Motivos de Proteo: 144
CXLIII - Un amplio don de expresión como incentivo de falsos cambios de ideas.
editarReanudando lo que decíamos, la conversión entera y eficaz arguye convicción racionalmente adquirida y sentimiento hondo y persistente. Suscitar y mantener esta última energía, si por espontánea afluencia no acude, es empeño costoso, pero no superior a las instancias de la voluntad. Cuando uno de ambos elementos falta, la conversión es ciega o paralítica; y cuando uno de los dos es endeble, ella ve sólo como por relámpagos, o sólo se agita como por movimientos espasmódicos.
En el escritor, el orador y el poeta, a un tiempo amos y esclavos de la palabra, la docilidad a las sugestiones cambiantes del ambiente, de donde nacen conversiones efímeras, sin consistencia intelectual, sin verdadero ejercicio del criterio, ni activo acompañamiento de la voluntad, suele ser la desventaja inherente a un amplio e imperioso don de expresión, más apto, por su peculiar naturaleza, para recoger las cosas que en su derredor circulan y devolverlas en vívido reflejo, que para tomar su contenido del fondo de la propia personalidad. La veleidosa dirección del pensamiento, o quizá mejor: de la palabra, se dignifica y magnifica en esas grandes almas expresivas hasta asimilarse a la soberana facultad del primitivo épico: del alma casi impersonal puesta, como resonancia fiel y multiforme del pensar y el sentir ajenos, en el centro de un alma colectiva, que se reconoce toda entera en la vibrante voz del intérprete.
De tal modo: de modo que recuerda, hasta donde es posible en tiempos de alma complejísima, la epifanía social de los cantos de las edades épicas, resonó sobre la vasta agitación del pasado siglo el verbo arrebatador de Víctor Hugo, sucesivamente vinculado a las más diversas doctrinas, a las más opuestas direcciones morales que solicitaron la conciencia de sus contemporáneos; no tanto por desenvolvimiento interior del pensamiento y laboriosa evolución personal, cual la que rigió la magna vida de Goethe, cuanto por inmediata y como inconsciente repercusión de los clamores de afuera. No cabría reconocer sin salvedades, en la inconsecuencia congenial de Víctor Hugo, la majestuosa dinámica del pensamiento dueño de sí mismo, que, consagrado a la integración de su verdad, la busca en lo hondo de las cosas, y con exclusivo y pertinaz deseo; pero aun así, hay en esa inconsecuencia algo infinitamente más alto que la versatilidad que se reduce a vana impresión: hay la grandeza de un espíritu cíclico, que piensa sucesivamente como todos, porque a todos los resume, y atrae a su inmenso órgano verbal todas las ideas, porque de todas es capaz de exprimir la esencia luminosa.