpata; una paz en que vemos autorizada la intervencion de que ántes éramos implacables enemigos, en que hemos olvidado demandas que ántes suponíamos indispensables, i en que por toda ventaja nos hemos contentado con el reconocimiento vago, oscuro e hipotético de millon i medio de pesos. La América toda podría considerar como una empresa mercantil la campaña de los tres meses, sino fuese notorio que el negocio del comercio habría sido mas fecundo en ganancias, ántes de comenzar los sacrificios que exijió la malhadada expedicion.


====Núm. 382 [35]====

Para completar el lijero exámen que hemos emprendido del tratado de Paucarpata, réstanos considerar los artículos 12, 4.º i 3.º, sobre los cuales no hemos dicho todavía una palabra, por dar la preferencia, en los estrechos límites que un periódico franquea, a los mas importantes puntos de esta negociacion.

El artículo 4.º adolece de un vicio de gran trascendencia. El Ejército de Chile debe, segun él, desocupar el territorio peruano a los seis dias de ratificado el tratado por el Jeneral Santa Cruz.

Aun cuando las razones con que se pretende probar que es ventajoso el regreso de la expedicion, tuvieran el vigor de que carecen, nadie negará que el tenor de este artículo es altamente humillante e ignominioso para Chile. Lo que en él se ve es que se abandona la empresa comenzada bajo los mas felices auspicios; que se deja al enemigo en completa i pacífica posesion del territorio que se había invadido, i que se obliga al Ejército, en el momento que aparecen las columnas del Presidente de Bolivia, a retroceder en la carrera de gloria que se le presentaba. ¡I a qué Ejército! A un Ejército cuyos invididuos todos, hasta el último soldado, apetecían la hora del combate, con un entusiasmo que los hace dignos de la gratitud chilena, con un entusiasmo que merecía ciertamente otra corona mas honrosa que la oliva de Paucarpata. ¿Este retroceso no es glorioso para las armas enemigas? ¿No es un reconocimiento humilde de la fortaleza i mas que todo de las pomposas baladronadas con que ha querido asustarnos el Jefe de la supuesta Confederacion? ¿No es un peccavi que hiere en lo mas vivo el amor propio de la Nacion chilena? ¿No es la mayor de las ventajas que podía esperar el Jeneral Santa Cruz?

Ahora bien, todo lo que el Protector apetecía era que no hubiese expedicion. A este fin se han dirijido en público sus súplicas i sus humillaciones, i en privado las inmorales intrigas con que él ha combatido la tranquilidad de Chile.

¡Ah! si hubiera conocido que la expedicion iba a ser para él una cosecha de gloria i de felicidad, sus esfuerzos no se habrían dirijido sino a allanar los inconvenientes que pudieran entorpecerla, i talvez habríamos ahorrado algunos dias de lágrimas i de consternacion!

Al paso que el Jeneral Santa Cruz ha logrado todo lo que ha pretendido desde el principio de nuestras desaveniencias, la parte del tratado benéfica para nosotros, está reducida a dos artículos que, por los términos en que están concebidos, ofrecerán dudas i cuestiones en su ejecucion. Satisfacciones, reparaciones, garantías de seguridad, todo se ha pasado en silencio. Nos hemos contentado con una pequeñísima porcion, i con la porcion mas insignificante de lo que pretendíamos, i nuestro enemigo ha llegado al colmo de sus deseos. El gran provecho que él reporta se recoje ántes de que el tratado sea ratificado por nuestro Gobierno, i las pequeñísimas concesiones que hace en retorno aparecen controvertibles en su intelijencia i tardías en su ejecucion. Podrán hacerse comentarios que combatan estas reflexiones; pero estos comentarios están fundados en hechos, i la verdad de estos hechos se halla por desgracia envuelta en contradicciones que la oscurecen. Examinamos el tratado i estando como debemos estar a la letra de sus estipulaciones, nos es forzoso, aunque desagradable, reconocer que en este artículo se confunde con una capitulacion en que se debe la vida a la jenerosidad de un enemigo incontrastable.

El artículo 12 está concebido en estos términos:

"E1 Gobierno de la Confederacion ofrece no hacer cargo alguno por su conducta política a los individuos del territorio, que ha ocupado el Ejército de Chile, i considerará a los peruanos que han venido con dicho Ejército como si no hubiesen venido."

