Nota: Se respeta la ortografía original de la época

VII.

UNA NOCHE DE BODAS.


Pasados algunos instantes, hallóse nuestro buen poeta en una pequeña estancia embovedada ojiva, cerradita, abrigadita, sentado onfrente de una mesa que estaba pidiendo á gritos entrar en relaciones con una alacena allí inmediata, con una excelente cama en perspectiva y con una buena moza al lado: la aventura tenia algo de encantamiento. Empezaba ya Gringoire muy seriamente á tenerse por un personaje de cuentos de brujas; de cuando en cuando echaba los ojos en torno de sí para ver si el carro de fuego tirado por dos quimeras aladas, único que habia podido trasportarle tan rápidamente desde el Tártaro á Paris, andaba aun por alli cerca; y tambien de vez en cuando fijaba obstinadamente sus ojos en los agujeros de su ropilla, á fin de asirse á la realidad y no perder torreno enteramente. Su razon, manteada en los espacios imaginarios, no pendia ya mas que de este hilo.

Parecia que la gitana ni siquiera reparaba en él; iba, venia, movia los trastos, hablaba con su cabrita y hacia su acostumbrado mohin á diestro y siniestro. Fué por fin á sentarse junto á la mesa, y Gringoire pudo examinarla á su sabor.

Todos habeis sido niños, amados lectores, y acaso teneis algunos la dicha de serlo todavia. Es seguro que mas de una vez (y yo por mi parte he pasado asi dias enteros, los mejor empleados de mi vida) habeis seguido de mata en mata, en la orilla de trasparente, en un dia de sol, á una linda mariposa verde, á un arroyo azul que quebraba su vuelo en ángulos vivos, y doblegaba la punta de todas las ramas. Sin duda recordais la inocente curiosidad con que seguian vuestros pensamientos y vuestros ojos aquel pequeño torbellino tan raudo y zumbador, de alas de púrpura y de azul, en medio del cual flotaba una forma imperceptible, velada por la misma velocidad de su movimiento. El sér aéreo que se dibujaba confusamente entre aquellas rápidas alas os parecia quimérico, imaginario, imposible de tocar y de ver. Pero cuando en fin se paraba la mariposa en la punta de un rosal, y podiais examinar, conteniendo el aliento, las anchas alas de gaza, la larga falda de esmalte, los dos globos de cristal, cual era vuestra admiracion y cual vuestro miedo de ver nuevamente convertirse la forma en sombra, y en quimera el sér! Recordad aquellas impresiones, y podreis imaginaros lo que sintió Gringoire al contemplar bajo su forma visible, palpable á aquella Esmeralda á quien aun no habia hecho mas que entrever al traves de un torbellino de baile, de canto y de tumulto..

Sepultado mas y mas en su vaga meditacion: —Hé aqui,—se decia, siguiéndola amorosamente con los ojos,— ¡lo que es la Esmeralda! ¡una criatura celestial! ¡una bailarina de las calles! ¡tanto y tan poco! ¡Ella dió el cachete á mi misterio esta mañana, y ella me salva la vida esta noche! ¡Mi demonio perseguidor, mi angel de la guarda! ¡Buena moza, vive Dios! y que debe estar perdida por mi para haberme tomado por marido á las primeras de cambio. Ahora que me acuerdo,—dijo poniéndose en pié repentinamente con aquel sentimiento de lo positivo que formaba la base de su carácter y de su filosolia,—¡yo no sé en que diablos consiste; pero sé que soy tu marido!

Y con esta idea en la cabeza y en los ojos, acercóse á la niña de un modo tan militar y temerario que hubo ella de retroceder.—¿Que me quereis?—dijo.

— ¿Y sois vos quien me lo preguntais, adorable Esmeralda?—respondió Gringoire con un acento tan apasionado que él mismo se asombraba de oirlo.

Fijó en él la gitana sus hermosos ojos:—No sé que quereis decir.

— ¡Pues qué!—repuso Gringoirc entusiasmándose mas y mas, pensando en que al fin y al cabo no se las habia ni mas ni ménos que con una doncella de la corte de los Milagros,—¿no soy tuyo, dulce amiga? ¿no eres tú mia?

