Mitos y fantasías de los aztecas.
de Guillermo Marín Ruiz
El discurso de Moctezuma II

XIV.- EL DISCURSO DE MOCTEZUMA...
Huitzilopochtli se entrega a Quetzalcóatl.

Con toda la solemnidad y protocolo que era dado en el Anáhuac. “El que manda obedeciendo” al Consejo Supremo, Moctezuma el Huey Tlatoani de la México—Tenochtitlán dará un discurso a todos los Señores tributarios del imperio azteca. Moctezuma inicia así su discurso:

"Hermanos y amigos míos, ya sabéis que de mucho tiempo acá vosotros y vuestros padres y abuelos habéis sido y sois súbditos y vasallos de mis antecesores y míos y siempre de ellos y de mí habéis sido muy bien tratados y honrados y vosotros asimismo habéis hecho lo que buenos y leales vasallos son obligados a sus naturales señores y también creo que de vuestros antecesores tenéis memoria cómo nosotros no somos naturales de esta tierra y que vinieron a ella de muy lejos tierra y los trajo un señor que en ella los dejó, cuyos vasallos todos eran. El cual volvió dende ha mucho tiempo y halló que nuestros abuelos estaba ya poblados y asentados en esta tierra y casados con las mujeres de esta tierra y tenían mucha multiplicación de hijos, por manera que no quisieron volverse con el ni menos lo quisieron recibir por señor de la tierra y él se volvió y dejó dicho que tornaría o enviaría con tal poder, que los pudiese constreñir y atraer a su servicio. Y bien sabéis que siempre lo hemos esperado y según las cosas que el capitán nos ha dicho de aquel rey y señor que le envió acá y según la parte de donde él dice que viene, tengo por acierto y así lo debéis vosotros tener, que aqueste es el señor que esperábamos, en especial que nos dice que allá tenía noticia de nosotros y pues nuestros predecesores no hicieron lo que a su señor eran obligados, hagámoslo nosotros y demos gracias a nuestros dioses porque en nuestros tiempos vino lo que tanto aquéllos esperaban. Y mucho os ruego, pues a todos es notorio todo esto, que así como hasta aquí a mí me habéis tenido y obedecido por señor vuestro, de aquí en adelante tengáis y obedezcáis a este gran rey, pues él es vuestro natural señor y en su lugar tengáis a este su capitán y todos los tributos y servicios que hasta aquí a mí me hacíades, hacedlos y dadlos a él, porque yo asimismo tengo de contribuir y servir con todo lo que me mandare y demás de hacer lo que debéis y sois obligados, a mí me haréis en ello mucho placer". Lo cual todo lo dijo llorando con las mayores lágrimas y suspiros que un hombre podía manifestar y asimismo todos aquellos señores que le estaban oyendo lloraban tanto, que en gran rato no le pudieron responder. Y certifico a vuestra sacra majestad, que no había tal de los españoles que oyese el razonamiento, que no hubiese mucha compasión.

Y después de algo sosegadas sus lágrimas, respondieron que ellos lo tenían por su señor y habían prometido de hacer todo lo que les mandase y que por esto y por la razón que para ello les daba, que eran muy contentos de hacerlo y que desde entonces para siempre se daban ellos por vasallos de vuestra alteza y desde allí todos juntos y cada uno por sí prometían y prometieron, de hacer y cumplir todo aquello que con el real nombre de vuestra majestad les fuese mandado, como buenos y leales vasallos lo deben hacer y de acudir con todos los atributos y servicios que antes al dicho Mutezuma hacían y eran obligados y con todo lo demás que le fuese mandado en nombre de vuestra alteza. Lo cual todo pasó ante un escribano público y lo asentó por auto en forma y yo lo pedí así por testimonio en presencia de muchos españoles. Pasado este auto y ofrecimiento que estos señores hicieron al real servicio de vuestra majestad, hablé un día al dicho Mutezuma y le dije que vuestra alteza tenía necesidad de oro para ciertas obras que mandaba hacer y que le rogaba que enviase algunas personas de los suyos y que yo enviaría asimismo algunos españoles por las tierras y casas de aquellos señores que allí se habían ofrecido, a rogarles que de lo que ellos tenían sirviesen a vuestra majestad con alguna parte, porque demás de la necesidad que vuestra alteza tenía, parecería que ellos comenzaban a servir y vuestra alteza tendría más concepto de las voluntades que a su servicio mostraban y que él asimismo me diese de lo que tenía, porque lo quería enviar, como el oro y como las otras cosas que había enviado a vuestra majestad con los pasajeros. Y luego mandó que le diese los españoles que quería enviar y de dos en dos y de cinco en cinco, los repartió para muchas provincias y ciudades, cuyos nombres, por haberse perdido las escrituras, no me acuerdo, porque son muchos y diversos, más de que algunas de ellas están a ochenta y a cien leguas de la dicha gran ciudad de Temixtitan y con ellos envió de los suyos y les mandó que fuesen a los señores de aquellas provincias y ciudades y les dijese cómo yo mandaba que cada uno de ellos diese cierta medida de oro que les dio. Y así se hizo que todos aquellos señores a que él envió dieron muy cumplidamente lo que se les pidió, así en joyas como en tejuelos y hojas de oro y plata. Y otras cosas de las que ellos tenían, que fundido todo lo que era para fundir, cupo a vuestra majestad del quinto, treinta y dos mil y cuatrocientos y tantos pesos de oro, sin todas las joyas de oro, plata, plumajes, piedras y otras muchas cosas de valor que para vuestra sacra majestad yo asigné y aparté, que podrían valer cien mil ducados y más suma; las cuales demás de su valor eran tales y tan maravillosas que consideradas por su novedad y extrañeza, no tenían precio ni es de creer que alguno de todos los príncipes del mundo de quien se tiene noticia las pudiese tener tales y de tal calidad. Y no le parezca a vuestra majestad fabuloso lo que digo, pues es verdad que todas las cosas criadas así en la tierra como en la mar, de que el dicho Mutezuma pudiese tener conocimiento, tenían contrahechas muy al natural, así de oro como de plata, como de pedrería y de plumas, en tanta perfección, que casi ellas mismas parecían; de las cuales todas me dio para vuestra alteza mucha parte, sin otras que yo le di figuradas y él las mandó hacer de oro, así como imágenes, crucifijos, medallas, joyeles, collares y otras muchas cosas de las nuestras, que les hice contrahacer. Cupieron asimismo a vuestra alteza del quinto de la plata que se hubo, ciento y tantos marcos, los cuales hice labrar a los naturales, de platos grandes y pequeños, escudillas, tazas y cucharas y lo labraron tan perfecto como se lo podíamos dar a a entender.” Hernán Cortés, “Segunda Carta de Relación” de 1520.

