​Odas​ (1909) de Horacio
traducción de Germán Salinas
Libro II

LIBRO II

I A ASINIO POLIÓN

Polión, amparo insigne de atribulados reos y lumbrera del Senado, a quien el triunfo de Dalmacia coronó de inmortales laureles, en tu obra llena de azarosos peligros, y caminando sobre brasas cubiertas por una ceniza engañosa, nos relatas las discordias civiles que estallaron durante el consulado de Metelo, las causas de la guerra, sus horrores y vicisitudes, los caprichos de la fortuna, las amistades funestas de los caudillos y las armas teñidas de sangre, aun no expiada.

Que la Musa de la severa tragedia falte un momento a los teatros; luego que hayas trazado el cuadro de los públicos sucesos, volverás a cumplir la alta misión del poeta, calzándote el coturno de Cecrops.

Ya resuena en los oídos el aviso amenazador de los cuernos y los clarines, ya el fulgor de las armas amedrenta a los caballos en fuga y cubre de palidez el rostro de los caballeros, ya creo oír las voces de los ínclitos capitanes manchados con el polvo <que no mancha> del campo de batalla, y aparecen sometidas todas las regiones del orbe, menos el ánimo indomable de Catón.

Juno y los dioses amigos de África, que abandonaron impotentes la tierra que no conseguían vengar, han inmolado por fin, a los Manes de Yugurta, a los nietos de los vencedores.

¿Qué campos no ha regado la sangre latina, atestiguando con sus sepulcros nuestras impías guerras, si hasta los medos llegó el estruendo de la ruina de Hesperia? ¿Qué golfos o ríos ignoran nuestras luchas despiadadas? ¿Qué mar no enrojecieron las matanzas romanas? ¿Qué ribera no ha bebido nuestra sangre?

Pero, Musa atrevida, no intentes, abandonando tus juegos, renovar las canciones de Simónides de Ceos; ven conmigo a la gruta de Venus, y pulsa allí con plectro más suave las cuerdas de la lira.

II A CAYO SALUSTIO

Crispo Salustio, enemigo de los metales que esconde la tierra en su avaro seno, de nada sirve el brillo de la plata <la plata oculta en la avarienta tierra carece de color> si no resplandece en la moderación de su empleo.

Proculeyo vivirá hasta remotas edades por haber sido un tierno padre con sus hermanos, y la fama, en sus alas incansables, llevará adonde quiera su nombre inmortal.

Reinarás en más vasto imperio sofocando los impulsos de la ambición que si juntas al dominio de África la remota Cádiz, y una y otra Cartago obedecen tus mandatos.

La hidropesía cruel se agrava con la bebida <al que es indulgente consigo mismo>, y no apaga la sed que la devora si no arranca de las venas la raíz de su dolencia y el humor acuoso de su pálido cuerpo.

La Virtud, que rechaza las opiniones del vulgo, excluye del número de los venturosos a Fraates, repuesto en el trono de Ciro, y enseña a los pueblos a no dejarse llevar de falsos prejuicios, concediendo la diadema, el reino tranquilo y el laurel de la victoria al que pasa por delante de grandes montones de oro sin torcer la vista para contemplarlos.

III A QUINTO DELIO

Ten presente, Delio, que has de morir,y no pierdas la fortaleza del ánimo ante los rigores de la adversidad, ni en los prósperos sucesos te dejes arrebatar por una loca alegría; sea que hayas vivido largo tiempo en la tristeza, sea que en los días festivos <recostado sobre la hierba recoleta> te regales apurando las copas del añejo Falerno, allá donde el copudo pino y el álamo blanco entrelazan sus ramas ofreciendo una sombra hospitalaria y las linfas del arroyo resbalan fugitivas por su tortuoso cauce. <¿Para qué otro fin el ingente pino y el blanco álamo gustan de asociar la sombra hospitalaria de sus ramas? ¿Para qué se esfuerza en saltar la linfa fugaz en su oblicua rivera?>

Manda traer aquí vinos, unguentos exquisitos y las flores del ameno rosal que tan presto se marchitan, pues te consienten tales goces tu hacienda, tu edad y los negros estambres de las Parcas.

