Mitos y fantasías de los aztecas/11
X. QUÉ FUE LO QUE DESUNIÓ A LOS INDÍGENAS:
La trasgresión religiosa y filosófica de los mexicas.
Los Viejos Abuelos en el Anáhuac, desde la aparición de la cultura olmeca en el año 1500 a.C. encontramos la presencia de la Serpiente Emplumada. Esta figura filosófica—religiosa seguirá presente en el periodo Clásico con los toltecas y llegará hasta el postclásico.
Quetzalcóatl es un icono de la Toltecáyotl. Todas las culturas del Anáhuac lo tendrán presente, con diferentes nombres de acuerdo a su lengua, con diferente iconografía de acuerdo a su estilo artístico, pero en todas se representará como una serpiente emplumada.
Su significado filosófico es la búsqueda del equilibrio del espíritu representado por un ave (quetzal), y la materia representada por la serpiente (cóatl). De esta manera, encarnar el símbolo del "Quetzalcóatl", representa encontrar el difícil equilibrio entre nuestro ser material y nuestro ser espiritual. Todos los pueblos del Anáhuac vivieron este símbolo durante miles de años en una dualidad divina Tláloc—Quetzalcóatl.
Sin embargo, fueron los mexicas los que trasgredieron esta ancestral filosofía y suplieron a Quetzalcóatl por el dios tribal de los mexicas. De esta manera Huitzilopochtli pasó a ocupar el lugar de Quetzalcóatl en el símbolo de la dualidad divina. En el Templo Mayor de Tenochtitlán se puede apreciar claramente esta imposición. En la parte superior del Templo mayor existían dos pequeñas construcciones dedicadas a Tláloc y a Huitzilopochtli. Cuando la tradición tolteca enseñaba que era Tláloc—Quetzalcóatl. Los mexicas impusieron hasta donde pudieron esta visión de la dualidad divina a los pueblos tributarios. Pero los demás pueblos del Anáhuac se mantuvieron en la ancestral tradición. De esta manera los pueblos mayas, los oaxaqueños, los de las montañas de Guerrero, los purépechas, los tlaxcaltecas y por supuesto los que integraban la gran Chichimeca, que comenzaba desde lo hoy es el estado de Querétaro hasta el árido Norte.
Esta trasgresión de la Toltecáyotl fue uno de los elementos más importantes que tenían enfrentados y desunidos a los pueblos del Anáhuac a la llegada de los invasores europeos.
El temor de la dirigencia mexica del regreso de Quetzalcóatl.
También al interior de la dirigencia mexica existía un malestar por la doctrina que impuso Tlacaelel. Recuérdese que la nobleza de los pueblos de Valle del Anáhuac se educaba en el calmécac de Cholula, último reducto de los toltecas. Ahí se trasmitía la Toltecáyotl, de modo que los cuadros dirigentes de los pueblos sabían que el culto a Huitzilopochtli era una imposición y una degradación.
Los sacrificios humanos fueron prohibidos por Quetzalcóatl, de modo que especialmente la dirigencia mexica cada 52 años temía el profetizado regreso de Quetzalcóatl para restablecer su filosofía y religión.
La imposición de fuertes tributos y humillaciones de los mexicas a algunos pueblos del Anáhuac.
Durante los miles de años que transcurrieron desde la invención de la agricultura y el maíz, aproximadamente en el año seis mil antes de Cristo, hasta la aparición de los mexicas en el Valle del Anáhuac en el Siglo XIII. Y después de inventar el cero matemático y la cuenta perfecta del tiempo, los Viejos Abuelos JAMÁS DESARROLLARON LAS ARMAS. En efecto, es sorprendente que las mismas armas que recibieron de la prehistoria: el arco, la flecha, la lanza, el escudo, el mazo y la honda, serán con las que enfrentarán la invasión europea.
Este hecho, que pasa “extrañamente” inadvertido por los “investigadores hispanistas” del México antiguo, resulta revelador y contundente. Los antiguos habitantes del Anáhuac, por miles de años, jamás sustentaron su desarrollo cultural en las armas a diferencia de los demás pueblos antiguos del mundo. La guerra fue más simbólica que depredadora. En especial en el periodo Clásico (200 a.C.-850 d.C.), y para los mismos mexicas trasgresores y materialistas, la guerra fue una actividad que estaba creada para “tomar prisioneros vivos”, no para matar. Es difícil concebir para la visión occidental una guerra en la que esté prohibido matar. Las guerras floridas de los mexicas tenían como objetivo tomar prisioneros e imponer pesados tributos, como nunca antes se había dado en el Anáhuac, a los pueblos vencidos. Estos pesados tributos mantenían un clima de odio y resentimiento en contra de Tenochtitlán. Este malestar fue el que uso Cortés para buscar las alianzas con los pueblos sojuzgados.
