Mi media naranja: 04

Mi media naranja
de Felipe Trigo
Primera parte
Capítulo IV

Capítulo IV

Miro el reloj.

Las once menos cuarto.

Jala acaba de partir. Baila en el Salón Madrid su danza griega á las once en punto.

Otro curso de pública voluptuosidad como á mí acaba de explicármelo en privado... con prácticas.

Jala deja llena de tedio mi casa y mi alma. Desde las diez, tenía ya un verdadero afán por que se fuese.

Y, no obstante, la pobre ha hecho cuanto humanamente estaba de su parte por ser gentil. Toda la coquetería. Toda la galantería.

Recuerdo á mi Inés.

Lánzame de la cama el afán de contemplar el bello retrato de mi Inés.

Está sobre la chimenea. Llego, lo cojo y acércolo á mis labios con el ansia de un largo beso de pureza.

He cerrado los ojos para dormirme en la pureza del beso á este retrato, y al abrirlos parece que se me burlan todos estos innumerables retratos, que llenan las paredes, los estantes, las vitrinas -de estas otras mujeres como Jala.

Es una manía bien dulce: toda mujer que pasa por mis brazos le ha de dejar á «mi museo», á mi recuerdo personal, su fotografía.

Allí está la de Jala, en cueros (quiero decir con su público «traje» de baile: sin mallas y con unas gasas por el seno y la cadera); allí está, sobre la mesita de noche.

La mayor parte de todas estas más, no andan mejor de ropa.

Me voy vistiendo.

Sigo, al mismo tiempo, mirando los retratos.

Algunos, pertenecientes á las púdicas, y que marcan historias más ó menos complicadas, terribles, dramáticas algunas veces..., están, como el de Inés, y por contraste con los mil de los trances volanderos, castamente vestidos hasta el cuello y las muñecas.

De las desnudeces de algunas de sus «dueñas» sólo conserva el recuerdo el fondo de mis ojos.

¿Por qué esta diferencia entre unas y otras, de pudor y de descaro?

Mujeres, mujeres por igual.

Y se diría que son seres de dos razas diferentes, de dos mundos diversos... las impuras y las puras.

Es mi dolor.

Mi dolor eterno, terrible é implacable.

Yo ó les pondría á las deshonestas, en su bella libertad, un poco de perfume de candor, ó á las pudorosas un mucho de este inmenso y pagano arte de agradar de las impúdicas.

Entre tanto, mi vida, mis ansias; no tienen más remedio que ir en continuos rechazos y atracciones de las unas á las otras. Desde las Ineses á las Jalas. Saladísimas las Jalas, pero bestias. Deliciosas las Ineses, pero sosas.

De una sosería absolutamente inaceptable para los que ya tenemos demasiadamente el gusto de la sal.

Yo quisiera resumir en sólo una bella mujer y para siempre... al ángel con la hetaira.

¿Dónde está?... ¿Inés?

Problema.

¡Y bien problema!

Cuando me casase y ella viniese aquí..., probablemente, seguramente, empezaría por destruirme este museo sentimental, por querer quemar estos retratos... ¡si yo no los guardase previamente «como la múltiple vergüenza de las vergüenzas de mi vida»!

Es decir, que mi boda, que mi «aspiración á una honrada», habría de condicionarse por una abdicación, por una especie de reconocimiento implícito, en mi conciencia, de toda «la vileza y la indecorosidad» de mi pasado. Por una hipocresía... como en los demás, puesto que ni yo ni los demás, por eso, habríamos de dejar de recordar «ese pasado» con delicia y con... orgullo.

¡Valiente «base» para cimentar un matrimonio! ¡Valiente modo de fundar sobre la mutua fe y sobre la recíproca lealtad de dos «medias naranjas» el «naranjal» de una familia!

Bien. Estoy vestido. Me voy.

El caso es que como siempre, me llevo de con las mujeres (¡oh, divinas, sin embargo!) una gran pena de engañado, de defraudado, de insatisfecho... como un sediento de la vida que quisiera alguna vez la copa entera de la vida, y que bebe siempre... media copa.

Salgo.

Vuelvo á descender la marmórea escalera de mi nobilísima casera la duquesa.

En la copa me ha faltado esta noche su mitad de alma... y hablaría ahora de buen grado con mi Inés. No es posible. Su madre hace que ella sea, para mí, la novia niña con quien sólo se habla ante las gentes.

En su verja, á esta luna, doselada ella por los cersis... ¡cuán puro había de ser el beso que le diera!

No es posible.

A falta de ella, y si no fuese tan tarde, querría llenar mi alma con su imagen, fingida entre las etéreas y románticas armonías de alguna orquesta.

¡Sí, sí, resueltamente; desde hace poco tiempo me encuentro en una «crisis lírica»!... Mi vida idiota de soltero y volandero me aburre. Úrgeme cambiarla. Pero... ¿cómo, si no se puede hacer de una esposa la perfecta compañera, la enorme amiga, la exacta é igual «media naranja» tan famosa, capaz de compenetrar todos sus jugos... y sus sales, con la otra media?

Por lo pronto, en la duda, me acogeré á la amplia franqueza y á la hermosa libertad con mis amigos. Tengo mi tertulia en el Casino.