Un día dejaras los bosques y la rica mansión que compraste a peso de oro, con la casita de campo que bañan las rojas ondas del Tíber, y un [feliz] heredero se hará dueño de tus inmensas riquezas.

Ya seas rico y descendiente del <viejo> rey Ínaco, o pobre, de ínfima estirpe y sin otro abrigo que el cielo, has de perecer victima del Orco inexorable.

A todos nos espera igual destino, y los nombres de todos se revuelven en la misma urna. Mas tarde o más temprano saldrá la suerte y nos conducirá en la barca de Carón al eterno destierro.

IV A JANTIAS [EL FOCEO]

Jantias Foceo, no te sonrojes del amor que te inspira tu esclava; mucho antes Briseida, la del seno de nieve, <Briseida, de color de nieve>, prendió el corazón del indomable Aquiles.

La belleza de la cautiva Tecmesa conmovió a su dueño Áyax, vastago de Telamón, y el hijo de Atreo ardió por una virgen prisionera en el momento del triunfo, cuando las huestes bárbaras sucumbían al ímpetu incontrastable de los tésalos, y el cadáver de Héctor entregaba a los aqueos, cansados de guerras, la fácil conquista de Pérgamo.

Quién sabe si la rubia Filis es hija de ilustres progenitores que te ennoblezcan como yerno. Sin duda corre sangre real por sus venas, y llora la crueldad de los dioses que la han reducido a la servidumbre.

No es de creer proceda de la ínfima plebe la joven que te apasiona; su noble fidelidad y generoso desinterés revelan que no debe avergonzarse de la madre a quien debe el ser.

Como no soy esclavo de su hermosura, bien puedo alabar sus brazos, su rostro y su pierna torneada; déjate de suspicacias ofensivas; he cumplido ya ocho lustros de edad.

V A UN AMIGO

Aún no tiene fuerzas para soportar en la domada cerviz el yugo, ni compartir los trabajos de un igual, ni tolerar el enorme peso del toro inflamado por los arrebatos dol amor.

El ánimo de tu novilla solo apetece regalarse en las verdes praderas, defenderse en el río del calor sofocante, y buscar solícita los terneros que retozan entro los húmedos sauces.

No pretendas coger la uva que aun está verde; día llegará en que el otoño, rico de frutos, te ofrezca sus maduros racimos teñidos de púrpura.

Entonces ella misma te buscará; pues el tiempo, que vuela sin descanso, le habrá añadido los años robados a tu juventud; entonces Lálage, con frente desembarazada, pedirá un esposo, y será mucho más querida que Cloris y la inconstante Fóloe, cuando deslumbra [los ojos] con sus espaldas blancas como la luna reflejada en el mar, o [con su rostro tan hermoso] como [el de] Giges, que, metido en un corro de doncellas, engañaría respecto al sexo los ojos más perspicaces por su abundante cabellera y sus facciones delicadas.

VI A TITO SEPTIMIO

Septimio, capaz de seguirme a Cádiz y la Cantabria, que aun resiste nuestro yugo, o a las sirtes bárbaras donde hierven los remolinos de las olas mauritanas, ojalá Tíbur, fundada por una colonia de Argos, sea el último retiro de mí vejez, y encuentre allí el sosiego apetecido mi cuerpo fatigado do campañas y viajes por mar y tierra.

Si las Parcas inicuas me niegan este consuelo, me trasladaré a las márgenes del Galeso, que sustentan rebaños de ovejas cubiertas de pieles, y a los campos donde reinó el laconio Falante.

Aquel rincón de tierra me deleita más que otro alguno; sus mieles no ceden a las del Himeto, y sus olivos compiten con las verdes aceitunas de Venafro.

