Noticia de la vida y escritos de D. Próspero de Bofarull y Mascaró

​Obras completas del doctor D. Manuel Milá y Fontanals. Tomo tercero. Estudios sobre historia, lengua y literatura de Cataluña.​ (1890) de Manuel Milá y Fontanals
Índice

noticia de la vida y escritos
de
d. próspero de bofarull y mascaró
archivero y cronista de la Corona de Aragón
leída en la
sesión pública celebrada por la Academia de Buenas Letras
el día 30 de Diciembre de 1860




Solían los antiguos historiadores recomendar á la imitación de los venideros los heroicos ejemplos de los claros varones cuyos actos referían. Por nuestras parte no debemos contar la vida de un héroe, sino la de un hombre de bien: vida poco fecunda en hechos ruidosos, pero que puede contarse por entero. No es esto poco en verdad, y tra utilidad no escasa en los comunes accidentes de la vida tener á los ojos la imagen de quien, por la constante rectitud de su conducta, puede de continuo servirnos de amonestador y consejero.

Para llevar á cabo nuestro empeño, tenemos á mano abundantes materiales conservados en una sencilla autobiografía, escrita á fines de 1835, y completada por el que más que nadie sabe los hechos, y puede adivinar los pensamientos del finado; documentos ambos que nos servirán de constante guía en la parte biográfica, hasta el punto de ceñirnos á menudo á una simple transcripción. Daremos en ella cabida á pormenores que podrán parecer excesivos, y que en efecto estarían de más en un verdadero discurso académico, pero que admitimos, consultando el que es en esta ocasión nuestro propio gusto, los deseos de la familia y los que en amigos y admiradores presumimos: iremos también algo despacio en la parte literaria, prefiriendo el examen algún tanto detenido de los escritos á subidas y vagas alabanzas, poco acordes con el carácter y las pretensiones del alabado, y que además excitan ya una justa desconfianza.

Permítasenos que antes de comenzar, enlacemos con una memoria respetada la de otro digno hijo de una generación que va desapareciendo, íntimamente enlazado con el objeto de nuestro elogio por duraderos y amistosos vínculos. Grata memoria conserva de ambos el que escribe estas líneas: si en D. Próspero de Bofarull halló fácil acceso y amabilísimas dotes, en Don Joaquín Rey admiró una firmeza de ánimo no doblegada por la ancianidad, y á pesar de la diferencia de años, de estudios y de carácter, tuvo que agradecer una singular é inesperada benevolencia.




Una de las más bellas regiones de nuestro Principado, el fértil campo de Tarragona, celebrado ya por Marcial, cuenta entre sus esclarecidos hijos á nuestro historiógrafo, que vió la luz primera, nó en la capital y metrópoli, venerable depósito de antiguos monumentos, sino en la populosa y rica villa de Reus, aventajada en las modernas artes.

Nació la noche del último día de Agosto del año 1777, y recibió el día siguiente, en la pila de la iglesia parroquial de San Pedro, los nombres de Próspero, Miguel, Gil y Lobo, el primero por ser de un cuerpo santo de las catacumbas, que trajeron entonces de Roma á la casa paterna, y que los franceses destrozaron en la guerra de 1808. Fueron sus padres D. Francisco de Bofarull y Miquel, persona de singulares prendas, amado con entusiasmo de todo el pueblo y de cuantos le conocieron y trataron, á cuya beneficencia debió España la primera fundación, el sostén y acrecentamiento del piadoso instituto de las Hijas de la Caridad en el Hospital de enfermos y convalecientes de San Juan Bautista de la villa de Reus; y la señora Doña Teresa Mascaró y Salas, digna de tal esposo, á quienes debió los más tiernos cuidados durante su infancia. A la edad de siete años resolvió su buen padre enviarle á un colegio establecido en cierto lugar inmediato por algunos vecinos pudientes de la villa, donde, en compañía de un hermano, sufrió por espacio de cerca de tres años las mayores privaciones y malos tratos de un astuto y cruel preceptor: áspero aprendizaje de la vida, que pudo avezarle á la resignación y paciencia de que después dió muestras, sin que en manera alguna agriase su naciente carácter. Dióseles luego á los dos hermanos un preceptor eclesiástico, para que les enseñase los rudimentos de la gramática latina, «cuando apenas sabían leer ni escribir,» á quien siguió Próspero al curato de Montagut y luego al colegio Tridentino de Tarragona, donde entró de seminarista, y donde no habían obtenido todavía completo éxito los esfuerzos del sabio y virtuoso Armanyá, á juzgar por lo que Bufarull nos dice, de que estudió mal y le enseñaron peor el latín, la retórica, algunos principios de geografía, y el primer año de filosofia. Más contentos quedaron los maestros del discípulo que éste de la enseñanza, pues certificaron que en los cuatro años de colegial había sido de vida y costumbres irreprensibles, modesto y retirado y muy exacto en el cumplimiento de todas sus obligaciones.

Cursó los dos años siguientes de filosofía y los tres primeros de leyes, entre la traviesa juventud escolar de la Universidad de Cervera, y pasó luego á estudiar el cuarto en la de Huesca, donde, en 21 de Abril y en 5 y 14 de Mayo de 1798, recibió sucesivamente los grados de bachiller, licenciado y doctor en leyes con todos los honores y títulos con que se distinguía á los más beneméritos, apadrinándole D. Ignacio Coll, colegial mayor de San Vicente en aquella Universidad. De 98 á 99 cursó un año de cánones. Defendió públicas academias de jurisprudencia civil y canónica, fué nombrado examinador en varios grados mayores y menores de leyes, y en dicho año de 1798, el Rector Dr. Don José Roset, le comisionó para la substitución de la cátedra de Digesto viejo, que desempeñó con exactitud y á satisfacción de la escuela. Tenía dispuesto su padre que tomase la beca en el mencionado colegio, pero habiendo fallecido en Noviembre de 97, dejándole según dice, en los últimos momentos de su vida, una recomendación particular que jamás se borró de su memoria, desistió de aquella pretensión, para ahorrar un crecido gasto á la familia que iba ya en decadencia por las vicisitudes de los tiempos.

Terminada la carrera, su buena madre y hermano mayor decidieron que pasase á Madrid, para hacer la práctica, y recibirse abogado de los Reales Consejos, y el día 4 de Noviembre de 1799, después de un doloroso despido, abandonó el hogar paterno, y emprendió el viaje con un exento de guardias, en extremo económico, el cual le sujetó á un régimen sumamente sobrio que pudo en cierta manera recordarle las privaciones que había sufrido en su infancia.

A la edad de 22 años se halló en medio de la corte, solo, sin experiencia, sin un amigo bueno y de confianza que pudiese dirigirle, y sin más norte que las virtudes, consejos y ejemplos de su padre que siempre le guiaron, unas escasas asistencias, y algunas cartas de recomendación que de nada le sirvieron. Debió sin embargo á su huésped algunos buenos consejos y que le proporcionase para maestro al famoso letrado D. Domingo Rico de Villademoro, á quien después vió con horror dar garrote en Cádiz; en el estudio de este desgraciado amigo contrajo relaciones con otros jóvenes de su carrera, con quienes vivió algún tiempo, desviándose luego de ellos (sin reñir, según su costumbre), por no convenir en ideas morales: acto bien laudable en joven de tan pocos años y sin duda decisivo en la conducta y felicidad de toda su vida. Establecióse entonces en un pequeño cuarto, tomando por servidor á un cursante de medicina, con quien compartía sus escasos alimentos, y teniendo por vecinos y amigos á otros jóvenes, después hombres ilustres, como el obispo de Pamplona Adriani, el regente Fuster y el general Cabanes.

En esta situación, y continuando su práctica con algún descuido, contrajo afortunadamente amistad con el acreditado y honradísimo letrado catalán D. Jaime Ferrer (tío del excelente y popular D. Juan de Safont, abad de San Pablo del Campo, tan benemérito de la instrucción pública), á quien debió saludables consejos y protección decidida. Desde aquel punto emprendió con bastante calor la práctica en el estudio de Ferrer y en la Academia de Derecho de carlos III, en la que hizo diferentes trabajos y ejercicios y desempeñó comisiones y encargos y concluídos los cuatro años prescritos, pasó a Valladolid, donde se recibió de abogado de aquella chancillería en 20 de Agosto de 1802, incorporando su grado en los Reales Consejos en 7 de Octubre inmediato.

Mas no pudiendo entrar en el colegio de Madrid por las grandes dificultades que presentaba la admisión, se dedicó á algunas agencias y trabajos en el estudio de Ferrer, adquiriendo desde entonces buenas relaciones con personas de carácter, entre ellas D. Francisco del Campo, contador de encomiendas, que le llegó á mirar como de la familia, enamorado de su buen comportamiento. Por aquel tiempo despreció la ocasión de acompañar al Marqués de Portago, embajador en Génova, y la probabilidad de obtener el consulado de España en esta ciudad. Retraíale de puestos sobrado brillantes su modesto espíritu, á más de que sus aficiones literarias le hubieran hecho preferible una colocación de otra clase, difícil de alcanzar entonces á efecto de la depravación de la corte (de tan funestos resultados y de proverbial memoria) á no contraer algún enlace indigno de un hombre honrado.

Con el intento de aumentar sus agencias y más todavía sin duda por el deseo de abrazar á su anciana madre y hermanos, emprendió un viaje á Cataluña, llegando á Reus en la víspera de su patrono San Pedro de 1805. Estrechó en sus brazos á toda su familia, que amaba entrañablemente. Después de haber estado algún tiempo en Reus, Tarragona y el Mas (casa rural de la familia á orillas del Francolí, que le recordó siempre los felices días de su infancia, transcurridos al lado de tan buenos padres y hermanos), y de haber visitado la capital y otros pueblos del Principado, regresó á Madrid, acompañado de su hermano menor D. Juan. Prosperaban sus negocios, y aguardaba el momento de entrar en el colegio de abogados ó algún destino en Madrid ó en las provincias, mas le repugnaba hacer uso de los ofrecimientos pecuniarios de su familia, otro de los medios entonces expeditos para lograr este intento.

Llegó en esto el 19 de Marzo, principio de tantos y tan aciagos acontecimientos que influyeron en los destinos de Bofarull, como en los de todos los españoles. Un mal llamó á otro mal, la corrupción é inepcia de nuestra corte dió la mano á una ambición sin ejemplo y que apenas se tomaba el trabajo de disfrazarse, y Napoleón pudo codiciar para los suyos, lo que en realidad equivalía á codiciarlo para sí, la España en apariencia inerme. Pocos é indignos españoles cedieron á la hábil y ya ejercitada seducción del déspota francés: en su modesta posición que, como la de otros, hubiera entonces podido dejar de serlo, no le ocurrió siquiera la menor incertidumbre á nuestro joven letrado, como que obedeció á su conciencia y no á interesados sofismas.

«Yo ví, nos dice con el acento de la emoción al llegar á este punto, destronar reyes y entronizarse otros, derribar privados, invadida la Península con numerosos ejércitos, acaudillados por el Capitán del siglo. Ví las calles de Madrid regadas con sangre el 2 de Mayo y cometer en ellas el ejército que se llamaba amigo los mayores excesos, después de haberse apoderado con felonía de las más fuertes plazas del reino. Ví, en fin, desquiciada la nación, y los españoles correr á las armas para vengar tamaños ultrajes. Era español, y no pude menos de abominar la invasión francesa.»

Realizó sus cortos capitales, y á pie y con el capote al hombro, salió de Madrid con dos compañeros el día 19 de Marzo de 1809, mientras estaban los franceses haciendo la salva en celebridad del día del nuevo rey José, dirigiéndose por caminos extraviados á la Carolina, donde se hallaba el cuartel general del ejército español. Allí, en la Gaceta del Gobierno se enteró del estado de la guerra en Cataluña, y pudo colegir el de su familia, y llenó de amargura su corazón el relato de la desgraciada batalla de Valls, en que se hallaba su hermano D. Juan. Pasó luego á Córdoba, donde llegó el viernes Santo, y admiró, según no se olvida de advertir, aquella famosa mezquita, hoy catedral; pero habiéndose recibido la noticia de la derrota del general Cuesta en Medellín, que abría á los franceses aquella puerta de Andalucía, resolvieron los tres amigos pasar á Sevilla, donde llegaron después de un penosísimo viaje, en medio de una fiera tormenta y de un país inundado, alentados por el deseo de alejarse de los franceses. El nombre del general D. Casimiro de Bofarull ablandó á un fondista catalán que debía antiguas ganancias al tío de nuestro viajero, y que le recibió la primera noche; luego encontró y adquirió amigos en aquella ciudad, donde se hallaban entonces la Junta Central y todas las dependencias inmediatas del gobierno superior.

Trataron los amigos de colocarle de relator en el Tribunal de Seguridad pública, mas no aceptó por el horror que le inspiró siempre todo lo criminal; y por consejo de su amigo Cano Manuel, fiscal entonces del Consejo de España é Indias, solicito y obtuvo la entrada en el colegio de abogados de los Tribunales Superiores del Reino. A poco los franceses forzaron el paso de Despeñaperros é invadieron la Andalucía, y entonces, por encargo de D. José Costa, oficial de la Junta Central, acompañó á la Isla de León á la esposa de este amigo, que se trasladó por tierra á aquel punto con el presidente de dicha Junta. En cuanto se vió libre del compromiso, trató de embarcarse en Cádiz para Cataluña, pues ya consideraba á Napoleón dueño de toda la Península, mas al llegar á la ciudad, se le negó la entrada, al igual que á miles de personas de los pueblos del continente, que se refugiaban á aquellas nueva Asturias. Pudo afortunadamente defenderla el Duque de Alburquerque, llegando á la isla antes que el enemigo, y salvando á España, que acaso sucumbiera á no haber tenido buen éxito aquella operación militar.