Y con el mayor candor del mundo pasóla la mano por la cintura.

Escurriósele entre los dedos la cintura de la gitana como la escama de una anguila. Saltó la niña de un extremo al otro de la estancia, agachóse y volvióse á levantar con un cuchilito en la mano, ántes de que Gringoire hubiese tenido tiempo para ver de donde salia aquel cuchillo; irritada y altiva, los labios inflamados, la nariz hinchada, rojas las mejillas como una manzana, y brotándole centellas de los ojos. Púsose al mismo tiempo delante de ella la cabrita blanca presentando á Gringoire un frente de batalla, erizado de dos lindos cuernos, dorados y puntiagudos: todo lo cual se hizo en un abrir y cerrar de ojos.

La mariposa se convertia en avispa, y estaba pronta á picar.

Atónito quedó nuestro filósofo, pasando de la mujer á la cabra su mirada estúpida.—¡Virgen santa! —dijo en fin, cuando le permitió hablar la sorpresa.

Tambien la gitana rompió el silencio por su parte.

— ¡Paréceme que eres un trasto muy atrevido!

— Perdon, señorita,—dijo Gringoire sonriendo.

— ¿Pero á que fin me habeis tomado por marido?

— ¿Querias que te dejase ahorcar?

— Segun eso, —repuso el poeta, algun tanto frustradas sus esperanzas amorosas,—¿no habeis tenido otro fin al tomarme por esposo que el de salvarme de la horca?

— ¿Y que otro piensas tú que podia tener? Gringoire se mordió los labios.—Vamos, todavia no soy tan triunfante en Cupido como imaginaba. ¿Pero entónces á que fin haber roto aquella pobre linaja?

El puñal de la Esmeralda y los cuernos de la cabra continuaban en la defensiva.

— Señorita Esmeralda, —dijo el poeta,—capitulemos. No soy escribano del Chatelet, y no os armaré pleito por usar una daga en Paris á los hocicos de las órdenes y prohibiciones del señor preboste: no debeis ignorar sin embargo que hace ocho dias fue multado Noel Lescribain en diez dineros parisies por haberle encontrado con un chafarote. Pero no es cosa que me toca ni atañe: y vamos al grano. Os juro por lo mas sagrado que no os tocaré sin vuestra licencia y permiso; pero dadme de cenar.

Ello es que Gringoire, como Mr. Despreaux era «muy poco voluptuoso» y muy ajeno de pertenecer á aquella especie caballeresca y emprendedera que toma por asalto á las doncellas. En punto á amor como en todo lo demas, siempre se inclinaba á temporizar y aceptar términos medios, y una buena cena, en amable compañia, pareciale, sobre todo cuando tenia hambre, un entreacto excelente entre el prólogo y el desenlace de una aventura amorosa.

La gitana no respondió palabra; hizo su desdeñosa mueca, levantó la cabeza como un gilguero, y luego se echó á reir; y el lindo puñal desapareció como habia venido, sin que pudiese ver Gringoire donde escondia la abeja su aguijon.

Un momento despues brillaban sobre la mesa un pan de centeno, una rebanada de tocino, algunas manzanas secas y un jarro de cerveza: Gringoire empezó á comer desesperadamente. Y quien hubiera oido el menudo retintin de su tenedor de hierro y de su plato de loza, hubiera dicho que todo su amor se habia convertido en apetito.

Mirábale comer la niña sin decir palabra, y absorta visiblemente en otros pensamientos que la hacian sonreir de cuando en cuando, mientras su linda mano acariciaba la cabeza inteligente de la cabrita, blandamente reclinada entre sus rodillas.

Una vela de cera amarilla alumbraba aquella escena de voracidad y meditacion.

Acallados los primeros clamores de su estómago sintió Gringoire un cierto ruborcillo al ver que ya no quedaba en la mesa mas que una manzana. — ¿No comeis , señorita Esmeralda?

Respondiéndole ella haciendo con la cabeza un movimiento negativo —y su mirada meditabunda fué á lijarse en la bóveda de la estancia.

