Nuestra Señora de París/14
I.
Un edificio majestuoso y magnifico es sin duda todavia la iglesia de Ntra. Sra. de Paris; pero por mas hermosa que se conserve en su ancianidad, dificil es no suspirar , no indignarse al ver las degradaciones, las mutilaciones sin número que simultáneamente el tiempo y los hombres han hecho en el venerable monumento , sin respetar á Carlomagno que puso su primera piedra, sin respeto á Felipe Augusto , que en él puso la última.
Sobre la faz de esta antigua reina de nuestras catedrales, siempre al lado de una arruga se encuentra una cicatriz. Tempus edax homo edacior, lo que yo traduciria con estas palabras : el tiempo es ciego, el hombre es estúpido.
Si pudiéramos examinar una á una con el lector las
varias huellas de la destrucion impresas en la antigua iglesia , al tiempo le tocaria la menor parte , la mayor á los hombres , sobre todo , á los hombres del arte; y tengo que decir hombres del arte, porque ha habido personas que se han dado asi mismas el titulo de arquitectos en los dos últimos siglos.
Y ántes de pasar adelante, para no citar mas que algunos ejemplos capitales, es seguro que hay pocas páginas arquitecturales mas bellas que aquella fachada en que sucesivamente y á la par, las tres puertas en forma de ogiva , el cordon bordado y festoneado de los veintiocho niños reales , el inmenso roseton central flanqueado de sus dos ventanas laterales como el sacerdote en medio del diácono y del subdiácono; la alta y aérea galeria de arcos trebolados que sostiene una ancha plataforma sobre sus sútiles columnas,— en fin las dos negras y mazizas torres con sus techos de pizarra, parles armoniosasde untodo magnifico superpuestas en cinco pisos gigantescos, se desarrollan a la vista de tropel y sin confusion, con sus innumerables detalles de estatuaria, de escultura y de cinceladura unidos poderosamente á la tranquila grandeza del conjunto : mmensa sinfonia de piedra, por decirlo asi; obra colosal de un hombre y de un pueblo , una y compleja juntamente como las Ilíadas y los Romanceros de quienes es hermana; producto maravilloso de la acumulacion de todas las fuerzas de una época, donde sobre cada piedra se ve brillar en cien formas el capricho del obrero, disciplinado por el genio del artista; especie de creacion humana, en una palabra, poderosa y fecunda como la creacion divina, cuyo noble carácter parece haber reunido, variedad, eternidad.
Y lo que decimos aquí de la fachada, puede decirse de la iglesia entera; y lo que decimos de la catedral de Paris, puede decirse de todas las iglesias de la cristiandad en la edad media. En este arte hijo de si mismo, todo es lógico y bien proporcionado: nedur un dedo del pié, es medir el cuerpo del gigante.
Volvamos á la fachada de Nuestra Sra., tal cual parece aun en el dia, cuando vamos religiosamente á admirar la grave y poderosa catedral que aterra, segun dicen sus cronistas; quae mole sua terrorem incutit spectuntibus.
Tres cosas importantes faltan hoy en esta fachada; primera, la escalinata de once gradas que la alzaba antiguamente sobre el nivel del suelo; la segunda, la série inferior de estátuas que ocupaba los nichos de las tres puertas, y la série superior de los veintiocho reyes mas antiguos de Francia, que ocupaba la galeria del piso principal, desde Childeberto hasta Felipe Augusto, con «el globo imperial» en la mano.
El tiempo es el que ha hecho desaperecer la escalinata, elevando con un progreso lento é irresistible el nivel del suelo de la ciudad; pero devorando uno á uno con la marea ascedente del piso de Paris, los once escalones que aumentaban la altura magestuosa del edificio, el tiempo ha dado á la iglesia aun mas de lo que la ha quitado, porque él es el que ha impreso en su fachada a aquel sombrio color de los siglos, que jace de la vejez de los monumentos la edad de su hermosura.
Pero, ¿quien ha derribado las dos hileras de estátuas? ¿quien ha dejado vacíos los nichos? ¿quien ha abierto en medio de la puerta central aquella ogiva nueva y bastarda? ¿y quien ha tenido la osadia de adaptar aquella insípida y maziza puerta de madura esculpida á lo Luis XV, al lado de los arabescos de Biscornette? Los hombres, los arquitectos, los artistas de nuestros dias.
Y si entramos en el interior del edificio, ¿quien ha derribado aquel coloso de S. Cristóbal, proverbial entre las estátuas como la Sala Grande entre los mercados, como la aguja de Strasburgo ente los campanarios? y aquellos millares de estátuas que llenaban todos los intercolumnios de la nave y del coro, de rodillas, de pié, ecuestres, hombres, mujeres, niños, reyes, obispos, soldados, de piedra, de mármol, de oro, de plata, de cobre, y aun de cera, ¿quien los ha barrido brutalmente? No ha sido el tiempo.
