Manojo de guarias/Al lector



Al lector


Vistas las cartas anteriores, el lector discreto no reputará como demasía de mi parte el que escriba estas líneas. Fue un deseo del poeta, y ese deseo es para mí tanto más sagrado cuanto que hace pocos días tuvimos la desdicha de perder a Lisímaco Chavarría, fallecido el 27 del mes último en su ciudad natal, San Ramón.

Había pensado en tiempos mejores, aprovechar las páginas liminares de este tomo para hacer algo de propaganda en favor de la literatura nacional; pero hoy, abrumado de pena por la muerte del autor, me siento incapaz de ese empeño, que dejo para otra oportunidad, y doy paso a los lectores hacia las páginas de este libro, en las cuales encontrará composiciones sencillas y delicadas hechas de reflejos de las bellezas naturales, de la vida de los labriegos, del sol, del aire y del agua de esta región tropical.

Este es un libro íntimo. Un libro que sólo comprenderemos los miembros de la familia costarricense, los que viviendo en este ambiente tenemos el sentido especial que se necesita para apreciar sus raros encan- tos. La crítica, tal vez lo encontrará defectuoso, sin reparar en que no pudo darle el poeta el último puli- mento. Para los culteranos y para los gustos exóticos faltarán las palabras extrañas, los tropos de sutiles contexturas; pero para la gran mayoría de los hijos del país, este tomito será manjar delicioso y si no se verá tal vez en los ricos anaqueles, y sobre los lujosos escritorios, sí formará parte de la biblioteca de las gentes sencillas que sabrán apreciar el perfume de cada una de estas rimas de un ingenio en quien el amor a la patria fue la más alta virtud.

Chavarría quiso que este libro, por su sabor y matices regionales, se llamara Manojo de Guarias. Las guarias son las más populares de las orquídeas costarricenses. Su nombre científico es Catteya Skineri. Florece en ramos, en el ápice de pedúnculos estriados y cada flor es una maravilla de diseño y un alarde de alegría por el color carmín múrice de sus pétalos sutiles. Se contenta la guaria con muy poca cosa para vivir y basta que tengan sus raíces un asidero, aun cuando no sea más que un fragmento de madera seca o una piedra, para que crezca la planta y para que dispare —cuando llega febrero con los soles ardientes— la salva de sus flores rojas en el éter azul de los estíos.

Como una planta de guarias fue el poeta: humilde y pobre, sin más asidero en la vida que un sueldo ganado con afanes prolijos, florecía, sin embargo, su numen bajo los soles de la inspiración en hermosísimas composiciones poéticas y nos hacía detenernos sorprendidos en nuestro pesado viaje de peregrinos de la vida, a escuchar sus trovas, como se detiene el cazador en la selva o el caminante junto a los pretiles a contemplar un ramo de guarias opulentas.


Si la vida de Lisímaco sirve de estímulo a la juventud que debe meditar cómo el hombre puede surgir a las mayores alturas, sin más apoyo que su propio esfuerzo y a pesar de la envidia y de la ignorancia; si la literatura nacional se enriquece con nuevas producciones; si el noble ejercicio de las artes bellas encuentra nuevos apóstoles abnegados, este Manojo de Cuarias vivirá perpetuamente fresco sobre los mármoles de la tumba del más humilde de los hombres, y del más alto de los poetas costarricenses.


Modesto Martínez.


San José, Costa Rica, Setiembre 10 de 1913.