Estío
Fronda lírica
de Julio Flórez

Otoño editar




Luz de luna

su mirada;

su pupila

noche bruna;

sus ojeras

guardan toda la ceniza

que cayó, cuando sus ojos

fueron vívidas hogueras;

su pestaña engarza en oro

un diamante de su lloro.

En un bucle que sus sienes engalana

como un hilo de alba seda, se desliza

una cana.

En el campo,

del sol mira el postrer lampo,

taciturna,

del sol triste que se emboza, poco a poco,

en la clámide nocturna.


Desteñida, no provoca

ya la adelfa de su boca:

porque es flor que la sonrisa ya no mueve;

hoy sus pétalos pegados y sinuosos

no descubren el refugio

de la nieve;

boca triste, boca seca;

en sus róseas comisuras,

de fastidio hay una mueca.

Sin embargo,

a pesar de aquel constante

dejo amargo…,

en su rostro, todavía marfileño,

hay un no sé qué de dulce…,

de fantástico, de ensueño…

El otoño en las orillas

del camino, riega hojas,

hojas y hojas

amarillas.


De su frente

la tersura

se deshace lentamente:

la visión del blanco invierno,

el blancor de aquel semblante

pone en fuga…,

y se alarga entre sus cejas, desdeñosas

y enarcadas,

honda arruga.


En sus manos, bien cuidadas,

todas llenas

de sortijas, se insinúan

las azules serpentinas de sus venas;

y su barba, como lirio

melancólico y maltrecho,

agoniza en los encajes

de la doble y blanda loma

de su pecho.


Solitaria, yo la veo

en un banco

del paseo;

tal vez sueña con las flores

de otros tiempos: ¡sus amores!

Los recuerdos más hermosos

y gratísimos,

ahora,

tal vez pasan por su mente,

mientras llora…


Es la tarde. Allá a lo lejos,

su cabeza el sol sumerge

en la sangre de los últimos reflejos…

El otoño en las orillas

del camino riega hojas,

hojas y hojas

amarillas.