Motivos de Proteo: 137

CXXXV
Motivos de Proteo de José Enrique Rodó
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CXXXVI - En el fuerte, la duda no es desconcierto ni ocio. La duda laboriosa es, como la fe, principio de disciplina. editar

La fuerza de esa admonición es poderosa tratándose del flaco de espíritu, que no nació para sentir el peso de otra autoridad que la que se le impone de afuera y se contiene en una fórmula encumbrada sobre el tímido vuelo de su razón. Tema éste en buenhora afrontarse con la soledad infinita; y como el niño que esconde los ojos en el regazo de la madre, rehuya la luz y vuélvase a su seguro. Pero en el alma capaz de libertad, en el alma para quien libertad significa lucha y trabajo, no habrá temor de que la renuncia al amparo de una fe caduca sea, en definitiva, desorientación y zozobra y redunde en ausencia de aquel principio director, como polo magnético del alma, que hemos considerado necesario para mantener el orden de la vida y darla sazón de idealidad. Porque, en el fuerte, la duda no es ni ocio epicúreo ni aflicción y desánimo, sino antecedente de una reintegración, apercibimiento para una reconquista, que tiene por objeto lograr, mediante el esfuerzo indomable de la conciencia emancipada, nueva verdad, nuevo centro de espiritual amor, nuevos fundamentos para el deber, la acción y la esperanza. Y este propósito nunca es vano si leal y perseverantemente se le lleva adelante. En la generación del convencimiento y la creencia, el socorro de la voluntad suple infinito; y como el reino de los cielos, la verdad padece fuerza. Ni aun se podrá decir que, cuando tal propósito no tenga premio inmediato, cuando se prolongue mucho tiempo en búsqueda e incertidumbre, quede el alma, mientras no se arriba a término, sin potestad que la resguarde y ordene. El poder de disciplina moral estará, entretanto, adscrito al anhelo y la porfía por la futura convicción. Este tenaz empeño que concentra y reparte las energías de la mente para arrostrar las proposiciones de la duda, envuelve una potencia no menos eficazmente autoritaria que la vinculada a la fe en que se reposó. Como esta fe, se opone al desconcierto del alma y a la frigidez que la hiela; como ella, impide el vacío de los días sin objeto ideal. ¿Y cuál no será su superioridad para esa función de disciplina, si la pasada fe no era la personal y profunda, enamorada y pensadora, sino aquella otra, vegetativa y lánguida, sin calor y sin jugo, que se nutre a los pechos de la costumbre y la superstición?...