Estrellas

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Estrellas que brilláis en las oscuras

profundidades de los hondos cielos,

diamantes de las hórridas negruras,

antorcha de mis lúgubres desvelos!


¿A dónde vaís así, de oro cubiertas,

por esas soledades, pensativas,

pálidas unas como novias muertas,

fúlgidas otras como flores vivas?


En vuestra procesión interminable

¿qué buscáis en los campos infinitos?

Decidme, ¿mi dolor es incurable?

¿No os llega nunca el eco de mis gritos?


Dime, tú, Sirio, enorme solitario

que alumbras mi profundo desconsuelo:

¿cuánto hace que iluminas el santuario

hondo y azul del Hacedor del cielo?


Y tú, trémulo Arturo, esplendoroso

luminar que atraviesas el vacio...

¿por qué, sin un instante de reposo,

temblando estás, cual si tuvieses frío?


Divino Aldebarán, tú que flameas

como un incendio en la inmutable hondura,

¿por qué tan dulcemente parpadeas?

¿por qué no me relatas tu amargura?


Tu, melancólica Alfa del Navío,

y tú, Prosión, a quien por triste adoro,

¿en las linfas azules de qué río

humedecéis vuestros cabellos de oro?


Contadme al punto, relatadme todas

vuestras extrañas penas y alegrías,

vuestros amores castos, vuestras bodas

en esas dilatadas lejanías.


¿Cómo os llamáis en el profundo seno

de la tremenda eternidad? ¿Alguna

de vosotras, el hondo azul sereno

recorre enamorada de la luna?


Habladme de vosotras, pudibundas

viajeras de las noche solitarias,

luminosas enfermas moribundas,

anémicas antorchas funerarias!


Habladme de vosotras y a la altura

llevadme a contemplar vuestra armonía.

Quiero saber en la celeste hondura,

cuál de vosotras es... la madre mía!


El mar se agita en la ribera y muge.

Las verdes olas en la arena estallan.

Resbala el barco, se estremece y cruje

el viento gime y las estrellas callan!