Después de una noche pasada en un barquito valenciano, entró en Cádiz, donde ya aguardaban á Bofarull antiguos y nuevos amigos, y residió cuatro años en aquella famosa ciudad, donde se fué organizando el gobierno, y que se puso inconquistable. Allí abrió su bufete, que en poco tiempo se llenó de negocios: la congregación claustral benedictina Tarraconense le nombró su asesor; la Junta superior de observación y defensa del Principado de Cataluña le comisionó y autorizó para reclamar del gobierno los auxilios que necesitaba para sostener la justa causa que con tanto empeño sostenía, y el Conde de Altamira le nombró su abogado de cámara, señalándole, ultra de sus honorarios, una dotación de ochocientos ducados, que mandó se le continuase aun después que Bofarull se hubo establecido en Barcelona. El mismo gobierno se empeñó en favorecerle, pues habiendo vacado la alcaldía mayor de la Isla de León, entonces el destino mejor de España en la judicatura, le fué conferida en Real orden de 27 de Mayo de 1810, sin haberla siquiera solicitado. Recordaba Bofarull con agrado aquellos días prósperos, y con particular gratitud el desinteresado ofrecimiento de crecidas cantidades de dinero que para atender á los muchos gastos que debía ocasionarle su nueva categoría de juez, debió á sus amigos los señores Arxer y Mitjana. A pesar del magnífico recibimiento que en la isla se le hizo, no tardó en formar la resolución de renunciar aquel destino, que creía superior á sus conocimientos, y era en verdad contrario á su carácter por extremo apacible, mayormente luego que supo que el pueblo se hallaba dividido en bandos y parcialidades. En efecto, en 5 de Junio dirigió la renuncia al ministro, que no pudo inducirle á que continuase, ni á que aceptase una plaza de oidor de la Audiencia de Mallorca. «Salí pues, nos dice, de la Isla de León á los 15 días de magistratura, como Sancho Panza de su Barataria, enfermo y con algunos pesos menos de los que tenía en el bolsillo cuando entré en ella, y me volví á Cádiz, bien desengañado de lo poco que valía como juez; y aunque en la carrera de abogado no me creía tan aventajado como otros me juzgaban, sin embargo, la prefería, siendo así que tampoco dejaba de mirar con respeto los graves cargos que impone, cuando por algún descuido ó por la ignorancia consiguiente á la desaplicación y apatía en los primeros años de estudios ó por otras mil causas, no hemos empleado nuestros talentos, como el siervo descuidado del Evangelio, y causamos por nuestra ignorancia algún grave perjuicio á quien nos confía la defensa de sus derechos.»

Las tareas de abogado que continuó en Cádiz fueron aumentando sus intereses, y hasta pudo hacer una feliz operación en vales, que hubiera sido considerable, á no haberle impedido su delicadeza emplear en ella un crecido capital que custodiaba.

Entre tanto el conquistador se había estrellado en los límites que á su poder había señalado la Providencia; después del incendio de Moscou, España, que había sido la primera en deshacer el encanto producido por continuadas victorias, comenzó á verse libre de los odiados invasores. Retiráronse las tropas francesas de Andalucía y sucesivamente de Madrid y de toda la Península, y las Cortes y el Gobierno trataron de trasladarse á la capital de la Monarquía.

Pocos meses antes de estos grandes acontecimientos, hallándose en el despacho del Sr. Alvarez Guerra, Ministro de Gobernación, aburrido por el mal resultado de un pleito sobre la presa de un bergantín, que á su entender no podía perderse, y noticioso de que por muerte de D. Tomás Pardo se hallaba vacante la plaza de archivero de la Corona de Aragón, que ya en 1804 había solicitado y le había prometido el ministro Urquijo, se ofreció á servirla, pasando entre tanto á Mallorca, para arreglar los papeles de la Junta de Cataluña que el Gobierno había mandado á aquella isla; y á la respuesta favorable del Ministro, hizo nuevo memorial, que le devolvió la Diputación provincial de Cataluña, reconociendo sus relevantes méritos y servicios, pero alegando al propio tiempo la inoportunidad de proveer un destino que radicaba en una ciudad que se hallaba en poder de los enemigos, y la resolución tomada por la Regencia del Reino, de que recayera la propuesta y nombramiento de archivero de los papeles de la extinguida Junta en uno de los empleados que no estuviesen en actual servicio.

Sobrevino la traslación del Gobierno á Madrid, y salió de Cádiz con algunos amigos el 1º de Enero de 1814, tocando en Rota, Sanlúcar y Sevilla, donde tomaron un carromato catalán que en doce días les condujo á la corte, en la que entró con un equipaje algo más abultado que el que de ella había sacado cinco años antes. A poco de haberse establecido nuevamente en Madrid, el ya mencionado Arxer, director de la casa de la viuda del mismo nombre, le instó a que pasase con destino ó sin él á establecerse en Barcelona, que se estaba evacuando de franceses, prometiéndole grandes ventajas, como capitalista que era de dicha casa. Estas amistosas promesas y sus deseos de retirarse á un punto y destino que pudiese proporcionarle una vida tranquila y filosófica y acabar sus días con sosiego y sin remordimientos, le determinaron á instar la solicitud para la plaza de archivero, que le fué conferida por Real orden de la Regencia en 22 de Abril de 1814, en consideración á su acreditada instrucción y distinguidos méritos y servicios.

Mientras las tropas francesas acababans de evacuar Barcelona y las demás plazas que aun ocupaban en España, el deseado Fernando había regresado de su cautiverio, y apoyado por el ejército, trataba de derribar la Constitución proclamada en Cádiz por las Cortes constituyentes. A consecuencia de estos amagos, suspendió Bofarull su viaje á Barcelona hasta que se despejase el horizonte político, que no tardó mucho, pues hallándose el rey en Aranjuez á mediados de Mayo, se publicó el memorable decreto que había firmado en Valencia el 4 del mismo mes, derogando el Código Constitucional; y no fué éste sustituído, como se prometía, por otro más sensato, digno de la España regenerada, que hubiera podido calmar, sino satisfacer las aspiraciones de una parte de las clases cultas y acaso prevenir las tormentas que de lejos amagaban.

Al día siguiente de la entrada del Rey en Madrid, viendo nuestro Próspero anulada la gracia que le había hecho la Regencia, á causa de ser posterior á la entrada de S. M. en España, determinó presentarle una solicitud, y el Rey por hallarla fundada, y también por recordar, según su costumbre, el apellido de Bofarull que había conocido en Reus, le confirmó el destino por Real orden de 22 de Mayo.

Despidióse de la corte sin ánimo de volver á visitarla, y con el único sentimiento de separarse de su bienhechor, el Conde de Altamira, y de su amigo y maestro Ferrer, el cual se mostró admirado de que se contentase con un destino de tan cortos emolumentos. Encontróse en Lérida con una mula y mozo enviada por los monjes de Poblet, y después de haberlos visitado, pasó á Reus, pisó el umbral de la casa paterna, y vió á su cariñosa y anciana madre asida de su cuello y estrechándole contra su corazón, que latía de gozo á la par del suyo, y á todos los hermanos y sobrinitos abrazándole, besándole y derramando lágrimas de alegría que les causaba verle colocado después de tantos años de ausencia y de una guerra tan desastrosa con ruina de su patrimonio.

Tomó posesión del archivo el 12 de Agosto del mismo año, al principio muy mal auxiliado, mas por fortuna llegó de prisionero de guerra su hermano D. Juan, que deseoso de abandonar la carrera militar y de vivir al lado del que miraba como segundo padre, solicitó y obtuvo la plaza de oficial mayor del archivo, á cuyo servicio se consagró desde entonces. Miraba en él Bofarull un sucesor celoso, tanto por lo que tocaba al archivo, como respecto á la familia; pero Dios que frustra las vanas esperanzas de los hombres, arrebató prematuramente á este hermano de la tierra, después de muchos años de padecimientos y dolores sufridos con heroica resignación, exhalando su último aliento con el nombre de su hermano y su sobrino en la boca, en prueba del amor que les profesaba.

A pesar del respeto sumo con que miraba Bofarull las obligaciones del matrimonio, hallándose á la edad de 36 años y en posición desembarazada, resolvió contraerlo, después de maduras reflexiones, con una señorita de la familia de Sartorio, familia con la cual había contraído suma intimidad en Cádiz, sin que mediase con su futura esposa otro compromiso que el oficio de amigo y de consejero que con ella se había impuesto.

Fué con gran satisfacción recibida la propuesta, y efectuóse por poder el enlace en Cádiz en 17 de Marzo de 1815, día en que la casa de Arxer quebró en Barcelona, y en que, á más del disgusto propio, tuvo Bofarull el de verse obligado á intimar á la infeliz viuda la ruina total de su familia. Pasó dos días muy amargos, pero se conformó muy pronto y no tardó en consolarse al arribo de su esposa.

Comenzó desde aquel punto aquella vida invariable y sosegada, dedicada por entero, sin exceptuar un pensamiento ni un minuto, al archivo y á la familia[1]. Amargóla es verdad la muerte de su madre, acaecida en Marzo de 1816, poco antes de haber tenido la satisfacción de recibir en sus brazos á su recién nacido primogénito, que tanto amó durante toda su vida, y por el cual "bendijo de todo corazón la Providencia, suplicándola que derramase sobre él sus bendiciones, y votándole el nombre misterioso de Manuel, que le recordase sin cesar su principal obligación en este mundo." A las satisfacciones de familia, que compartía con su esposa y hermano, se agregó por entonces la llegada á Barcelona del P. M. Fr. José de la Canal, religioso agustino, y continuador de la España Sagrada de Flórez, con la cual contrajo desde el primer momento la más íntima amistad y de quien recibió después señalados favores.

Crecía en tanto la buena reputación de nuestro archivero, y por Real orden de 7 de Noviembre de 1818, y á efecto de los favorables informes del general Castaños, S.M. resolvió, en la vacante que ocurrió en la plaza de Juez conservador del archivo de la Corona de Aragón, por jubilación del regente de la Audiencia del Principado de Cataluña D. Francisco Javier de Olea que la obtenía, «que el archivero actual D. Próspero de Bofarull fuese el único jefe de aquel establecimiento, sin necesidad de nombrar un juez conservador, mientras aquél subsistiese de archivero, todo en atención á las particulares y muy recomendables circunstancias que concurrían en su persona, pero bien entendido que esta gracia no sirviese de ejemplar para otra alguna de su especie...»: gracia en efecto muy especial en aquellos tiempos, que probaba gran confianza del Rey en el agraciado, y éste tuvo siempre en grande estima. Mandó también S. M. que inmediatamente se destinasen del arca de tres llaves treinta mil reales vellón para remiendo y encuadernación de los registros maltratados.

Ningún cambio esencial produjo en el establecimiento la publicación del Código del año 12, efectuada en Barcelona en Marzo de 1820, pero tuvo que abandonarlo Bofarull á fines del año 21 por efecto de la epidemia, pasando á Reus, donde se le sujetó á una penosa cuarentena en la casa de los sacerdotes Paules. Halló como siempre el mayor afecto en la familia y buenos servicios en los amigos que le estimaban por lo que valía.

Allí empezó á dar ejecución al proyecto que traía en mientes para la educación de su querido hijo, en el que se lograsen las ventajas y se evitasen los defectos de la enseñanza exclusivamente privada ó pública, y que realizó del todo asociándose con otros padres de familia á su vuelta á Barcelona á principios de Enero de 1822, sin que la disminución de intereses que había experimentado por diversos motivos fuese parte á que ahorrase gastos en la instrucción de su hijo, que fué siempre su atención predilecta.

En el año 1823, antes del cambio de gobierno, que le suscitó nuevos disgustos, uno de sus inferiores subalternos logró sorprender la buena fe del general Espoz y Mina, arrancándole á su favor los honores de archivero de la Corona de Aragón, y desluciendo con ello el decoro de su jefe. Pero éste se presentó al general con las llaves del archivo y su título y el de todos los demás subalternos, diciéndole que después de lo ocurrido, el pundonor no les permitía continuar en sus puestos. Sorprendido quedó el general de la entereza de Bofarull, y al siguiente día le mandó llamar, y rasgando el escrito en que había concedido los honores de archivero al subalterno, devolvióle los títulos y las llaves, rogándole que volviese tranquilo á su establecimiento, y haciéndole presente que nadie está más expuesto á ser sorprendido que las personas contituídas en grandes dignidades.

Como era natural, le aguardaban desazones del mismo género, aunque motivadas con otros pretextos y por otras personas, después de la caída del sistema constitucional. En los últimos tiempos en que éste regía, llevado de su amor á los documentos históricos y de la obligación en que le constituía su cargo, de acuerdo con el respetable monje, su amigo, de quien más adelante hablaremos, solicitó, obtuvo y realizó la traslación de las amenazadas escrituras y códices del monasterio de Ripoll al archivo general. Este servicio á la orden, que tal fué considerado por la mayoría de los monjes, le valió las amenazas y diatribas de alguno de aquellos hombres apasionados que confunden la imprudencia con el celo. Bofarull se disponía á contestar con grande entereza á las acusaciones que, según fundadamente creía, le amagaban, pero su buena fama pudo más que las asechanzas de sus enemigos. Contábase entre estos un oficial del archivo, cuya traslación, contra su natural benignidad y tolerancia y por razones poderosas, se vió obligado á pedir al Gobierno, el cual le calumnió de tal manera en varias representaciones y anónimos dirigidos al Ministerio, que fué precisa la intervención de sus amigos, y en particular del Maestro La Canal, para conservarle en su puesto.

Continuó desde entonces mereciendo los favores del Gobierno, en especial desde la venida de Fernando VII á Barcelona para apaciguar el levantamiento del año 1827. En aquella ocasión pudo el Rey enterarse por sí mismo del brillante estado del establecimiento. Visitóle el 15 de Diciembre de dicho año, y ocurrió en esta visita un incidente que Bofarull se complacía en recordar y que no mencionaremos por cierto como acto de peligrosa entereza, pero sí como muestra de un ánimo seguro y exento de servilismo. Por Reales órdenes que rigen todavía, está prohibida la introducción de lumbre en el archivo de la Corona de Aragón, conminando á los contraventores con ciertas penas civiles y aun eclesiásticas. El rey Fernando en el indicado día, al atravesar el patio de la Audiencia en dirección al archivo, encendió un cigarro, mas el archivero le opuso que si el Rey no le dispensaba del cumplimiento de aquellas órdenes, no podía consentir que S. M. penetrase con el cigarro encendido. Fernando se sonrió, y arrojándolo al patio exterior, entró en aquel rico depósito que favoreció constantemente. Mandó después á su ministro que manifestase al archivero lo satisfecho que había quedado de la visita, y el ministro le indicó amistosamente que pidiera una gracia, de lo que él se abstuvo. En adelante le distinguió el Rey con su afecto, chanceándose con él las pocas veces que se presentó á besarle la mano y preguntándole por las escobas y regaderas que le había mostrado el archivero, diciéndole que aquella era la base de la conservación de las riquezas que custodiaba.

