Motivos de Proteo: 122

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CXXI - Proposición de un soliloquio fecundo. ¡Ayúdate de la soledad y del silencio!...

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¡Cuán complejo problema es éste de nuestras relaciones con nuestro propio pensamiento! ¡Cómo están ellas sujetas a los mismos engaños y artificios que las relaciones entre unos y otros hombres! ¡Y hasta qué punto es a veces necesario el más hábil, enérgico y pertinaz esfuerzo de sinceridad, para discernir, dentro de la propia conciencia, la idea que realmente vive, de la que, con semejanzas de vida, yace muerta, y de la que nunca fue en nosotros sino eco vano, remedo sin espíritu!

¿Cuánto tiempo hace, quizá, que no te detienes a mirar frente a frente la idea a que te vincula una pasada elección; el dogma, la escuela o el partido, que da a tu pensamiento nombre público?

Ayúdate de la soledad y del silencio. Procura alguna vez que un impulso íntimo del alma te lleve a esa alta mar del alma misma, donde sólo su inmensidad desnuda y grave se ve; donde no vibran ecos de pasión que te enajenen; donde no llegan miradas que te atemoricen o te burlen, ni hay otro dueño que la realidad de tu ser, superior a la jurisdicción de tu voluntad. Y allí, como si consultaras, a través del aire límpido, la profundidad del horizonte, pregúntate sin miedo: -¿Es verdad, verdad honda, que yo crea en esto que profeso creer? Tal convicción que adquirí un día y en la que, desde entonces, descanso, ¿resistirá ahora a que, en este centro de verdad, la traiga ante mis ojos? Tal sentimiento que considero vivo aún, porque alguna vez lo estuvo ¿no le hallaré muerto si me acerco a moverle? ¿No vivirá mi fe de la inercia de un impulso pasado? ¿Me he detenido a probar si cabe dentro de ella lo que he sabido después, por obra del tiempo? Cuando la afirmo, ¿la afirmación es sólo una costumbre de mis labios, o es cada vez, cual debe serlo, nuevo parto de mi corazón? Si ahora hubiera de decidir mi modo de pensar por vez primera; si no existiesen las vinculaciones que he formado, las palabras que he dicho, los lazos y respetos del mundo, ¿elegiría este campo en que milito?... ¿Y aquella duda que pasó un día por mi alma y que aparté de mí por negligencia o por temor?... Si la hubiera arrostrado con sinceridad valerosa ¿no hubiera sido el punto de arranque para una revolución de mis ideas? Mi permanencia en esta comunidad, mi adhesión a esta filosofía, mi fidelidad a esta ley ¿no son obstáculos para que adelante en la obra del desenvolvimiento propio? ¿Me digo la verdad de todo esto a mí mismo?... ¿No se cruza, entre el fondo de mi pensamiento y mi conciencia, el gesto de una máscara?...

Haz esta meditación. Ponla bajo la majestad de la alta noche, o ve con ella al campo, abierto y puro, libre de ficción humana, o junto al mar, gran confidente de meditabundos, cuando el viento enmudece sobre la onda dormida. Ayúdate de la soledad y del silencio.