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SESION DE 1.º DE JULIO DE 1826


blicistas que han escrito fuera de la influencia de una monarquía. Nos hemos propuesto discurrir por los resultados, i este es el único buen modo de juzgar en materias políticas. En dieziseis años de revolución, no hemos visto en Sud América sino gobiernos centrales; se han dictado constituciones llenas de garantías, i se han elejido jefes que parecían no respirar mas que bondad i patriotismo. Preguntemos ahora, ¿cuáles son los progresos de estas naciones? ¿Son acaso comparables con los Estados Federados? Colombia, agobiada con la deuda pública, i oprimida con las órdenes del centro, rompe por todas partes las cadenas de la unión; Carácas i Quito se dice que han proclamado ya su independencia. El Perú no conoce su libertad; i ha sucedido allí lo que comunmente sucede en los gobiernos centrales unitarios, que presto dejeneran en despotismo o en una dictadura tan peligrosa en tiempo de guerra, como abominable en tiempo de paz. Ya se ha nombrado al señor Bolívar, Presidente perpétuo, sin responsabilidad i con facultad de nombrar su sucesor. El Janeiro elijió un Emperador que le mandase bajo una Constitución que le diese la Nación. Se hizo todo el aparato; se reunieron los representantes i se sancionó el código fundamental del imperio; pero nada se observa sino la voluntad del Príncipe; las convulsiones no cesan, i al fin, minarán el trono. En Buenos Aires no pararon las guerras intestinas, miéntras subsistió el gobierno central; entró despues la anarquía, consiguiente preciso de la opresion; cada lugar, cada aldea, se hizo un estado soberano, i aun este desórden ha sido ménos funesto que el réjimen unitario. Si en alguna ocasion se ha visto Buenos Aires rico i floreciente, ha sido en los pocos años que las provincias se han gobernado por sí mismas; ¡cuánto mas si se hubiesen federado! Es verdad que ahora han propuesto por base de su Constitución, la unidad; pero tan desfigurada, que no merece ese nombre; i todavía no sabemos si se admitirá, ni cuáles serán los resultados de ese proyecto En Chile horroriza el recuerdo de esos asesinatos clandestinos, i esas proscripciones a las costas mortíferas del Chocó, decretadas en el directorio de don Bernardo O'Higgins. Coquimbo vió atrancar de su gobierno un majistrado para llevarlo preso a la capital, meterlo a un calabozo de la cárcel pública, con dos pares de grillos, i tenerlo muchos dias incomunicado sin decirle siquiera la causa de su prisión. Entonces habia un Senado Conservador, que en esta ocurrencia llenó perfectamente sus deberes, reclamando el reo i protestando la violación de las leyes El Director estaba inhibido de lo judicial; el majistrado pidió enéticamente que se le juzgase conforme a la Constitución; estuvo diezisiete meses desterrado de su país, i jamas pudo conseguir que su causa pasase a un tribunal competente. He aquí los efectos del gobierno central unitario. Si en aquel caso no fué bastante la prohibición de la lei, la mediación del cuerpo deliberativo, ni el respeto a una provincia, ¿qué garantías nos restan para contener semejantes sucesos? ¿Apelaremos a la Representación Nacional? Pero los Congresos han sido en Chile el juguete de los gobernantes, i al fin, no siempre han de estar reunidos. No hai otro arbitrio que privar al Gobierno de esa amplitud de poder con que le reviste la unidad; de lo contrario, nos veremos a cada instante en la necesidad de hacer una revolución para quitar el mando a un déspota que se complace en el sacrificio de sus conciudadanos.

Para mitigar el odio a la monarquía, se nos dice que tratan de constituir una República; pero la centralidad está en contradicción con ese nombre lisonjero, lo mismo que si dijésemos un despotismo federal. Los títulos de Director o Rei, Emperador o Presidente, no varían la sustancia, puesto que las atribuciones sean las mismas. Una Constitución se da también a una monarquía. La elección del jefe no es impedimento, porque también hai imperios electivos. La duración no puede asegurarse en mas ni ménos con esa clase de leyes; porque si el objeto de la unidad centralizada es hacer un gobierno robusto, fuerte, capaz de aniquilar media Nación en un momento, ¿quién destruye ese coloso cuando quiera perpetuarse? A la Asamblea le parece una quimera esa República central. República es aquella en que los pueblos, mirando por su Ínteres particular, protejen el todo de la asociación; pero si el bien i el mal les ha de venir precisamente del centro, los pueblos no son otra cosa que el instrumento de la tiranía.

Nos habíamos apartado de nuestro propósito; volvamos a los sucesos de Chile. El gobierno unitario ha prolongado la guerra para distraer a los ciudadanos con el peligro. Se han impuesto gruesas contribuciones; se han recargado los pechos al comercio; se han secuestrado grandes caudales; se debe a Inglaterra el empréstito de cinco millones; todo se ha consumido, i ni siquiera se han pagado bien sus sueldos a los mas fieles servidores de la Patria. En tres Congresos, una Convención i un Senado, no se han conseguido las cuentas de la caja; i aunque se tomen con mucha prolijidad, no por eso llegaremos a inquirir la inversión del dinero, porque una órden del Gobierno salva la responsabilidad del tesorero. Por donde quiera que miremos la Nación, hallaremos rastros del abandono en que se han dejado los pueblos subalternos; desde Copiapó ha de ir a Santiago una apelación, aunque la causa no pase de doscientos pesos; de suerte que el hombre rico se burla perfectamente del pobre que no tiene cómo costear un viaje de trescientas leguas; pero en los gobiernos centrales es preciso que todo vaya al centro. Los Cabildos de Coquimbo i San Juan solicitaron varias veces que se les permitiese el comercio directo por estas cordilleras; las ventajas estaban a favor de Chile, porque de allí llevaríamos los efectos de Asia, los de Li