Los seis años siguientes hasta el 33 pasaron apaciblemente para Bofarull, atareado, primero en la edición de la Crónica de Cataluña por Pujades, que emprendió con D. Felix Torres Amat, después obispo de Astorga, y el canónigo D. Alberto Pujol, y luego en la Vindicta de los Condes de Barcelona, mientras se ocupaba asiduamente noche y día en dirigir los estudios de su hijo. A mediados del 33, emprendió un viaje de familia en compañía de su buen amigo La Canal, llegando á Madrid á primeros de Septiembre, y siendo recibido con singulares demostraciones de afecto por parientes y amigos, y con mil obsequios por los compañeros de la Academia de la Historia y personajes de la más elevada categoría, y en particular por el conde de Ofalia, entonces ministro de la Gobernación, que se declaró patrocinador de su obra. Pero la muerte del monarca, acaecida el 29 de Septiembre, la guerra civil que empezó á estallar de allí á poco, y sobre todo algunos disgustos de familia le precisaron á regresar á Barcelona, y salió de Madrid sin otro resultado que crecidos gastos, pasando á Reus, donde trató de aliviar las desazones de su tío D. Francisco Freixa y de Veciana. Empezó desde entonces para Bofarull una de las épocas más agitadas de su vida. El cólera, que invadió Barcelona en el año 34, le obligó á establecerse en los Capuchinos de Gracia, desde donde bajaba todos los días á trabajar en el archivo; y le arrebató á un excelente empleado subalterno. El año 35 empezó con la larga enfermedad del tío poco ha nombrado, que le precisó á pasar en Reus algunos meses, durante los cuales al sentimiento por los padecimientos del enfermo, se agregó el despego de algún deudo y la consideración de los próximos pleitos y enemistades que iba á ocasionarle la herencia que Freixa se había empeñado en dejarle, en muestra del cariño que le profesaba y premio de los servicios que como abogado y pariente le debía; herencia que trató Bofarull de renunciar después de la muerte acaecida á poco, y que sólo aceptó por indicárselo como un deber el íntegro D. Joaquín Rey. El peligro que había corrido su hijo pasando á manos de facciosos en un viaje de Cervera á Barcelona, se agregó á las indicadas causas para atacar la salud de Bofarull, que cayó en un abatimiento de que jamás llegó á recobrarse del todo, y del que le levantó un tanto la solicitud de su esposa, señora de mucho ánimo y talento. Contristaron en gran manera su espíritu los horribles excesos de que fué testigo Barcelona aquel año de 1837, pero el tiempo y la reflexión repararon algún tanto sus fuerzas, y pudo dedicarse, aunque á duras penas, á recoger los preciosos archivos de los monasterios de San Cucufate del Vallés, San Pablo, y los códices de Ripoll y otros con que enriqueció el general, y á emprender la impresión de los Condes vindicados que le instaban todos sus amigos, pero que ya por las circunstancias de los tiempos, ya porque una puntillosa dignidad le impedía dar ciertos pasos que suelen dar los autores de libros (según le indicaba su amigo el señor Torres Amat, sin exceptuarse á sí mismo), estuvo muy lejos de ser favorable á sus intereses pecuniarios, sin embargo de que S. M. la Reina Gobernadora se dignó disponer que se publicase bajo sus Reales auspicios, y de que por mediación del mismo amigo y de D. Marcial Antonio López, administrador de los estados del duque de Osuna, este noble señor contribuyese generosamente á pagar el coste de la obra.


La política le reservaba nuevos disgustos. Habiendo sido propuesto, á pesar de su constante retraimiento, para senador por una gran mayoría el día 4 de Noviembre de 1837, aunque consiguió evadirse de la elección del Gobierno, valiéndose de sus relaciones en la corte, tuvo á poco que resignarse á entrar en la Diputación Provincial de Barcelona, para cuyo partido resultó elegido el día 10 de Diciembre del mismo año. En vano representó con insistencia al Gobierno superior que le dispensara de aquel cargo público que el reglamento del archivo le impedía desempeñar, pues la superioridad desoyó sus representaciones, y aun su edad avanzada le acarreó la más pesada carga de la vicepresidencia de aquel cuerpo popular. Su carácter pundonoroso no le permitía ejercer un cargo á medias y se le vió procurar el bien de sus representados, sin dejarse arrastrar por el espíritu de partido que andaba entonces muy desatentado en España. Es bien sabido cómo se exacerbaron las pasiones en 1840, al estallar el movimiento de Septiembre, y cómo cesó tumultuariamente la Diputación de que Bofarull era el decano. Esta casual circunstancia y la de ser entre todos sus individuos el único empleado del Gobierno, le constituyó en blanco de las iras de los más ardientes del partido que acababa de entronizarse.

En 9 de Octubre la Junta provisional de gobierno de la provincia de Barcelona acordó separarle del destino de archivero, y si bien en el seno de esta Junta enmudecieron labios que por gratitud debieron defenderle, también se levantó un hombre de un carácter decidido y de corazón recto que no quiso autorizar con su nombre tal injusticia, y se separó de aquélla al mismo punto. El público sensato y aun muchas personas bien comprometidas en aquel movimiento, se declararon abiertamente contra la tropelía que, sin embargo, se llevó a cabo.

Su delicadeza no le permitió protestar del injusto despojo, y el día 13 de Octubre dejó su puesto, dando parte de lo ocurrido al ministro de Gobernación, recordando sus méritos y conducta y sus 26 años de servicio, y ofreciendo, al retirarse á la vida privada, hallarse siempre pronto para desvanecer cualquiera calumnia con que la malicia hubiese pretendido empañar su honor como funcionario público ó su conducta como ciudadano particular. Descansaba en el testimonio de su consciencia, y confiaba en que el Gobierno se apresuraría á reponerle, pero se engañaba, y el desengaño que experimentó entonces fué, según confesaba francamente, el que más le afectó en su vida.

Como consideró siempre un despojo su injusta separación, no quiso jamás practicar acto alguno que, por insignificante que fuera, pareciese reconocer la determinación de la Junta, autorizada hasta cierto punto por el consentimiento tácito del Gobierno, y por lo mismo se privó de los derechos de cesantía, que de rigor de justicia le eran debidos, no percibiendo un solo maravedí del Estado en los tres años y cuatro meses que estuvo separado de su destino. Como el producto de su patrimonio era entonces escaso, antes de decidirse á esta abstención, había consultado á su familia, la cual ofreció con gusto el sacrificio de su mayor comodidad para que él conservase su dignidad y decoro.

No paró aquí la entereza de Bofarull, sino que habiéndole indicado diferentes amigos en distintas ocasiones que solicitase su reposición con la cual contaban, contestó siempre que si el Gobierno consideraba injusta su separación, en su mano estaba repararla, y que según su propio juicio tal era su deber. Así se negó á las amistosas instancias de D. Francisco Brocca, que puesto de antemano de acuerdo con el ministro de Hacienda D. Pedro Surrá, escribía al hijo de Bofarull en 2 de Octubre de 1841: «Por Dios vea V. que su señor padre envíe lo más pronto posible la reclamación que se pide, y atienda V. que es reclamación y no súplica, pues si ésta hubiese debido ser, no la aconsejaría yo al delicado y pundonoroso D. Próspero [2]En medio del disgusto que el silencio del Gobierno le causaba, estos testimonios continuos de buena amistad por parte de hombres de todos los partidos, le eran en gran manera satisfactorios, y muchas veces le arrancaban lágrimas de agradecimiento. Mas no se concretó á la separación del archivo la persecución de que fué víctima, sino que su causa fué allanada á media noche por los agentes de la llamada Junta de Vigilancia, en el día 29 de Octubre de 1841, viéndose obligado á refugiarse en su solitaria casa de campo y á separarse de su familia. Pero en aquellas soledades de que tan buenos recuerdos guardaba, su espíritu se fué tranquilizando paso á paso, y entregado á sus habituales prácticas religiosas, á sus meditaciones filosóficas y á las observaciones agrícolas que siempre le fueron gratas, llegó á olvidar los desengaños del mundo y á vivir sólo para los suyos que de vez en cuando le visitaban. La ociosidad forzosa á que se le había condenado la empleó en mejorar su patrimonio, y en madurar planes de publicaciones literarias que más adelante llevó á cabo. Escribía desde aquel punto á su familia: «Si no están aún satisfechos esos hombres, que hagan de mí lo que quieran; yo les perdono, y sólo deseo que me dejen en paz en un rincón con mi filosofía. Lo siento únicamente por vosotros y por los infelices á quienes podía antes favorecer en sus necesidades."

Entretanto fué amortiguándose insensiblemente el ardor de las pasiones políticas, y pudo Bofarull, al cabo de algún tiempo, volver si no á sus antiguas ocupaciones, al hogar doméstico, al seno de su familia y al lado de sus buenos amigos. Con el cambio político de 1843, volvieron á sus destinos los empleados separados tres años antes. Nadie más digno que Bofarull de esta reparación, y así, en 12 de Enero de 1844, S. M. la Reina le repuso espontáneamente en su plaza, "esperando (dice la Real orden) que continuará en tan interesante punto dando pruebas del celo y laboriosidad que tanto tiene acreditados, siendo sus nuevas tareas útiles al precioso establecimiento que está puesto á su cuidado y á los progresos de nuestra historia que ha contribuído á dilucidar con sus escritos." Una cosa notable hay que consignar aquí, y es que el único destino que en España quedó vacante en tan largo período fué el de archivero de la Corona de Aragón, dotado con 18.000 rs., ya porque se respetase la memoria del caído, ya porque se consideraba imposible su reemplazo: hipótesis ambas que le honran igualmente.

Bofarull volvía á renacer en su archivo, y no olvidó por cierto los encargos que su Reina le había hecho al reparar la injusticia de que había sido víctima, conforme demuestran los partes que elevaba al Gobierno de las adquisiciones y trabajos que constantemente realizaba y la Colección de documentos inéditos que comenzó á salir á luz en 1847. Desgraciadamente estos debían ser los últimos esfuerzos de su ardiente celo, y aquella naturaleza tan robusta y aquella voluntad tan decidida hubieron de ceder al peso de los años y al efecto de los disgustos pasados, á que se agregó la prematura pérdida de su esposa, causas que agravando sus achaques y debilitando de un modo extraordinario su sistema nervioso, le dieron agudísimos dolores que no le abandonaron ya en el resto de su vida. Así es que el 26 de Enero de 1847 se vió precisado á recurrir á S. M., solicitando la gracia de un coadjutor competentemente autorizado, de recomendables cualidades y de toda confianza, que compartiese con él las atenciones de su destino, así como lo habían conseguido varios de sus antecesores, y tomando ejemplo de alguno de estos, indicó la persona de su hijo, empleado ya en el archivo desde el año de 1830, y cuyos estudios y ocupaciones había él encaminado desde largo tiempo para llegar á verle digno sucesor suyo. La Reina accedió á la súplica de su buen servidor, y en 23 de Abril inmediato nombró al hijo subarchivero y coadjutor del padre.

A este alivio de sus trabajos se agregó la satisfacción del sucesivo aumento de su familia, á efecto del enlace antes contraído por su hijo con una señorita que llegó á ser otra amantísima hija suya, y la de ver asegurado el porvenir de la misma con el triunfo más completo alcanzado en el litigio fallado á su favor en 14 de Enero de 1845; con lo cual se tranquilizó más y más su espíritu hasta vivir contento en medio de sus tareas literarias y con la vigilancia y educación de sus nietos, que constituían todas sus delicias y cuya sola vista bastaba á veces para mitigar sus acerbos dolores. Muy á menudo sosteniéndoles con sus mal seguros brazos y sentados en sus trémulas rodillas, les explicaba pasajes del Evangelio, les enseñaba oraciones y les refería cuentos morales, ó bien les hacía leer el Espíritu de la Biblia ó la Vida de Jesucristo, como había hecho con su hijo treinta ó cuarenta años antes. Quiso que la educación de su nieto primogénito, que había sostenido en la pila del bautismo, corriese exclusivamente á su cargo, y era de ver el esmero con que siempre atendía á que ni siquiera lo más insignificante le faltase.

Mientras sus débiles fuerzas lo consintieron no dejó de asistir con puntualidad al archivo, descansando en el brazo de su hijo ó de alguno de sus buenos oficiales, que le querían como padre, y aun después de su jubilación bajaba de vez en cuando á contemplar de nuevo el rico depósito que sus manos habían ordenado y su buen juicio utilizaba aún en beneficio de la historia patria. Compartíase su tiempo entre la oración y el trabajo, y no puede decirse que el último terminó en un dia señalado, sino que fué extinguiéndose paulatinamente á medida que se amortiguaba la luz de sus facultades.

Viéndose imposibilitado de asistir con regularidad á la oficina en 30 de Septiembre de 1849, solicitó la jubilación y el nombramiento de su hijo para la vacante, y la Reina volvió á acceder á sus descos en 26 de Noviembre inmediato, si bien conservándole el cargo de Cronista de Aragón y Director de la Colección de documentos inéditos del archivo, y el último dia del mismo año tuvo la satisfacción de entregar á su hijo las llaves de aquel rico depósito que había custodiado por espacio de 35 años, recordándole en aquel acto el siguiente verso: Tu longe sequere et vestigia semper adora; en lo cual no se ha de ver una jactancia bien impropia por cierto de su carácter, sino una amistosa recomendación al que le sucedía: recomendación de seguir las huellas de su antecesor que le hizo también la Reina en una inmediata Real orden, en contestación al parte detallado de los trabajos hechos en el establecimiento remitido por el venerable archivero al dejar su cargo. El 1.º de Diciembre de 1853 pudo también asistir, apoyado en el brazo de su hijo, á la solemne inauguración y apertura del nuevo local del archivo, que, según sus antiguos y vivos deseos, fué el que había sido palacio de los Virreyes de Cataluña.

