Martín Fierro: Segundo artículo

El Gaucho Martín Fierro (1894) de José Hernández
Martín Fierro: Segundo artículo de Pablo Subieta
Nota: En esta transcripción se ha respetado la ortografía original.
SEGUNDO ARTÍCULO.


¿Tiene la América latina una literatura propria?

Si hemos de aceptar la palabra literatura bajo su acepción legítima y genuina estamos obligados á declarar que no.

Nuestra ideas, nuestro idioma, nuestras costumbres, nuestro gusto estético y hasta los elementos mas simples de nuestra cultura social, son europeos y principalmente franceses, ingleses y españoles.

Al leer nuestros libros de poesía, nadie creería que han sido escritos en América.

Los poetas colombianos, peruanos, bolivianos, chilenos, argentinos y brasileros, no reflejan ni un solo rayo de la luz propia de su nacionalidad, ni un solo rasgo de su fisonomía característico, ni un paisage de su naturaleza, ni un hecho de su historia, ni un incidente de su vida ordinaria.

Podría citarse algún canto excepcional, alguna rara producción, mal apreciada, desterrada de la «high-life» de las letras, que con el trascurso de los tiempos y el progreso de nuestra educación intelectual, encontrarán sin duda su asiento magistral en la corte aristocrática de las letras americanas; pero que hoy no bastan á definir nuestro prototipo como naturaleza, ciencia, arte, política, religión ó costumbres.

Los americanos creemos que solo en Paris ó Londres hay ideas, sentimiento, genio, costumbres, pasiones, virtudes, crímenes, belleza natural y artística.

No nos hemos tomado la molestia de averiguar si hay sirenas entre las murmurantes ondas de nuestros arroyos, si el soplo del infierno impele los huracanes de nuestras Pampas, si gigantes de immesurable talla sostienen sobre sus hombros nuestras moles graníticas, si misteriosas divinidades vagan en el fondo ignoto de nuestros bosques, si nuestra raza autóctona es de origen celestial; ni siquiera hemos preguntado si el salvage impetuoso de los llanos trae algo de la sangre de los Titanes, de los Pandos, ó de los Runas; que ni siquiera sabemos si el pastor de nuestros valles y montañas tiene alma: si ama, si piensa, si tiene su filosofía y su estética originales.

Y sin embargo, ahí está abierto ante nuestros indiferentes ojos el gran libro de nuestra espléndida naturaleza: ahí está torturante el misterio de nuestro origen; ahí están las tradiciones de nuestra primitiva vida civil, y las largas y terribles horas de la esclavitud y las hazañas épica de nuestra emancipación política.

Tenemos el gaucho, el indio de la Pampa, de las montañas, de los bosques, con costumbres, ideas, idiomas y hasta instituciones propias, que no solo no cantamos, que ni estudiamos, ni inquirimos.

La poesía de todos los pueblos ha tenido su cuna en su propia naturaleza, en su mismo corazón, en su convicciones, íntimas, en su goces familiares, en sus dolores secretos, en sus glorias nacionales.

Desde Valmiqui, el épico Indio, desde el salmista hebreo hasta Fenimore Kooper, el novelista yankée, todos han buscado la inspiración en el espejo luciente que refleja ante sus ojos la imagen de lo infinito, en las reminiscencias queridas de su memoria ó en las tradiciones venerables de sus abuelos; solo los Americanos del Sud hemos apartado los ojos de ese espejo, los labios de esa fuente, y el corazón de ese santo objetivo: la patria y el hogar.

Se han intentado algunos ensayos descriptivos de la naturaleza americana, rasgos históricos de nuestro origen prehistórico, algunas odas ensalzando los episodios de nuestras guerras nacionales ó civiles; pero esto no es literatura americana, ni en su espíritu ni en su forma, ni en su volúmen.

Conocemos la biblioteca del señor Andrés Lamas, constante de 7,000 volúmenes, escritos todos en América ó sobre America: será sin duda la primera biblioteca en su género, en su rara especialidad, pero no está allí la literatura americana.

Necesitamos un Dante, un Goethe, un Cervantes que dé forma al pensamiento, al espíritu original de América, que refleje en su estilo, en su filosofía, en sus cuadros, nuestras costumbres, nuestras creencias, en fin, nuestra vida tal como es.

Preguntando Shakespeare sobre la primacía de sus dramas, contestó: «Ricardo tercero es la mejor de mis obras, porque es la mas inglesa».

Así debemos pensar los americanos y decir: la obra mas eminentemente literaria, debe ser para nosotros, no la mas voluminosa, la de mas grande concepción, sino la mas americana.

La República Argentina en sin duda la que en todos los géneros literarios ha contribuido mejor y con mas contingente á formar ese retrato de tan difícil delineamento, de tan complicados matices, y que sin embargo encierra en su fondo una asombrosa sencillez, la expresión estereotípica del espíritu de un pueblo por su poesía.

No conocemos ningún poeta Americano que revele con mas verdad, mas grandeza, mas naturalidad el espíritu de su patria, que estos tres argentinos:

Echeverría, José Hernández y Olegario Andrade.

Martin Fierro es la obra magistral de Hernandez, poema sencillo en su concepción y desarrollo dramático, pero espejo pulidísimo de las costumbres, instituciones é ideas verdaderamente argentinas, filosofía misantrópica que hace olvidar la sangre fria de Larrochefoucauld ó de Voltaire, crítica amarga como la de Juvenal ó Rabelais, gracia como la de Cervantes, escepticismo venenoso bebido en Goethe, y sobre todo, verdad, naturalidad, sencillez, aprendidas en el único libro que leen y deben leer filósofos y poetas como Hernandez: la naturaleza.

Tales son los caracteres prominentes de ese libro original, del que nos vamos á ocupar y cuya apología puede sintetizarse en esta sola verdad: «es el único libro argentino del que vá á hacerse la duodécima edición con utilidad para el autor, para el editor y para el pueblo».