Allí es larga la primavera, Júpiter envía inviernos muy templados, y las laderas del Aulón, que festonan las vides <y el Aulón, amigo del fértil Baco>, no tienen que envidiar nada a las uvas de Falerno.

Este sitio, este dichoso refugio te llama juntamente conmigo. En él derramarás las lágrimas que debes a las calientes cenizas de tu amigo Horacio.

VII A POMPEYO VARO

Pompeyo, el mejor de mis amigos, a cuyo lado tantas veces abrevié la lentitud del día con la copa en la mano, y ungidos mis cabellos relucientes con los perfumes de Siria, ¿quién te ha devuelto como ciudadano a los dioses patrios al cielo de Italia, después de militar en el ejército de Bruto y haber temido como yo en mil ocasiones que llegaba tu última hora?

Contigo padecí la derrota de Filipos, y en la fuga acelerada abandoné cobardemente el escudo, viendo que se estrellaba nuestro arrojo y que los más valientes mordían el polvo ensangrentado.

El ligero Mercurio me arrebató del pavoroso campo de batalla <me sustrajo a mí, aterrado> en espesa nube, mientras las olas en su hirviente remolino te arrastraban de nuevo a los combates.

Ea, pues, ofrece a Jove el festín que le debes, descansa bajo mis laureles el cuerpo fatigado por tantas guerras, y no economices el vino de los toneles que te brinda mi amistad.

Llena las copas del Másico, que sepulta en el olvido Ios pesares, y derrama los ungüentos de las grandes conchas. ¿Quién se presura a tejernos coronas de mirto y fresco apio?; ¿a quién elegirá Venus por rey del banquete? Hoy he de ser menos comedido que un bebedor tracio <Bacante edona seré>. Me siento feliz perdiendo la razón por el encuentro de tan fiel amigo.

VIII A BARINE

Te daría crédito, Barine, si alguna vez hubieses sufrido la pena que merecen tus perjurios, ennegreciéndose un solo diente de tu boca o una sola uña de tu mano. Pero tú, apenas acabas de obligarte con pérfidos juramentos, resplandeces mucho más hermosa, y eres el ídolo público de la juventud.

Bien puedes jurar por las cenizas de tu madre, encerradas en la urna fatal, por los astros silenciosos de la noche que fulguran en el cielo, y por los dioses no sujetos al rigor helado de la muerte.

La misma Venus se ríe de tus promesas, se ríen las candorosas Ninfas y el fiero Cupido, que aguza sin descanso sus agudas saetas en una piedra ensangrentada.

Para ofrecerte su amor crecen todos nuestros jóvenes, esclavos nuevos de tus hechizos; y los antiguos amantes, mil veces amenazados [por tu desvío], se resisten a abandonar el techo de su cruel enemiga.

Las madres te temen por sus hijos <novillos>, te temen los viejos avaros, y aun temen más las miseras doncellas recién casadas que el ámbar de tu aliento <tu aura> detenga a sus maridos en tus umbrales.

IX A VALGIO

No siempre despiden las nubes torrentes de lluvia sobre los yertos campos, ni fatigan incansables al mar Caspio las borrascas espantosas, ni los llanos de Armenia, amigo Valgio, están cubiertos de hielo todos los meses, ni las encinas del Gárgano son combatidas sin cesar por los aquilones, ni los olmos pierden el lozano verdor de sus hojas.

Y tú lloras con incesantes lamentos a Miste, que la muerte te arrebató, sin reprimir tus sollozos cuando surge el lucero de la tarde, ni cuando desaparece a la salida del sol.

Mas Néstor, el anciano que vivió tres edades, no lloró todos los años a su amado Antíloco, ni lloraron siempre la pérdida del joven Troilo sus padres y sus hermanas frigias. Cesa, pues, en tus querellas <quejas>, indignas de tu valor, y celebremos juntos los nuevos trofeos de Augusto César, y el Éufrates <río medo> y el helado Nifates que, revolviendo menores raudales, se suman a los pueblos vencidos, y los gelonos, obligados a cabalgar en más estrecho territorio.