Dase por primer origen de este archivo á la célebre acta de Aquisgrán en que Carlomagno sentó las bases de la legislación de nuestro país y de la cual mandó depositar una copia en el palacio de los Condes gobernadores. Mas es lo cierto que los primeros documentos conservados fechan de la época en que, ya quebrantado el imperio carlovingio, dio lugar á la independencia más ó menos completa de los magnates feudatarios, y origen á las modernas nacionalidades, siendo menos escasas de lo que pudiera creerse las escrituras concernientes á nuestros primeros condes hereditarios. Más abundantes todavía entre los últimos príncipes de Cataluña, se acrecienta su número extraordinariamente en la época de los primeros monarcas aragoneses, hasta que muy en breve se presentan los copiosos registros que, destinados al principio á toda clase de documentos, no tardan, á efecto de la mayor complicación administrativa y de la agregación de nuevos estados, en dividirse en varias clases, cuyo título determina, ora la materia que contienen, ora el país á que se refieren.

Por fin, en el siglo xiv vemos establecido por Don Pedro el Ceremonioso, el oficio si no el título de archivero. Más y más enriquecido el precioso depósito durante la siguiente centuria, algo olvidado bajo la casa de Austria, más atendido en el siglo pasado, ha logrado en el nuestro grandísimas creces, ya por natural herencia de otros depósitos destruídos, ya por la debida adquisición de escrituras que estaban bien ó mal custodiadas, pero que trasladadas al archivo aragonés se han hallado como en su casa paterna. Así no es de extrañar que en un discurso [3] relativo á esta materia, del cual extractamos estas noticias y que respira un vivo entusiasmo hereditario por los documentos históricos, se nos diga que custodia dicho depósito todas las actas del gobierno de nuestros monarcas, considerados como Condes de Barcelona y Reyes de Aragón, en 18.628 escrituras en pergamino y 6.388 volúmenes ó registros de cancillería; el no menos copioso archivo de la antigua Generalidad de Cataluña; los 2.158 entre legajos y libros de lo actuado por el antiguo Consejo de Aragón, en los siglos XV, XVI y XVII; las escogidas colecciones de bulas Pontificias, de cartas Reales y papeles sueltos, de procesos de las antiguas cortes, de visitas y de conclusiones de la antigua y moderna Audiencia; la antigua Legislación española en Turín y Génova; las actas y registros de la Junta Suprema y Superior de Cataluña durante la guerra de la Independencia; la parte histórica y diplomática de los más célebres monasterios suprimidos de esta provincia y mil otros tesoros literarios que fuera enojoso individualizar. Leída esta reseña se comprende cómo el inagotable depósito, depués de haber dado materia á los trabajos históricos de Pujades, Zurita, Carbonell, Marca, Diago, Monfar, Moncada, Tarafa, Feliu, Flórez, Risco, Branchat, Ribera, Aguirre, Sans, Villaroya, Caresmar, Villanueva, Capmany y otros, sin contar los más modernos, conserve todavía un gran número de riquezas intactas.

Al tomar Bofarull posesión de este gran depósito en 1814, lo encontró en el mayor abandono y desorden, cubierto con una vara de polvo, plagado de insectos, salamanquesas y ratones que lo devoraban, sin mesas, tinteros, sillas, ni oficiales, ni portero que le auxiliasen en sus primeras é indispensables tareas. Contaba que al primer aspecto quedó hundido en el mayor abatimiento y le saltaron algunas lágrimas, excusable momento de debilidad que borró con 40 años de trabajo. Nombrándole interinamente auxiliares á dos oficiales, el uno, aunque honradísimo, de muy cortos alcances y entrado ya en años, y el segundo continuamente ocupado en otra oficina. Con la ayuda del primero y de un mozo de confianza, después de haberse empapado de todas las Reales cédulas, órdenes y reglamentos que pudieran servirle para marchar con acierto en la dirección del establecimiento, empezó la limpieza y arreglo de aquellos preciosos papeles que se hallaban amontonados sin orden ni concierto alguno de las salas, y después de haberlos limpiado, sacando de ellos carretadas de basura, gusanos y polilla, comenzó el arreglo cronológico aproximativo. Los primeros oficiales en que recayó el nombramiento del Ministro fueron hombres enteramente nulos y de tan mala conducta que concluyeron por penados, pero más adelante se proveyó la plaza de oficial mayor en el hermano del mismo archivero, D. Juan, de quien hemos hablado, y que, á pesar de sus dolencias, hizo mucho por el arreglo del establecimiento, y sucesivamente entraron en la oficina otros á cual más dignos y aprovechados, que á los necesarios conocimientos han añadido la circunstancia, poco menos que esencial, de hablar como lengua materna la en que se escribieron ó de que se tradujeron en mal latín la mayor parte de los documentos custodiados.

No le bastaban á Bofarull las cinco horas obligatorias de asistencia diaria, sino que en el archivo pasaba todas las horas del día, despreciando los rigores de una y otra estación y no dejando los documentos manuscritos sino para tomar los libros históricos que debían servir para su inteligencia y coordinación. Difícilmente pudiéramos dar una idea más completa de su trabajo que copiando cuasi entero el parte que remitió al Gobierno al desprenderse "con tanta emoción como tranquila conciencia" de la dirección del establecimiento, y donde todos sus actos como archivero están resumidos con la mayor precisión posible y expuestos sencillamente como hechos incuestionables: documento por otra parte en gran manera instructivo, ya como estudio de los archivos en general, ya como especial noticia del de Barcelona:..... «Después de sentar las tres esenciales y únicas bases de conservación, orden é indicación sobre que debe establecerse el perfecto arreglo de todo archivo, dí principio, sin más que un oficial bisoño y dos mozos de confianza, á la limpia y expurgo general y escrupuloso, repetido por dos veces consecutivas, de todos los papeles y estancias del establecimiento, durante las cuales mandé al carpintero arreglar económicamente con toscas y usadas maderas las estanterías, en forma de gradería para mayor comodidad y limpieza, colocando luego en ellas todas las existencias, que dividí en tres clases, á saber: 1.ª de escrituras en pergamino sueltas, por ser las más antiguas; 2.ª de tomos ó matrices de registros de la Cancillería de los monarcas de Aragón, por ser los más interesantes; 3.ª de escrituras, códices y demás papeles sueltos, que hallé en gran número dispersas y hacinadas por las salas altas, á las que dí desde luego la numeración corrida de I.ª, 2.ª, 3.ª y 4.ª, dejando el gran salón y las demás estancias bajas para más adelante.

»En la I.ª sala, después de fatigosas operaciones y examen consiguientes, quedaron clasificadas y colocadas definitivamente, cual se hallan en el día, por el orden monárquico-cronológico que previene el descuidado reglamento del año 1754, 17.333 escrituras en pergamino sueltas, rolladas, numeradas, legajadas y carpetas, con expresión del legajo, año, número y monarca á que pertenecen, extendiéndose las de esta sala desde la más antigua del archivo, que es del año 844, y está aplicada á la colección del primer conde soberano de Barcelona D. Vifredo el Velloso, hasta la última de la colección del rey D. Martín de Aragón, que data del año 1410.

»En esta misma sala, y bajo igual orden, quedaron también colocados, marchando de izquierda á derecha, en las estanterías y volúmenes numerados, 2373 registros ó matrices de cancillería, desde el reinado de Don Jaime el Conquistador, que estableció esta práctica con la del uso del papel en su curia el año 1238, hasta el fin del reinado del referido D. Martín inclusive. Posteriormente se han colocado también en esta sala, á medida que los ha ido concluyendo la oficina, 28 tomos en folio mayor con miles de traslados en descifre, autorizados por mí, de los pergaminos originales que dejo citados y según previene el reglamento vigente. Una tabla sinóptica en un marco con un cristal y fijada en el centro de la sala, expresa el número de la grada en que están colocadas las escrituras y registros de la colección cronológica de cada soberano.

»Pasé luego al arreglo de la 2.ª sala, y en continuación cronológica de la I.ª coloqué en ella, sin la menor discrepancia de método, todas las escrituras en pergamino y todos los registros de cancillería pertenecientes á los reinados sucesivos al de D. Martín, desde el de D. Fernando I el de Antequera, en 1411, hasta el señor D. Felipe V, en el que concluyen en este archivo general estas dos clases de escrituras, por haberse extendido á Cataluña la ley y uso del papel sellado, y por haberse remitido al archivo de Castilla en Simancas, con poca previsión, todos los papeles de cancillería de esta antigua Corona, cuando la extinción de su Consejo Supremo por el Sr. D. Felipe V, en 29 de Junio de 1707, conforme lo manifesté á V. E. en mi reclamación de 29 de Septiembre pasado. Se colocaron además en esta 2.ª sala todos los registros de los interregnos ó gobiernos intrusus del príncipe D. Carlos de Viana, de Luis XIV de Francia y los del archiduque Carlos de Austria, durante la guerra de sucesión, y finalmente las escrituras en pergamino mutiladas y consumidas y las sin fecha pertenecientes á los reinados de D. Jaime I y D. Alfonso II que no cupieron en la I.ª. La tabla sinóptica de esta 2.ª sala marca la existencia de 3745 volúmenes ó registros y de unas 2493 escrituras en pergamino sueltas.

»Concluídas estas tareas dispuse que la oficina fuese formando unos estados ó inventarios cronológicos arreglados á la actual colocación de las existencias de estas dos salas, combinándolos con las reseñas ó plúteos de cuando los índices antiguos de este archivo las citaban por el confuso y complicado método de estancias, arcas, armarios, sacos, letras y números; y á principios del año 1820 y en los siguientes tuve ya la satisfacción de remitir á las secretarías de Estado y de la Gobernación de la Península, con mis respectivos partes reglamentarios, un curioso y gallardo testimonio de los seis tomos en folio mayor, á que se extienden estos nuevos inventarios, con aceptación y elogios extraordinarios y repetidos del Sr. D. Fernando VII, á cuyo soberano debe este archivo su casi completa restauración y en especial estas dos interesantes salas, de las que se han renovado, en virtud de subsidios extraordinarios y de los ordinarios de esta oficina de encuadernación y remiendo, pasados de 3.000 registros maltratados y muchos casi consumidos.

»Ordenadas así en estas dos salas las dos primeras clases de escrituras en pergamino sueltas y de registros de cancillería, y puesta en marcha su restauración, encuadernaciones, rotulatas é inventarios por estas oficinas, para descender progresivamente á la formación de sus índices razonados y alfabéticos, que es el último término del buen arreglo de los archivos, me dediqué al examen de las existencias de la 3.ª clasificación general, que dió el resultado de una inmensidad de papeles ó escrituras antiguas sueltas, maltratadas y desordenadas, muchos libros y legajos en el mismo estado y un crecido número de bulas pontificias originales concedidas á los monarcas de Aragón. Pero como en el detenido examen que luego practiqué de los papeles sueltos se me presentasen muchas cartas Reales originales expedidas por la cancillería y no pocas autógrafas diplomáticas y familiares de varios soberanos, príncipes, prelados, princesas y otros personajes del propio y distinto reino escritas en latín, lemosín, castellano, francés, árabe y otras lenguas, idiomas y caracteres difíciles, conociendo la importancia de estos preciosos y olvidados documentos, concebí y realicé desde luego la idea de formar de todos estos papeles una colección general con título Cartas Reales (aunque en realidad no todas lo sean), arreglándola cronológicamente por años, meses, días y reinados, y colocándola en fundas de pergamino, rotuladas desde el núm. I.º hasta el 156, y poniéndola en la I.ª gradería de esta 3.ª sala.

»Se colocaron también en ella 50 procesos de cancillería de las antiguas cortes por estamentos, á los que agregué posteriormente otros 142 del archivo de la antigua Diputación, con objeto de reunir y preparar materiales para la Colección diplomática que estoy publicando de orden de S. M.; 126 libros sentencieros ó de conclusiones civiles acordadas y 15 Provisiones de la antigua Real Audiencia del Principado de Cataluña, arreglados cronológicamente, restaurados y después indicados por orden alfabético, formaron otra colección no menos interesante para el sostén de los derechos de muchas familias; 56 procesos ó causas célebres de Estado maltratadas y diseminadas dieron materia para otra colección importantísima; 5 volúmenes destrozados y restaurados de las antiguas veguerías ó distritos judiciales de Cataluña, formados en el reinado de dos Jaime II, me sugirieron la idea de otra utilísima colección; 9 de ventas hechas por ejecución de corte me facilitaron otra; 12 de vistas de la antigua Real Audiencia; 11 de procesos de greuges y contrafueros, 45 de libros de la tabla verde ó productos del Real sello, 13 de códices curiosos manuscritos y 19 de códigos idem, 179 voluminosos procesos del antiguo Consejo de Aragón, y finalmente 858 bulas pontificias originales me dieron material para arreglar otras tantas colecciones que, después de aseadas, ordenadas cronológicamente, restauradas y encuadernadas ó resguardadas en fundas de pergamino, se colocaron en esta 3.ª sala por el orden que manifiesta su tabla sinóptica y los estados que se formaron.

»En la misma se colocaron posteriormente, después de ordenados y rotulados, 120 libros y ligazas de actas, oficios, expedientes y otros papeles de la Junta suprema y superior de Cataluña, durante la guerra de la Independencia, que reclamé y me entregó el Excmo. Señor D. Francisco Javier Castaños, esencialísimos para dilucidar la historia de aquella memorable guerra; 233 preciosos códices manuscritos antiguos que pude salvar del incendiado monasteriode monjes benedictinos de Santa María de Ripoll[4] y 244 idem del de San Cucufate del Vallés, con todo su archivo, incluso su famoso cartulario ó becerro, y las bulas en papiro egipciaco que tanto han ocupado á célebres escritores: 170, que recogí del convento de San Agustín de esta ciudad, 169 del de la Merced, con sus 128 pergaminos y bulas, y finalmente 148 tomos en folio y tres grandes atados de papeles de la casa moneda de Cataluña, que acaba de entregarme esta Intendencia militar conforme al inventario que tendo remitido á V.E.

