Escena VII

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MONEDA.- Buen día.

CIRIACA.- ¡Hijo mío! ¿Por qué has hecho eso?

MONEDA.- Yo no he hecho nada, mamá. (A Carmen.) Buen día, Carmen.

CARMEN.- (Responde con la cabeza.)

CIRIACA.- ¿Por qué no me dijiste que estabas metido en ese asunto? Yo te hubiera dado un consejo de madre, un consejo verdadero.

MONEDA.- Yo no estoy metido en nada.

CIRIACA.- ¿Pa qué sos terco, si te han encontrado en el baúl, la mar de billetes falsos?

MONEDA.- ¡Ah! De modo que usted también cree que yo tenía los falsos en el baúl.

CIRIACA.- Claro que sí, hijo.

MONEDA.- Entonces, ¿es cierto? ¿Es verdad, es verdad eso?

CIRIACA.- ¿Y por qué has de negarlo? Si yo te los hubiera visto, los saco y los quemo. Pero los encontró la autoridad. Confesá y no seas pavo. Sí, así la sacás con tres o cuatro añitos, diciendo la verdad tal vez sea menos.

MONEDA.- Es claro. Bueno. Viá a contarlo todo, todo, comisario. Moneda falsa va a decir la verdad.

COMISARIO.- Así me gusta. Yo te prometo que...

MONEDA.- No prometa nada. ¿Puedo hablar dos palabras con esta mujer? ¿Aparte?

COMISARIO.- Hablá nomás.

MONEDA.- Vení, Carmen.

CARMEN.- ¿Qué querés?

MONEDA.- ¿Fuiste vos?

CARMEN.- ¿Qué?

MONEDA.- ¿Fuiste vos, vos?

CARMEN.- ¡Sí, me obligó!... ¡Quería matarme! ¡Yo no tuve la culpa! ¡Quería matarme!

MONEDA.- ¡Vos!... ¡Tan luego vos!...

CARMEN.- No pude. Mi negro, no pude!

MONEDA. -Tu negro, ¿no? ¡Tomá, perra! Pa que te acordés de Moneda Falsa. (Le da un golpe en la cara.)

CARMEN.- (Cayendo.) ¡Ay!...

MONEDA.- Este no es falso. ¡Es oro!

COMISARIO.- ¡Moneda! ¿Qué es eso? ¿Por qué has hecho eso?...

MONEDA.- Es el genio que me ha vuelto. No haga caso. Asuntos privados. No te aflijás, vieja. Ella te va a cuidar... Cuando quiera, señor comisario.

COMISARIO.- Bueno, largá.

MONEDA.- Tenía usted razón. Esos diez fallutos todos eran míos. Se los compré a Bellini en la anterior falsificación.


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