La amnistía en favor de los individuos del territorio ocupado por el Ejército restaurador, es un acto justamente exijido por nuestros negociadores; pero, para que esta demanda fuese completa, era preciso haber tenido presentes a los individuos que se hubiesen comprometido fuera del territorio ocupado por nuestras armas. Ignoramos si ha habido algun compromiso de esta especie. Queremos suponer que nuestros Ministros no tenían noticia de ninguno cuando negociaron el tratado. Nada hubiera tenido de estraño que, en los ocho o diez dias anteriores a la paz de Paucarpata, se hubiese hecho en el interior del Perú por uno o varios patriotas, algun esfuerzo que contribuyese al buen éxito de nuestras armas. Era indispensable prevenir esta hipótesis porque la humanidad se horroriza al contemplar que el incauto que, fiado en la solemnidad de nuestras promesas, haya querido directa o indirectamente favorecer nuestros designios, queda espuesto a los atentados de un Gobierno que no se distingue por cierto por su jenerosidad para con sus enemigos.

En cuanto al segundo miembro de este artículo, esto es, al que hace referencia a los peruanos que acompañaron la expedicion, valiera mas que no hiciera parte del tratado. Considerarlos como si no hubiesen venido, no es otra cosa que concederles el Jeneral Santa Cruz por toda gracia no ejecutar los sanguinarios decretos que había fulminado contra ellos.

Esta estipulacion supone que sin ella hubiera sido posible al Jefe boliviano solemnizar a presencia de nuestro Ejército un segundo Saint Barthélemi, cuando católicos i protestantes estuvieron mezclados en las calles de Arequipa; i esta suposicion no se puede hacer sin desdoro de la expedicion restauradora de que componían parte los peruanos. ¿No se podrían haber obtenido en favor de ellos ventajas mas proporcionadas a la proteccion que debían esperar de nosotros? ¿No se podría mas bien no hacer mencion de ellos, si no era posible hacerla de un modo honroso para Chile? ¿No se podría haber escojido para el artículo una redaccion que siquiera no contuviese el ridículo que contiene la que se adoptó?

Un tratado como éste en que se ha desistido solemne i espontáneamente de casi todas nuestras pretensiones; en que se ha hecho completa abstraccion de lo que mas afectaba a nuestra seguridad, en que lo poco favorable a Chile está espuesto a subterfujios e interpretaciones maliciosas; en que las ventajas i la honra son todas para el enemigo jurado de nuestro órden, de nuestro reposo i de nuestra prosperidad; un tratado como este no podría encontrar abogados en la Nacion chilena. El Gobierno al desaprobarlo no ha sido mas que el intérprete fiel del voto público, que en ninguna época se ha espresado con una uniformidad mas sorprendente... No hai duda que en medio de los mayores desastres divisamos siempre un rasgo de la proteccion con que la Divina Providencia favorece a la República. Los dos sucesos ominosos que nos han hecho ver espirar el año 1837, como si desembarazásemos nuestro corazon de una carga insoportable, han servido para hacer un esperimento honroso i satisfactorio del patriotismo, del buen sentido i del pundonor nacional de nuestros pueblos.


Núm. 383 editar

El Presidente de la República no ha podido negarse a admitir la reiterada renuncia que ha hecho el Dr. don José Alejo Eyzaguirre del nuevo Obispado de Coquimbo, a que había sido electo, i, en consecuencia, ordenó al Consejo de Estado le presentase la correspondiente terna para elejir el individuo que debe subrogarle. De entre los propuestos ha acordado el Presidente presentar para Obispo de la espresada diócesis, al presbítero don Rafael Valentin Valdivieso, persona de reconocida reputacion, de virtud i ciencia i en quien concurren todas las cualidades que los cánones i las leyes exijen en los que deben ejercer aquel cargo. El Presidente de la República lo comunica al Senado para el fin prevenido en el número 3.º del artículo 33 i 8.° del artículo 82 de la Constitucion.

Ministerio de Justicia, Culto e Instruccion Pública. —Santiago, Noviembre 25 de 1837. —Joaquin Prieto. Mariano de Egaña. —A S.E. el Presidente del Senado.


Núm. 384 editar

Esta Cámara, en vista del Mensaje de S.E. el Presidente de la República, fecha 25 del mes próximo pasado, en el cual propone para Obispo de la nueva diócesis de Coquimbo al presbítero don Rafael Valentin Valdivieso, por renuncia del doctor don José Alejo Eyzaguirre, ha aprobado por unanimidad dicha propuesta.