X A LICINIO

Vivirás dichoso, Licinio, no desafiando a todas horas los peligros de alta mar, ni por horror excesivo de las tempestades, bordeando la costa erizada de escollos <acercándote demasiado a la peligrosa costa>.

El que se contenta con su áurea medianía no padece intranquilo las miserias de un techo que se desmorona, ni habita palacios fastuosos que provoquen a la envidia.

El pino robusto es con más frecuencia sacudido por los vientos; las torres excelsas se desploman con mayor estruendo, y los rayos del cielo hieren las cumbres de los montes.

El ánimo bien preparado a las alternativas de la suerte espera cuando le acosa la adversidad, y teme si le sonríe la fortuna. Júpiter envía los crudos inviernos y Júpiter los ahuyenta. Si hoy nos agobian los males, no ha de ser lo mismo mañana; no siempre Apolo tiene el arco tirante; a veces despierta la callada Musa con su lira.

Muéstrate firme y animoso en la desgracia, y con prudencia recoge las velas hinchadas por el viento de la fortuna demasiado favorable.

XI A QUINTO, HIRPINO

Quinto Hirpino, no te empeñes en averiguar los designios del cántabro belicoso y el escita, que el Adriático separa de nosotros, ni te afanes tanto por satisfacer <cómo emplear> las exigencias de una vida que necesita tan poco. Huye veloz la juventud lozana en compañía de la belleza, y la rugosa vejez se nos lleva los amores juguetones y los fáciles sueños.

No conservan largo tiempo su esencia y sus matices las flores de la primavera, ni el rostro encendido de la luna brilla todas las noches con igual esplendor. ¿Por qué fatigas con eternos proyectos tu ánimo, incapaz de sustentarlos?

¿No sería mejor tendernos con negligencia a la sombra del alto plátano o el recio pino <este pino>, y pues se nos consiente, apurar sendas copas y adornar de rosas nuestros canos cabellos, perfumados con los nardos de Asiria? Baco <Evio> disipa los cuidados roedores. A ver qué siervo joven refrescará más presto los vasos del ardiente Falerno en <con> las aguas del arroyo fugitivo.

¿Quién se encargará de sacar en secreto de su casa a la cortesana Lide? Ea, dile que venga sin tardanza con su lira de marfil, y que ligue sus cabellos sueltos con un nudo, al uso de las mujeres de Esparta.

XII A MECENAS

No pretendas que cante <sean adaptadas> al compás de la cítara las obstinadas luchas de la feroz Numancia, las batallas del fiero Aníbal, el mar de Sicilia enrojecido por la sangre cartaginesa, las contiendas de los <crueles> Lápitas, la embriaguez del centauro Hileo o los Titanes, hijos de la Tierra, que hicieron estremecer el refulgente palacio del viejo Saturno, domados por la mano de Hércules. Tú, Mecenas, relatarás en fácil prosa y con mayor elocuencia las campañas de César, que conduce por las calles de Roma las cervices humilladas de los reyes amenazadores; a mí la Musa me ordena ensalzar los dulcísimos cantos de tu amada Licimnia, el hechizo de sus ojos abrasadores y su pecho fiel en pagar con creces el amor que le profesas.

El día solemne en que se celebran las fiestas de Diana brilla como ninguna por su agilidad en la danza, su genio bullicioso y la donosura con que da las manos a las vírgenes compañeras de sus juegos.

<¿Acaso> cuando aproxima Licimnia su lindo rostro para recibir tus ardientes besos, o con fingida esquivez te los niega, porque a concedértelos prefiere que se los robes, y a veces ella se anticipa a robártelos, ¿venderías entonces uno solo de sus cabellos por las riquezas fabulosas del rey Midas, los tesoros del gran Aquémenes o los aromas y perlas de los árabes?