¿Y quien ha sustituido el antiguo altar gótico, espléndidamente atestado de urnas y relicarios, el pesado sarcófago de mármol con cabezas de ángeles y nubes, que parece un desparejado fragmento del Valle de Grace ó de los Invalidos? ¿Quien ha sellado estúpidamente ese grosero anacronismo de piedra en el pavimento carlovingio de Hercandus? ¿No fue Luis XVI cumpliendo el voto de Luis XIII?
¿Y quien ha puesto esos frios vidrios blancos en vez de aquellos pintados «altos en color» que hacian vacilar los ojos atónitos de nuestros padres, entre el roseton de la puerta mayor y las ogivas de la apside? ¿Y que diria un sochantre del siglo dieciseis al ver el ridículo reboque amarillo con que nuestros vándalos arzobispos han embadurnado su catedral? Se acordaria de que aquel era el color que teñia el verdugo los edificios infamados; se acordaria del palacio del Pequeño Borbon, todo pintoreado de amarillo por la traicion de condestable; «y de un amarillo tan bien templado, dice Suval y tan bien recomendado, que mas de un siglo no ha podido hacerle perder su color;» creeria que el santuario se habia convertido en un sitio infame, y huiria despavorido.
Y si subimos sobre la catedral, sin detenernos en mil barbaries de toda especie, ¿que han hecho los hombres de aquel precioso campanario menor que se apoyaba sobre el punto de interseccion del crucero, y que no menos sútil y atrevido que su vecina la aguja (destruida tambien) de Sta. Capilla, se entraba en el cielo aun mas que las torres, esbelto, agudo, sonoro y calado? Amputóle un arquitecto de buen gusto (1787), persuadido ademas de que bastaba disimular la llaga con aquel ancho emplasto de plomo que se parece no poco á la tapadera de una olla. Asi ha sido tratado en todos los paises, sobre toda Francia, el arte maravilloso de la edad media. Pueden distinguirse en su ruina tres especies de lesiones que todas tres le han hincado el diente á diferentes profundidades; en primer lugar, el tiempo que insensiblemente ha hecho una mella por acá, un destrozo por allá en toda la superficie; despues, las revoluciones políticas y religiosas, las cuelas, ciegas y frenéticas de suyo, se han precipitado en tumulto sobre él, han desgarrado su rico traje de escultura y cincelados, reventado sus rosetones, roto sus collares de arabescos y de figuritas, arrancado sus estátuas, ya por su mitra, ya por su corona; y en fin las modas, cada vez mas grotescas y estúpidas, que, desde los anárquicos y expléndidos horrores del renacimiento se han sucedido en la decadencia necesaria de la arquitectura. Las modas han hecho mas daño a las revoluciones, porque han cortado en carne viva; han atacado, cortado, desorganizado, dado muerte al edificio, en la forma como en el símbolo, en su lógica como en su belleza. Y ademas, han corregido, pretension que no han tenido á ménos ni el tiempo, ni las revoluciones. Las modas han acomodado con desfachatez, en nombre del buen gusto, sobre las heridas de la arquitectura gótica, miserables baratijas y garambaynas de un dia, sus cintas de mármol, sus pompones de metal; verdadera lepra de astragalos, volutas, pabellones, ropajes, guirnaldas, rapacejos, llamas de piedra, nubes de bronce, amorcillos repletos, querubines regordetes que empiezan á devorar la faz del arte en el oratorio de Catalina de Médicis, y le hacen espirar dos siglos despues, atormentado y gesticulador en el gabinete de la Dubarry.
Para resumir en pocas palabras los puntos que acabamos de indicar, tres linages de ruina desfiguran actualmente la arquitectura gótica. Arrugas y verrugas en la epidérmis: esta es la obra del tiempo. Destrozos, brutalidades, contusiones, fracturas, esta es la obra de las revoluciones desde Lutero hasta Mirabeau. Mutilaciones, amputaciones, dislocacion de los miembros, restauraciones; este es el trabajo griego, romano y bárbaro de los profesores por la gracia de Vitrubio y de Vignola. Aquel arte magnífico, creado por los vándalos, ha sido aniquilado por los académicos. A los siglos, á las revoluciones que talan á lo ménos con imparcialidad y grandeza, se ha agregado la plaga de los arquitectos de escuela, con exámen, despacho y nombramiento, degradando con el discernimiento y cautela del mal gusto; sustituyendo las escarolas de Luis XV á los encajes góticos, para mayor gloria del Partenon. Esta fue la coz del asno al leon moribundo; la vieja encina que se corona, y que para colmo de amargura se vé picada, mordida, atrazada por las orugas.
