Noli me tángere
El pais de los frailes (1902) de José Rizal
Patria é intereses
Nota: Se respeta la ortografía original de la época

XXX

Patria é intereses

El telégrafo comunicó sigilosamente el suceso á Manila, y algunas horas después hablaban de él con mucho misterio los periódicos, con venientemente revisados por el fiscal. Las noticias particulares, emanadas de los conventos, fueron las que primero corrieron de boca en boca. El hecho, desfi- gurado de mil maneras, era creído con más ó menos facilidad, según adulaba ó contrariaba las pasiones y el modo de pensar de cada uno.

Sin que la pública tranquilidad apareciese turbada, al menos aparentemente, se alteraba la paz de muchos hogares. Comenzaron las persecuciones, las delaciones y las venganzas. Los naturales del país de carácter un poco independiente, fueron objeto de un vil espionaje. Los frailes aprovecharon la ocasión para apretar los tornillos de la máquina, que hasta entonces había obedecido solamente á su omnímoda voluntad, y que parecía aflojarse. El capitán general tuvo que someterse á ellos incondicionalmente y comenzó á creer en la perfidia de los mestizos. El golpe dado por el padre Dámaso en colaboración con el padre Salví, producía los efectos apetecidosdignación al enterarse de la intentona cuya direccion atribuían á Ibarra, y se propuso ser inexorable. El buen señor había caído en el lazo como los demás habitantes del archipiélago. Inmediatamente se inventó una leyenda que convirtió en héroes al cura de San Diego y al alférez de la guardia civil. El mismo general, que en medio de su bonhomie era un sujeto aprovechado, trató de sacar partido del malhadado suceso. Telegrafió á la Península diciendo que en el pueblo de San Diego, vecino á la capital, se había levantado una numeroaa partida, felizmente disuelta gracias á la buena organización del ejército y á confidencias que personalmente había recibido en su reciente viaje; al mismo tiempo enviaba una extensa lista, proponiendo recompensas para sus amigos y paniaguados.

Mientras una parte de la población vislumbraba cruces, condecoraciones, empleos y dignidades, la otra veía levantarse en el horizonte obscura nube, general sinti verdadera inen cuyo fondo se dibujaban negras siluetas, rejas y cadenas y aun el fatídico palo de la horca.

En los conventos reinaba la mayor agitación.

No cesaban de entrar y salir carruajes llevando á los provinciales, que celebraban entre sí conferencias secretas. En el palacio de Malacañán no se interrumpían por un solo momento las visitas de conspicuos personajes y frailes de todas castas que iban á ofrecer su apoyo al gobierno, que corria gravisimo peligro.

—¡Un Te Deum, un Te Deum!-decía un fraile franciscano;-jesta vez que nadie falte en el coro! No es poca bondad de Dios hacer ver, precisamente en estos momentos de impiedad, cuánto valemos nosotros.

—Con esta leccioncita se estará mordiendo los labios el generalillo Mal-Agüero-contestaba otro.

—Qué habría sido de él sin las corporaciones!

—Y para mejor celebrar el triunfo, que adviertan al hermano cocinero deamus por tres días!

—¡Amén! ¡Amén! ¡Viva Salví! ¡Vivaaa! En otro convento se hablaba de distinta may al procurador... ¡Gaunera.

—aVeis? Ese es un alumno de los jesuítas; del Ateneo salen los filibusteros-decía un fraile.

—Y los antirreligiosos.

—Yo ya lo dije: Ios jesuítas pierden al país, corrompen á la juventud; pero se les tolera porque tienen fama de sabios y anuncian los terremotos...

—Cualquier indio los pronostica.

Ya verán ustedes como á río revuelto, ganancia de pescadores. Ya están los periódicos pidiendo poco menos que una mitra para el padre Salví.

¡Y se la darán! ¡Vaya si se la darán! Lo cree usted así, hermano?

—¡Pues no! Hoy por cualquier cosa la dan.

