Noli me tangere (Sempere ed.)/XXII

Nota: Se respeta la ortografía original de la época

XXII

La primera nube

En casa de Capitán Tiago reinaba una gran confueión. María Ciara no hacía más que llorar y no escuchaba las palabras de consuelo de su tía y de Andeng, su hermana de leche. Le había prohibido su padre que hablase con lbarra hasta tanto que los sacerdotes no le absolviesen de la excomunión que sobre él habían lanzado.

Capitán Tiago, que estaba atareadísimo preparando su casa para recibir dignamente al capitán general, había sido llamado al con vento.

— No llores, hija-decía tía Isabel, pasando la gamuza sobre las brillantes lunas de los espejos; -ya le retirarán la excomunión, ya escribirán al Papa... haremos una gran limosna... El padre Dámaso no ha tenido más que un desmayo: no ha muerto.

Por fin Capitán Tiago llegó. Ellas buscaron en su rostro la respuesta á muchas preguntas; pero la cara del exgobernadorcillo anunciaba el mayor desaliento. El pobre hombre sudaba, se pasaba la mano por la frente y no conseguía articular una palabra.

¿Qué hay, Santiago?-preguntó ansiosa la tía Isabel.

Este contestó con un suspiro, enjugándose una lágrima.

—Por Dios, habla! ¿Qué pasa?

—¡Lo que yo me temía!-prorrumpió al fin, medio llorando.-¡Todo está perdido! ¡El padre Dámaso manda que rompa el compromiso: de lo contrario me condeno en esta vida y en la otra! ¡Todos me dicen lo mismo, hasta el padre Sibyla! Debo cerrarle las puertas de mi casa y... jle debo más de cincuenta mil duros! He dicho esto á los padres, pero no han querido hacerme caso. ¿Qué prefieres perder-me decían,-cincuenta mil pesos ó tu vida y tu alma? ¡Ay, San Antonio! ¡Si lo hubiese sabido, si lo hubiese sabido!...

María Clara sollozaba.

—No llores, hija mía-añadió volviéndose á ésta.-El padre Dámaso me ha dicho que ha llegado ya un pariente suyo de España... y te lo destina por novio...

María Clara se tapó los oídos.

—¿Pero Santiago, estás loco?-le gritó tía Isabel; -jhablarle de otro novio ahora! ¿Crees que tu hija muda de novios como de camisas?

—Eso mismo pensaba yo, Isabel; don Crisóstomo es rico... los españoles sólo se casan por amor al dinero... pero ¿qué quieres que haga? Me han amenazado con otra excomunión... dicen que corre gran peligro no sólo mi alma, sino también el cuerpo... ¿oyes? 1el cuerpo! ¡Pero tú no haces más que desconsolar á tu hija! ¿No es amigo tuyo el arzobispo? ¿Por qué no le escribes?

—El arzobispo también es fraile; el arzobispo no hace más que lo que los frailes le dicen. Pero María, no llores; vendrá el capitán general, querrá verte y tus ojos estarán encarnados. ¡Ay! iyo que pensaba pasar una tarde tan feliz! Sin esta gran desgracia todos me tendrían en vidia... ¡Oálmate, hija mía; yo soy más desgraciada que tú y no lloro! ¡Tú puedes tener otro no vio mejor, pero yo, yo pierdo cincuenta mil pesos! ¡Ay, Virgen de Antípolo! jsi esta noche al menos tu viera suerte!...

Detonaciones, rodar de coches, galope de caballos y los acordes de la música que tocaba la Marcha Real, anunciaron la llegada de S. E. el gobernador general de las islas Filipinas. María Clara corrió á escondere en su cuarto.

Mientras la casa se llenaba de gente, y fuertes pasos, voces de mando y ruido de sables y espuelas resonaban por todas partes, la atribulada joven se había arrodillado delante de la estanmpa de una Virgen. Con la cabeza inclinada sobre el pecho, parecía el tallo de una azucena doblada por la tempestad.

María Clara era tan buena y piadosa cristiana como amante hija. No sólo le atemorizaba la excomunión: el mandato y la amenazada trangquilidad de su padre le exigían ahora el sacrificio de sus amores.

Quería orar, pero no podía. Se ora cuando se espera, y cuando no, y nos dirigimos á Dios, sólo exhalamos quejas.-¡Dios mío!-gritaba su corazón.-¿Por qué separar así á un hombre, por qué negarle el amor de los demás? Tú no le niegas tu sol, ni tu aire, ni le ocultas la vista de tu cielo; ¿por qué quitarle el amor, cuando sin cielo, sin aire y sin sol se puede vivir, pero sin amor jamás? Tía Isabel vino á sacarla de su dolor. Habían llegado algunas amigas y el capitán general deseaba hablarla.

—Tía, diga usted que estoy enferma!-suplicó la joven espantada;-jme van á hacer tocar el piano y cantar!

—Tu padre lo ha prometido: vas á poner en ridículo á tu padre? María Clara se levantó, miró á su tía, retorcióse los hermosos brazos y balbuceó: -Oh! si tuviese yo...

Pero no concluyó su frase y empezó á arreglarse.