¡Qué diferencia entre esta época y aquella en que Roberto Cenalis comparando la catedral de Paris á aquel famoso templo de Diana en Efeso, tan ponderado por los antiguos paganos, que inmortalizó á Eróstrato, hallaba á la iglesia gala «mas excelente en longitud, altura, estructura y capacidad!
No se crea por esto que Ntra. Sra. de Paris es lo que puede llamarse un monumento completo, definido, clasificado: ni es una iglesia bizantina ni es una iglesia gótica: este edificio no es un tipo. Nuestra Sra. de Paris no tiene como la abadía de Tournus, la grave y maziza cuadratura, la redonda y ancha bóveda, la desnudez glacial, la magestuosa sencillez de los edificios que tienen al semicírculo por regenerador; ni es tampoco, como la catedral de Rourges, el producto lijero, magnífico, multiforme, fecundo, pomposo, herizado, esflorecente de la ogiva. Imposible es colocarla entre aquella antigua familia de iglesis sombrías, misteriosas, bajas y como aplastadas por el arco en semicírculo; casi egípcias á excepcion del techo; todas geroglíficas, todas sacerdotales, todas simbólicas; mas recargadas en sus adornos de rombóides y de grecas que de flores, mas de flores que de animales, mas de animales que de hombres; obra mas del obispo que del arquitecto; primera transformacion del arte, toda empapada en disciplina teocrática y militar, que tiene sus raices en el Bajo Imperio y se detiene en Guillermo el Conquistador. Imposible es tambien colocar á nuestra catedral en aquella otra familia de iglesias altas, aéreas, ricas, de pintados vidrios y de esculturas; agudas en sus formas, atrevidas en sus actitudes; municipales y plebeyas, como símbolos políticos; libres, caprichosas y desenfrenadas, como obra del arte; segunda transformacion de la arquitectura, no ya geroglífica, inmutable y sacerdotal, sino artística, progresiva y popular, que empieza en la vuelta de las cruzadas, y acaba en Luis XI. Nuestra Sra. de Paris no es pura raza bizantina, como las primeras, ni de pura raza árabe como las segundas.
Ntra. Sra. es un edificio de la transicion. Acababa el arquitecto sajon de levantar los primeros pilares de la nave, cuando la ogiva, que llegaba de la cruzada, vino como conquistadora á colocarse sobre aquellos anchos capitales bizantinos, destinados á sostener arcos de forma de semicírculo. La ogiva, señora ya desde entónces, construyó el resto de la iglesia; pero inesperta y tímida en sus primeros ensayos, se ahueca, se ensancha, se contiene, y no se atreve á lanzarse en agujas y torres, como lo hizo mas adelante en tantas maravillosas catedrales, como si resintiera de la proximidad de los mazizos pilares sajones.
Pero estos edificios de la tansicion del carácter bizantino al gótico no son ménos preciosos estudiarlos que los tipos puros, porquen expresan un matiz del arte que no conoceriamos á no ser por ellos. Son el ingerto de la ogiva sobre el semicírculo.
Ntra. Sra. de Paris, en particular, es un ejemplar muy curioso de esta variedad. Cada faz, cada piedra del venerable monumento es un página no solo de la historia del pais, sino tambien de la historia de la ciencia y del arte. De modo que, para no indicar aqui mas que los principales detalles, al paso que la Puertecilla Colorada llega casi á los límites de las delicadezas góticas del siglo quince, los pilares de la nave por su volúmen y su gravedad, ascienden hasta la abadía carlovingia de S. German de los Prados pudiera creerse que median seis siglos entre esta puerta y aquellos pilares. Hasta los mismos herméticos hallan en los símbolos del porton central un compendio satisfactorio de su ciencia, de la cual era geroglífico tan completo la iglesia de Saint Jacques de la Boucherie. La abadía bizantina, la iglesia filosofal, el arte gótico, el arte sajon, el mazizo pilar redondo que recuerda á Gregorio VII, el simbolismo hermético por el cual se anticipaba á Lutero Nicolás Flamel; la unidad papal, el cisma, S. German de los Prados, Saint Jacques de la Boucherie, todo está confundido, combinado, amalgamado en Ntra. Señora. Esta iglesia central y generatriz es entre las antiguas iglesias de Paris una especie de quimera; tiene la cabeza de esta, los miembros de aquella, la cima de la otra y algo de todas.