»La pequeña y última sala 4.ª la destiné para depósito del resto de los papeles que quedaron entonces y conservan aún la reseña ó plúteo antiguo de estancias, armarios, arcas, sacos, letras y números, estableciendo, en lo posible, el orden cronológico, pero con la idea de ir aumentando con el tiempo las colecciones de la 3.ª sala, á medida que la oficina pudiese ocuparse de estas existencias. Varios otros papeles más ó menos interesantes, aunque todos en general bastante maltratados y plagados de insectos, que sólo la constante limpia puede contener, como son algunos libros y procesos curiales y otros de gravámenes é infanzonías, una multitud de legajos en 4.º con título exterior de papeles y memoriales de las Islas, numerados cronológicamente, una porción de líos de fragmentos de escrituras de todas clases y reinados, tal cual cuaderno de cuentas de los gastos de la casa Real y diferentes otros papeles insignificantes é inconexos llenaron esta sala con bastante orden para practicar en ella provechosas investigaciones con mayor ó menor pérdida de tiempo. Su tabla sinóptica da una idea de estas existencias.

»En el gran salón del piso bajo ocupan sus altas estanterías y gradería provisional las adquisiciones que con mi celo y contínua reclamación han aumentado y enriquecido por mitad el volumen de papeles del establecimiento, en los términos que describí en mi memoria ó parte dirigido á esa Superioridad en 23 de Diciembre de 1845, añadiendo tan sólo en éste, que desde aquella fecha hasta el presente deben aumentarse á aquella relación las nuevas adquisiciones de escrituras, libros históricos y demás trabajos de estos laboriosos é inteligentes subalternos, de que he dado cuenta en mis posteriores partes.

»El despacho de archivero le dejo, Sr. Excmo., en el mismo estado que describí en aquella memoria, aunque con alguna mejora para instrucción y servicio de la dependencia; y hasta la oficina de remiendo y encuadernación queda surtida de todos los utensilios más necesarios, con un laborioso é inteligente maestro librero á su frente.

»Las piezas ó estancias subterráneas á prueba de bomba quedan aseadas y corrientes para recibir en caso de un sitio todos los papeles del archivo; y dictadas todas las providencias y método que debe seguirse en este desgraciado caso, conforme se practicó en los años 1823 y 1843, cuyos expedientes remití á esa Superioridad.

»Finalmente, en la parte de utilidad ó provecho que es el término á que se encaminan la conservación, orden é indicación de los archivos, puedo asegurar á V.E. con toda la fe de mi destino, que no hay ejemplar de que ninguna secretaría del despacho de Estado, tribunal, autoridad, academia, corporación ni persona particular, nacional ó extranjera, de cuantas han acudido á este archivo, en tan largo período, en busca de testimonios, copias y noticias de documentos para ilustración de sus derechos y trabajos literarios, haya quedado descontento de la urbanidad y buenos servicios de esta oficina, ni del orden y aseo que reina en el establecimiento, incluso el mismo monarca D. Fernando VII con su augusta esposa y serenísimos hermanos, sus ministros y muchos otros príncipes, personajes y literatos eminentes que en el transcurso de los 36 años últimos le han visitado...»

Tales fueron los trabajos y tales los resultados. No es necesario en verdad que insistamos sobre estos, cuando el estado de esplendor en que dejó Bofarull el archivo de la Corona de Aragón, el archivo modelo (según la expresión usada en las Cortes por D. Laureano Figuerola), se ha hecho ya proverbial entre propios y extraños.

De los innumerables testimonios que de este general convencimiento pudiéramos aducir, nos contentaremos con citar uno solo, el del ilustre Salvandy, quien en una comunicación oficial se complacía en recordar que había juzado por sus propios ojos el brillante estado del establecimiento[5]. No bastaban la solicitud y el celo incansable de Bofarull para llevar á cabo su empresa, y si en circunstancias normales hubieran sido suficientes ordinarios conocimientos paleográficos y cronológicos, para substituir el arreglo al caos en que el archivo se hallaba, para regenerarlo, para darle vida como depósito ordenado, se hacían indispensables profundos conocimientos históricos, laboriosas indagaciones, erudición benedictina, dotes que por fortuna no las dejó embebidas en la nueva colocación de los documentos, la cual en este caso se hubiera convertido en una especie de enigma para los venideros, sino que las ha aplicado a trabajos literarios que completan la fisonomía del incomparable archivero y constituyen al eminente escritor.

La erudición catalana, cimentada por Pujades y sus contemporáneos, auxiliada por el sabio Marca que ha dejado entre nosotros la reputación no infundada de ingrato detractor del antecedente y de poco escrupuloso poseedor de escrituras, continuada en el siglo pasado por el llamado triunvirato avellanense de Caresmar, Pascual y Puig, elevada á la esfera de la grande historia por Capmany, algo comprometida por el hipercrítico Masdeu, auxiliada de nuevo por Villanueva y Flórez, acompañada desde principios del siglo de una general cultura científica y literaria que durante algún tiempo puso á nuestra provincia en un lugar preeminente (sea esto dicho sin infundado panegirismo y sin extenderlo al tiempo presente en que otros han andado mucho), tuvo por principal y cuasi único representante á Bofarull hasta días asaz recientes. Mas no para ensalzar al objeto de nuestros justos elogios, tratamos de dejar en la obscuridad, á que voluntariamente se redujeron, algunos de sus contemporáneos y amigos. Sin detenernos en algunos nombres modestos, como los de D. José de la Vega, el Marqués de Capmany y otros que mantenían con nuestro archivero interesante correspondencia histórica, no cumpliríamos con lo que debemos á nuestro ilustre finado, si no hiciéramos, cual él se complacía en hacer, muy especial mención, de dos entendidos anticuarios, á quienes para brillar en primera línea, faltaba tan sólo algún mayor anhelo de publicidad. Fué el primero D. Jaime Ripoll, canónigo de Vich, varón de honradez y simplicidad sumas y humilde por demás, que se contentaba con imprimir en hojas sueltas, en lo que él llamaba sus papeluchos, los documentos interesantes que le venían á la mano y que acompañaba de brevísimas obsevaciones llenas de saber y de criterio. El otro, igual al anterior en ciencia y sin duda superior en talento, fué D. Roque de Olzinellas, retraído y virtuoso monje del monasterio de Ripoll, tan enlazado con nuestra antigua historia, á quien Bofarull designaba con el honroso dictado de Mabillón catalán. Con ambos siguió nuestro archivero activa correspondencia literaria, comenzando con el primero desde principios del año 23 y por mediación del mismo con el segundo desde el 25, con ocasión de la averiguación histórica del origen de la cofradía de Ntra. Sra. de Tárrega, siguiendo desde entonces sin interrupción especialmente desde 31, por motivo de la composición de los Condes vindicados, correspondencia que en medio del entusiasmo arqueológico, de la investigación de documentos, confrontación de firmas y discusión de fechas, respira la más franca y cordial amistad. Buenos servicios prestaron en esta ocasión á Bofarull y á nuestra literatura histórica estos dos amigos, y especialmente Olzinellas, el cual al esforzar el autor de los Condes la expresión de su agradecimiento, le contesta en el tono de la verdadera modestia: "Todo el mérito es de V., pues si las noticias que yo he podido comunicarle se hubiesen franqueado á otro, ¿de qué hubieran servido?" Para que se vea el aprecio que del libro de Bofarull hacía este sabio monje, que lo había examinado palabra por palabra y fecha por fecha, basta decir que al propio tiempo que po más de un motivo no deseaba ser elogiado en ella y que veía acercarse malos días para su instituto y su persona, se ofrecía á contribuir con sus entonces escasos recursos á la publicación de la obra cuyo coste arredraba á su autor.

Fuera de un Compendio de la vida y hechos militares del presbítero brigadier de los Reales ejércitos Dr. D. Francisco Rovira y Sala, coronel del primer regimiento infantería de línea de San Fernando, con una relación histórica de la recuperación del castillo de San Fernando de Figueras, en la noche del 10 al 11 de Abril de 1811, obra que quedó manuscrita y de que no conocemos más que el título, y de las varias oraciones que pronunció como presidente de la Academia de Buenas letras y cuya materia se halla íntimamente enlazada con el objeto de sus habituales estudios[6], todos los trabajos literarios de Bofarull se refieren directamente á su amado archivo. Tales fueron una paleografía de éste que quedó inédita y en bosquejo, no menos que una colección diplomático-alfabética que tenía ya algo adelantada y en que se proponía dar en extractos razonados la substancia histórica de los documentos, facilitando el hallazgo de las noticias publicadas por medio de copiosos índices: plan muy acertado en que adivinó nuestro anticuario el de ciertas publicaciones contemporáneas y que deseáramos ver adoptado en adelante para la colección de documentos inéditos, ya que se ha tenido que desistir del primitivo proyecto de publicación de antiguas cortes, sin perjuicio de intercalar algún trabajo especial de mayor atractivo para la generalidad de los lectores. Abandonó Bofarull este plan, que conciliaría la liberalidad en la publicación de noticias, de que es idólatra nuestra época, con la economía y orden debidos, por la composición de una obra más original y de mayor empeño, cual fué la de los Condes de Barcelona vindicados.

Mas antes de pasar al examen de este libro, debemos detenernos un momento en las Reflexiones que sobre los perjuicios que ocasionaría á algunas provincias de España y en particular á la de Cataluña la traslación de sus archivos á Madrid, propuesta en las Cortes de 1814 publicó en 1821 con el transparente seudónimo de Don Felix Fluralbo. En este folleto, después de oportunas consideraciones históricas acerca de la materia en general y en especial del archivo de la Corona de Aragón, demuestra los perjuicios que á las provincias acarrearía la propuesta translación, por el enlace que tienen estos establecimientos con las diferentes y antiguas instituciones y derechos radicados en el mismo país que de ellas han emanado, y los que se seguirían á la utilización zación de los mismos archivos por las diferencias de lenguajes, usos y paleografía, demostrando que mal podían llamarse papeles muertos los que habían dado materia en diferentes épocas á numerosas é importantes publicaciones históricas[7]. A tales razones se hubiera podido añadir la del sentimiento histórico provincial que no es susceptible de translación, si bien es verdad que esta razón hubiera hecho poca mella á los que proyectaban substituir á todo lo existente una yerta unidad, un vasto mecanismo con el manubrio en la mano del proyectista.

Sugirió á Bofarull la primera idea de su grande obra la necesidad de fijar la cronología de nuestros Condes para la debida colocación de los documentos del archivo que le estaba encomendado, pues lejos de contentarse, como otros hubieran hecho, con un arreglo provisional y un orden exterior, llevó su buena fe al punto de no poner un solo fragmento de pergamino en otro sitio que el que le tocase de derecho, según las deducciones derivadas del más detenido y escrupuloso estudio.

La exposición completa y razonada de estas mismas deducciones constituye la parte esencial de su obra y es á la vez no menos que el armazón necesario y sólido, la parte más dificultosa y en cierta manera más interesante de nuestra historia.

Forma en efecto los segundos orígenes de esta, la época de los Condes de Barcelona, orígenes más especialmente catalanes que los primeros, es decir que los de la primitiva población de nuestro territorio, que según el mismo Bofarull observa con respecto á ellos y á la época romana y goda, forman más bien parte de la historia general de España, y que por otro lado, á pesar de los meritorios esfuerzos de etnógrafos y anticuarios, irán siempre envueltos en grande obscuridad é incertidumbre.

No es decir que los que llamamos segundos orígenes de nuestra historia no ofrezcan dificultades bien reales, pero la completa obscuridad, es decir la falta absoluta de datos, es tan sólo como un breve intermedio. Al rededor de Carlomagno, al impulso del movimiento restaurador de la cultura y de las letras, fórmase una escuela de historiadores que, tanto por la importancia de los sucesos narrados como por el mérito de los narradores, es acaso el ramo más interesante de aquella literatura. En ellos se encuentran sucintos pero clarosy seguros datos acerca de nuestra Marca, no menos que de los demás dominios carlovingios. Al punto que cesa la vida en el centro, comienza en los extremos, y á los relatos de los Eginardos y Ermoldos suceden en breve las actas de los caudillos de nuestro pueblo: queda sólo un momento de silencio y obscuridad en que se pierde el nudo entre los últimos Condes gobernadores y el origen de los hereditarios.

Mas la sucesión de los últimos, especialmente de los más antiguos, no porque falten escrituras, sino porque no las ilustran ni comentan narraciones contemporáneas y también porque las ofuscan en cierta manera equivocaciones que no mucho después prevalecieron, presentan enmarañados problemas que urgía resolver, y quizás nadie sino Bofarull hubiera tenido la necesaria abnegación para resolverlos. Allanó de esta manera el camino á los que se propusieron en adelante escribir nuestra historia, la cual, como acertadamente observa, todavía no existe: pues, "ni los Anales del compatriota D. Narciso Feliu, á quien, á pesar de sus defectos clásicos, no puede defraudársele la gloriosa de haberlos intentado y concluído, ni la crónica mal llamada universal de Cataluña del infatigable barcelonés Jerónimo Pujades, que no obstante sus lunares é imperfección merece de justicia los encomios que le tributaron tantas corporacions literarias y clásicos escritores, ni finalmente los diferentes tratados accidentales ó directos sobre materias y épocas aisladas, como los de Diago, Melo, Moncada, Flórez, Capmany, Villanueva y otros, si bien que de un mérito relevante y muy digno de ser aprovechado á su vez; forman todavía el cuerpo de historia que Cataluña puede y debería ya tener." Bofarull no se propuso escribir esa historia, sino facilitarla, y esto lo logró cumplidamente. Bien lo conoció aquel que entre nosotros parecía destinado á llenar completamente este vacío, aquel que ya narró, como él sabía narrar, el período tan interesante y poético de nuestra historia condal[8].

Ni podrá descononcer tampoco lo penoso y lo importante de los trabajos de nuestro archivero el que hojee tan sólo las páginas de su obra maestra ó el que nos siga en una rápida enumeración de algunas de las materias en ella comprendidas, que no se ha de creer, ni con mucho, completo análisis de obra tan rica en contenido.

La primera cuestión que se presenta es la del linaje de Vifredo el Velloso, de procedencia carlovingia, según las tradiciones y la opinión general, si bien historiadores más recientes supongan que su elevación fué debida al triunfo de un partido nacional y godo sobre el franco y extranjero. Después de admitir como ascendiente probable pero no probado de Vifredo á Carlos Martel, trata luego Bofarull de su filiación inmediata de Vifredo de Arria, que no desecha á pesar de la opinión de los historiadores del Languedoc, en apariencia á lo menos apoyada en un antiguo documento, según la cual el padre de Vifredo fué un Seniofredio benefactor de La Grasa. Admite sin embargo un Seniofredo, hermano del Velloso, así como una tía paterna, que no sin fundamento cree hija del conde Aznar Galíndez. No encuentra menores dificultades en fijar la época del nacimiento y gobierno de Vifredo y de su enlace con Dª. Vinidilda, y rechazando la narración novelesca del Gesta comitum, halla ya á nuestro conde gobernando y casado en 875.

