Nuestros hijos: 24


Escena IX editar

SR. DÍAZ. -Venga, hijita. Apóyese en mí. La lucha será muy cruel. Pero venceremos. No tienen armas para las escaramuzas. Venceremos.

MECHA. -¡No puedo, papá, no puedo luchar ya! Me siento cada vez más debilitada. Déjarne.

SR. DÍAZ. -Dejarte sería abandonarlo. ¿No decías que era tu gloria?

MECHA. -Escúchame. Voy a hablarte con toda serenidad. Anteayer, cuando exponías tu evangelio del respeto a la maternidad, yo, que había pensado, más: que estaba resuelta a solucionar mi conflicto con un doble crimen...

SR. DÍAZ. -No. ¡Cuidado con pensar semejante cosa!

MECHA. -Ya pasó. Yo... experimenté al oírte un alivio tan grande, me sentí tan consolada que como por encanto desaparecieron de mi mente las ideas lúgubres. No sabía bien quien eras. Tenía por tus ideas y por tus modalidades el mayor respeto, eso sí, pero no acababa de entenderlas. Aun después de haberlas comprendido, hube de hacer la barbaridad. Me salvó el vahído y me salvó tu intervención providencial. Luego acepté tu programa de lucha, pero acabo de convencerme de que es imposible, irrealizable y más que todo superior a mis fuerzas físicas y morales. Estamos revolucionando todo. Con la bandera de paz y bienestar sembramos la guerra.

SR. DÍAZ. -¡Nada! Seguro que las ideas de esas brujas que acaban de salir...

MECHA. -No quiero sacrificar la tranquilidad de los nuestros. Tú has perdido tu reposo; ellos, su bienestar, el bienestar futuro. Yo soy y seré siempre, semilla de discordias, piedra de escándalo.

SR. DÍAZ. -Cuestión de días, nada más. ¡Se habituarán!

MECHA. -Luego... Mi vergüenza, la humillación de todos los instantes y sobre todo, el remordimiento de haber causado tanto daño y tanta desazón. ¡Consiente en que me elimine! Hay casas muy buenas de reclusión...

SR. DÍAZ. -¿Renuncias a tu gloria?

MECHA. -No renuncio. ¡Nunca! Dejo de ser estorbo y factor de discordia y me dedico a mi hijito. Tú irás a verlo, lo educaremos como tú quieras y yo habré conseguido llenar mi misión sin sacrificar para ello la felicidad de los demás.

SR. DÍAZ. -¡Eres muy buena criatura!

MECHA. -Mira, papito...

SR. DÍAZ. -No insistas. No lo consentiré jamás. Tú y tu hijo se deben a mí, están a mi cargo. Soy tu asilo. Si no vencernos, nos retiraremos con todos los honores al refugio que sabré prepararte. ¿Tu sacrificio, tu renunciamiento? ¡Que renuncien ellos!