La sombra amenazaba ya con su fatal ley
a un viejo Afán que mis vértebras ha deshecho;
triste por perecer bajo el fúnebre techo
sus alas posó en mí. ¡Ay, sala de carey
y de ébano, capaz de sobornar a un rey,
la Muerte las guirnaldas de gloria ha contrahecho
y es mentira tu orgullo para el que satisfecho
de fé, vive alejado de la equivoca grey!
Sé que en la inmensidad de esta noche, la Tierra
arroja un resplandor de misterio que yerra
a través de los siglos, cual fúlgido remedio.
El idéntico espacio, anulado o crecido,
a los testigos fuegos muestra desde su tedio
que en un astro, entre fiestas, un genio se ha encendido.
En cuanto a este soneto: la Tumba de Edgardo Poe, como fuera flaqueza no honrarle más que con un horror pánico, ¿por qué no terminariamos con él?
Tal cual la Eternidad le reintegra y convierte
se alza el Vate con el hierro desenvainado.
No pudo comprender su siglo amedrentado
que en esa extraila voz triunfaba la Muerte.