La Musa (vivan nuestros padres!) la Musa, decimos, de Arturo Rimbaud toma todos los tonos, pulsa todas las cuerdas del harpa, rasguea en las de la guitarra y acaricia el rabel con el más ágil de los arcos.
Arturo Rimbaud es zumbón y maligno socarronamente como nadie cuando le conviene, sin dejar de ser por ello ese gran poeta que es por la gracia de Dios.
Pruebas son la Oración de la Tarde y Los Sedentarios, dignos de que nos arrodillemos.
Como a un ángel que afeitan, vivo siempre sentado,
empuñando algún vaso de profundas estrías;
doblado el hipogastrio, miro cómo han zarpado
del puerto de mi pipa tenues escampavías...
Cual cálida inmundicia que un palomar ha hollado,
me abrasan dulcemente múltiples fantasias
y es mi corazón triste, árbol ensangrentado
por las jaldes resinas doradas y sombrías.
Cuando agoto mis sueños de bebedor asiduo
de cuarenta cuartillos, sin ningún sobresalto
me recojo y expulso el ácido residuo.
Tierno como el Señor del cedro y los hisopos,
meo hacia el cielo oscuro, muy lejos y muy alto,
con venia y beneplácito de los heliotropos.