—¿En qué diablos estará pensando? dijo Gringoire para sí y mirando lo que miraba ella. Es imposible que la ocupe ese mascaron del enano de piedra esculpido en la flave de la bóveda. — ¡ Qué diablos! me parece que bien puedo sostener la comparacion con ese mónstruo. —Señorita, dijo alzando la voz.

Parecia que la gitana no le oia.

Luego prosiguió en voz aun mas alta :— ¡Señorita Esmeralda! —Tiempo perdido. La mente de la gitana estaba en otra parte, y la voz de Gringoire no era poderosa á apartarla de donde estaba. Afortunadamente la cabra ayudó sus intentos, tirando de la manga suavemente á su ama.

—¿Qué quieres, Djali? dijo de pronto la gitana como si la despertáran violentamente.

—Tiene hambre, dijo Gringoire, deseoso de trabar conversacion.

—Desmigajó la Esmeralda un pedazo de pan que comió graciosamente Djali en la palma de su mano.

No la dejó tiempo Gringoire para volver á sus cavilaciones, llamando su atencion con esta delicada pregunta.

—¿Con que no me quereis para marido?

Miróle la niña de hito en hito y dijo :—No.

—¿Y para amante? repuso Gringoire .

Hizo ella su mohin y respondió :—No.

—¿Y para amigo? prosiguió Gringoire.

Siguióle ella mirando sin quitarle ojo, y dijo despues de un momento de reflexion:

—Tal vez.

Este tal vez tan grato para los filósofos dió nuevos ánimos á Gringoire.

—Sabeis, la preguntó, ¿ que cosa es amistad?

—Si, respondió la gitana; ser hermano y hermana; dos almas que se tocan sin confundirse..... los dos dedos de la mano.

—¿Y el amor? prosiguió Gringoire.

— ¡Oh! ¡el amor! dijo, y su voz temblaba y sus ojos brotaban llamas. Es ser dos y no ser mas que uno, un hombre y una mujer que se deshacen en un ángel; —es el cielo.

Esto diciendo, brillaba en la bailarina de las calles una hermosura que asombraba singularmente á Gringoire , y le parecia estar en perfecta armonia con la exaltacion casi oriental ds sus palabras. Sus labios rosados y puros se entreabrian sonriendo; turbaba tal vez el pensamiento la tersura de su frente cándida y serena como el aliento empaña el cristal de un espejo; y de sus largas pestañas negras inclinadas se irradiaba una especie de luz inefable que daba á su perfil aquella suavidad ideal que holló despues Rafael en el punto de mistica interseccion de la virginidad, de la maternidad y de la divinidad.

Gringoire sin embargo prosiguió impertérrito.

—¿Como ha de ser un hombre para agradaros?

—Ha de ser hombre.

—¿Pues no lo soy yo?

—Un hombre tiene casco en la cabeza, espada en la mano y espuelas de oro en los talones.

—Bravo dijo Gringoire, sin caballo no hay hombre. ¿ Amais á alguno?

— ¿ De corazon?

— De corazon.

Quedó un momento pensativa, y luego dijo con una expresion particular : —Pronto lo sabreis.

— ¿Y porque ahora no? repuso tiernamente el poeta. — ¿ Porque á mí no?

Echóle la niña una mirada séria.

—Yo no podré amar sino á un hombre que sea capaz de protegerme.

Ruborizóse Gringoire y no lo echó en saco roto. Era evidente que la gitana aludia al poco auxilio que la dió en la critica circustancia en que se halló dos horas ántes. Este recuerdo , borrado de su mente por las aventuras de aquella tarde se le representó entónces de repente.

—Ahora que me acuerdo, dijo dándose un golpe en la frente con la palma, por aqui debiera yo haber empezado. Perdonadme mis locas distracciones. ¿Como diablos hicisteis para huir de las garras de Quasimodo?

Esta pregunta hizo extremecerse á la gitana.

— ¡ Oh ! ¡que horrible jorobado ! dijo cubriéndose el rostro con las manos, y temblando como si tiritara de frio.

— Horrible en efecto, dijo Gringoire que no renunciaba su idea;—¿pero como hicisteis para libertaros de él?

Esmeralda sonrió , suspiró y calló.

—¿ Sabeis porque os seguia? preguntó Gringoire procurando por un rodeo volver á la cuestion principal.

