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SESION DE 22 DE DICIEMBRE DE 1837

guidas por los Ministros respectivos, pusieron en completa claridad los puntos de disputa entre el Gobierno de Chile i el Jeneral Santa Cruz, i descubrieron la imposibilidad de darle una resolucion pacífica, parece que el término de tan funesta desavenencia debió ser esclusivamente confiado al éxito de la guerra, que habían hecho necesaria, por una parte los mas sagrados intereses de la Nacion chilena, i por otra los tenaces propósitos de la ambicion del Presidente de Bolivia.

Tal ha sido la razon del decoroso silencio que el Gobierno chileno ha creido justo guardar, miéntras el Gobierno enemigo ha estado incesantemente prostituyendo la dignidad del poder soberano con una torpe grita en el que se ha hecho el mas imprudente escarnio de la moral, de la decencia i de la verdad. Hoi que es forzoso renovar las tentativas frustradas por un lamentable suceso, que Chile quisiera borrar de las pájinas de su historia : hoi que se ha pretendido presentar como una infraccion de las leyes internacionales el derecho que toda potestad soberana tiene de conceder o negar su sancion a los pactos celebrados por sus ajentes; hoi que el ejercicio de este derecho inconcuso ha excitado el frenesí calumniador de los enemigos de la República, es absolutamente indispensable presentar a los pueblos amigos el estado actual de la contienda, i fortificar en ellos el convencimiento de la rectitud de miras de la administracion chilena, enjendrado, no por discursos facinadores, sino por la irresistible elocuencia de los sucesos.

Que los Estados mas lejanos de la América, ántes española, i los pueblos europeos no percibiesen claramente el punto en donde debía parar la mediacion boliviana de 1835 en las discordias del Perú, nada tiene de estraño a los ojos de los que consideran que ha cubierto los unos por su situacion jeográfica de las consecuencias de este grave acontecimiento, i ocupados los otros que deben juzgar mas importantes que los que ofrece un remoto continente, carecían todos del interes necesario para estudiar un documento como el tratado de la Paz, que no es mas que un eslabon de la cadena de intrigas que liga la época presente con la exaltacion del Jeneral Santa Cruz a la silla de Chuquisaca. Chile, vecino de los pueblos en donde iba a desenvolverse el plan de la mediacion i enlazado con ellos por los intereses de un antiguo i frecuente tráfico, no ha podido ménos de seguir mui de cerca la historia de sus vicisitudes, i siguiéndolo no ha podido ménos que penetrar ue el pacto de la Paz era la base de un poder formidable por los grandes recursos con que debía de enriquecerse, i por los medios reprobados que empleaba en su engrandecimiento. Sin embargo de tan sólida persuacion, Chile se contentó con fijar sus ojos en la contienda del Perú, teniendo que sofocar el clamor de sus mas vitales intereres, para que dominase en sus operaciones, en aquella época difícil, la moderacion que ha sido el principio inalterable de su conducta, en sus relaciones esteriores. No fué mediacion la que se estipuló en la Paz, porque la mediacion no tiene por instrumentos las armas, ni se alimenta con la sangre de los pueblos, ni arroja un combustible mas a las hogueras que le incumbe apagar. No fué una simple intervencion, porque no se trataba solo de influir en la suerte futura del Perú, adquiriendo sobre el Gobierno peruano el predominio a que jeneralmente aspiran los meros interventores. Fué una usurpacion mal solapada, porque el poder militar adquirido por el Presidente boliviano había de robustecerse con el voto de las asambleas parciales reunidas bajo sus armas; i una usurpacion animosa a la República de Chile, porque destruyendo el equilibrio de los Estados americanos, la ponía en peligro de ser, como la nacion peruana, presa de la ambicion estranjera.

La antigua correspondencia del Jeneral Santa Cruz, para poner en accion los elementos revolucionarios del Perú, es bien conocida de esta parte de la América. El fruto de esta semilla ha sido ópimo, i progresivamente ha ido mejorando con el cultivo: primero revoluciones parciales, despues guerras civiles, i últimamente la completa aniquilacion de la soberanía, que ha coronado los trabajos de siete años. El pueblo de Chile era vecino, i subyugado el Perú, debía de ofrecer nuevos incentivos a la ambicion, que no se calma sino se exacerba con los triunfos: i podia ser combatido con las mismas armas reprobadas que la perfidia emplea, i cuando no fuese posible realizar en él, en todas sus partes, el proyecto logrado en el Perú, era a lo ménos indudable que vería su órden combatido por las conspiraciones i aniquilado por las contiendas intestinas. El Gobierno de Chile pudo protestar contra un pacto que le inspiraba tan fundados recelos, pero no quiso que los poco conocedores de los antecedentes le acusasen de una delicadeza prematura, i dejó que el curso de los sucesos revelase al mundo la solucion de un problema que desde tiempos atras estaba escrita en su conciencia.

La conducta del Jeneral Santa Cruz no solo ha correspondido, sino se ha adelantado a tan contristadores cálculos, i no permite traer a la memoria tanto exceso de moderacion de parte de Chile, sin el escrúpulo de que pueda confundirse con una imprudencia reprensible. La escarnecedora mediacion arrojó la máscara. La sangre derramada en Socabaya, i despues del triunfo en la plaza de Arequipa, con una fria i cobarde ferocidad que ha sido el escándalo del siglo, ahogó no solo la autoridad enemiga del Jeneral Salaverry, sino la autoridad amiga del Jeneral Orbegoso; las asambleas de Huaura i Sicuani llenaron cumplidamente ia mision de los soldados bolivianos que, desconfiando todavía de los lejisladores que habían sido de sus hechuras, permanecían apercibidos para castigar el mas lijero desvío