Estas construcciones híbridas, lo repetimos, no son las ménos interesantes para el artista, el anticuario y el historiador. Ellas demuestran hasta que punto la arquitectura es cosa primitiva, en cuanto revelan (como revelan tambien los vestigios ciclópeos, las pirámides de Egipto, las gigantescas pagonadas del Indostan) que las grandes producciones de la arquitectura, menos son obras individuales que obras sociales; mas bien la produccion del trabajo de los pueblos que la inspiracion de los hombres de genio: que son el depósito que deja una nacion; los hacinamientos que hacen los siglos; el residuo de las evaporaciones sucesivas de la sociedad humana; en una palabra, unas especies de formaciones. Cada oleada del tiempo deja su aluvion, cada raza deposita su capa sobre el monumento, cada individuo coloca en él su piedra. Así hacen los castores, así hacen las abejas, así lo hacen los hombres. El gran símbolo de la arquitectua, Babel, es una colmena.
Los grandes edificios, como las grandes montañas, son la obra de los siglos. Tal vez penden ellos todavia, pendent opera interrumpa, cuando el atte se transforma, y se continuan segun las nuevas formas del arte transformado. El arte nuevo coje el monumento en el estado que le halla, se incrusta en él, se le asimila, le desarrolla á su capricho y le acaba si puede; lo cual se hace sin desórden, sin esfuerzo, sin reacción, siguiendo una ley natural y serena, como un ingerto que se introduce, como una savia que circula, como una vegetacion que se reanima. Cierta que dan asunto para muchos libros y acaso para la historia universal de la humanidad, esas solduras sucesivas de muchos artes distintos á muchas alturas sobre el mismo monumento. El hombre, el artista, el individuo, desaparecen sobre aquellas moles sin nombre de autor; en ellas se reasume y se totaliza la inteligencia humana: el tiempo es arquitecto; el pueblo es el abañil.
No considerando aquí mas que la arquitectura Europea cristiana, hermana segunda de las grandes construcciones del Oriente, diremos que aparece á nuestros ojos como una inmensa formacion dividida en tres zonas bien marcadas, colocadas una encima de otra: la zona bizantina, la zona gótica y la zona del renacimiento que pudiéramos llamar greco-romana. La capa romana que es la mas antigua y la mas profunda, está ocupada por el semicírculo que vuelve á aparecer, sostenido por la columna griega, en la capa moderna y superior del renacimiento. La ojiva está entre las dos. Los edificios que pertenecen exclusivamente á una de esas tres capas, son perfectamente puros, uniformes y completos: tales son la abadía de Jumieges, la catedral de Reims y la iglesia de San Cruz en orleans: pero las tres zonas se interponen y se amalgaman por los bordes, como los colores en el espectro solar; y de aquí provienen los monumentos complejos, los edificios mixtos y de transicion. Unos son bizantinos por los pies, góticos por los troncos, greco-romanos por la cabeza, porque se ha tardado seiscientos años en construirlos. Esta variedad es rara, y el castillo de Etampes presenta una muestra de ella. Pero los monumentos de las dos formaciones son mas frecuentes; tal es Nta. Sra. de Paris, edificio ojival, que desde sus primeros pilares penetra en aquella zona sajona que caracteriza la portada de san Dionisio y la nave de S. German de los Prados: tal es la bellísima sala capitular medio gótica de Bocherville, á la cual le llega hasta la mitad del cuerpo la capa bizantina; tal es la catedral de Rouen, que seria enteramente cólica si no bañase la extremidad de su aguja central en la zona del renacimiento.
Pero todos estos matices, todas estas diferencias, no atacan mas que la superficie de los edificios : mas que el arte exterior; la constitucion fundamental de la iglesia cristiana es siempre la misma, siempre se ve en ella la misma armazon interior, la misma disposicion lógica de las partes. Cualquiera que sea la corteza esculpida y bordada de la catedral, siempre se halla dentro de ella, al menos en el estado de germen y de rudimento, la basilica romana que eternamente se despliega sobre el pavimento conforme á la misma ley. Siempre se ven las dos naves que se cortan en forma de cruz, y cuya extremidad superior arqueada en forma de bóveda forma el coro; siempre los mismos claustros á los lados para las procesiones interiores y para las capillas; especies de paseos laterales donde desemboca la nave principal por los intercolumnios. Esto supuesto, el numerode las capillas, de las portadas, de los campanarios, de las agujas se modifica al infmito, segun el capricho del siglo, del pueblo, del arte; una vez satisfecho el servicio del culto , la arquitectura hace lo que le parece. Estátuas, vidrios pintados, rosetones, arabescos; capiteles, bajo relieves, lodos los caprichos del ingenio los combina ella segun el logaritmo que le conviene, y de aqui nace la prodigiosa variedad exterior de aquellos edificios, en cuyo fondo residen tanto órden y unidad. El tronco del árbol es inmutable; la vegetacion es caprichosa.