Oro y ébano/¡Lejos! (Oro y ébano)
¡Lejos! (Oro y ébano)
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De cuando en cuando, un hálito de fuego,
llega hasta mí y el corazón me abrasa;
quema mi frente pensativa y pasa
como un aroma por mis labios, luego.
Pierde entonces mi espíritu el sociego
y huye de mí... los ámbitos traspasa
y llega hasta la verja de tu casa
donde escuché al partir... tu último ruego.
Aquél, «¡No me abandones!» que dijistes
con tus labios pegados a mi boca,
la postrera mañana en que me vistes.
¡Y lleno de dolores, comprendo al punto,
que aquel hálito ardiente que me toca,
es el alma de aquel beso difunto.