Dios guarde al señor Presidente. —Santiago, Diciembre 23 de 1837. —Al Presidente de la República.


Núm. 385 editar

Para cerrar el período porque se ha reunido estraordinariamente el Congreso Nacional, aguardo tan solo el despacho de los asuntos que están pendientes en la Cámara que V.E. preside; i a efecto de que se verifique, espero que V.E. se servirá disponer que se cite a los señores Senadores para que se ocupen cuanto ántes de los asuntos indicados.

Dios guarde a V.E. —Santiago, Diciembre 5 de 1837. —Joaquin Prieto. Joaquín Tocornal. —A S.E. el Presidente de la Cámara de Senadores.


  1. El oficio del Gobierno i el decreto de desaprobacion corren bajo los números 503 i 504, entre los anexos de la sesion celebrada por la Cámara de Diputados en 20 de Diciembre del corriente año. Aquí agregamos el tratado de Paucarpata i algunos artículos de la prensa de aquella época. —(Nota del Recopilador.)
  2. Este documento ha sido trascrito de El Araucano, número 382, correspondiente al 22 de Diciembre de 1837. —(Nota del Recopilador.)
  3. Este parte ha sido trascrito de El Araucano, números 386, i 387, correspondientes al 19 i 26 de Enero de 1838. —(Nota del Recopilador.)
  4. Este decreto ha sido trascrito de El Araucano, número 387, correspondiente al 26 de Enero de 1838. —(Nota del Recopilador.)
  5. Este documento ha sido trnscrito de un suplemento al número 402 del periódico El Araucano. (Nota del Recopilador.)
  6. Este documento ha sido trascrito del periódico El Araucano, números 400, 401, 402, 403, 404, 405 i 406, correspondientes al 27 de Abril, 4, II, 18 i 25 de Mayo, 1.° i 8 de Junio de 1838. —(Nota del Recopilador.)
  7. Vattel, lib. 3, cap. 3, §44.
  8. Vattel, ibid., ibid., §45.
  9. Andrés Bello. Parte 2.ª, cap.1, §3.
  10. M. de Real. La science du gouvernement, tom. V, chap. II, sect. I, §XV.
  11. Se ha hablado igualmente del equilibrio entre las diversas partes de Europa, i de un equilibrio jeneral. Es indudable que la preponderancia en el mediodía se haría sentir pronto en el Norte i recíprocamente. Por consiguiente, es una sabia política oponerse en todas partes desde su oríjen, a todo lo que puede hacer un poder predominante. —(Schmalz; Droit des gens europeen lib. V, chap IV).
  12. La facilidad de disponer de grandes fuerzas trae casi siempre consigo la tentacion de abusar de ellas; i cuando aquéllos a quienes amenaza mas de cerca el peligro no se apresuran a reunirse para resistir a la primera injusticia todas las que sigan harán la lucha mas difícil. (Schmalz, ibid.)
  13. El (Gortz) observó que de tantos Príncipes reunidos contra la Suecia, Jorje elector de Hanover i Rei de Inglaterra, era el que mas irritado tenía a Cárlos, porque era cabalmente el único a quien Cárlos no había ofendido; que Jorje había entrado en la querella a pretesto de calmarle, i únicamente por conservar a Bremen i a Verden, a los cuales parecía no tener otro derecho que haberlos comprado a vil precio al Rei de Dinamarca, a quien no pertenecían. —Voltaire, Histoire de Charles XII, liv. VIII. El Barón de Gortz confesó que había proyectado la invasion, designio que estaba justificado por la conducta del Rei Jorje, que había reunido a los Príncipes en una liga contra la Suecia, sin haber recibido la mas pequeña provocacion; que había auxiliado al Rei de Dinamarca para subyugar los ducados de Bremen i Verden, i los había comprado al usurpador; i que en aquel mismo verano había enviado al Báltico una fuerte Escuadra que se unió a dinamarqueses i rusos contra la Escuadra sueca. —Smollett, History of England, vol. 2, book 2, sh I, § 37.
  14. Todos los Ministros estranjeros que había entonces en aquella corte (Lóndres) se quejaron de esta conducta (la del Gobierno británico). —M. de Real, La Science du Gouvernement, tomo V, chap. 1, sect. 9, § 26. En esta sola ocasion la corte de Inglaterra violó dos veces el Derecho de Jentes, interceptando las cartas de un Ministro público, i mandando arrestar su persona i tomar sus papeles. Ibid.
