Los mártires del Japón/Acto III

Los mártires del Japón
de Félix Lope de Vega y Carpio
Acto III

Acto III

Salen el FRAILE, MANGAZIL y NEREA, con hábitos.
FRANCISCANO:

  Ya que tuviste piedad
de la religión de España,
en el tiempo que acogías
religiosos en tu casa,
esos hábitos, amigo,
de tus tres huéspedes guarda,
porque mortajas tengamos
si el Emperador nos mata;
no hayas miedo que peligres
en guardarlos, porque amparan
a sus devotos los dueños
de sus religiosos santos.

MANGAZIL:

Ese amparo es menester,
porque es tanta mi desgracia,
que siendo guarda de un loco
me dormí con lindas ganas.
Huyóse el loco, y yo, agora
pudiera estar en la cama,
con los achaques de un miedo;
pero para todo hay traza:
si me buscan, me pondré
uno de éstos, si es que guardan
los hábitos, como dices,
a las personas honradas.

FRANCISCANO:

Domingo, Agustín, Francisco,
son sus dueños.

MANGAZIL:

En un arca
los tendré, padre, guardados
si mi temor no los saca.

FRANCISCANO:

Nerea, ya que por ti
nos persiguen las tiranas
pasiones de un Rey injusto,
¿cuándo piensas ser cristiana?

NEREA:

No te puedo responder,
porque siguiendo la caza
o el amor de una Quildora,
suele venir Dayso Sama
al valle de estas aldeas.
Y pienso, si no me engañan
los recelos, que le he visto;
y huye, padre, si es que guardas
tu vida a mejor empleo.

FRANCISCANO:

Dices bien: que Cristo traiga
aqueste Imperio a su Iglesia.

(Vase.)


NEREA:

Vosotras, flores y ramas,
que a las aves dais abrigo,
nido y sustento, sed causa
de que un fiero Emperador
no me ofenda, mudas plantas.
Ansí en diamantes de flores
y con verdes esmeraldas
de las hojas, os dé abril
hebras de líquida plata,
que me esconda en vuestros lazos.

(Escóndese, y sale el EMPERADOR.)
EMPERADOR:

Digo, pues, que ardientes llamas
de estos hornos han de ser
las que hoy me han de dar venganza.
Español era, sin duda,
el que con fuerzas bizarras
en mi pecho puso miedo:
sus imágenes sagradas,
que así las dicen, mandé
que a aqueste valle se traigan
y se abrasen.

BOMURA:

Bien has hecho,
porque ya, señor, son tantas
las que dan a los japones,
que en nuestros ídolos faltan,
y el sol no ve sacrificios
en el cristal de sus aras.
También te aviso, señor,
que tengo evidencias claras
de que Tayco no está loco,
y Quildora y él se aman
con extremo.

EMPERADOR:

¡Vive el sol,
que si esa villana ingrata
quiere a Tayco y me desprecia,
que he de darles muerte airada
a los dos!

NEREA:

Dichosa he sido
en oír tales palabras:
Quildora daré aviso;
présteme el cielo las alas,
porque salir no me sientan.

(Vase.)


EMPERADOR:

Si se finge simple, y trata
de cobrar su imperio Tayco...

BOMURA:

Así lo pienso.

SOLDADO 1.º:

No vaya
tan alegre, pues va preso.

SOLDADO 2.º:

Este hombre es español
y entre los japones anda
predicándoles su ley;
escondido entre unas hayas
de este valle le encontramos.

EMPERADOR:

Merecéis eterna fama:
agradezco este servicio.

BOMURA:

Quiero dar priesa a que traigan
imágenes y rosarios;
como que amparo la causa
los cristianos escondidos,
a defenderlos, y caigan
en el lazo del olvido;
también he de hacer que vayan,
cuando la noche despliegue
temores y sombras vanas,
confesión pidiendo algunos,
porque oyendo esta palabra
los ocultos sacerdotes,
saldrán luego de las casas
que los amparan, creyendo
que confesión les demandan
algunos cristianos.

EMPERADOR:

Dime,
¿eres español?

FRANCISCANO:

Ni engañan
ni mienten los sacerdotes
de Dios. Sí soy.

EMPERADOR:

¿En qué tratas
en el Imperio?

FRANCISCANO:

En dar luz
de la verdad sacrosanta,
en enseñarle el camino
de la vida de las almas,
que éste es Cristo solamente.

EMPERADOR:

Un hombre de buena cara,
ojos grandes, y mediano
de cuerpo, que cuando habla
parece que tira flechas
rasgando pechos y entrañas,
de quien oí las razones,
y con fuerzas soberanas
me suspendió y me detuvo,
¿quién es?

FRANCISCANO:

Si su voz te agrada,
por las señas le conozco.
Óyele.

EMPERADOR:

¿Cómo se llama?

FRANCISCANO:

Fray Alonso Navarrete;
hombre noble, que en España
tuvo ilustres ascendientes,
que en las letras y en las armas
a Dios y a su Rey sirvieron.
Las armas negras y blancas
de Domingo, español santo,
le agradaron, y en la casa
de Valladolid, famosa
porque fue corona y patria
de dos Felipes, segundo
y cuarto, vida sagrada
eligió, dejando el siglo,
que aún niño le despreciaba.
Creció en virtudes, y en letras;
y a la provincia que llaman
Filipinas, pasó un tiempo.
Enfermo volvióse a España,
y el celo de nuestra fe
y conversión de las almas.