Este discurso lo deberíamos conocer todos los hijos de los hijos de Los Viejos Abuelos del Anáhuac, para entender los que sucedió después. La pregunta es, ¿porqué, sí los aztecas se entregaron a los impostores de Quetzalcóatl, se desató una lucha encarnizada y un baño de sangre de cientos de miles de muertos? ¿Qué fue lo que obligó a los anahuacas a romper su compromiso de respetar y obedecer a Cortés, el enviado de Quetzalcóatl?

LA VERDADERA RAZÓN DE LA CONQUISTA.

Ésta es la entrega de los aztecas a los españoles. El Tlatócan creyó en las mentiras de Cortés y dado que ellos se sabían transgresores históricos de la Toltecáyotl y de Quetzalcóatl, aceptaron su derrota ideológica y religiosa. Huitzchilopoztli había sido derrotado, pero la estructura de Tloque Nahuaque y Ometeótl, seguía en pie. Creían que los españoles regresarían a la costa y de ahí irían al Oriente, como en su día se había marchado el mismo Quetzalcóatl. El “imperio azteca” cayó por sus propios errores de origen. No por “la valentía, superioridad tecnológica o inteligencia" de los europeos. Los aztecas labraron su propia caída desde la misma conformación de su poderío, sustentado en la Guerra Florida utilizada como medio para someter a pueblos y hacerlos tributarios, y sobre todo, de modificar la religión y filosofía ancestral del Anáhuac, conocida como Toltecáyotl. El imperialismo mexica y su arrogancia, sembraron muchos resentimientos y odios, que el mentiroso y oportunista de Cortés utilizó para poner a los pueblos enemigos y sojuzgados en su contra.

Tlacaelel se había equivocado y la imposición que hizo del culto a la materia, la guerra y el comercio. Esta trasgresión temporalmente, les dio un poder limitado y efímero, pero finalmente fue lo que los derrotó. El poder del “famoso imperio azteca” de los historiadores hispanistas, no duró más de 81 años. Y su poder fue muy relativo, pues jamás conquistó y sometió a su ideología místico, materialista, guerrera a los pueblos que hoy conforman las regiones: maya, oaxaqueña, guerrerense y lo que se conoce como la zona de influencia de la poderosa cultura purépecha, que abarcaba la zona conocida como Occidente, en los estados que hoy se llaman, Michoacán, parte de Guanajuato, Jalisco, Nayarit, Colima y Sinaloa. Y por supuesto, los aztecas jamás dominaron a los pueblos de la Gran Chichimeca, de Querétaro hacia el Norte.

XV. CHOQUE DE CIVILIZACIONES.

EL MISTICISMO Y LA ESPIRITUALIDAD VS. LA CODICIA Y EL CRIMEN.

En 1519 en el Anáhuac hubo más que un choque de civilizaciones. Lo que sucedió aquí hace casi cinco siglos fue una terrible agresión de una civilización a otra. No hubo “igualdad”, no fue un encuentro o choque entre iguales. El ejemplo más cercano es “la invasión de un virus a un organismo debilitado”. Porque la conquista del Anáhuac no pudo darse por un puñado de 850 filibusteros, ni por la supuesta superioridad cultural, racial, religiosa, tecnológica militar, que afirman las voces hispanistas.

La invasión y ocupación del Anáhuac se debió al debilitamiento cultural (religioso ideológico) que había