Oración de la tarde
Como a un ángel que afeitan, vivo siempre sentado,
empuñando algún vaso de profundas estrías;
doblado el hipogastrio, miro cómo han zarpado
del puerto de mi pipa tenues escampavías...
Cual cálida inmundicia que un palomar ha hollado,
me abrasan dulcemente múltiples fantasias
y es mi corazón triste, árbol ensangrentado
por las jaldes resinas doradas y sombrías.
Cuando agoto mis sueños de bebedor asiduo
de cuarenta cuartillos, sin ningún sobresalto
me recojo y expulso el ácido residuo.
Tierno como el Señor del cedro y los hisopos,
meo hacia el cielo oscuro, muy lejos y muy alto,
con venia y beneplácito de los heliotropos.