Entra aquí la otra y tan controvertida cuestión de la supuesta soberanía del primer Conde de Barcelona: única punto algo vulnerable á nuestro ver de la obra del insigne historiógrafo. Se extrañará que un investigador tan profundo y perspicaz siguiese en esto sin reserva la común opinión de nuestros analistas, cuando no hay documento alguno que directamente la apoye, y cuando nadie mejor que él conocía los documentos que la contradicen, como por ejemplo los que cita en las páginas 14 (lo del monedaje de Vich), 27 y 87; pero la calidad de vindicador de nuestros Condes pudo disponerle á reconocer la completa independencia del que debía ser tronco de la familia soberana de España, así como la satisfacción nacida del descubrimiento de la escritura de 961, en que el segundo Borrell dispone de un alodio que á sus abuelos transmitió el rey de Francia, y de las de 938, 41 y otras en que se presentan como posesores los que fecundaron los yermos, primi homines sub ditione Franchorum, pudo alentarle para sostener una opinión que consideraba como la más honrosa[9] á la familia condal, y por decirlo así, tan conducente para redondear su sistema. A poco de haberse publicado la obra de nuestro autor, la contrarió en este punto con el debido respeto y cortesía el excelente escritor D. Alberto Lista, en todo lo demás decidido panegirista de la misma obra; más tarde un laborioso analista de nuestra ciudad la ha atacado con más viveza y con mucho acopio de citas: no nos toca reproducir los argumentos de uno y otro; pues basta para nuestro intento reconocer, que como era natural, según el estado de la monarquía franca, en especial desde la capitular de Kiersy (877) que declaró hereditarios los feudos, por la larga distancia de nuestro condado y la mediación de indóciles vasallos, el dominio de los reyes fué decayendo cada vez más, hasta que más tarde, y acaso con la caída de la dinastía carlovingia, cesó completamente de hecho; si bien vemos todavía la prestación de un vasallaje, siquiera nominal, en la heredada costumbre de fechar por los años del reinado de los monarcas franceses[10].

Vueltas las pocas páginas dedicadas á esta materia, en cierta manera no esencial á su propósito, sigue Bofarull sembrando con abundancia sus rectificaciones y descubrimientos genealógicos. Designa como padre de Vinidilda á un Seniofredo, que conjetura ser el del mismo nombre hermano del Velloso, prueba la primogenitura de D.ª Emma con respecto á D. Rodolfo, con lo que acaba de desvanecer el cuento de la princesa de Flandes, enumera las conquistas del primer Conde en Ausona y Montserrat y aun en el campo de Tarragona (según el documento de Cent-Selles, difícil en verdad de conciliar con los posteriores datos históricos), é investiga el año de la muerte de Vifredo que fija en 898 y que el antes indicado historiador de Barcelona, por razones que no nos parecen desatendibles, prolonga hasta 902. Resume finalmente los resultados obtenidos en las siguientes palabras: «D. Vifredo I ó el Velloso,.... dejó en su muerte este último estado (Barcelona)..... á su hijo D. Vifredo II, dándole por acompañado ó conreinante á su hermano D. Sunyer, con prevención de que el de los dos hijos que sobreviviese lo pasase á los suyos,.... legó acaso particularmente y con previsión á su hijo Sunyer el condado de Besalú ó algún otro de los que después hallaremos en poder de sus descendientes, por si premoría á su hermano Vifredo..... al tercer hijo Mirón daría el condado de Cerdaña, al cuarto, Seniofredo, el de Urgel ó el derecho de sucesión que esperaba y se verificó después..... Murió pues Vifredo II ó Borrell I antes que su hermano conreinante..... y por consiguiente quedó éste solo y pasó al marquesado y condado de Barcelona y Ausona á D. Sunyer, que lo obtuvo hasta que tomó el hábito religioso, y le transfirió unido á sus dos hijos Borrell II y Mirón I, perpetuándose al fin en la línea y descendencia de Borrell en que actualmente se halla por falta de hijos en D. Mirón.» Tal es en resumen el sistema adoptado por Bofarull, debido á su erudición, sagacidad é ingenio, en parte de todo punto probado y seguro, en parte por necesidad conjetural y más aventurado, pero siempre fecundo en interesantes descubrimientos, como el de Seniofredo de Urgel, y que aparecerá máias, despejado y luminoso, si se compara con las aseveraciones infundadas, indecisas ó contradictorias de los precedentes analistas.

La distinción de Vifredo II ó Borrell I de su padre el Velloso, aunque hecha antes de Bofarull, le debe sin embargo tanto que en sus manos equivale casi á un hallazgo; así la sabia interpretación de la lápida de San Pablo del Campo no sólo fija la época del fallecimiento del segundo Conde, sino que sirve para confirmar los datos deducidos de los demás documentos.

Mas el mayor descubrimiento histórico de Bofarull, el punto que podemos llamar central de sus investigaciones y donde mostró mayor perspicacia y tino críticos, se halla en el establecimiento del gobierno de Suniario ó Sunyer y en la negación de la tutela de los hijos de su hermano Mirón que al mismo se atribuía. «Desconociendo (nuestros historiadores antiguos y modernos) el cuarto hijo del Velloso, D. Suniefredo, y confundiéndole con su hermano Suniario, forman un solo personaje de estos dos condes, y despojado al primero de su condado de Urgel, le aplican al segundo por disposición del padre común, concediéndole sólo la regencia del de Barcelona, mediante la tutoría de sus hijos que por veinte años suponen haberle confiado el otro hermano Mirón y desempeñado Suniario hasta la mayor edad de su sobrino primogénito Seniofredo, á quien, no menos que á su padre Mirón, incluyen sin fundamento alguno en el catálogo de los Condes de Barcelona, desechando, con todo de admitir á Seniofredo, al segundo, tercero y cuarto pupilo, hijos también de Mirón, especialmente al segundo, ó más bien tercero, Oliva Cabreta, so pretexto de tartamudo é irreligioso, y subrogando, por acuerdo de los magnates de Barcelona, á su primo hermano Borrell, hijo de Sunyer, que llaman de Urgel y no de Barcelona, en cuyos descendientes, dicen, y es un hecho, se perpetuó este último condado tal cual se halla en nuestros días.»

Para derribar este sistema que transmitió á los historiadores modernos el anónimo de Ripoll en su Gesta comitum barchinonensium, empieza por establecer sólidamente la existencia de un Suniefredo conde de Urgel, hermano y coetáneo de Suniario de Barcelona, y la de dos hijos de uno y otro llamados ambos Borrell, y después de haber sentado estos hechos, se propone el obvio reparo de cómo pudo pasar á Suniefredo el condado de Urgel y más tarde al Borrell hijo de Suniario, á lo que contesta con probabilidad que un primer Suniefredo, que varios escritores y documentos refieren en confuso como obtentor del condado de Urgel, pudo ser muy bien el hermano de este nombre que auxilió al Velloso en su conquista, acaso padre al mismo tiempo de D.ª Vinidilda y de otro conde Suniefredo; que habiendo muerto sin sucesión cualquiera de ellos ó sus descendientes que fuese conde efectivo de Urgel, recayese este condado en D. Suniefredo hijo del Velloso, y que finalmente, extinguida también esta línea de los condes de Urgel, y en efecto consta que murió sin hijos el último nombrado, volviese á reunirse otra vez aquel condado con el de Barcelona en cabeza del conde Borrell hijo de Suniario.

Pasando luego á la averiguación del origen de los errores que en esta materia se han acumulado, los halla en el historiador del monasterio de Santa María de Ripoll de 1147, cuando da por inmediatos sucesores del Velloso (omitiendo á Borrell I) á Mirón y Sunyer hijos de aquél, y cuando al enumerar los prelados y condes que asistieron á la dedicación del cenobio de Ripoll en el año de la Encarnación 953, después de nombrar á Rannulfo (debiera decir Rodulfo hijo del Velloso) obispo de Urgel, á Jorge obispo de Ausona, á Suniario conde de Barcelona y de Ausona y á Mirón de Cerdaña, menciona á Borrell de Urgel hijo de Suniario, debiendo decir de Suniefredo. De aquí, dice nuestro historiador, nació la necesidad de hacer sinónimos á Suniario y Suniefredo, el entero olvido del verdadero conde de Urgel, el quimérico gobierno de su hermano Suniario en aquel condado, su tutoría en los hijos de Mirón, el gobierno de éste y su hijo Suniefredo en Barcelona, la exclusiva de Oliva Cabreta y la elección de su primo Borrell; y que esta explicación es tan exacta como ingeniosa, lo prueba, además de la bien sentada existencia del Suniefredo de Urgel y de otros datos, indicios y reflexiones que nos fuera imposible indicar, una memoria coetánea, referente á la elección del abad Enneco, donde al hacerse una enumeración, de la cual parece copiada la del historiador de 1147, se designa á Borrell hijo de Suniefredo de Urgel. Concluye Bofarull demostrando la inmediata sucesión de Suniario á su hermano Vifredo II, probada entre otras razones por una escritura de donación del mismo Mirón, conde de Cerdaña, en que reconoce más de un sucesor (es decir Vifredo y Sunyer) á su padre el Velloso. A esta demostración, confirmada por el testamento de Mirón, en que nada se menciona que ni de lejos se refiera á la supuesta tutela, sólo pueden oponerse dos ligeros reparos: tales son, la citada antelación que en el historiador de 1147 (bastante posterior y no enteramente segura) se halla de D. Mirón con respecto á Sunyer, y la de igual clase que nos presenta un reconocimiento de algunos vecinos del valle de Ripoll, á favor de doña Emón, abadesa del monasterio de San Juan Bautista, en presencia de los condes marqueses Mirón y Suniario, reconocimiento que por otra parte firma tan sólo el último. Explica Bofarull semejante antelación por la beneficencia y no por la mayor edad y gobierno de Mirón, y acaso pudiera también explicarse por la cercanía de sus dominios; mas como quiera que sea, dificultad de tan poca monta no debe en manera alguna hacernos sospechosas las consecuencias legítimamente deducidas de datos numerosos y concordantes, si bien por nuestra parte no seríamos los últimos en admitir que el título de marqués dado á Mirón, acaso únicamente porque lo llevó su padre, conforme la costumbre que algunos siglos más tarde vemos todavía seguida por la hijas de los grandes señores[11], designase en el conde de Cerdaña alguna participación en el gobierno general de la Marca que le reconociese su hermano, tanto más, cuanto, siguiendo las huellas de nuestro autor, debemos reconocer en breve un conreinado en los hijos de Sunyer D. Borrell II y D. Mirón.

En efecto, después de enumerar Bofarull los hijos legítimos é ilegítimos de Mirón de Cerdaña y de hablarnos de Ermengaudo ó Armengol, muerto antes que su padre, prueba la renuncia de Sunyer, su entrada en un monasterio y el conreinado de los hijos segundo y tercero, mientras vivió éste, aduciendo para lo último diferentes actas en que aparece Mirón no sólo revestido de los títulos de conde y marqués, sino ejerciendo actos gubernativos en nuestro condado. La ignorancia en que nos hallamos acerca de la historia interior de aquellos remotos siglos, nos impide ver más claro en ciertos hechos anómalos é inexplicables, sin que nos sea lícito desecharlos cuando se hallan debidamente establecidos. Termina el importantísimo capítulo del condado de Sunyer con lo relativo á su último hijo y á sus dos hijas.

Habiéndonos ya desembarazado de las malezas que obstruían la entrada de la historia condal, no seguiremos á nuestro insigne indagador en su viaje por los tiempos sucesivos, en que las dificultades, que todavía se ofrecen, son sin embargo menores, y en que sería bien difícil resumir lo que se halla expresado con irreductible concisión; cuando por otra parte ninguna objeción se ha hecho, que sepamos, á sus innumerables decisiones acerca de los puntos más señalados de la historia de todos los individuos de nuestra familia soberana, es decir, nacimientos, enlaces y muertes [12]. A más de la constante solidez y exactitud de sus asertos, cabe señalar un gran número de materias, algunas de grande importancia, en que descubrió, rectificó ó aclaró; entre las cuales nos contentaremos con recordar las siguientes, algunas notadas ya por Lista:

La distinción entre el mencionado Ermengaudo ó Armengol hijo de Sunyer, y su sobrino Armengol conde de Urgel llamado el cordobés por haber perecido en la batalla de Acbatalbacar contra los moros cerca de Córdoba.

La fecha de la toma y saqueo de Barcelona por Almanzor en 986, y la falsedad de la segunda toma de la misma ciudad por los moros en 993, y por consiguiente de la muerte del conde Borrell (que expiró un año antes) y de otros quinientos caballeros.

La vindicación del conde D. Berenguer Ramón (y no Borrell, según le llama Pujades) el curvo, contra los historiadores que le han calumniado de vicioso é inepto; el casamiento del mismo con Sancha de Gascuña, según los historiadores del Langüedoc, y nó de Castilla según Pujades y Diago.

La falsedad de la tutela de doña Ermesindis, viuda del conde D. Ramón I, durante el reinado de su nieto D. Ramón II por sobrenombre el viejo.

La aclaración del origen de los derechos de nuestros condes en ciertos países del mediodía de Francia, antes de la adquisición de la Provenza.

El asesinato de D.ª Almodis, esposa del conde don Ramón el viejo, cometido por su entenado Pedro Ramón, que murió cumpliendo su penitencia guerreando contra los moros de España, según el necrologio de Ripoll, si bien le había sido impuesta, al mismo tiempo que muchas otras, la de cruzarse para Jerusalén.

La realidad de la ejecución ó participación en el crimen de fraticidio de D. Berenguer Ramón II, al cual antes quiso defender Diago y posteriormente Lista y uno de nuestros entendidos académicos, como también la de su vencimiento por el Cid Campeador y su muerte en Jerusalén.

