Nuestros hijos: 17


Escena II editar

LAURA. -Has dado orden a Manuel de que entorne la puerta.

SRA. DE DÍAZ. -Sí.

LAURA. -(Se sienta cavilosa.) Alfredo no ha venido anoche a dormir.

SRA. DE DÍAZ. -Lo sé.

LAURA. -Sabe Dios en que anda. Ojalá no tengamos que llorar más esta desgracia.

SRA. DE DÍAZ. -¡Pobre Alfredo! (Pausa.)

LAURA. -¡Me figuro, estoy viendo cómo nos devora la gente! La fruición, el gozo con que estará saciando el mundo su hambre de escándalo. ¡Ah! A estas horas ya no es Mercedes, soy yo también, eres tú, estamos todos en el anfiteatro. ¡Qué vergüenza! ¡Qué vergüenza!...

SRA. DE DÍAZ. -No exageres muchacha. ¡No es tan mala la gente!

LAURA. -¿Que no es mala?

SRA. DE DÍAZ. -Además, no puede haber circulado tan pronto la noticia.

LAURA. -Quizá la verdad no. Pero en Palermo, en las iglesias, los clubs, los bares, en todas partes funciona ya la desgranadora de chismes. Y ellas, las de Álvarez, han sido seguramente las primeras en tocar la sirena. Lo que es hoy no faltan a ninguna parte. Ya las estoy viendo a Edelmira, a la hermana, a las muchachas lo más satisfechas, lo más orondas en actitud de recibir aplausos. ¡Todas ellas son tenorios, han seducido a Mercedes!... ¡Y quién sabe si no me ha salido sin querer una verdad!...

SRA. DE DÍAZ. -¡Muchacha! ¡Cállate!

LAURA. -¡Oh! Tenían mucho camote con Mercedes. Mecha a almorzar, Mecha al teatro, Mecha a la estancia.