Fronda lírica
de Julio Flórez
Otoño

Estío

editar




Es rescoldo

la ancha tierra; bajo un toldo

de verdura, una joven campesina

en el pecho de su amante

se reclina;

un arroyo serpentea, susurrante,

salta en tumbos que retumban

en las rocas del vibrante

bosque espeso;

los insectos giran, zumban

como nube de ámbar y oro,

y en el aire suena un beso

y un «¡Te adoro!».

Ni una nube

mancha el cielo;

un gran hálito de horno, sube, sube

a las ramas silenciosas, desde el suelo.

¡Cuán hermosa

la muchacha! Su mejilla

viva rosa;

y su boca, almibarada,

tiene muchos más rubíes

muchos más que una granada.

Olorosa como el heno,

y brillante como el heno su cabeza

se endereza

como enorme flor de oro,

sobre un tallo de esbeltez y vida lleno,

mientras se alzan, con la espuma

del encaje de su traje,

medio ocultas,

las dos ondas de su seno.


El estío, por las ramas

soñolientas, tembladoras,

filtra llamas, llamas, llamas

quemadoras.


Un suspiro, moribundo

de amor, pasa por el mundo;

y la joven, suelto en rizos el cabello

poderoso y ondulante,

sus desnudos brazos finos,

echa al cuello

de su amante;

y se ciñe toda, toda,

al mancebo noble y fuerte:

es el día de su boda.


Con voz tierna,

asegura que su dicha

será eterna.

Por un claro del gran bosque yo la veo

que se agita, jadeante,

bajo el ansia del deseo.


El ambiente la sofoca;

el placer la descoyunta;

y, ebria y loca,

a los labios del mancebo

sus ardientes labios junta.

Y las dos palpitaciones

de sus buenos corazones

anhelantes

repercuten de la selva en los rincones

más distantes…

Medio día:

al cenit el sol ya llega,

y sus dardos ardorosos, deslumbrantes,

a la madre tierra envía.


El estío, por las ramas

soñolientas, tembladoras,

filtra llamas, llamas, llamas

quemadoras.