Estas y otras cosas más se decían en los conventos. Conduzeamos ahora al lector á casa de un particular, para que forme cabal idea de la impresión que produjo en Manila el famoso alzamiento de San Diego.

En el rico y espacioso salón de su casa de Tondo está Capitán Tinong, sentado en una butaca, pasandose las manos por la frente con ademán de desconsuelo, mientras que su señora, la capitana Tinchang, llora y le sermonea delante de las dos hijas, que oyen desde un rincón conmo vidas y en silencio.

—¡Ay! ¡Virgen de Antípolo! ¡Ay! Virgen del Rosario y de la Correa! ¡Estamos perdidos!-gritaba la mujer.

— Nanay!...- exclamó la más joven de las hijas.

—Ya te lo decía yo!-continuó la mujer en tono de recriminación.-¡Ya te lo decía yo! ¡La Virgen del Carmen nos socorra!

—¡Pero si tú no me has dicho nada!-se atrevió á contestar OCapitán Tinong.-Al contrario, me aconsejabas que frecuentase la casa y conservase la amistad de Capitán Tiago, porque era rico, y además me dijiste...

—¿Qué? ¿Qué te dije? ¡Yo no te he dicho eso, no te he dicho nada! Ay, si me hubieses escuchado!..

—Ahora me echas la culpa á mí!-replicó en tono amargo el marido, dando una palmada sobre el brazo del sillón.-No me decías que debía invitarle á que comiese con nosotros? ¡Abá!

—Es verdad que yo te dije eso, porque tú no hacías más que alabarle; don Ibarra aquí, don Ibarra allá, don Ibarra en todas partes. Pero yo no te aconsejé que fueras á casa de todo bicho viviente, dándote tono con su amistad.

Capitán Tinong no supo qué contestar.

Capitana Tinchang, no contenta con esta victoria, quiso anonadarle, y acercándose con los puños cerrados, -¿Para eso he estado trabajando años y años, para que tú con tus torpezas eches á perder el fruto de mis fatigas?-le increpó.-Ahora vendrán á llevarte desterrado y nos despojarán de nuestros bienes. ¡Ah, si yo fuese hombre, si yo fuese hombre! Y viendo que su marido bajaba la cabeza, empezó á sollozar, pero siempre repitiendo: -Ah, si yo fuese hombre, si yo fuese hombre! Y si fueses tú hombre-preguntó al fin picado el marido,-¿qué harías?

—Qué? ¡Pues... pues hoy mismo me presentaría al capitán general para ofrecerme á pelear contra los insurrectos!

—Pero no has leído lo que dice El Diario? ¡Lee! «La traición infame y bastarda ha sido reprimida con energía y pronto los enemigos de la patria y sus cómplices sentirán todo el peso y la severidad de las leyes... ¿Ves? ¡Ya no hay alzamiento!

—No importa; debes presentarte, como lo hicieron el 72.

—Si! También lo hizo el padre Burg...

Pero no pudo concluir la palabra; la mujer, corriendo, le tapó la boca.

—¡Pronuncia ese nombre para que mañana mismo te ahorquen en Bagumbayan! ¿No sabes que basta pronunciarlo para ser sentenciado sin formación de causa?

Cuatro ó cinco horas más tarde, en una tertulia de pretensiones en intramuros, se comentaban los sucesos del día. Formaban la reunión viejas y solteras, casadas, mujeres ó hijas de empleados, vestidas de bata, abanicándose y bostezando. Entre los hombres había un señor de edad, pequeñito y manco, á quien trataban con mucha consideración y que guardaba, con respecto á los demás, un desdeñoso silencio.

—A la verdad, antes no podía sufrir á los frailes y á los guardias civiles, por lo mal educados que son-decía una señora gruesa:--pero ahora que veo su utilidad y servicios me casaría gustosa con cualquiera de ellos. ¡Yo soy patriota!

—¡Lo mismo digo!-añadió una flaca.-Qué lástima que no tengamos el anterior gobernador!...