XIII CONTRA UN ÁRBOL

Maldito sea aquel que te plantó el primero en infausto día, y luego te trasladó con mano sacrílega, para que fueses la ruina de su descendencia y el oprobio del lugar.

Creo que degolló a su padre y mancilló por la noche su casa con la sangre del huésped, y supo confeccionar los venenos de Colcos, y atreverse a cuanto es capaz de concebir el ingenio más infame, el que te plantó en mi campo, árbol inicuo, que habías de caer sobre la cabeza de tu inocente dueño.

Por más peligros que evite, nunca tendrá el hombre la cautela de evitarlos todos. El marino de Cartago mira con horror la entrada del Bósforo, y no ve los riesgos con que en otra parte le acecha su adverso destino; el soldado romano teme las saetas y la rápida fuga del partho, y éste las cadenas y el esfuerzo del romano; pero la muerte arrebata de improviso, y seguirá arrebatando a las gentes.

Cuán cerca estuve de visitar el tenebroso reino de Prosérpina, el tribunal de Éaco, los sitios apartados de las almas piadosas, y a Safo quejándose en la lira eolia de las doncellas de su patria y a ti, Alceo, que pulsas varonilmente <más plenamente> las cuerdas con tu plectro de oro, cantando las borrascas del mar, los trances de la guerra y las amarguras del destierro.

Las sombras escuchan con admiración sus cantos <los cantos de ambos>, dignos de un religioso silencio, pero la inmensa muchedumbre del vulgo presta oídos más atentos al fragor de las batallas y los tiranos destronados.

Y no es de admirar cuando el monstruo de cien cabezas, poseído de estupor, humilla sus negras orejas al son de sus versos, y se estremecen de alegría las sierpes enlazadas en los cabellos de las Furias.

También Prometeo y el padre de Pelops hallan en tan dulces acentos alivio a sus trabajos, y Orión se olvida de perseguir los leones y los tímidos linces.

XIV A PÓSTUMO

Cuán fugaces, ¡ay! Póstumo, Postumo, resbalan los años, sin que nuestra piedad alcance a detener las arrugas de la presurosa vejez ni et rigor implacable de la muerte.

Amigo, será inútil que intentes aplacar con tres hecatombes <trescientos toros> cada día al inexorable Pintón, que rodea a Titio y al triforme Gerión <Geriones> con las tristes ondas [de la Estigia], que hemos de atravesar cuantos nos alimentamos de los frutos de la tierra, ora seamos reyes, ora pobres colonos.

En vano evitaremos los cruentos choques de Marte, en vano venceremos el ronco oleaje del Adriático furioso, en vano a la llegada del otoño nos defenderemos del Austro, tan nocivo a la salud.

Tenemos que visitar el negro Cocito, que desliza lánguidamente su curso, y ver la raza infame de Dánao, y a Sísifo, el hijo de Eolo, condenado a su eterno suplicio.

Habrás de dejar tus campos, tu casa, tu placentera esposa, y de todos los árboles que cultivas sólo acompañará a su dueño de un día el aborrecido ciprés.

Un heredero más digno consumirá el Cécubo que guardas con cien llaves, y hará correr por el rico pavimento el vino, que sería envidiado en las mesas de los pontífices.

XV CONTRA EL LUJO DE SU SIGLO

Ya los suntuosos edificios apenas dejan campos a la labor del arado; por doquiera se ven estanques mayores que el lago Lucrino; el estéril plátano sustituye a los olmos; las violetas, los arrayanes y toda especie de flores esparcen <esparcirán> sus perfumes en los olivares que enriquecían a sus primitivos dueños, y las espesas ramas del laurel impiden llegar a tierra los rayos del sol. No sucedía así en el reinado de Rómulo ni en tiempos del rígido Catón, defensor de las antiguas leyes.

Eran entonces muy cortas las fortunas privadas y muy grande la del común; no alzaba pórticos dilatados <de diez pies> y abiertos a las ráfagas del Norte el simple particular; las leyes no permitían que nadie despreciase el césped natural, y ordenaban que la pública hacienda sufragase los gastos de hermosear con ricos mármoles las ciudades y los templos de los dioses.

