¡Calla!

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En el gran cementerio del olvido,

cavé una fosa y la enterré; la yerba

nació allí y ha crecido,

y hoy, más que nunca, su verdor conserva;

no arranques esa yerba; no hagas ruido.


Pudiera despertarse la que un día

me dio acíbar y miel, luto y consuelo,

desengaño y amor, paz y alegría

y esperanza y desdén: infierno y cielo.


Puede estar esperándome, y al verme

puede hablar de perdón, y entonces... ¡Cálla!

No hablemos más, porque si acaso duerme

y se despierta, romperá la valla

y volveré adorarla... y a perderme.


No, no escarbes la tierra d'esa fosa:

pueden estar abiertos

sus párpados... y pálida y llorosa...

No! Retira tu mano cariñosa:

los muertos d'esas tumbas... no están

muertos.