La confirmación de ser hija del héroe castellano la María Ruderic, primera esposa de D. Ramón Berenguer III, mostrando en lo respectivo á las relaciones del Cid con nuestros condes mucho tino histórico en no dejarse seducir del escepticismo de Masdeu y otros, antes que las memorias árabes viniesen á confirmar de sobras la realidad de la existencia y de muchas hazañas atribuídas á Rodrigo por nuestras antiguas crónicas.

La calidad de sobrina y no de hija de Dulcia esposa de Armengol de Urgel, llamado el de Valencia, con respecto á D. Ramón Berenguer IV, etc.

Mas que no se contenta nuestro historiógrafo con llevar á cabo su dificultosa empresa, sino que se aprovecha de cuantos nombres y hechos ocurren para derramar noticias interesantes y peregrinas, como quien es poseedor de inagotables riquezas, y animado de un vivo amor á su asunto, no da lugar á que la fatiga se apodere de su ánimo. De estos que podemos llamar preciosos festones con que enriquece y engalana la robusta fábrica geneo-cronológica, nos contentaremos con citar el pronóstico ó juicio de Barcelona, la discusión del origen de las barras, la refutación de la leyenda de Garín, las noticias de los condados de Urgel, Gerona y Manresa, las relativas á la familia vizcondal (que podrían acaso ampliarse), la del fragmento árabe ó Mirhab de Tarragona, las últimas ordinaciones de la cofradía de S. Jorge de Alfama, los indicios acerca de la torre de Dela y de Olérdola, preciosos aun cuando se deseche su identidad con Cartago Vetus, los varios referentes á la topografía de Barcelona, los versos de Pedro IV, la genealogía de los pretendientes á la sucesión de D. Martín, etc. etc., sin contar la indicación y descripción de sepulcros y versos funerarios de los principales personajes de la familia soberana. Tampoco debemos mencionar como adorno sino como parte esencial el uno y precioso complemento el otro, los dos hermosos cuadros que acompañan á la obra: el genealógico con tanta inteligencia dispuesto y que resume de un modo gráfico gran parte de las consecuencias en aquélla obtenidas, y el que presenta las firmas de los condes que tan útil puede ser á los futuros investigadores como fueron aquéllas á Bofarull para la averiguación ó confirmación de algunos puntos, como por ejemplo, de la existencia del Seniofredo de Urgel.

Este es el juicio que hemos formado de una obra clásica en su género y que hará época en los anales de nuestra literatura histórica. A pesar del vuelo que después han tomado tales estudios en España, no conocemos otra tan nutrida ni tan concienzuda. Sin que tratemos de ser paradojales ni alterar el valor de las palabras, vemos en ella un monumento no sólo de erudición y de perspicacia crítica, sino de entusiasmo histórico; pues tanto se necesitaba para llevarla á cabo con ánimo tan paciente. Un estilo propio, no desnudo en ocasiones de cierta elegancia, pero siempre correcto y claro en medio de la forma expositiva y deductiva y de la abundancia de ideas y reflexiones, da complemento al mérito singular de los Condes de Barcelona vindicados.

A poco de publicada, mereció esta obra los sufragios de la Real Academia de la Historia que aprobó el informe de la comisión que para el examen de ella había nombrado. Véanse algunas líneas del extenso y honrosísimo dictamen entonces formulado: "Ya tenía la comisión noticias del talento, aplicación y constancia con que el señor archivero se estaba dedicando años hace á esta obra y esperaba verla desempeñada con aquel lleno de luces que podía sacar el autor del continuo manejo de escrituras y documentos antiquísimos y originales que tenía á su disposición; pero es preciso confesar que el desempeño ha sido superior á nuestras esperanzas. Plan, método, claridad, raciocinio, pruebas, consecuencias, todo está concebido y expresado con maestría......... Desde aquí (desde D. Alfonso I) camina el autor con más escolta de escritores; pero notando y corrigiendo sus equivocaciones, así como corrige á los más aplicados discípulos un maestro que tiene en la mano la llave de la ciencia, y es digno de advertir que en este caso lo hace el Sr. Bofarull con tal modestia y tanta prudencia que sería necesario que el corregido tuviese una gran dosis de amor propio y orgullo para darse por ofendido. Sin embargo de que en esta época son en lo general más comunes las luces y más acertadas las historias, la ilustra mucho con los documentos que ha manejado y elegido uno por otro, descubriendo á veces en las cláusulas de un testamento, de una donación, de una venta ó de una permuta verdades que á otros que lo han visto con precipitación y de paso no pudieron ofrecerse. Por no molestar más á la Academia, no continúa la comisión el extracto; pero cree firmemente que lo dicho basta y sobra para que se forme alta idea de la obra del Sr. Bofarull y que no se excederá este sabio cuerpo en recomendarla al Gobierno y manifestarle cuán útil sería si publicación.....»

A esta decisión de la autoridad nacional más competente nos contentaremos con añadir las de dos escritores extranjeros que, por distintas razones, pesan mucho, la de P. Tastu y la del célebre Dozy. El primero, que hizo especial estudio de la materia sobre que versan los primeros artículos de la obra de Bofarull, compuso una nota acerca del origen de los Condes hereditarios de Barcelona y los de Ampurias-Rosellón, y como las consecuencias que los documentos impresos le sugerían se apartasen demasiadamente de las ideas admitidas por la mayoría de escritores, no se atrevió á darle entera publicidad hasta que vió algunas de sus opiniones confirmadas por la obra de aquel á quien justamente llama creador de la verdadera historia de Cataluña, y á quien dedica muy respetuosamente su trabajo [13]. El sabio holandés que luego hemos citado, en sus investigaciones de historia política y literaria de España, cita los Condes vindicados con la calificación de obra excelente, sin limitación ni cortapisa, y quien tenga noticia (aun cuando no adopte todas sus ideas y consecuencias) de los extraordinarios conocimientos de Dozy como medievista, al propio tiempo que de su espíritu batallador y descontentadizo, reconocerá lo que en su pluma significa aquel sencillo elogio.

Los Condes vindicados fueron el empleo de sus mejores años, la obra de la madurez de nuestro ilustre archivero; á la publicación de los Documentos inéditos de la Corona de Aragón, á lo menos á la de la mayor parte de volúmenes que llevan su nombre, aplicó su mano ya anciana pero todavía activa y poderosa.

Según expresa una Real orden de 28 de Marzo de 1846, llamó la atención del Gobierno de S. M. la colección de actas de cortes y demás documentos reunidos por Bofarull, cuya importancia los hacía dignos de ver la luz pública para esclarecer puntos interesantes de la historia nacional. Mas aunque el plan trazado desde el principio era la publicación de todas las actas de nuestras antiguas cortes, habiéndose propuesto la Real Academia de la Historia incluir las de todos los reinos y señoríos de España en la colección de ellas que está publicando, al mismo tiempo que el archivo de Aragón ha ido contribuyendo con el envío de cuantas noticias y documentos tenía recogidos sobre la materia al mayor complemento de tan importante publicación, ha podido dar cabida en su colección especial á documentos inéditos que, á lo menos en gran parte, no ofrecen un interés inferior á los que eran objeto del primitivo proyecto y cuya publicación evitará enojosas tareas á los historiadores futuros que depare la suerte á nuestra patria.

Conforme la indicación del mismo Bofarull, inmediatamente aprobada por el Gobierno, dan comienzo á la colección los documentos relativos al compromiso de Caspe, hecho en verdad el más honorífico para nuestros progenitores y el más propio para dispertar justo y universal interés. No creemos en efecto que presente historia alguna empresa tan encumbrada (que según nos muestra alguno de los documentos fué en su tiempo tenida por inspiración de lo alto), ni llevada á cabo con tanta mesura y perseverancia, como la que acabó por poner en las sienes del de Antequera la antigua corona de Aragón. Una introducción sencilla, pero muy bien hecha, una colección de cartas y otras escrituras de fines del reinado de D. Martín, las considerables actas del Parlamento de Cataluña, que indirectamente nos informan de las de Aragón y Valencia, y de los títulos que alegaban los diversos pretensores, luego las del mismo compromiso de Caspe, en gran manera interesantes á pesar de la inexplicable sequedad que en ellas se nota, y otros documentos bien escogidos, pueden dar una noticia más completa del célebre acontecimiento que la que granjearía la lectura de obra alguna histórica hasta el presente publicada.

Un hecho que en la unidad monárquica de España ejerció una influencia, si bien más lejana, más eficaz todavía que la sucesión en el reino aragonés de un vástago de la dinastía de Castilla, fué indudablemente la unión de Barcelona con Aragón por el matrimonio de D. Berenguer IV con D.ª Petronila: un volumen referente á esta materia, necesario además para la inteligencia de ulteriores publicaciones, ocupa oportuno lugar después del compromiso de Caspe. Los testamentos de D. Ramón Berenguer III y de D. Alfonso el Batallador, las concesiones hechas á los Templarios que, como es sabido, podían alegar derechos á la sucesión de Alfonso, los homenajes prestados á Ramón por los nuevos feudatarios aragoneses, así como por los bearneses y catalanes, las querellas asaz humildes de Reverter, última llamarada del antiguo poder vizcondal, sirven en gran manera para esclarecer esta época decisiva de nuestros anales.

Las ordinaciones dispuestas por D. Pedro el Ceremonioso (si ya, como algunos pretenden, no son copia de las de D. Jaime de Mallorca), incomparable monumento de los usos, de la etiqueta y de la administración doméstica y pública, las de algunos de sus predecesores, la obra de mosen Sent Jordi e de cavallería formada por aquel mismo monarca en vista del libro de las Siete Partidas, y otros documentos sobre materias análogas, reunidos bajo el título de Casa Real de Aragón, ofrecen un caudal de variadas noticias y de indicios preciosos para el historiador, el arqueólogo y aun para el filólogo y el poeta. En pocos libros cabe estudiar más provechosamente la singular mezcla de ostentación y llaneza que caracteriza las costumbres de la edad media.

La historia, en efecto, no se contempla ya con los actos públicos y ruidosos de los personajes que se presentan en su escena, sino que trata de escudriñar sus usanzas privadas y de reproducir las móviles facciones que constituyen la fisionomía de cada país y de cada siglo. Ni le basta tampoco conservar la memoria de los nombres más ilustres, ni narrar los hechos de los que han dominado y dirigido los pueblos, pues se propone asistir á la primitiva formación de estos últimos y reconocer cuantos conatos, cuantos esfuerzos se han aplicado para sentar los fundamentos de las grandes congregaciones nacionales. Los más provechosos datos para semejante investigación se han hallado en las Cartas-Pueblas y demás monumentos que atañen á la formación y orden constitutivo de las municipalidades. Consideramos pues como de un precio singular el volumen de la colección que lleva este título y que comprende ciento diez y ocho documentos, no menos homogéneos que variados, entre los cuales citaremos las Cartas-Pueblas de Belchite, Calatayud, Almenar, Cambrils, Castellblanch, Montroig, Belsolell, Villagrassa, Camarón, Figueras, etc., varias concesiones de tierras y de villas, hechas á particulares para que las poblasen, franquezas otorgadas y confirmadas, ordenanzas municipales para Barcelona, Mallorca, Menorca, Zaragoza, Vich, Vilafranca y otras, algunas para cofradías particulares, como para la de los cristianos negros, para la de los libreros y la de los maestros de armas de Barcelona, para la de los tejedores de lana y lino de Balaguer, etc. etc. «Verdad es, dice acertadamente la advertencia que precede al volumen, que en muchos de los documentos que damos á luz no se hallarán detallados todos los derechos, franquezas y libertades de que gozaban los comunes, porque ni éstos fueron iguales para todos ni otorgados á la vez; pero completando por los unos el estudio de los otros, creemos que bastarán ó á lo menos ayudarán muchísimo para conocer el origen y progresos de esta institución poderosa. Desde la simple cofradía de Villagrassa, principio de libre asociación (que no por ser institución más sencilla debe tenerse por la más antigua, según ha observado don Tomás Muñoz) hasta el minucioso y estudiado sistema de elegir á los jurados y paeres en tiempos más recientes, hay una distancia inmensa, pero los datos y noticias que suministranmuchas de las escrituras que publicamos ayudarán á recorrerla.»

Entre los códices conservados en el establecimiento cuéntase uno que, por referir la historia separada de un condado de Cataluña, por su erudición y no despreciable crítica y aun por ciertos curiosos episodios ó excursiones que el autor se permite, consideró el docto colector como una joya literaria, según es de ver en las oportunas citas de dicha obra inédita con que se había complacido en ilustrar diferentes pasajes de los anteriores volúmenes. Como, por otra parte, en esta obra, que es la Historia de los condes de Urgel de Monfar, y que ocupa dos volúmenes de la colección, se transcriben documentos tomados de otros depósitos ó que han desaparecido en tiempos pasados del de la Corona, bien puede decirse que completa bajo este aspecto los que del último se han publicado y deben publicarse en adelante. Buena parte de esta historia se halla destinada á narrar los adversos sucesos del desdichado último conde de Urgel: trágica figura que contrastando por su carácter apasionado y montaraz con la alta cultura que supone la concepción y ejecución del compromiso de Caspe, completa de una manera inesperada el cuadro de la época.

Los tomos XI y XII contienen los repartimientos hechos en los reinos de Mallorca y de Valencia después de sus conquistas por D. Jaime, el llamado también repartimiento, ó mejor censo de Cerdeña (1358), el censo de Cataluña ordenado en tiempo del rey D. Pedro el Ceremonioso, las rentas y otros derechos de los condados de Rosellón y de Cerdaña notados en 1396, el fragmento de un memorial que contiene las donaciones y franquicias otorgadas por D. Jaime y las rentas reales en 1315 de Cataluña, Valencia y Aragón. Se hallan, pues, reunidos en estos dos volúmenes los más importantes documentos estadísticos de los siglos XIV y XV, tan útiles para la historia política y económica como para la topográfica y genealógica, y tan interesantes bajo todos estos conceptos al amador de las cosas patrias, que á pesar de su aridez suma, los recorre con no poco gusto.

