México, como era y como es
de Brantz Mayer
traducción de Wikisource
CARTA XVII.
CARTA XVII.


teoyaomiqui. Mitología Mexicana.


Las principales antigüedades de los mexicanos que han descendido a nuestros tiempos, son de carácter religioso; y sus dioses, sus templos, sus pirámides y sus vasijas funerarias, solo quedan, después de que todo otros registro importantes de carácter material se ha perdido antes de tiempo y por la rapacidad fanática de los españoles. Una investigación en relación con su religión, por tanto, es interesante, como un monumento del pasado. Devalúa a una nación tanto como sea posible; aplasta su espíritu bajo el talón de hierro del despotismo; desgarrala y destruye todos los registros de su grandeza y su ascendencia; aun así el remanente miserable que sobrevive a la ruina, aún se conserva, en medio de leyes cambiadas, costumbres cambiadas e incluso una fe cambiada, permanece la sombra de algunos de los ritos y el recuerdo de los dioses que adoraban sus antepasados. El espíritu parece aferrarse con fervor tradicional a las creencias de nuestros padres. Así, en México, incluso después de tres siglos de dominio de un sacerdocio extranjero, el culto indio (como tendré ocasión más adelante de mostrar,) todavía matiza los ritos Católicos; y he sido creíble informado que, hasta ahora, los guardianes de la Universidad a veces encuentran guirnaldas y flores que han sido colgadas alrededor de esa horrible estatua, cuya figura ha sido expuesta en el grabado anterior.

Clavijero, quien, con Veytia, es sin duda el mejor escritor de historia mexicana, nos informa, que los antiguos creían había tres lugares asignados a sus espíritus difuntos.

Los soldados que morían en batalla luchando por su país, o que murieron en cautiverio y el alma de la mujer que murió en el parto, iban a la casa del sol, donde llevaban una vida de placer interminable. “En la mañana saludaban al Sol con música y baile, y le asistían en su viaje hacia el meridiano, donde se encontraban las almas de las mujeres y con festividades similares le acompañaban a su puesta."

Después de años de estos placeres sus espíritus se transformaban en nubes, o aves de hermoso plumaje y canción agradable; pero tenían poder para ascender de nuevo, cuando lo desearan, al cielo. Esta ridícu-

la noción de una aristocracia fue llevada por ellos hasta el otro mundo; y mientras los nobles animaban magníficos pájaros y nubes deslumbrantes y flotaban en el aire más puro, las almas de la gente común estaban condenadas a arrastrarse como comadrejas, escarabajos, y los animales mas malos.

Los espíritus de quienes se ahogaban o eran alcanzados por un rayo; aquellos que murieron de un edema, tumores, heridas o enfermedades similares; iban con las almas de los niños que habían sido ahogados o sacrificado en honor de Tláloc, "el Dios del agua," a un delicioso lugar llamado Tlalocan, donde residía ese Dios, rodeado por todo lo que podría contribuir a placer y felicidad.

El tercer lugar de los espíritus difuntos era Mictlán o infierno. Este era el reino de la absoluta oscuridad gobernada por un Dios y diosa, y la negrura sombría del reino era el único castigo, Clavijero piensa que los mexicanos ubican este infierno en el centro de la tierra—y podría solo haber sido un tipo de absoluta aniquilación .

Tuvieron algunas ideas imperfectas de un Dios Supremo, a quien temían y adoraban, pero representado por ninguna forma externa, porque creían que era invisible. Generalmente hablan de el como Teotl—Dios—pero conocido, también, por el nombre de Ipalnemoani, "Él por quien vivimos;" y Tloque Nahuaque "Aquel que tiene todo en sí mismo". También tuvieron un espíritu malo, hostil a la humanidad, llamado Tlaleatecolototl, "el Búho Racional". Este espíritu se dice que se aparecía con frecuencia a los hombres, para asustarlos o dañarlos; pero no hay ninguna historia especifica de este poder malvado, o de como se aplicaba su sistema religioso a él. Después de Téotl—el ser supremo invisible—había otros trece adorados en México como dioses principales.

Tetzcatlipoca, el "Espejo Brillante"; "el Dios de la Providencia; el alma del mundo; el creador del cielo y la tierra; el maestro de todas las cosas".

Ometecuhtli y Omecihuatl, un Dios y diosa, que concede a los mortales sus deseos. Estas divinidades parecían presidir sobre los niños recién nacidos y reinaban en el "paraíso celestial".

