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Paul Verlaine

tro querido poeta y amigo en los albores de su talento, cuando se adiestraba en todos los tonos con su incomparable instrumento.

Instancia

Ha tiempo que he soñado, Duquesa, ser la Hebe
que en tu jicara ríe si a tu beso se entrega.
Yo no estoy en el Sèvres en que tu boca bebe,
pues no soy más que un vate que ni aun a abate llega.

Rubia que a quien te peina, tu divino oro mueve
a obras de orfebrería, puesto que éste no alega
méritos y consigue que tu mirada leve
desdeñe los bombones y el gozquejo que juega,

nómbrame del rebaño de tus almibaradas
sonrisas, que cual blancas ovejas amansadas
pacen en corazones y balan indecisas.

Nómbrame... que Boucher me pintará en un rosa
abanico, arrullándolas con mi flauta amorosa.
Nómbrame a mí. Duquesa, pastor de tus sonrisas.

 

¡Vaya una inapreciable flor de estufa! ¡Y de cuán gentil manera está cortada! De la poderosa mano del maestro artífice que forjaba.

El mal sino[1]

Dominando el rebaño de la humanidad horrenda,
mostraban las hirsutas melenas por momentos
los mendigos de azul, perdidos en la senda.


  1. La presente traducción está hecha según la for-
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