El tomo XIII, con el título de Documentos literarios en antigua lengua catalana, transcribe con inteligente y escrupulosa fidelidad un número bastante considerable de los códices no diplomáticos custodiados en el archivo y que por su época, que se extiende por lo menos desde mediados del siglo XIV á igual término del XV, y aun por la incorrecta y anómala ortografía que en algunos se nota y es en parte expresión directa del habla popular, pueden servir en gran manera para el estudio de nuestro antiguo idioma, sin que sean inútiles para la historia general literaria. Comprende esta publicación la leyenda de la toma y destrucción de Jerusalén por Vespasiano, hecho histórico desfigurado por mil anacronismos y relacionado con la ciudad francesa de Viena, en la cual se verifica la última escena, que es el suplicio de Pilatos; la historia del rey de Hungría, ó por mejor decir de su hija, cuyas aventuras no dejan de ofrecer alguna semejanza con las de su compatricida, la célebre Berta, si bien que motivadas por una causa, no diremos más sorprendente y extraordinaria, sino más excepcional y mosntruosa: historia que se provenzaliza y españoliza en cierta manera, pues la heroína se casa con P. conde de Provenza, que cuenta por sucesores á los reyes de Aragón y de Castilla; la narración poética del descenso del caballero Tuglat al mundo invisible, que acaece en Irbenia (Ibernia), donde sin embargo de la indicación de este lugar no se hace mención alguna del purgatorio de San Patricio; una vida de Santa Margarita; una acusación simbólica entablada por Mascarón, demonio sabio y estelatí (astrólogo) que recuerda un tanto el auto castellano de la Residencia del hombre; un libro de Boecio, fundado, como el antiguo poema provenzal, en la obra de Consolatione, en cuya ortografía más fija y correcta que la de otros manuscritos, se reconoce una mano monacal; algunas oraciones que ofrecen interés para el estudio lingüístico como término de comparación con las del lenguaje moderno, y para el sentimiento que se complace en poseer en sus añejas formas las palabras que dirigían al cielo nuestros antepasados; la colección de máximas y sentencias morales formada por el judío de Barcelona Jafuda por orden de Jaime el Conquistador, máximas sumamente concisas y en que no se nota cita alguna de autor cristiano, sino varias de Aristóteles, una ó dos de Platón y muchas de otro ú otros filósofos que, á la manera oriental, se indica sólo con las palabras «diu un sabi»; otra colección del mismo género (en que siempre han sobresalido los catalanes), más extensa que la anterior y sumamente abundante en citas de las más diversas autoridades, debida á un hombre lego de la villa de Mallorca llamado Hempachs, que lo escribió á instancia de sus hijos y que antes había sido sobrecoch y alguacil de D. Juan I; una collació ó diálogo entre varios ciudadanos y un religioso acerca de los deberes de los primeros, obra impregnada de espíritu patriótico y de una política no pagana ni maquiavélica, sino cristiana, y finalmente la versión de la extensísima carta de San Bernardo á una religiosa su hermana, muestra del arte de traducir en tiempo de D. Martín, á cuyo camarlengo Galcerán de Santmenat está dedicada.

Los últimos volúmenes que han salido á luz, comprenden parte de los documentos relativos al levantamiento y guerra de Cataluña en tiempo de D. Juan II. Es este uno de los períodos más interesantes y famosos y de mayor transcendencia, siquiera indirecta, en los destinos de España, y aun del mundo, á causa de la sucesión de D. Fernando y su enlace con la heredera de Castilla. La lucha tan fuertemente empeñada y en que andaban envueltos encontrados principios é intereses, narrada por los contemporáneos, debió ser expuesta con los colores de la pasión, y acaso con no menos pasión ha sido juzgada por lo que después han venido, en especial por la escuela que se complace en abultar los tuertos de los reyes. Las brillantes cualidades del noble príncipe tan tiernamente amado de nuestros mayores, la tenaz persecución y el atentado real ó supuesto de que se presenta como víctima, han interesado naturalmente el sentimiento y la fantasía y contribuído tal vez á dar más decididas tintas al contraste dramático de los caracteres y de los sucesos. Una más profunda información por medio de documentos abundantísimos preparará una apreciación más ilustrada y si es necesario, imparcial, sin que por esto haya de ser fría ó indiferente. En los once volúmenes conservados con el título Turbationes Cataloniæ, que contienen las actas de la junta constituída para atender al procomún y procurar la libertad del príncipe de Viana, en las noticias extractadas de los registros de la Diputación, en sus dietarios y en sus libros de deliberaciones y en los del diputado Zaportella, único partidario de D. Juan, se hallarán abundantes materiales para la historia de aquellos lamentables acontecimientos desde su origen hasta el restablecimiento de la paz á fines de 1472.


Muy lejos estaríamos de dar completa noticia de los trabajos de Bofarull y de los servicios que hizo á la historia si tan sólo recordásemos las obras que llevan su nombre, pues no fué menos importante su influencia como auxiliador de los escritos ajenos. Difícil nos sería enumerar todos los que encaminó, á lo menos en sus primeros pasos, para que se internasen con fruto en el dédalo histórico que el Archivo contiene. Sin hablar de los que viven todavía, no hay más que recordar al eminente historiador artístico antes aludido [14] que del Archivo había hecho en ciertas épocas poco menos que vivienda, y al malogrado escritor dramático [15] continuador de la obra histórica de Melo. Con respecto á otros que debieron acudir á la comunicación epistolar, quedan testimonios de la frecuencia con que se pedían y se obtenían datos del infatigable archivero.

Don Pedro Sainz de Baranda (desde 1834 hasta su muerte) le demandó documentos y noticias para ilustrar la historia de Enrique IV de Castilla, y para la continuación de la España Sagrada de que se encargó muerto La Canal, consultándole también para su escrito sobre el influjo que han tenido los españoles en los Concilios generales. El P. José de La Canal (1821-45), que se informaba con mucho interés de la marcha de

  1. Hallamos en este punto de la autobiografía un episodio de carácter agraciado pero triste en suma. «En la primavera de aquel año, dice á su hijo, vino á visitarnos tu tío materno D. Flaminio Agacino, que con tu señor abuelo, que mandaba entonces la fragata Sabina, habían vuelto de su viaje á la Habana y Veracruz... Nos trajo una negrita (Bofarull que odiaba hasta la apariencia de esclavitud, la conservó para que no parase en manos de dueños que no la educasen bien) que fué la que te llevó en brazos en la niñez y te estimó tanto, hasta que desgraciadamente se le trastornó el juicio obligándome á llevarla al Hospital de dementes, donde al cabo murió llorada de toda la familia, en 5 de Abril de 1833, día en que la Iglesia celebró aquel año la muerte de nuestro Señor Jesucristo, con la circunstancia de haber recobrado en las últimas horas de su vida su juicio y de hacer la muerte del justo en brazos de su confesor el Sr. Arqués, en la misma festividad en que en 1818 había sido bautizada en la Iglesia Parroquial de San Jaime en esta ciudad.»
  2. Véase lo que sobre este asunto le decía en 1844 Mr.Tiran, autor de Parangón del Archivo general de la Corona de Aragón y el de Castilla en Simancas, desde el cual escribía: "Permettez-moi de saisir cette occasion pour vous féliciter, Monsieur, ou plutôt pour féliciter votre gouvernement, votre pays, d'avoir songé à reparer la honteuse injustice dont vous aviez été victime. La première nouvelle de votre réinstallation me fut donnée au Ministère de la Gobernación par D.Antonio Gil y Zárate, chef de la section des établissements scientifiques et littéraires, et je fus heureux de cet évènement, comme d'un bonheur qui m'eût été personel. A diverses fois nous avions parlé avec M. Martin Navarrete, et avec les nombreux amis que vous avez parmi vos collègues de l'Académie de l'Histoire du brutal arbitraire qui vous avait enlevé à vos fonctions; mais après plusieurs protestations adressées au Gouvernement en votre faveur et toutes demeurées sans succès, ils n'avaient autre chose à faire que de gémir en silence.- Aujourd'hui, l'esprit plus tranquille, faites en sorte de donner au public un ouvrage historique, frère de vos Comtes de Barcelone. Ce serait pour vos ennemis un remords de plus, et un titre nouveau à la reconnaissance des esprits studieux."
    Véase también lo que sobre el mismo punto dice en su obra De la Instrucción pública en España D. Antonio Gil y Zárate, director general que ha sido de este ramo. - Madrid 1855. - Tomo III, pág 365. «Deudor de su bien entendido arreglo y de la fama que en toda Europa tiene, es este archivo (de la Corona de Aragón) al ilustrado D. Próspero de Bofarull que ha estado al frente de él durante muchos años. El espíritu de partido que debiera respetar á hombres de esta clase, ajenos por otra parte á las luchas políticas, había separado á tan insigne varón, en 1840, del puesto modesto donde tan grandes servicios hiciera. En 1844, al encargarme del ramo de Instrucción pública, creí deber mío proponer la reparación de este agravio hecho á la ciencia no menos que á la persona, y así se acordó por el Sr. Ministro Pidal. Agobiado de años, pidió al fin su jubilación, habiéndole reemplazado su hijo D.Manuel.»
  3. Memoria leída en la abertura del Archivo General de la Corona de Aragón, por su archivero D. Manuel de Bofarull y de Sartorio, el dia 18 de Diciembre de 1853.
  4. Las preciosísimas escrituras de este monasterio que Bofarull devolvió mal de su grado en 1823, fueron, según había él temido, vandálicamente destruídas en 1835. La devolución más lenta de los códices pudo salvar un gran número que hoy custodia el archivo. Perdiéronse sin embargo algunos y entre ellos el inestimable Psalterium argenteum, único códice en su clase en España y uno de los pocos que se conocen y que sin duda fué destruído, pues no se sabe que haya parecido en biblioteca alguna nacional ó extranjera. A la noticia que de este códice dan Villanueva y Eguren, puede añadirse una notable particularidad que ignoran los que no la han oído de Bofarull. Limpiando éste la última página ennegrecida leyó en sus letras de plata: Pipinus Rex Francorum, que parece no puede ser otro que el padre de Carlomagno. Aun cuando se supusiese que se trata del Pepino de Italia ó de uno de los dos de Aquitania, sería anterior al monasterio de Ripoll y sin duda procedente de otro más antiguo.
  5. Véase más adelante en la enumeración de los títulos de Bofarull. Citaremos también, solamente por lo curioso, el homenaje hecho al archivo por otro famoso viajero. El día 26 de Junio del año 1844, Muhammed Fuad Effendi, enviado extraordinario de S. M. el emperador de los Otomanos á la corte de España, visitó el archivo general de la Corona de Aragón en compañía de su secretario y cuñado Kamil bey y del Sr. D. Gerardo de Souza, oficial de la secretaría de Estado, y al despedirse dirigió al archivero mayor del mismo D. Próspero de Bofarull un escrito en caracteres árabes cuya traducción es la siguiente:
    «No consideres este sitio como una mera reunión de libros y de papeles: examínalo con detención y hallarás un tesoro de conocimientos. El hombre estudioso debería visitarlo todos los días y hallaría una memoria de las huellas de pasados tiempos.»
    Muhammed Fuad, destinado por la Sublime Puerta con una misión especial y extraordinaria cerca de la augusta corte de España en el año 1260 de la Égira, esto es el 1844 de la Era cristiana, logró, entre los muchos obsequios que se le dispensaron durante su residencia en la hermosa ciudad de Barcelona, el permiso de visitar su precioso archivo. Deseoso de manifestar su gratitud al ilustrado individuo que lo custodia, por las atenciones que en particular le mereció, y en prueba de su admiración por el orden sorprendente que se observa en dicho establecimiento, debido al celo é inteligencia del referido individuo, ha escrito los precedentes renglones y se los dedica como memoria.
  6. Leyó también en la Academia una memoria en que se trataba del modo de utilizar los documentos, de los cuales decía que no hay uno por insignificante que parezca, de que no se pueda sacar algún dato (un nombre, una fecha etc.) como de la menor gota de agua de mar se puede sacar una partícula de sal: lástima que se haya perdido un escrito relativo á un asunto en que tanto se había ocupado su autor y en que era tan competente.
  7. No se puede atribuir la oposición de Bofarull á interés propio, pues un íntimo amigo suyo, patrono decidido del proyecto, mostraba deseos de traer á la casa de la Duquesa de Alba, archivo y archivero. Contestaba á su amigo de acá mostrándole el espantajo del provincialismo, mas luego le vemos (confitentem reum) exclamar: «Si yo por ejemplo puedo excusarme otro viaje ¿á qué emprenderle?».
  8. Piferrer.
  9. La instancia con que recomendaba á sus corresponsales que buscasen la cesión de Carlos el Calvo, es á la vez prueba de su buena fe y de que su ánimo no estaba completamente satisfecho.
  10. Puede verse también sobre este punto el opúsculo más abajo citado de P. Tastu: según éste, Borrell se negó formalmente á reconocer el vasallaje á Hugo Capeto.
  11. Esto de marqués, dice Olzinellas en una de sus cartas, no lo entiendo, pues veo llevar este título á Mirón de Cerdaña, Seniofredo de Urgel, etc.
  12. Un solo punto parece no resuelto todavía y es relativo á D. Pedro, segundo hijo del último Ramón Berenguer, que Bofarull supone con Zurita muerto muy joven, pero que no sin motivo los historiadores del Langüedoc creen ser el Berenguer Ramón que sucedió al primo y tutor del rey Alfonso, que los Anales de S. Víctor (V. Marca) acordes con el Gesta Comitum dan por asesinado en 1181, y que el insigne analista aragonés sustituyó, no se sabe porqué, por un Baucio.
  13. Según el sistema explanado en este interesante opúsculo ó nota de Mr. Tastu, Seniofredo, hijo del godo Borrell, señor vitalicio de Fontcuberta, cerca la Grassa, y conde de Ausona, y padre de Vifredo, es el tronco de nuestros condes hereditarios. La familia que gobernó en la Marca marítima de la Septimania (Ampurias-Rosellón) es distina de la anterior y franca. 1º Sus nombres son francos, así como los de la familia barcelonesa godos. 2º No se hallan nombrados los de Ampurias en los sufragios que los de Barcelona hacían por sus parientes. 3º Las mujeres de los primeros no tenían la décima parte prescrita por la ley goda y sí las de los segundos. 4º Los primeros usaron el combate judicial según el uso franco que rechazaba alguno de los segundos por no hallarse en la ley gosa. 5º Los primeros no fechan nunca por la era española. El primer punto no nos parece bastante probado, con respecto á los nombres de los de Barcelona; además se halla un Suniario en ambas familias.
  14. Piferrer.
  15. Jaime Tió.