Motivos de Proteo: 105
CIV - Una vocación suscita otras. Asociación o subordinación de vocaciones. Casos en que coexisten sin asociarse.
editarCon esta aptitud de una potencia directora del alma, para avasallar, habilidosa e indirectamente, todo lo que medra en torno de ella, sin necesidad de propender a quedar solitaria y única, tiene congruencia el tema que llamaré de la asociación o la subordinación de vocaciones. A los casos en que el tiránico y receloso absolutismo de una vocación, como el que indicamos en Carlos XII y en San Bruno, hiela y aridece el espíritu para cuanto se aparte de una perenne idea, pueden oponerse aquellos en que una vocación predominante, sin disminución de su fervor, sino, por el contrario, persuadida de éste mismo, suscita y estimula otras vocaciones secundarias, conviviendo con ellas y empleándolas como instrumentos suyos, con lo que se resarce de la parte que les cede de fuerza y atención.
La universalidad legitimada por una omnímoda e igual suficiencia es privilegio rarísimo; y aquella falsa universalidad que disipa en aplicaciones vagas y dispersas las energías que pudieran ser fecundas si se las fijara un objeto constante, es como rasero que allana todo relieve del pensamiento y de la voluntad; pero la unión de dos y aun más, vocaciones, cuando las vincula una correlación orgánica, que hace que se complementen o auxilien entre sí, es eficaz y dichosa armonía que la Naturaleza frecuentemente concierta, y constituye un interesante sujeto a que referir la observación de los espíritus.
Veces hay en que no puede hablarse de asociación de dos vocaciones, ni de subordinación de la una a la otra, sino sólo de coexistencia. Viven ambas en incomunicación, sin que las enlace ni una afinidad esencial, proveniente de su índole y objeto, ni una relación que traben accidentalmente en la unidad personal de quien las reúne. Cada vocación es un sistema autónomo, y como un alma parcial, que se manifiesta por actos a que para nada trasciende el influjo de la otra. Ejemplo de ello hallaríamos en la personalidad de Garcilaso, movida, a un tiempo, por los númenes de la guerra y de la poesía, y en quien el poeta no se acordó jamás de que era a la vez heroico soldado, porque cantó, no glorias épicas, sino escenas pastoriles y tiernos amores. Serían ejemplo de ello, también, los sabios en las ciencias de la naturaleza que, como Arago y como el químico Dumas, concedieron parte de su tiempo a la acción o la propaganda política. Pero, con mucha más frecuencia, dos vocaciones que coinciden en una sola alma, mantienen entre sí relaciones, más o menos claras y directas, de ayuda y colaboración. Y aun cuando no concurran, ni tengan modo de concurrir, a un objeto común, sino que aparentemente se separen para la obra, esas dos aptitudes que un mismo espíritu abarca, suelen auxiliarse, cada cual desde su campo, de tan eficaz y recíproca manera, que se las compararía con el alga y el hongo contenidos en la unidad maravillosa del liquen: asociación inquebrantable, conmovedor ejemplo de mutuo socorro para las primeras luchas por la existencia, en que el alga toma del hongo la humedad que ella no tiene y necesita, y el hongo toma del alga los principios asimilables que él no podría elaborar por sí. Cada aptitud proporciona a la otra, elementos, sugestiones, estímulos, medios de disciplina o de expresión.
Pocas veces este lazo solidario entre dos aptitudes que comparten la extensión y fuerza de un espíritu, está fundado sobre tan justa reciprocidad y tan exacta proporción, que no sea posible señalar cuál de las dos descuella y tiene el mando; aunque no por esta preferencia de una ha de entenderse que el beneficio de la unión sea para ella sola, sino común a entrambas; a la manera como hay común interés en las relaciones entre el amo y el obrero, o entre el maestro por oficio y el alumno. Aun en aquellos espíritus universales en que multitud de aptitudes se congregan, determinando una como ausencia de vocación diferenciada y precisa, no es difícil empeño acertar con la nota fundamental. Así, en don Alfonso el Sabio, predomina el carácter del legislador; en el Dante, el del poeta; en Raimundo Lulio, el del filósofo; el del pintor en Leonardo de Vinci.