Motivos de Proteo: 154
CLIII - La voluntad colectiva. Un milagro del mapa.
editarOmnipotente fuerza, luz transfiguradora, en los hombres, no lo es menos en los pueblos. Allí, en el mapa que tengo frente adonde escribo, veo una mancha menuda, que abre un resquicio para su pálido verde, entre la gran mancha amarilla de Alemania y el celeste claro que representa al mar. Esa mancha menuda es el más pasmoso toque de pincel que se haya impreso sobre la superficie del mundo, desde que este cuadro infinito fue originalmente pintado. ¿Sabes las maravillas de voluntad que significa para el pueblo cuya obra es, esa pinta humilde del mapa? ¿Sabes hasta qué punto ella es efectivamente su obra? No ya la riqueza, ni la fuerza, ni la libertad, ni la cultura: la tierra, el suelo que pisa, el solar sobre que está puesta la casa, el limo en donde arraiga el árbol, el terrón que desmenuza la reja, son invenciones de su genio, artificiosidades de su industria, milagros de su querer. Palmo a palmo, ese pueblo quitó su tierra a las aguas; ola por ola, rechazó el embate del mar; día por día, sintió que faltaba para sus movimientos el espacio; bajo sus pies, el sustento; en torno suyo, el hálito y el calor del terruño: como despierta el huérfano y busca en vano el regazo de la madre; y día por día, los rescató con esfuerzo sublime; día por día, tuvo tierra de nuevo; como si, al amanecer de cada sol, hundiera el brazo bajo el agua, y allá, en el fondo del abismo, tomase a la roca por sus crestas, y la alzara de un arranque titánico, y la pusiese otra vez sobre el haz de la onda... ¡Tierra del suelo sin consistencia y del color sin contornos; baja, húmeda, lisa: tú eres el mayor monumento que la voluntad del hombre tiene sobre el mundo! ¡Pueblo manso y tenaz, grande en muchas tareas; tejedor y hortelano, pintor y marino; pueblo donde se da culto a las flores, que manos blancas y oficiosas cuidan en competencia tras las ventanas de donde acaso se ve, si aclara la bruma, partir las naves que van a tierras caras al sol, por ébano y naranjas y fragantes especias! Como las vacas de tus establos, así tu voluntad es fuerte y fecunda; en el desvaído azul de tus ojos hay reflejos de acero que vienen de tu alma; nadie como tú, pueblo ni hombre, se debió tanto a sí mismo; porque tal como el pájaro junta su nidamenta con las briznas de heno, y las ramillas, y la tierra menuda, y de este modo va tejiendo, hebra por hebra, su nido, de igual manera juntaste tú ese flaco barro que huellas: ¡pueblo donde se ama a las flores, donde el candor doméstico aguarda la vuelta del trabajador en casas limpias como plata, y donde ríos morosos van diciendo, si no el himno, el salmo de la libertad!