  15. La muerte de Cárlos fué afortunada para el Rei Jorje. La Suecia se vió entonces obligada a someterse. Smolett ibid, ibid, cap. II, § 2.
  16. Hai, sin embargo, casos en que toda esplicacion podría aparecer inútil i no serviría mas que para perder un tiempo precioso. De Martens, Précis du Droit des Gens. Liv. IV, chap. I, § 118.
  17. Finalmente, tiene derecho el ofendido para proveer a su seguridad en lo sucesivo, para castigar al ofensor, imponiéndole una pena capaz de apartarle en adelante de semejantes atentados, i para intimidar a los que intentasen imitarle. Tambien puede, segun la necesidad, ponerle en la imposibilidad de dañar. —Vattel, liv. VII, chap. IV, § 52.
  18. Por consiguiente, si hubiese en alguna parte una nacion inquieta i maligna, siempre dispuesta a dañar las demas, a ponerles estorbos i suscitarles disensiones intestinas, no hai duda que todas tendrían derecho a reunirse para reprimirla, para castigarla i aun para ponerla para siempre en la imposibilidad de dañar. —Vattel, ibid., ibid., § 33. Nadie duda que los pasos, bien descubiertos, bien ocultos, que da una nacion para excitar a nuestros súbditos a la rebelion, autorizan a hacerle la guerra. —De Martens, Précis du Droit de Gens, liv. VIII, chap. III, § 265, note 6.
  19. La lei natural prescribe a toda potencia belijerante hacer la paz cuando se le ofrece satisfaccion conveniente, indemnizacion de los gastos de la guerra i seguridad para el porvenir. —De Martens, Précis du Droit des Gens, liv. VIII, chap. VIII, § 327. Cuando un Soberano ha tenido que tomar las armas por un motivo justo e importante, puede adelantar las operaciones de la guerra hasta que haya logrado su fin lejítimo, que es obtener justicia i seguridad. Vattel, liv. IV, chap. I, § 6.
  20. El honor i la fidelidad obligan al Enviado como una lei, a tratar cada negocio conforme a las órdenes que se le han dado i a la intencion i miras positivas de su Soberano, a no sustituir lijeramente lo que en su opinion le parezca mas conveniente, i a no interpretar un término ambiguo sino segun las verdaderas intenciones de su Soberano. Schmalz, Le Droit des Gens Europeen, liv. III, chap. II. El Embajador puede no aceptar la embajada; pero si la acepta, no puede servir sino como su Soberano quiere ser servido. —De Real, tome V, chap. I, sect. XII, § 4.
  21. Es a la verdad un deber de todo ciudadano leal mirar la causa de su patria como la mejor, servirla con celo o defenderla por todos los medios que están a sus alcances. —Schmalz, ibid. liv. VI, chap. I.
  22. Andrés Santa Cruz, etc. Considerando I. Que el pacto concluido en Tacna a 1.º de Mayo del año de 1837 no ha sido canjeado en el término señalado por su artículo 41, i que per este hecho ha quedado sin vigor ni efecto alguno. II. Que la reforma de algunos de sus artículos ha sido indicada por la opinion de los Estados Confederados. III. Que la Confederacion Perú-Boliviana debe establecerse conforme a las leyes de las asambleas de Sicuani, Tapacarí i Huaura, i al decreto protectoral de 28 de Octubre de 1836. Decreto: Art. 1.° Se convoca un nuevo Congreso de Plenipotenciarios, que se reunirá en la ciudad de Arequipa el 24 de Mayo de este año para los objetos indicados por el decreto citado de 28 de Octubre; Art. 2.° Cada uno de los Estados Confederados nombrará tres Ministros Plenipotenciarios, a cuyo fin mi Secretaría jeneral invitará en esta fecha a los Gobiernos de las Repúblicas Confederadas. Mi secretario jeneral queda encargado de comunicar este decreto a quienes corresponde, i de mandarlo imprimir, publicar i circular. —Dado en la Paz de Ayacucho a 13 de Marzo de 1838... Andrés Santa Cruz. —El secretario jeneral, Manuel de la Cruz Méndez.
  23. Véase El Araucano núm. 399.
  24. Mr. de Real. La science du gouvernement. Tom. V, chap. I, sect. XVII, § 1.