Cihuacoatl, o "Mujer serpiente;" también llamada Quilaztli o Toucacihua: "mujer de nuestra carne;" se tenía por la madre de la raza humana y fue venerada junto a Ometeuctli y Omecíhuatl.

Tonatricli y Meztli, el sol y la Luna deificado; de los cuales tendré ocasión de decir algo en la descripción de las pirámides de San Juan Teotihuacán.

Quetzalcóatl, sobre quien ya he escrito en mi carta de Cholula.

Tlaloc, "el Dios del agua" el fertilizador del suelo, protector de bienes temporales. Su imagen era pintada azul y verde, para representar las tonalidades del agua, y en su mano tenía una lanza ondulante y con punta para significar su control sobre las tormentas y los relámpagos.

Xuhteuctli, "maestro del año y hierba;" el Dios del fuego. Representación del primer bocado y el primer trago en la cena,

dado a el por los mexicanos; y al cierre del festival en su honor los fuegos en los templos y viviendas se apagaban, y vueltos a prender de uno prendido ante este ídolo.

Centeotl, la "diosa de la tierra y el maíz;" y conocido, también, por otra palabra que significa "ella quien nos apoya". Se trata de una diosa devotamente adorada por los totonacas, que creían que en el transcurso del tiempo, ella los liberaría de la esclavitud de otros dioses y aboliría los horrores del sacrificio humano. A ella sólo le ofrecían palomas, codornices, liebres y tales animales inofensivos. Ella fue la Ceres mexicana. Mictlteuctli, "el Dios del infierno" y su compañera. Le hacían sacrificios en la noche, y sus sacerdotes se vestían de negro durante su asistencia a los altares.

Joalteuctli, "el Dios de la noche"; fue la divinidad que daba sueño a los niños, mientras que Joalteuctli era la diosa de cunas y presidia sobre los bebés y la vigilancia nocturna.

La siguiente deidad era la más honrada por los mexicanos y considerado como su principal protector— Huitzilopochtli, o Mexitli, "el Dios de la guerra," el Marte mexicano.

Este fue el gran poder que llegó a ser, (de acuerdo a su tradición), protector de los mexicanos; conduciéndoles por años en su peregrinación y al final, les asentó en el lugar donde posteriormente fundaron la gran ciudad de México.

"A él construyeron ese magnífico templo tan celebrado por los españoles. Su estatua era de tamaño gigantesco, en la postura de un hombre sentado en un banco de color azul, desde las esquinas del cual surgían cuatro serpientes gigantescas. Su frente era azul y su rostro y la parte posterior de su cabeza estaban cubiertos con máscaras de oro. Llevaba una cresta en forma de pico de un pájaro. En su cuello había un collar de diez figuras de corazón humano. En su mano derecha llevaba un mazo azul, enorme y retorcido—en su izquierda un escudo, en el que había cinco bolas de plumas dispuestos en forma de cruz, desde cuya parte superior se elevaba un estandarte de oro con cuatro flechas, que los mexicanos creían que habían sido enviadas desde el cielo para realizar las acciones gloriosas de su historia. Su cuerpo estaba preparado con una gran Serpiente dorada y adornado con varias figuras de animales menores, hechos de oro y plata y piedras preciosas, cada uno de los ornamentos tenía un significado peculiar."*

Siempre que los mexicanos contemplaban guerra, este Dios era implorado para protección y le ofrecían un mayor número de víctimas humanas que a cualquiera de las otras deidades. La única figura que encontré en México sobre la cual los anticuarios parecían estar de acuerdo en la representación de este Dios, (aunque no con todo el esplendor descrito por Clavijero,) fue la siguiente: es en bajorrelieve y está en la colección de Don Mariano Sánchez y Mora, ex-Conde del Peñasco.

* Ver Clavijero and McCulloh.
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No puedo concluir la historia de este dios sin hacer referencia a una tradición que se da en relación a él, por Acosta, en su libro. Historia Natural y Moral, libro IV, cap., xxiv., y es repetida por Clavijero y el Dr. McCulloh.

Dos días antes de su fiesta, un ídolo representándolo fue hecho por las Vírgenes sagradas, de granos de maíz reseco y semillas de remolacha, mezclado con miel o la sangre de los niños. Este fue vestido con un espléndido vestido y sentado en una litera.

