Luis de Requesens (Retrato)

Nota: En esta transcripción se ha respetado la ortografía original.


D. LUIS DE REQUESENS.

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Nació D. Luis de Requesens en Valladolid, de una familia ilustre y antiquísima por ambas lineas, destinada desde mucho tiempo á dar á la Nación Española grandes Capitanes en mar y en tierra. Fueron sus padres D. Juan de Zúñiga y Avellaneda, Comendador mayor de Castilla en la Orden de Santiago, y Ayo del Príncipe D. Felipe; y de Doña Estefanía de Requesens, heredera única de esta nobilísima Casa en Cataluña, cuyo apellido y armas tomaron los hijos de este matrimonio. Muy desde luego entró en la brillante carrera de la política y la milicia, á que el esplendor de su linage, y la eminencia de las dotes de su ánimo le llamaban. Así es que ninguna empresa insigne acaeció en su tiempo en que no tuviese parte su espada, ó su consejo, y en que no correspondiese á la confianza del Rey Católico D. Felipe II.

D. LUIS DE REQUESENS.
Comendador Mayor de Castilla y Gobernador en Flandes; Varon ilustre tanto en las artes de paz, como en las de guerra. Nació en Valladolid, y murió en Bruselas el año de 1576.

Condecorado con la dignidad que obtuvo su padre, de Comendador mayor de Castilla, fue Embaxador de nuestra Corte en Roma, y después General de las galeras de España. Quando los Moriscos de Granada sacudieron el yugo del dominio, y se hicieron fuertes en las sierras vecinas; Requesens fue nombrado para asegurar las costas de las invasiones de los piratas, y para dirigir al jóven D. Juan de Austria en aquella guerra espinosa y difícil, en que al fin los Infieles fueron vencidos y sujetados. Por aquel tiempo el Gran Turco Selim II, conquistada la Isla de Chipre en 1569, amenazaba con sus armas á la Europa Christiana, cuyos Príncipes consternados acudieron al peligro común juntando sus fuerzas para rechazar las del enemigo. Fue Generalísimo de la armada confederada el mismo D. Juan, el qual tenia órden del Rey su hermano de seguir los consejos de Requesens en todas las operaciones. Nadie ignora el suceso de aquella guerra, y la memorable batalla ganada á los Bárbaros en el golfo de Lepanto, en cuyo feliz éxito tuvieron tanta parte el valor y capacidad de nuestro héroe.

Pero aunque esta fuese muy grande para la guerra, dícese que era mucho mas á propósito para el gobierno y las negociaciones políticas, donde tenían mas cabida su inteligencia en el manejo de los hombres, y la natural flexibilidad y dulzura de su carácter. Felipe II, que le conocía y le estimaba, le mandó que desde Milán, donde estaba de Gobernador, pasase á Flandes á suceder al Duque de Alba en la pacificación de aquellos países; pero toda su habilidad y arte no fueron bastantes á reparar un mal inveterado con el tiempo, y hecho ya incurable con los mismos remedios. El rigor excesivo del Duque de Alba había enagenado los ánimos de todos los Flamencos: las armas Holandesas, aunque inferiores por tierra á las Españolas, eran muy superiores en aquellos mares, donde no teníamos una esquadra capaz de hacer frente á las suyas; y últimamente nuestros soldados, admirables por el valor y el esfuerzo con que atropellaban los peligros y las fatigas, viéndose faltos de pagas, y acosados de necesidades, murmuraban abiertamente, y á cada paso se amotinaban. Esta fue la ocasión en que Requesens tomó las riendas de aquel gobierno: sus máximas, distintas de las del Duque, aseguraban la fe de los leales, y ganaban el corazón de muchos rebeldes: y así como la Gobernación anterior se había hecho aborrecible por su rigor y su fasto, la suya se hacia amar con la blandura y apacibilidad.

Al principio tuvo la desgracia de ver derrotada la esquadra que enviaba en socorro de Middelburg, con lo qual esta plaza y otras tuvieron que rendirse á los Holandeses. Estos, ensoberbecidos con tales victorias, haciendo nuevos esfuerzos, y levantando nuevas armadas, acometieron por todas partes á los Españoles; de los quales muchos, intimidados, juzgáron que era conveniente ceder por entonces, y no oponerse á su violencia. Pero Requesens desechando este tímido consejo, mostró tanta constancia, y tanta fecundidad de recursos, y dirigió con tanto acierto las pocas fuerzas que le restaban, que hizo en todos los puestos frente al enemigo, ganó la batalla de Monck, y otros muchos encuentros, y se apoderó de diversos fuertes importantes. Los Holandeses iban cediendo ya casi todo el continente: ya el Gobernador pensaba en volver á ocupar las islas, y para eso estaba ideado el memorable esguazo de Zirchsee: célebre facción, cuyo plan fue imaginado con tanta osadía, y cuya execucion fue tan memorable. Los Españoles, vadeando la mar á pie por medio del fuego del enemigo, arrojáronse desnudos á sus trincheras, y las ganaron. Luego pusieron sitio á la plaza de Zirchsee, que al cabo tuvo que rendirse. Pero en esto ya era muerto Requesens: el sentimiento de ver nuevamente alborotado el exército sin tener medios para apaciguarlo, le había acabado arrebatadamente en Bruselas el año de 1576. El poderoso Felipe II no podía sostener sus tropas aguerridas é invencibles que militaban en Flandes: ellas insolentes con sus servicios, y ofendidas de sus miserias, sacudian toda subordinación, y no reconocían freno alguno: así se malograban mas veces las ocasiones de vencer, y otras el fruto de las victorias.


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