Nuestros hijos: 08


Escena VIII editar

SRA. DE ÁLVAREZ. -¡Pobre Eduardo!... ¡Cómo está!... ¿Sigue con su manía?

SRA. DE DÍAZ. -Cada día peor. Metido allá arriba, se pasa semanas enteras sin que le veamos la cara.

SRA. DE GONZÁLEZ. -Escribe mucho, ¿verdad?

SRA. DE DÍAZ. -Creo que no. Lee y lee siempre.

SRA. DE ÁLVAREZ. -¿Diarios?

SRA. DE DÍAZ. -Exclusivamente. Recorta las crónicas policiales y las va pegando en unos grandes cuadernos, con no sé qué extrañas anotaciones.

SRA. DE ÁLVAREZ. -¡Qué rareza! Todo eso para escribir un libro.

SRA. DE DÍAZ. -¡Figúrense! Tan luego él que nunca tuvo aficiones literarias.

SRA. DE ÁLVAREZ. -La neurastenia es una cosa terrible. Acaba con la gente más equilibrada. ¡Pobre Jorgelina! ¡La compadezco!...

SRA. DE DÍAZ. -¡Ay! ¡Déjeme!... No pueden ustedes imaginarse lo que nos contrista su estado. ¡Yo creo que lo hemos perdido para siempre!...

SRA. DE GONZÁLEZ. -Deberían ponerlo en tratamiento. No debe ser incurable. Dicen que en el sanatorio de Ramos Mexía se está muy bien. Hay muchos enfermos distinguidos.

SRA. DE DÍAZ. -¡Y quién lo recluiría!

SRA. DE ÁLVAREZ. -Sería muy fácil. Se le lleva engañado, y una vez allí...

MECHA. -¡Oh! Hagan el favor de no hablar así de papá. Bien podrían ahorrarse tanta conmiseración.

SRA. DE DÍAZ. -¡Mercedes!

MECHA. -(Exaltada.) No es tan lastimoso su estado. No está loco, ni enfermo, ni maniático. Es un buen hombre que se siente harto de nosotros; de tanta hipocresía, de tanta simulación, de tanta maldad. De toda la miseria moral de nuestra vida. Eso, eso es lo que tiene. ¡Nada más!

SRA. DE DÍAZ. -¿Te has enloquecido, Mercedes? ¿Qué ideas son ésas?

MECHA. -Recién empiezo a comprender la verdad.

SRA. DE ÁLVAREZ. -¡Muchacha!... ¿A qué viene ese arranque?... Nosotros...

MECHA. -Sé lo que digo y por qué lo digo.