—No lo sé , dijo la hermosa. —Y luego añadió vivamente : —¿Y vos que me seguiais tambien porque me seguiais?

—A fe mia, respondió Gringoire, que tampoco lo sé yo.

Siguióse un momento de silencio. Gringoire hacia rayitas en la mesa con el cuchillo, la gitana sonreia y parecia que estaba viendo algo al traves de la pared, de pronto empezó á cantar con voz apénas articulada:

Cuando las pintadas aves Mudas estan y la tierra, luego se interrumpió bruscamente y púsose á acariciar á Djali.

—Vaya que teneis una linda cabrita, dijo Gringoire.

— Es mi hermana.

— ¿ Porque os llaman la Esmeralda?

—No lo sé.

-¿Pero en fin?....

Sacó del pecho la gitana una especie de escapulário oblongo que llevaba pendiente del cuello á un rosário de cuentas de sándalo ; de aquel saquito se desprendia un fuerte aroma de alcanfor. Estaba forrado de seda verde, y tenia en su centro un vidrio verde imitado á una esmeralda.

— Sin duda será por esto, — dijo.

Quiso Gringoire coger el escapulario.

—No le toques, dijo ella retrocediendo, es un amuleto : tú le quitarias la virtud, ó él te haria daño á ti.

Crecia por momentos la curiosidad del poeta :— ¿Quien os le ha dado?

Púsose ella un dedo en la boca y ocultó el amuleto en su seno : á las varias preguntas de su interlocutor solo respondió con algunas palabras incoherentes.

—¿Qué quiere decir esa palabra la Esmeralda?

— No lo sé.

— ¿A qué lengua pertenece?

—Creo que á la egipcia.

— Ya lo dije yo, exclamó Gringoire. No sois francesa.

— No lo sé. —¿Teneis padres?

— La Esmeralda se puso á cantar con triste y dulce voz estas palabras:

Mi padre es pájaro,
Mi madre es pájara.
Paso el rio sin barco,
Paso el rio sin barca...
Mi padre es pájaro,
Mi madre es pájara.

— Muy bien, dijo Gringoire. ¿ A que edad vinisteis á Francia?

—Siendo muy niña.

—¿Y á Paris?

— El año pasado. Cuando entramos por la puerta Papal vi cruzar por los aires la silvia de los cañaverales. Estábamos á fines de agosto, y dije : el invierno será cruel.

— Lo ha sido, dijo Gringoire en el colmo de la alegria al ver entablada la conversacion, yo le he pasado soplándome los dedos. ¿ Luego teneis el don de profecia?

Volvió la gitana á su laconismo :—No.

— ¿ Ese hombre á quien llamais el duque de Egipto , es el gefe de vuestra tribu?

— Si.

—Pues él es el que nos ha casado, observó con tímido acento Gringoire.

Hizo ella su graciosa mueca habitual:—Ni tan siquiera sé tu nombre.

—¿Mi nombre? cátatele aqui : Pedro Gringoire.

—Yo conozco otro nombre mejor, respondió pensativa la gitana.

