Mezclilla: 19
I
editarHace tiempo que tengo propósito de escribir algo acerca de este publicista francés, que es uno de los más notables entre los jóvenes. D. Juan Valera anunciaba, no ha mucho, en uno de sus excelentes artículos de la Revista de España el propósito de dedicar uno de sus trabajos literarios próximos a Paul Bourget. Me halagó que tan perspicuo ingenio hubiera coincidido con este humilde aficionado al detener la atención singularmente entre los varios escritores franceses de la nueva generación, en el autor de los Ensayos psicológicos y del Cruel enigma; pero al mismo tiempo pensé que era casi un deber de cortesía, y un buen consejo de la prudencia, esperar a que el maestro hablase, o por lo menos no tratar con mucho detenimiento asunto que él ha de tocar, según promete.
Por otra parte, cuando yo formé tal propósito, Paul Bourget, aunque ya muy apreciado por algunos, no era estimado en todo lo que vale por la generalidad de los críticos y lectores, y había alguna novedad y cierta conveniencia del arte en propagar sus méritos. Hoy ya no sucede lo mismo: Bourget es uno de los escritores que están de moda en París, y puede decirse, por consiguiente, que en todo el mundo literario. Confieso que, para mí, hablar de un Bourget no famoso todavía, cuyos méritos no hubiesen sido objeto de la atención de muchos, hubiera sido más agradable tarea, de mayor incentivo, que hacer coro a los aplausos generales.
Y esto, principalmente, porque hay muchos, entre los que elogian, tal vez ya demasiado, al notable crítico y novelista, que no lo hacen con muy buena intención, sino con la muy dañada de molestar, si tanto pueden, a otros escritores de mucho crédito, cuya gloria pretenden ellos oscurecer con el incienso tributado al nuevo ídolo que todavía no ha llegado a crearse las enemistades de la envidia; especie de óxido de que no puede librarse jamás el talento expuesto por largo tiempo al aire libre. El mismo Paul Bourget habla en su última novela, Mensonges, principal asunto de este artículo, de varias épocas de la vida literaria, y una de ellas dice que es aquella en que se sale de la oscuridad, y se recibe público homenaje de admiración por parte de los que hacen del escritor nuevo y de su fama arma de combate contra la gloria de los autores ya eminentes. No cabe duda, aunque el hecho sea muy triste, que así como el elector ateniense negaba su voto a Arístides porque ya estaba cansado de su virtud, muchos críticos y lectores se llegan a cansar de los buenos literatos, y votan contra ellos, y hablan de su decadencia a troche y moche, poniendo todos los conatos de su actividad en buscar un hombre nuevo, un ingenio de reciente fama, que ofusque al otro y lo relegue al olvido.
Entre los enemigos de Zola, por ejemplo, se nota el prurito de elevar a todas horas, y sin límites, a Guy de Maupassant y a Paul Bourget.
Este, discreto como pocos, y al parecer hombre seriamente moral, toma, ante semejante campaña, una actitud que le honra; ni deja de saborear la gloria con que se le brinda, porque tiene la conciencia de que por sus propios méritos la tiene ganada, ni tampoco se deja engañar por la mala intención que quiere, con miras bastardas, colocarle hasta por encima de sus maestros.
No: Bourget no es un maestro todavía, y así lo reconoce él indirectamente en el pasaje de Mensonges antes citado, y en otro en que, hablando de su protagonista de Vincy, se queja delicada y amargamente de las rivalidades que temen los grandes escritores en el admirador de siempre, que ambicionaba, a lo sumo, llevarle el laurel de una primera victoria, como homenaje de admiración y cariño, al genio cada vez más venerado.
Sea como quiera, entre los que elogian hoy sin tasa al autor de Andrés Cornelishay muchos que ni son capaces de comprenderle, y no pocos que se equivocan, o fingen equivocarse, considerándole a mayor altura como novelista que en cuanto crítico, cuando lo cierto es que su personalidad literaria se destaca principalmente con originalidad y fuerza en esa especie de crítica sentimental filosófica, donde se encuentran muchas novedades recónditas y un verdadero encanto.
Yo he conocido a Paul Bourget como crítico antes que como artista. Cruel enigma, primera novela suya que leí, entró en mi cerebro cuando ya me habían impresionado vivamente aquellos estudios psicológicos, dedicados a muchas de las más insignes figuras de la literatura francesa de este siglo. Aunque en la novela famosa de Bourget he visto también notas nuevas y una tendencia psicológica para mí sumamente simpática, declaro que el primer libro de imaginación de este autor me produjo menos emoción y me sugirió menos ideas que su primer libro de crítica. Es claro que digo primero, en uno y otro caso, refiriéndome a mis Lecturas, no a su producción.
Como en Francia no hay ahora ningún crítico de excepcional valor en materia de literatura amena, crítico de actualidades literarias quiero decir, no habría a quien mortificar poniéndole enfrente a Bourget; pero no sucedía esto en la novela: aquí varios autores eminentes podían ver un rival en el maestro joven, y por este lado arrimó el hombro la mala intención de muchos escritores. En Francia pasa lo mismo que en España: hay mucha gente de pluma, envidiosa, llena de malas pasiones. Esto, que no se echa de ver estudiando aquella literatura a vista de pájaro, se llega a penetrar cuando un día y otro se aplica la atención a la vida de las letras menudas, al camino diario del arte literario en aquel pueblo que, queramos o no, tanto nos hace pensar a todos. La diferencia está en que allí los malvados de los periódicos tienen, o mucho, o, por lo menos algo, de talento, y los similares de aquí, o tienen poco, o no tienen ninguno. Dejemos esto, y volvamos a Bourget.
No es fácil separar en él, ni hay por qué en rigor, el crítico del artista. Él mismo habla, en su última novela, de la índole del moderno artista, que siempre tiene dentro de sí un crítico, y generalmente la cultura correspondiente a este último. No podría decir semejante cosa de los autores españoles, que generalmente no tienen dentro de sí ni un crítico, ni medio, ni menos podría decirlo de la cultura adecuada que suele faltar entre nosotros, no sólo a los artistas, sino también a los críticos. Pero, en fin, hay mucho de cierto en esta observación si se trata de escritores franceses, ingleses, alemanes, etc. Yo me atrevo a añadir que se nota cierta tendencia a juntar más y más cada vez la crítica y el arte. No sólo es el artista el que va necesitando ser algo crítico: también el crítico tiende a ser algo artista. Ejemplo de esto son, por citar pocos: en Inglaterra, la ya ilustre Vernon Lee (Violeta Paget), crítico eminente y novelista ya notable, gracias a Miss Brown (de que hablaré probablemente en otra ocasión, cuando convenga); en Italia G. A. Cesáreo, poeta inspiradísimo y crítico distinguido; en Francia nuestro autor y Julio Lemaître, que escribe también de crítica artísticamente; y en Portugal un eminente poeta, Anthero de Quental, profundo y elegante crítico.
Y ha de tenerse en cuenta que esta inclinación de la crítica actual, que ahora señalo, no necesita mostrarse en versos y novelas o en dramas (como los del crítico italiano Gubernatis), sino que, sin salir del terreno de la crítica, puede el escritor de este orden, y esto se observa en muchos de estos días, procurar que su obra sea artística, no sólo en la forma, sino por el fondo, por la índole especial del ingenio y de todo el espíritu del crítico mismo. Detengámonos algo más en este punto, que valdrá tanto como estudiar el carácter más importante en el talento de Paul Bourget.