Manojo de guarias/Dos cartas


Dos cartas


San José, Costa Rica, Noviembre 22 de 1912.


Señor don Modesto Martínez.


Caro amigo: Efectivamente, como Ud. lo afirma, hace días hablamos de una nueva obra mía que tengo lista sobre asuntos puramente costarriqueños.

Y aunque Rubén Darío, Argüello, Rodó (José Enrique), y Ugarte me han ofrecido prologar obras mías (perdóneme mi vanidad), lo prefiero, antes que aquellos maestros, a Ud. Las razones huelgan; Ud. es costarricense, conoce nuestras costumbres y nuestras bellezas nativas: las pastoras y las guarias que matizan las vegas del riachuelo, las guacamayas que se disparan como dardos de colores,

“del arco de esmeralda de los montes.”
Usted ha visto las cogedoras de café de retorno de la hacienda, al bohío alegre del villorrio; los turnos en que el coplero popular lanza al público de campesinos bombas como ésta:

“Desís que no me querés
porque no tengo bigote,
mañana me lo veres
de plumas de zopilote.”

Y esta otra

“Las viejas sian de querer,
unque nunca tengan dientes;
porque son muy buenas gentes
y dan mucho que comer.”


Coplas que son recibidas por los labriegos devotos de San Rafael, patrón del barrio, con estrepitosas risas y gritos que repercuten en las montañas con eco formidable; usted ha presenciado las bodas típicas de nuestros montañeses, que las más de las veces terminan a chafirrazos mortales bajo el atisbo de esos plenilunios que recortan, con su lumbre de ámbar, los perfiles de las selvas olorosas a flor de cedro y a reinas de la noche. Esa poesía usted la comprende como la comprendió Trueba, el cantor de San Antón, esa poesía dulce de que es depositario único el pueblo, el gran poeta anónimo.

No hace mucho me escribió Vicente Medina, desde Buenos Aires, y me decía entre otras cosas:

“He visto, en sus versos, Las cogederas de café, en los frondosos cafetales de sartas purpurinas. . . he visto el paisaje tropical. . . Persevere Ud. en libros que den la visión de su hermosa tierra”, etc.

Por otro lado, Ud. querido Ramiro Pérez, está bastante indagado sobre historia precolombina, sabe de su mitología, de sus tatuajes y del poder de las flechas temerarias, espanto de las dantas y los pumas y jaguares, lanzados por nuestros progenitores de piel cobriza y de ojos oblicuos que acusan nuestra descen- dencia de la raza amarilla. Ud. será quien prologue mi nuevo libro al cual pondrá también título para que no me vaya a resultar de mármol siendo de bronce, o de hojalata siendo de cartón. Ud. será mi laza- rillo, y acaso mi defensor.

Pronto, muy en breve, le pasaré los originales a ver qué hace usted con ellos.

Mientras tanto, siga contando con la admiración de su devoto amigo,


Lisímaco Chavarría.




San José, Noviembre de 1913.


A Lisímaco Chavarría.


Estimado amigo:

Con mucho agrado he recibido su carta de ayer, porque en ella me da cuenta de que persiste en la idea de formar un tomo de poesías eminentemente ticas. Desde luego cuente con el prólogo, que haré con tanto mayor gusto cuanto que me prefiere Ud. a gentes de alto rango literario y de fama mundial. Y si bien no haré una filigrana de arte como la harían Darío, Argüello, Ugarte, Rodó, etcétera, sí le haré algo que huela a lo que huele la tierra cuando la mojan los primeros aguaceros, que sepa a chocolate en jícara y a bizcocho recién horneado, algo, en fin, que tenga sabor nacional. Su obra le dará fama por allá en el extranjero, —aquí nó— ya puede suponerlo. Y yo aprovecharé la oportunidad para ir en ancas de su Pegaso, a darme una escapadita y demostrar fuera de aquí algo del “tiquismo” agudo de que vivo poseído.

Yo creo que todos estamos obligados a poner un granito de arena para construir el edificio de la literatura nacional, del cual apenas asoman los cimientos. Los éxitos de Aquileo con sus Concherías, de doña María de Tinoco con la novela Zulay y de Ricardo Fernández Guardia con los Cuentos Ticos deberían ser estímulo suficiente para sacudir de su apatía a nuestra juventud y empujar una joven falange de mineros a los ricos filones del Folk-lore costarricense, de la vida de la conquista y de los primeros años de la República, de los cuales puede obtenerse excelente material.

Termine, pues, su libro, y ya veremos la manera de editarlo, que será el gran problema para Ud., que no es rico. Estoy seguro que habrá muchas gentes dispuestas a contribuir para la edición, porque aunque parece que vivimos permanentemente aplastados por la “Losa de los sueños”, hay una pequeña minoría que sueña aún bajo el peso de la losa misma, y que por darse el placer de saborear producciones de arte nacional puro, son capaces de desprenderse de una pequeña suma. Ya le enviaré una lista de los que están dispuestos a contribuir.

Y con mis mejores agradecimientos por sus finos conceptos, quedo su servidor y amigo,


Modesto Martínez.