Las rivalidades entre los señoríos.
Se supone que durante el periodo Clásico fue una época dorada en la que los Venerables Maestros toltecas guiaron a los pueblos del Anáhuac por el camino virtuoso del desarrollo espiritual. En este periodo no existieron guerras, entre otras cosas, porque el proyecto social estaba encaminado al desarrollo espiritual. Un dato que corrobora esta hipótesis es que como ya se dijo, los anahuacas por milenios, jamás se dedicaron al desarrollo de las armas y nunca inventaron la moneda. Por tal razón los conflictos humanos no se resolvían con las armas y en general, no había guerras.
Sin embargo, alrededor de la mitad del siglo IX, los centros de conocimiento, hoy llamados "zonas arqueológicas" fueron destruidos y cubiertos de tierra. Los maestros toltecas literalmente desapreciaron y dejaron dicho que retornarían igual que Quetzalcóatl. Esta fractura marca el momento más oscuro de la historia del Anáhuac. Con la ausencia de la sabiduría simbólicamente representada con la figura de Quetzalcóatl, los pueblos empezaron a tomar “sus propios caminos” y sin la guía de los maestros toltecas empezaron a degradar sus enseñanzas.
Los administradores se convirtieron en una clase dominante y nacieron los linajes y las familias gobernantes, con ellos se dividieron las tierras y surgieron los Señoríos. Los sacerdotes se convirtieron en una casta divina con poder y llegaron a asumir al sumo sacerdote como la representación humana de Quetzalcóatl. Este periodo se conoce como Postclásico o periodo decadente. Antes de iniciar el primer milenio de la era, los señoríos empezarán a fortalecerse y por tal, a expenderse, lo que trajo los conflictos y las guerras.
El tributo humano que los mexicas impusieron a los tlaxcaltecas a través de las Guerras Floridas.
En la medida que crecía el poder mexica y su ideología místico—guerrera, aumentaban los territorios tributarios. Los ejércitos mexicas cuando pasaban por el territorio de un pueblo tributario, es decir, que ya había sido sometido militarmente, jamás saqueaban sus graneros y provisiones. Esto imponía un gran sacrificio y desgaste para sus tropas, que tenían que transportar sus bastimentos por largos días de pesadas caminatas hasta llegar a los territorios de pueblos no tributarios para iniciar el combate.
Por esta razón los mexicas no sometieron a Tlaxcala. Los tlaxcaltecas tenían fama de ser temidos y esforzados guerreros, por lo cual los mexicas los “retaban” constantemente a las que llamaron “batallas floridas”, para tomar prisioneros para sacrificarlos. Por medio de mensajeros se retaban en un día preciso y en un lugar determinado, con número acordado de hombres. Estas “batallas floridas” fueron, de alguna forma, el tributo que pagaban los tlaxcaltecas a los mexicas y que les evitaba desplazar muy seguido, por grandes distancias grandes ejércitos en busca de corazones para alimentar al Quinto Sol.
La injerencia de los mexicas en Texcoco.
La Triple Alianza o Excan Tlahtoloyan, integrada por los Señoríos de México Tenochtitlán, Texcoco y Tlacopan, que se unieron para derrotar a Azcapotzalco en 1430 fue el inicio de la Confederación del Anáhuac.
