OLIVO DEL CAMINO

A la memoria de D. Cristóbal Torres.

I

Parejo de la encina castellana,
crecida sobre el páramo, señero
en los campos de Córdoba la llana
que dieron su caballo al Romancero,
lejos de tus hermanos
que vela el ceño campesino—enjutos
pobladores de lomas y altozanos,
horros de sombra, grávidos de frutos—
olvidado de mano labradora
que pode tu ramaje, y por olvido,
viejo olivo, del hacha leñadora,
¡cuán bello estás junto a la fuente erguido,
bajo este azul cobalto,
como un árbol silvestre, espeso y alto!

II

Hoy, a tu sombra, quiero
ver estos campos de mi Andalucía,
como a la vera ayer del Alto Duero
la hermosa tierra de encinar vela.
Olivo solitario,
lejos del olivar, junto a la fuente,
olivo hospitalario
que das tu sombra a un hombre pensativo
y a un agua transparente,
al borde del camino que blanquea,
guarde tus verdes ramas, viejo olivo,
la diosa de ojos glaucos, Atenea.

III

Busque tu rama verde el suplicante
para el templo de un dios, árbol sombrio;
Demeter jadeante
pose a tu sombra, bajo el sol de estío.
Que reflorezca el día
en que la diosa huyó del ancho Urano,
cruzó la espalda de la mar bravía,
llegó a la tierra en que madura el grano,
y en su querida Eleusis, fatigada,
sentőse a reposar junto al camino,
ceñido el peplo, yerta la mirada,
lleno de angustia el corazón divino...
Bajo tus ramas, viejo olivo, quiero
un día recordar del sol de Homero.

IV

Al palacio de un rèy llegó la dea,
sólo divina en el mirar sereno,
ocultando su forma gigantea
de joven talle y de redondo seno,
trocado el manto azul por burda lana,
como sierva propicia a la tarea
de humilde oficio con que el pan se gana.


De Keleos la esposa venerable,
que daba al hijo en su vejez nacido,
a Demofon, un pecho miserable,
la reina de los bucles de ceniza,
del niño bien amado
a Demeter tomó para nodriza.


Y el niñio floreció como criado
en brazos de una diosa,
o en las selvas feraces,
—así el bastardo de Afrodita hermosa—
al seno de las ninfas montaraces.

V

Mas siempre el ceño maternal espía,
y una noche, celando a la extranjera,
vió la reina una llama. En roja hoguera,
a Demofon, el príncipe lozano,
Demeter impasible revolvía,
y al cuello, al torso, al vientre, con su mano
una sterpe de fuego le centa.
Del' regio lecho, en la aromada alcoba,
saltó la madre; al corredor sombrio
salió gritando, aullando, como loba
herida en las entrañtas: ¡hijo mío!

VI

Demeter la miró con faz severa.
—Tal es, raza mortal, tu cobardía.
Mi llama el fuego de los dioses era.
Y al niño, que en sus brazos sonreía:
Yo soy Demeter que los frutos grana,
¡oh principe nutrido por mi aliento,
y en mis brazos más rojo que manzana
madurada en otoño al sol y al viento!...
Vuelve al halda materna, y tu nodriza
no olvides, Demofon, que fué una diosa;
ella trocó en maciza
tu floja carne y la tiñó de rosa,
y te dió el ancho torso, el brazo fuerte,
y más te quiso dar y más te diera:
con la llama que libra de la muerte,
la eterna juventud por compañera.

VII

La madre de la bella Proserpina
trocó en moreno grano,
para el sabroso pan de blanca harina,
aguas de abril y soles del verano.


Trigales y trigales ha corrido
la rubia diosa de la hoz dorada,
y del campo a las eras del ejido,
con sus montes de mies agavillada,
llegaron los huesudos bueyes rojos,
la testa dolorida al yugo atada,
y con la tarde ubérrima en los ojos.


De segados trigales y alcaceles
hizo el fuego sequizos rastrojales;

en el huerto rezuma el higo mieles,
cuelga la oronda pera en los perales,
hay en las vides rubios moscateles,
y racimos de rosa en los parrales
que festonan la blanca almacería
de los huertos. Ya irá de glauca a bruna,
por llano, loma, alcor y serranía,
de los verdes olivos la aceituna...


Tu fruto, ¡oh polvoriento del camino
árbol ahito de la estiva llama!
no estrujarán las piedras del molino,
aguardará la fiesta, en la alta rama,
del alegre zorzal, o el estornino
lo llevará en su pico, alborozado.


Que en tu ramaje luzca, árbol sagrado,
bajo la luna llena,
el ojo encandilado
del buho insomne de la sabia Atena.

Y que la diosa de la hoz bruñida
y de la adusta frente

materna sed y angustia de uranida
traiga a tu sombra, olivo de la fuente.


Y con tus ramas la divina hoguera
encienda en un hogar del campo mío,
por donde tuerce perezoso un río
que toda la campiña hace ribera,
antes que un pueblo, hacia la mar, navío.