Nuestros hijos: 20


Escena V

editar

LAURA. -¿Ustedes por acá? ¡Como estás, Panchita. Ernesta!...

MECHA. -(Hace ademán de volverse pero reacciona y va a sentarse en cualquier parte sin saludar. Pausa embarazosa y prolongada matizada con algunos ¡Ejem! ¡Ejem! de las viejas.)

Laura. -(Observa todos los rostros y se alza irritada.) ¡Uff!... ¡Lúgubres! (Nueva pausa.)

PANCHITA. -(Previo un suspiro.) ¡Pobre Alfredo!

MECHA. -(Corno movida por un resorte.) ¿Qué le pasa a Alfredo? ¿Qué ha sucedido? ¡Respondan!.... ¡Hablen que me exasperan con esas caras de tragedia!

PANCHITA. -Nada sabemos. ¡El duelo debe estar realizándose!. Creo que después de lo que has hecho has debido esperar...

MECHA. -¿Un duelo? ¡Dios mío! He debido suponerlo... Pero papá estaba tan tranquilo... ¡Yo lo habría evitado! ¡Sí, sí sí!... Lo habría evitado. ¡Oh! ¡Qué angustia!...

PANCHITA. -¡Ya ves que no se comete impunemente una liviandad! Fijate en tu madre, cómo está de atribulada. ¡En nosotras! ¡Ah! ¡Muchacha! Tendrás que sufrir mucho, mucho y no habrás compensado todavía las lágrimas que has hecho derramar.

MECHA. -¡Sí, sí! ¡Tienen razón!... ¡Tendré que sufrir mucho!...

PANCHITA. -Nosotras comprendemos que ese sinvergüenza, ha abusado de ti... lo comprendemos. Pero tú has debido cuidarte un poco más; al fin y al cabo no eras tan criatura y no te han faltado ejemplos de moral y de juicio.

MECHA. -No me digan más. ¡Tienen razón! ¡Tienen razón!...

ERNESTA. -Bueno fuera que no la tuviéramos.

PANCHITA. -¡Naturalmente que a estas alturas el mal no tiene remedio!... No hay más que resignarse, pues, a sufrir la penitencia. ¿Qué piensas hacer, muchacha?

MECHA. -Yo no sé. ¡Qué quiere que sepa yo!... ¡Llorar!... ¡Llorar tanta desgracia!...

PANCHITA. -Mira: acabo de decirle a tu madre que tengo mucha influencia con la superiora del refugio de Santa Magdalena. No te supongo una descarada que pretendas desafiar al mundo exhibiendo tu oprobio. Acudes pues, a esta santa casa, tienes tu hijo, lo conservas si quieres y con el tiempo llevando una vida ejemplar, no será difícil que consigas el olvido o el perdón de las gentes. Nosotros te visitaríamos con frecuencia...

MECHA. -¡Basta!... ¡Eso, nunca!... ¡Primero me mato!...

SRA. DE DÍAZ. -Hija, no pienses locuras.

PANCHITA. -Muy bonito es resolver las cosas así. ¿Qué pretendes? ¿Continuar en esta casa avergonzando a los tuyos?

MECHA. -No habré borrado los hechos con irme a otra parte. Lo mismo los avergonzaría desde un convento.

PANCHITA. -Estás muy ofuscada, muchacha.

ERNESTA. -Yo creo que no hay que andar con tanto cumplimiento. Se la recluye y se acabó.

MECHA. -¡Oh !... ¡El esperpento!...

PANCHITA. -¡Cállate, Ernesta!... No te alteres, Mercedes; escucha. Tú no te das cuenta exacta de tu situación y quieres arrastrar a todos en tu caída. Si no te resignas a un retiro expiatorio, ¿qué va a ser de los tuyos? Esta casa tendrá que cerrar sus puertas para el mundo. Sacrificar a tu madre obligándola a romper sus viejas amistades, sacrificar, y esto es lo peor, a Laurita.

MECHA. -¡A Laura!

PANCHITA. -Sí. ¿Crees que la pobrecita, tan buena, tan juiciosa va a encontrar con quién casarse? Aniquilas su porvenir. Aniquilas también el porvenir de Alfredo porque nadie querrá vincularse a una familia tan vergonzosamente manchada.¿No te remuerde la conciencia?

MECHA. -(Presa de una nueva crisis de lágrimas.) ¡Oh! ¡Sí!... ¡Cuanta víctima!... ¡Disponga de mí! Haré lo que se me indique.

PANCHITA. -¡Has visto Jorja, corno se resuelven pronto las cosas!... ¡Ay. El filósofo!...