El Señorío de Texcoco fue gobernado brillantemente por Netzahualcóyotl, tlatoani famoso por su sabiduría y su grandeza de espíritu. Su hijo Netzahualpilli continuó con el engrandecimiento de Texcoco. Los tres hijos legítimos de Netzahualpilli eran: Tetlahuehuetzquitih (considerado incapaz de gobernar), Coanacoch y Ixtlilxóchitl II. Sin embargo, Netzahualpilli tuvo un hijo ilegitimo llamado Cacamatzin, la hermana de Moctezuma II, y éste intervino para que nombraran tlatoani a Cacamatzin en vez de Ixtlilxóchitl II, a quien le tocaba la responsabilidad y así lo había dispuesto el difunto Netzahualpilli. Esta intromisión de Moctezuma II en el Señorío aliado de Texcoco provocará que Ixtlilxóchitl II se enfrente a Moctezuma, y a la llegada de Cortés, se aliara a los españoles para buscar recuperar el poder de Texcoco. Ixtlilxóchitl II se convirtió posteriormente, no solo en el mejor aliado de Cortés, sino en su brazo derecho al vencer a los de Iztapalapa, construir con su gente los bergantines y hacer un canal para llevarlos al lago y finalmente, fue la inteligencia militar para la toma de Tenochtitlán, ejerciendo el liderazgo con los aliados indígenas de Cortés. La conquista del Anáhuac fue una guerra fratricida y los conquistadores, así como los historiadores hispanistas, le han quitado todo el mérito, tanto al texcocano Ixtlilxóchitl II, como las cientos de miles de guerreros que vencieron a los mexicas. La historia hispanista le niega la honra y el mérito a Ixtlilxóchitl de ser la figura clave en la huida de los europeos de Tenochtitlán y en haberlos salvado del exterminio total, pues “la historia oficial” no dice que hubo una acción concertada entre la salida del templo Mayor y un ataque de Ixtlilxóchitl por agua y tierra a Tenochtitlán. Esta brillante acción militar tomó por sorpresa a los aztecas, que al repeler el ataque, no pudieron concentrarse en exterminio de los invasores. Además de que los texcocanos fueron cuidándoles las espaldas hasta los llanos de Otumba, en donde los socorrieron totalmente a pesar de que Cortés y sus hombres, que venían heridos, cansados y sin dormir, atacaron al hermano de Ixtlilxóchitl que fue enviado para llevarle comida y protegerlos hasta Tlaxcala.
Tratar a Cortés como un embajador.
La sabiduría milenaria tolteca del Cem Anáhuac poseía una compleja tradición en cuanto al valor de “la palabra” y la función de “los embajadores”. Cortés era un filibustero que venía a robar y hacerse rico a través del engaño y la traición. Por el puente lingüístico que se formó entre Jerónimo de Aguilar y la Malinche, Cortés se enteró del momento histórico y crisis que se vivía en el Anáhuac. Aprendió y usó las formas culturales de los milenarios pueblos del Anáhuac, para sorprenderlos con su mente criminal y rapaz. Cortés a cada paso que daba se jugaba la vida, con los españoles y con los indígenas, debido a que a los dos engañó y traicionó.
La mentira de que él era el embajador y capitán de Quetzalcóatl, y que éste lo había enviado desde el otro lado del mar, del Oriente, para entrevistarse con las autoridades de México Tenochtitlán para rectificar las reformas de Tlacaelel. Primero, le daban el estatus de representante de la divinidad ancestral del Anáhuac. Cortés se aprovechó y abusó de ese estatus con los pueblos originarios que creían en “su palabra”. Segundo, además que una serie de “casualidades y confusiones”, presagios y símbolos se conjuntaron para que fuera creído su discurso. Tercero, el mezclar y confundir a propósito la figura de Quetzalcóatl con el rey de España. La religión cristiana con la religión de Quetzalcóatl, que esencialmente tienen los mismos valores y el mismo mensaje. Y el afirmar reiteradamente que se estaba cumpliendo la profecía tan esperada por unos y tan temida por otros, del regreso de Quetzalcóatl.
Cortés y su banda de forajidos fueron tratados como embajadores de una divinidad. Escuchados y creídos sus falaces argumentos que siempre buscaron enfrentar y dividir a los pueblos originarios que vivían un momento de decadencia, divisionismo y fatalismo.
Las intrigas de Cortés.
Por todo lo anterior, la fortaleza de Cortés era la debilidad de los pueblos del Anáhuac. La historia hispanista nos pinta a un prohombre, un héroe de la civilización judeocristiana luchando con un puñado de “valerosos soldados” por la grandeza de la corona española y la expansión de la religión católica. Abriendo “las puertas de la historia” a una de las gestas heroicas más grandes de Occidente. A Cortés se le llegó en su momento a equiparar cono el nuevo Alejandro el Magno de Europa.
Pero todo es totalmente falso. Una calumnia histórica que muy pocos tienen el valor de aclarar y reclamar.
No fue ni el valor y mucho menos la grandeza de espíritu de un puñado de filibusteros rapaces, dirigidos por una astuta mente criminal, sino la decadencia cultural y la crisis religiosa que se vivía en ese momento en el Anáhuac, lo que produjo una sangrienta guerra civil acrecentado la tragedia y la mortandad producida por la primera guerra bacteriológica del planeta, que redujo de 25 millones a un millón de habitantes el Anáhuac. Extrañamente lo mismo pasó en Perú con Pizarro y los incas.