¡Aquel dejaría el país limpio como una patena! Y se acabaría la ralea de filibusterillos!

—¡No dicen que quedan muchas islas por poblar? ¿Por qué no deportan allá tantos indios chiflados? ¡Si yo fuera el capitán general!...

—Señoras-dijo el manco;-el capitán general sabe su deber; según he oído está muy irritado, pues había colmado de favores á ese Ibarra, -Colmado de favores!-repetía la flaca, abanicándose furiosa.-¡Miren ustedes lo ingratos que son estos indios! Se les puede tratar acaso como á personas? ¡Jesús!

—Y saben ustedes lo que he oído?-preguntaba un militar.

—A ver? Qué es? Qué dicen?

—Personas fidedignas-dijo el militar en medio del mayor silencio-aseguran que todo aquel ruido de levantar una escuela era puro cuento.

—Jesús! Ustedes han visto?-exclamaron ellas á coro.

—La escuela era un pretexto; lo que querían era levantar un fuerte para poderse defender bien cuando fuésemos á atacarlos...

—¡Jesús! ¡qué infamia! Sólo un indio es capaz de tener tan cobardes pensamientos-exclamaba la gorda.-Si fuera yo la que mandase, verían... ya verían...

—¡Lo mismo digo!-exclamaba la flaca dirigiéndose al manco.-Prendía á todos los abogadillos y cleriguillos indios, y sin formación de causa los mandaba desterrados á las Carolinas. EI mal arrancado de raiz!

—Pues se dice que el filibusterillo ese es descendiente de españoles!-obser vó el manco sin mirar á nadie.

—Ya!-exclamóimpertérrita la gorda.-¡Tenían que ser los criollos! ¡ningún indio entiende de revolución! Cría cuer vos... cría cuervos!...

—Saben ustedes lo que he oído decir?-preguntó una criolla para llevar la conversación á otro terreno.-La mujer de Capitán Tinong... ¿se acuerdan ustedes? Aquel en cuya casa bailamos y cenamos en la fiesta de Tondo...

—¿Aquel que tiene dos hijas?... y qué?

—¡Pues la mujer acaba de regalar esta tarde al capitán general un anillo de mil pesos de valor! El manco se volvió rápidamente.

—De veras? ¿y por qué?-preguntó con ojos brillantes de codicia.

—La mujer lo presentó como regalo de Pascua...

—Pero si toda vía falta un mes para la Pascua...

—Temerá que le caiga el chaparrón encimaobser vó la gorda.

—Y se pone á cubierto-añadió la flaca.

—Satisfacción no reclamada, culpa confesada.

—En eso pensaba yo; usted ha puesto el dedo en la llaga.

—Es menester bien eso-observó pensativo el manco;-me temo que hay gato encerrado.

—Gato encerrado, eso, eso iba yo á decir-repitió la flaca.

—Y yo-añadió otra, arrebatándole la palabra; -la mujer de Capitán Tinong es muy avara... aun no nos ha en viado ningún regalo, á pesar de haber estado en su casa. Conque cuando una agarrada y codiciosa suelta un regalito de mil pesos...

Pero ges cierto eso?

—Y tan cierto! Se lo ha dicho á mi prima su novio, el ayudantc de S. E. Y estoy por creer que es el mismo anillo que llevaba la hija mayor el día de la fiesta. Va siempre llena de brillantes!

—Parece un escaparate andando!

—¡Una manera de hacer reclamo como otra cualquiera! El manco abandonó la tertulia dando un pretexto.

Y dos horas después, cuando ya todos dormían, recibieron la visita de la guardia civil... La autoridad no podía consistir que ciertas personas de posición y de dinero durmiesen en casas tan mal guardadas. En la fortaleza de Santiago y otros edificios del gobierno el sueño sería más tranquilo y reparador. Entre estas personas favorecidas estaba incluído el infeliz Capitán Tinong.

Se había olvidado de enviar otro anillo de mil pesos al manquito de la tertulia, que por lo visto era algún importante miembro de la justicia!...