  25. La formacion de una República compuesta del Perú i Bolivia era el gran fin de la negociacion. La República debía dividirse en tres Estados: denominados Norte, Centro i Sur. Tomaría el nombre de República del Perú, i el pabellon peruano intacto se tremolaría en sus tres Estados. Yo debía pasar al Cuzco i autorizar la declaratoria de Independencia del Estado del Centro. La agregacion de Bolivia como tercer Estado Sud-Peruano i el cambio de su bandera, seguiría a esta declaracion. Santa Cruz se comprometía a hacer que las tropas de Arequipa se me unieran; que este departamento siguiese el movimiento de los demas del Sur, i que Orbegoso se alejase sin violencia del Perú, todo lo que, dijo, resultaría de la menor insinuacion suya. El mando del Norte sería confiado oportunamente a la persona llamada por los pueblos a este destino. Entre tanto, era obligacion de Bolivia proporcionar todos los elementos de guerra necesarios; i sus tropas, ya peruanas, pasarían el Desaguadero cuando su auxilio fuese solicitado por mí. Quedaba reservado a una asamblea, a que concurrirían Diputados de los tres Estados, reunida inmediatamente que se consiguiese la calma, la consolidacion del nuevo órden de cosas i el arreglo de instituciones análogas. —El Jeneral Gamarra a sus compatriotas, páj. 15.
  26. La garantía obliga a prestar socorros a aquél en cuyo favor se ha otorgado i que lo solicita cuando llega la ocasion. —De Martens. Précis du droit des gens, chap VIII, § 338.
  27. Los tratados públicos se ratifican copiando el testo del tratado en el cuerpo del auto de ratificacion, diciendo así: "Por cuanto, etc. se ha celebrado un tratado, cuyo tenor es como sigue:... Por tanto etc. Véase De Martens. Manuel diplomatique, paj. 219.
  28. La disciplina i moralidad del Ejército son tales, que todo elojio es corto. El Ejército se recomienda de tal modo por sus virtudes en todas partes donde entra, que las jentes obsequian a los soldados como si fuesen maridos o hijos que volviesen a sus casas despues de una campaña larga i penosa. Todos los dias que hemos estado aquí han comido nuestros cuerpos en gran parte con los regalos que el pueblo les ha hecho. Han llegado a los cuarteles cholas con burros cargados de carne, papas, cebollas, ollas i la leña necesaria para hacer la comida; la han cocinado ellas mismas, la han repartido a los soldados, i se han vuelto alabando lo buena que es la jente de Chile. Las monjas, las señoras, i en fin, todas las clases del pueblo de Arequipa, se han comportado mui hospitalariamente con el Ejército. —Carta de Irisarri al señor Ministro del Interior. (Véase ademas El Araucano, de 21 de Noviembre, que contiene el parte dado por el Jeneral Blancode la ocupacion de Arequipa.)
  29. Napoleon llegó a Niza el 27 de Marzo, i el estado que el Jeneral Scherer le presentó del Ejército, era aun mil veces peor de lo que se había imajinado. La provision de pan era dudosa, i carne hacía mucho tiempo que no se repartía; en las brigadas solo había quinientas mulas, i no había que pensar en conducir mas artillería que 30 piezas; la posicion del Ejército iba empeorando de dia en dia, i ni un solo instante se podía perder; porque el Ejército no podía subsistir mas tiempo en los puntos que se hallaba; era indispensable avanzar o retroceder. —Memorias de Napoleon por Montolon i Gourgaud, Guerra de Italia, cap. V, § 3.
  30. Monsieur de Wiccquefort. L'Ambasadeur et ses fonctions, liv. I. sect. XII.
  31. Monsieur de Wicquefort. Ibid.
  32. Este artículo ha sido trascrito de El Araucano, núm. 382, correspondiente al 22 de Diciembre de 1837. —(Nota del Recopilador.)
  33. El artículo 5.º de las instrucciones dice así: "Si por algun motivo que no es fácil prever, se vieren VV.SS. en la necesidad de estipular con el enemigo alguna cosa que exceda de sus instrucciones o que las contraríe en materia importante, exije la buena fé que VV.SS. lo hagan presente a la persona o personas con quienes trataren, de manera que se reserve al Gobierno de Chile una plena libertad para ratificarlo o nó, segun lo juzgare conveniente."
  34. Este artículo ha sido trascrito de El Araucano, número 383 correspondiente al 30 de Diciembre de 1837. —(Nota del Recopilador.)
  35. Este artículo ha sido trascrito de El Araucano, número 384, correspondiente al 5 de Enero de 1838. —(Nota del Recopilador.)