Nuestros hijos: 18


Escena III

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SR. DÍAZ. -¡Por qué está cerrada la puerta de la calle! Aquí no se ha muerto nadie.

SRA. DE DÍAZ. -¡Pero Eduardo!...

LAURA. -Cállate, mamá. Lo que debemos hacer es poner banderas e iluminar esta noche el frente de la casa.

SR. DÍAZ. - Señorita. ¡Es usted una atrevida!... (A la señora.) ¿Estuvo el doctor?

SRA. DE DÍAZ. -Si. La encuentra repuesta. ¡Ah! No he entendido muy bien pero me parece que se inclinaría a aconsejarnos un viaje.

SR. DÍAZ. -¿Un viaje?... No creo. En fin: ya hablaré con él.

SRA. DE DÍAZ. -¿Sabes algo de Alfredo?

SR. DÍAZ. -No.

SRA. DE DÍAZ. -Temo que le haya pasado algo...

SR. DÍAZ. -Ya tendríamos noticia. En fin, todo puede suceder. Desgraciadamente, todavía no le hemos pagado suficiente tributo a las preocupaciones!... (A Laura.) Tú, hijita, ¿la has visto, has estado con ella?

LAURA. -¡No, papá!

SR. DÍAZ. -¿De modo que aíslan y abandonan a la querida hermanita de ayer? ¿Qué cosa es el amor, entonces?

LAURA. -Todavía no puedo, papá. ¡Sería una violencia y un tormento muy grande!...

SR. DÍAZ. -Haz un esfuerzo y ve a su lado aunque sea para hacerle un reproche.

LAURA. -¡Tengo vergüenza!...

SR. DÍAZ. -¡Oh!

LAURA. -¡Vergüenza de avergonzarla!...

SR. DÍAZ. -(Con ternura.) ¡Hijita!... Ven, ven acá. Verás como se te pasa esa vergüenza. Tengo buena mano para arreglar esos conflictos. (Laura cede, poniéndose de pie.) Deme el brazo. Nos presentamos así en su habitación. (Se dirigen a la escalera.) Nos presentamos y yo le digo: Aquí está tu hermana que tiene vergüenza de que tu puedas tener vergüenza. ¡Laura! ¡Mercedes!.. Y se abrazan, lloriquean y quien sabe si el pobre papá no saca de su ternura alguna lágrima para celebrar el espectáculo. ¡Tal vez no me haya olvidado de llorar!... (Mutis.)