«Pueden, sin recoger suspiros mendigados,
cual se encabrita el búfalo que aspira la tormenta,
sabotear ahora males eternizados.
»De incienso embriagaremos al Fuerte porque alienta
en lucha con los fieros serafines del Mal;
cada farsante de éstos sin ropa roja intenta
detenemos.» Y escupen su desprecio mortal
al desnudo que implora, de inmensidad indigente.
Y estos Hamlets ahitos de zooobra jovial
a ahorcarse de un fárol van ridículamente.
Por aquel tiempo, poco más o menos, pero evidentemente, más bien a un poco después que a un poco antes, se remonta la exquisita.
La luna se afligía. Serifines llorando
en la calma, entre flores vaporosas, soñando,
con el arco en los dedos, sacaban de sus violas
sollozos que rozaban lo azul de las corolas.
—De tu beso primero era el bendito día.
Gustosa en torturarme mi vaga fantasía
se embriagaba discreta con el perfume triste
que, aun sin pesar ni dejo, tras cogerle, subsiste
en aquel corazón que el Ensueño ha cogido.
Con la mirada fija en el envejecido
pavimento iba... Entonces, en tus rizos luciendo
el sol de aquella tarde, apareciste riendo
en la calle. Crei ver el sombrero nimbado