XVI A GROSFIO

Ocio pide a los dioses el marinero sorprendido en medio del Egeo, al ocultarse la luna entre negros nubarrones y oscurecerse las estrellas que guían al piloto.

El tracio [la Tracia] feroz en la guerra, y el medo, orgulloso con su aljaba, <Grosfio>, anhelan también el ocio, que no se compra con la púrpura, las piedras finas o el oro.

Ni las riquezas ni el lictor consular remueven del alma las tristezas hondas que la perturban y las zozobras que vuelan en torno de los techos artesonados.

Con poco vive feliz el que en su mesa frugal ve resplandecer el salero que heredó de su padre, y ni al miedo ni a la sórdida ambición sacrifica su plácido sueño.

¿Cómo nuestra insensatez forma tan grandes proyectos con vida tan corta? ¿A qué volamos a tierras calentadas por otros soles? ¿Quien al desterrarse de su patria huye de sí mismo?

El afán de riquezas sube con nosotros a las naves guarnecidas de bronce, y sigue a los escuadrones de caballeros más veloz que el gamo y más veloz que el Euro, forjador de tempestades.

El ánimo satisfecho con los bienes presentes, no se inquieta por averiguar lo que ha de venir, y templa con alegres risas sus amarguras, porque nadie es completamente feliz.

Una muerte prematura arrebató al glorioso Aquiles; una larga vejez disminuyó a Titono, y tal vez la hora próxima me acuerde a mí lo que a ti te niega.

Cien rebaños y vacas sicilianas mugen en tus praderas; para ti relinchan las yeguas que has de uncir a la cuadriga, y te visten los vellones teñidos dos veces en la púrpura africana. La Parca veraz me concedió a mí un pequeño campo, un soplo de la inspiración que infunden las Musas helénicas, y valor para despreciar al vulgo maligno.

XVII A MECENAS ENFERMO

¿Por qué me entristeces con tus amargos lamentos? Mecenas, mi mayor gloria, mi sostén más firme, ni los dioses ni yo queremos que me precedas en la muerte.

¡Ah! Si un sino despiadado te arrebatase a ti, parte principal de mi alma, ¿para qué había de vivir yo privado del entrañable amigo, y sobreviviéndole sólo en la mitad de mi ser? El mismo día verá la ruina de los dos; no hago pérfidos juramentos. Iremos, iremos adonde vayas, como compañeros dispuestos a emprender el último viaje.

No me apartará de ti el aliento de fuego que vomita la Quimera, ni aunque resucitase Gías <Giante> el de los cien brazos; así lo decretaron las Parcas y la soberana Justicia.

Ora la Balanza o el pavoroso Escorpión, ora el Capricornio que tiraniza el mar de Hesperia hayan presidido con violencia mi nacimiento, nuestros destinos están unidos con lazo indisoluble. La brillante tutela de Jove te libró del impío Saturno, y detuvo las rápidas alas de la muerte cuando la muchedumbre del pueblo hizo resonar tres veces sus alegres aplausos en el teatro. Un tronco caído sobre mi cabeza hubiera dado cuenta de mí, si Fauno, protector de los favoritos de Mercurio, no evitase el golpe con su diestra. No olvides ofrecer las víctimas y erigir el templo que prometiuste. Yo sacrificaré una humilde cordera.

XVIII CONTRA UN AVARO

Ni el marfil ni los dorados artesones enriquecen mi casa, ni los troncos del Himeto oprimen las columnas arrancadas a las canteras de Numidia, ni heredero desconocido tomé posesión del palacio de Átalo, ni honestas clientes tiñen para mí de púrpura los vellones de Laeonia.

