MEDIA NOCHE


Es media noche; andamos a plena luna blanca
Muy cercanos al río que muere en la barranca,
Cuyas matas semejan, bajo el viento que barre,
Acurrucadas brujas en nefasto aquelarre.


Pero sólo hay un ruido que nos mueve a terrores:
Mi corazón que salta, perdido de temblores;
Mi corazón que ahoga tu mirada — su hiedra —
Y que de pronto queda, quieto, como de piedra.


Y mientras al acaso vagamos por la orilla
Esquivando los árboles que nos fingen sombrilla
Para la luz nocturna de una rara pureza
Me dices: — Niña mía, tengo tanta tristeza!


Yo te apreso las manos con fervor, desde el cielo
Bajan rayos tan tenues, que tu cara es un velo
De humana forma. Digo: — Si esta noche pudiera
Te palparía el alma. Yo no se cuál quimera


Me advierte que la tienes a flor de piel. El alma,
—Repito a tus oídos — dame a besar el alma.
Los ojos se te cierran sin querer. — Niña mía,
Musitas gravemente, quiebra tu fantasía;


No pidas lo imposible, cabecita liviana,
Más allá de los ojos hallarás carne vana.
Pero yo no te escucho: prendida de tus manos
Siento sacudimientos que adivino ultrahumanos.


¡Dios! digo con un grito que me asusta a mí misma:
En tus ojos que se abren mi pupila se abisma
Y te pones tan blanco que pareces de cera.
El alma, el alma, el alma... Dámela, así muriera!


Te aguzas de improviso como si un gran milagro
Te sacudiera el cuerpo mezquinamente magro,
Como si te tornaras de materia impalpable;
Una materia nueva, sagrada, invulnerable.


¡Oh, el milagro del alma! Por tus ojos se asoma:
¿Negra como los cuervos? ¿Blanca como paloma?
¿Roja como una dalia? ¿Como el mar azulada?
No lo sé... yo la veo, la veo y no sé nada.


Me quedo quieta, inmóvil, tiempo que ya no mido...
Tengo dentro del pecho un gran carmen florido
Cuyas raíces sorben, nutridas en las venas,
La sangre roja como licuación de verbenas.


No soy yo... No eres tú... Ya no veo tu boca,
Ya no veo tus ojos... Mi vida se equivoca,
Mi vida siente una potencia que la arranca...
Y en tanto va la luna cadavérica y blanca.