En la mañana del día del festival esta figura fue llevada en solemne procesión alrededor de la ciudad de México y luego le llevaron al templo, donde habían preparado una gran cantidad de la misma pasta de semillas y de sangre, de las cuales los sacerdotes también hicieron un ídolo, llamado "la carne y los huesos" de Huitzilopochtli.

Después de ciertas ceremonias y consagración, la imagen fue sacrificada como ellos sacrificaban a sus víctimas humanas, "y su cuerpo fue roto en pedazos pequeños, que junto con esas porciones llamadas su "carne y huesos" fueron distribuidos entre la gente," que, según Acosta, "la recibieron con lágrimas, miedo y reverencia, como si fuese una cosa admirable, diciendo que ellos comieron la carne y los huesos de Dios, por lo que eran dolidos. Como cualquier gente enferma, "continúa Acosta, "lo exigió para ellos y le llevó con gran reverencia y devoción"

Este extraordinario ceremonial no fue hecho por sacerdotes españoles, Acosta lo llama "una comunión que el mismo diablo, el príncipe del orgullo, ordenado en México, ¡para falsificar el Santísimo Sacramento!"*

Así de magnificente era el dios de la guerra, no desdeñaba, conforme a la tradición, tomar para sí una horrible socia, cuya figura monstruosa y horrible se ha conservado hasta estos tiempos en la estatua, dibujos que se dan al comienzo de esta carta.

Teoyaomiqui, la esposa del Huitzilopochtli, era la diosa que conducía las almas de los guerreros, que morían en defensa de sus altares, al Elíseo mexicano—la casa del sol.

La figura en la página opuesta representa la parte frontal de este ídolo—los senos denotando el sexo. A los lados de estos y debajo, hay cuatro manos, mostrando las palmas abiertas, mientras arriba y entre manos hay sacos o bolsos con forma de calabazas, que, según Don Fernando de Alvarado Tezozómoc, representaba "bolsos tejidos" de un color azul, llenos de copal, que se ofrecían al ídolo conteniendo el incienso sagrado utilizado en las ceremonias de elección y funeral de Reyes y quemado con los cuerpos o los corazones de los cautivos asesinados para acompañar al difunto soberano en su viaje al mundo de los espíritus.

En frente de la cintura, hay una cabeza de muerte. La correa por el cual se mantienen estas calaveras, se percibirán en la segunda figura, que exhibe la estatua en el perfil.

Los nudos de serpientes, las plumas, las conchas y las uñas o garras formando la parte inferior de la figura, De gama† dice que la insignia de otros dioses relacionados con Teoyaomiqui o su esposo; mientras que todos esos sobre la cintura, delante y detrás, son símbolos de la misma deidad. La parte superior de la estatua está representada en el siguiente dibujo:


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* La figura de la Santa Cruz se ha encontrado en México, y el dibujo de una descubierta en Palenque, dada por el Sr. Stephens en su primer volumen. Se le conoce como el símbolo de materia. Entre los irlandeses era el símbolo del conocimiento y Garcilaso de la Vega nos informa que los antiguos peruanos tenían "una cruz de blanco mármol tenida en gran veneración, pero no la adoraban". Ellos no dieron ninguna razón por el respeto que le tenían.
† P.36 Descripción Histórica y Cronológica.

Y la siguiente es un dibujo de su parte inferior o de abajo:

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Es la opinión de todos los anticuarios mexicanos, por el hecho de esta escultura en relieve que se encuentra debajo del ídolo y el hecho adicional de las proyecciones a los lados del cuerpo cerca de la cintura, (como se ve en la primera placa,) que la estatua estuvo suspendida por ellos sobre pilares, para permitir que los fieles o los sacerdotes pasar con facilidad debajo del monstruo. El ídolo representado en la base se supone que es de Mictlantecuhtli, el "Dios del infierno".

La altura de esta inmensa masa, tallada en un bloque sólido de basalto tiene nueve pies y su ancho cinco y un medio.

Tal era uno de los terribles dioses adorados por los antiguos mexicanos. En el año de 1790, el 13 de agosto, se encontró a poca profundidad debajo de la superficie de la gran plaza. Se sacó, algún tiempo después, al patio de la Universidad, donde fue enterrado de nuevo para esconderlo de los indios, que podrían haber sido tentados por el diablo, (como dijeron los sacerdotes) para volver a su culto idólatra. Fue solo después del año 1821, que se ha expuesto a la vista del público en el claustro donde la encontré, y que acabo de describirles.

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Vista de arriba de la Piedra de Sacrificios.