— ¡ Picarilla! repuso el poeta. No importa ; no lograreis irritarme. ¿Y luego quien sabe? puede que en llegando á conocerme mejor, me cobreis cariño; ademas, me habeis contado vuestra historia con tanta franqueza que es muy justo os corresponda yo con la misma. Habeis pues de saber que yo me llamo Pedro Gringoire, y que soy hijo del arrendador de la escribania de Gonesse. Mi padre fue ahorcado por los borgoñones, y espanzurrada mi madre por los picardos en la época del sitio de Paris, hace veinte años. A los seis de mi edad, como iba diciendo, quedé huerfanito, sin mas suelas en los zapatos que las piedras de Paris, y no sé como he pasado el intérvalo de los seis hasta los diez y seis años. Ya me daba una ciruela esta frutera , ya me daba aquel pinche un mendruguillo, y por la noche metíanme las patrullas en la cárcel, donde encontraba un monton de paja para dormir; todo lo cual no me ha impedido crecer y enflaquecer como veis. Calentábame al sol durante el invierno bajo el pórtico del palacio de Sens, y no dejaba de parecerme ridículo que reserváran para la canícula las hogueras de san Juan. A los diez y seis años quise ser algo , y sucesivamente fui probando de todo. Entré soldado , pero no era bastante valiente; entré fraile , pero no era bastante devoto; ademas soy poco aficionado á beber. Desesperado, metíme aprendiz de carpintero, pero no era bastante robusto. Mucha mas aficion tenia á ser maestro de escuela ; verdad es que no sabia leer, pero esto no obsta. Al cabo de cierto tiempo conoci que me faltaba algo para todo; y viendo que de nada servia, metíme de sopeton á poeta y compositor de ritmios, profesion que siempre puede abrazar un vagamundo, y que al fin y al cabo vale mas que la de ladron, como me aconsejaban que lo fuera algunos rateruelos amigos mios. Encontréme por fortuna el dia menos pensado con don Claudio Frollo, el reverendo arcediano de Nuestra Señora, el cual se interesó por mí, y al cual debo hoy el ser un verdadero letrado, instruido en el latin desde los oficios de Ciceron hasta el martirológio de los padres Celestinos, y no nada bárbaro en escolástica, en poética, ni en ritmica, ni aun en hermética, la sofia de los sofias. Yo soy el autor del misterio que se representó hoy con gran pompa y concurrencia de populacho, en la Sala Grande del palacio. He escrito tambien un libro que tendrá unas seiscientas páginas, sobre el prodigioso cometa de 1465 que volvió loco á un hombre. Y no es esto todo: siendo carpintero de artilleria trabajé en aquella famosa bombarda de Juan Mangue que reventó en el puente de Charenton el mismo dia en que probó, haciendo pedazos á veinticuatro curiosos. Ya veis que no soy mal bocado para marido. Sé ademas muchas graciosas travesurillas que enseñaré á esta cabra, como, por ejemplo, á remedar al obispo de Paris, ese maldito fariseo cuyos molinos chorrean sobre los transeuntes por todo el puente de los

Nuestra Senora de Paris pg 36
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Pedro Gringoire en su noche de boda.

Molineros. Y ademas mi miesterio me valdrá mucho dinero en metálico, si me lo pagan. En fin, aquí me teneis á vuestras órdenes á mi, á mí talento, á mi ciencia y á mis letras; pronto á vivir con vos, señorita, como mejor os acomode ; casta ó alegremente, como marido y mujer, si os da la gana ; como hermano y hermana, si lo preferis.

Calló Gringoire esperando á ver el efecto que producia su arenga en la doncella, la cual tenia clavados los ojos en el suelo.

—¡Febo! dijo á media voz y luego volviéndose hácia el poeta:—¿que quiere decir Febo?

Gringoire , sin alcanzar que relacion podia existir entre su alocución y aquella pregunta aprovechó gustoso aquella ocasion de sacar á relucir su erudición, y así respondió dándose tono.—Es una palabra latina que quiere decir Sol.

—¡Sol! repitió la gitana.

—Ese era el nombre de un gallardo militar, que era Dios, añadió Gringoire. —¡Dios! repitió la Esmeralda, y había en su acento un no se que pensativo y apasionado.

Soltósela en aquel momento uno de sus brazaletes y cayó al suelo. Bajóse presuroso Gringoire para recojerlo, y cuando alzó la cabeza , ya habian desaparecido la mujer y la cabrita. Oyó entónces el ruido de un cerrojo en una puertecilla que comunicaba sin duda á algun chirivitil que se cerraba por dentro.

— ¿Si á lo menos me habrá dejado cama en que dormir? dijo nuestro filósofo.

Hizo detenida inspeccion de la estáncia, pero no halló en ella mas mueble á propósito para el sueño, que un cofre de madera bastante largo, cuya tapa estaba ademas toda esculpida , lo que procuró á Gringoire , cuando en él se tendió, una sensacion algo semejante á la que recibiria Micromegas tendiéndose cuan largo era sobre los Alpes.

— Vaya con Dios, dijo acomodándose lo mejor que pudo , fuerza será resignarse. ¡ Pero vaya una noche de bodas en sumo grado particular! Yo lo siento, porque habia en este consorcio del cántaro roto un no se que de candoroso y antidiluviano que me placia.