Me basta con mi lira y la vena benigna de mi inspiración; aunque pobre, los ricos solicitan mi amistad; no importuno con exigencias a los dioses, ni reclamo nuevas mercedes de mi poderoso amigo, pues me juzgo bastante feliz con mis tierras de Sabina.

Un día empuja a otro día; las nuevas lunas surgen y desaparecen; mas tú, cercano a la muerte, ordenas labrarlos mármoles y con ellos levantas suntuosas edificaciones, olvidándote del sepulcro; y no satisffecho con las tierras que posees, te esfuerzas por dilatar las costas de Bayas, donde se quiebra con estruendo el oleaje.

¿Por qué remueves sin cesar las lindes vecinas y en tu avaricia invades los campos de tus de tus clientes? El esposo y la esposa son arrojados, llevando condigo sus patrios Penates y sus hijos hijos harapientos; pero no por eso aguarda al rico palacio más seguro

que la morada del Orco rapaz. ¿A qué codicias tanto? La misma tierra abre su seno al miserable que a los hijos de los reyes. El guardián del Averno, sobornado por el oro, no condujo de nuevo a la orilla al astuto Prometeo, ni dejó de oprimir al soberbio Tántalo con su raza maldecida, y se le llame o no se le llame, viene por fin a aliviar las miserias del pobre.

XIX A BACO

Creedrne, venideros, he visto a Baco en las rocas apartadas enseñando hermosos cantos a las Ninfas, que los aprendían solícitas, y a los Sátiros con pies de cabra, quo estiraban sus orejas puntiagudas.

¡Vítor! Mi ánimo se estremece con el delirio reciente, y el pecho lleno de Baco palpita con tumultuosa alegría. ¡Vítor! Perdóname, Baco; perdóname, dios temible del tirso amenazador.

Tú me permites celebrar las Bacantes sobreexcitadas, las fuentes de vino, los arroyos de purísima leche, y recoger cien veces la miel que manan los huecos de las encinas.

Tú me consientes ensalzar la gloria de tu divina esposa, que fulgura en el cielo, la mansión de Penteo, destrozada con miserable ruina, y la muerte del tracio Licurgo.

Tú enfrenas el curso de los ríos y aplacas el mar de la India <mar bárbaro>; tú, en los montes solitarios, enardecido por la embriaguez, entrelazas sin riesgo manojos de víboras en los cabellos de las mujeres tracias.

Tú, cuando la cohorte impía de los Gigantes osó escalar el excelso reino de Jove, destrozaste a Reto con tus uñas y dientes feroces de león.

Creíamos que eras más apto en las danzas, los juegos y las fiestas que en los peligros de Marte; pero tú te mostraste tan poderoso en la guerra como en la paz.

A la salida del infierno, deslumbrado por tus cuernos de oro, te contempla con mansedumbre el Cérbero, que mueve suavemente la cola y lame tus plantas con sus tres lenguas.

XX A MECENAS

Con alas potentes y nunca vistas, poeta de dos formas, hondiré el azul espacio, sin detenerme largo tiempo en la tierra, y más grande que la envidia, abandonaré sus ciudades. Yo, nacido de humiles padres, y a quien tú, Mecenas, llamas amigo, no moriré del todo, ni me veré rodeado por las ondas de la Estigia <Estige>.

Ya Ia áspera piel se endurece sobre mis piernas; ya de medio cuerpo arriba me transformo en blanco cisne, y las plumas suaves me nacen por los dedos y los hombros.

Ya más presto que Ícaro el de Dédalo, cantor alado, visitaré las playas donde gime el Bósforo, las sirtes de Getulia y los campos Hiperbóreos.

El morador de Colcos, el dacio que disimula el miedo que le infunden los ejércitos marsos y los remotos gelonos, oirán mi nombre; el docto ibero <Híber> y el que bebe las aguas del Ródano aprenderán mis canciones.

Que no se oigan acentos tristes ni quejas lastimosas, ni Ilantos desolados en mis vanos funerales; refrena tus clamores y no me prodigues las pompas inútiles del sepulcro.