FRANCISCANO:

Del Japón se partió a Roma,
y la obediencia le manda
volver a las Indias luego
con más ministros. Son tantas
sus virtudes, que imposible
será a mi lengua contarlas:
es piadoso, es temeroso
de Dios, tiene las entrañas
llenas de gran caridad;
no reposa ni descansa
predicando el Evangelio;
si le prendes, si le matas,
vendrán infinitos luego
al honor de la guirnalda
del martirio, predicando
su ley, porque no acobarda
la muerte a los sacerdotes
de Cristo.

EMPERADOR:

Calla, repara
que crees mal tantas flores
con tu sangre matizadas:
llevadle preso, que pienso,
sin que su Cristo le valga,
dar muerte a ese Navarrete,
que con su nombre me espanta.

SOLDADO 2.º:

Mangazil, señor, es hombre
que ocultar suele en su casa
cristianos; busquéle siempre,
y al momento se disfraza
con los hábitos de aquellos
que en el Japón predicaban,
y sin duda de ellos sabe.

EMPERADOR:

Llega Mangazil.

(Sale MANGAZIL con hábito negro, escapulario blanco y capilla de francisco.)
MANGAZIL:

¡Loada
sea la luz de los días,
si es lo mismo que Deo gracias!
Turbado estoy; por el loco
me han de preguntar; Dios haya
piedad de fray Mangazil.

EMPERADOR:

¿Cómo en ese traje estabas?

MANGAZIL:

Dormíme por mis pecados,
y soltóseme con rabia;
que yo atado le tenía.

EMPERADOR:

Los sacerdotes de España,
¿dónde están?

MANGAZIL:

Yo le dije:
«Amigo, no se me vaya,
que se enojará el señor.»

EMPERADOR:

¿Cuántos tienes en tu casa?

MANGAZIL:

No hacen locos cosa buena,
y sin decirme palabra,
sin decir oxte ni moxte...

EMPERADOR:

¡Bestia! ¿No acabas
de entender lo que pregunto?

MANGAZIL:

No, señor, porque me tapa
el capirote frailuno
las orejas, y ésas malas.

EMPERADOR:

¿Qué cristianos has guardado?

MANGAZIL:

Yo, señor, no guardo nada;
que soy un hombre perdido.

EMPERADOR:

¿Qué ley sigues, qué ley guardas?

MANGAZIL:

No tengo ley con ninguno,
porque es traidora, es ingrata
mi condición.

EMPERADOR:

¿Tuyo es
el traje español que sacas?

MANGAZIL:

Yo y el traje somos tuyos,
todo lo puedes y mandas;
aquí está para servirte.

EMPERADOR:

Vete, bestia, noramala.

MANGAZIL:

Para ti no hay resistencia;
voyme, pues que tú lo mandas.

(Vase, y salen los que pudieren con rosarios.)
(Salen TAYCO, BOMURA y TOMÁS.)
BOMURA:

Ya las imágenes vienen
al incendio condenadas.

TAYCO:

¿En qué ha podido ofenderos
gente que ni come ni habla?

EMPERADOR:

Ya el horno, como un volcán,
diluvios de fuego exhala;
no haya en mi Imperio señales
de esta religión cristiana.

(Salen por un escotillón llamas, y echan rosarios e imágenes.)
NAVARRETE:

  ¡Bárbaros, sin Dios, sin ley!
¿Qué furia infernal os mueve?
¿Qué república se atreve
a los retratos de un rey?
  Como son justos espantos
respeto y temor perdido,
ansí os habéis atrevido
al de Dios y al de sus santos.
  A quien hundió, ¡oh pueblo ciego!,
con prólogos de agua el mundo,
y en el diluvio segundo
lloverá abismos de fuego,
  ¿os atrevéis de esa suerte,
sin que las nubes, con truenos
rasgando sus pardos senos,
fulminen rayos de muerte?
  ¿Del Dios de los elementos
echáis al fuego la imagen?
¡Iras de los cielos bajen
rompiendo esferas de viento!
  Mas no se eclipsan las luces
en prodigioso castigo,
pues que puede Dios conmigo,
sacar del fuego sus cruces.
  Daré espanto a esta Bolonia
del infierno con mi fe.
Sí, sí, guardado se ve
el horno de Babilonia.

(Déjase caer dentro.)
TAYCO:

  Echóse dentro. ¡Oh, español!
¡O sois loco, o sois divino!

EMPERADOR:

A mi venganza se vino;
¡viven los rayos del sol!

TOMÁS:

  ¡Padre Navarrete, padre!
¿Es posible que esto he visto?
¡Ayúdele Jesucristo!
¡Pida favor a su Madre!
  ¡Ay de mí, que ya los dos
no nos habemos de ver!

EMPERADOR:

Cristiano debes de ser.

TOMÁS:

Sí, por la gracia de Dios.

EMPERADOR:

  ¿Qué esperas siendo cristiano?

TOMÁS:

Vida eterna.

EMPERADOR:

Si tu vida,
cuando apenas es nacida,
puede expirar a mi mano,
  ¿cómo podrás ser eterno?

TOMÁS:

El alma, que es inmortal
tendrá vida celestial,
y la tuya en el infierno
  padecerá eternamente,
que será siempre morir.

TAYCO:

Eso nos sabéis decir;
no sois vos muy inocente.

EMPERADOR:

  ¡Por las celestes esferas
que en diáfanas regiones
de los dioses son balcones
con azules vidrieras,
  que el encantador cristiano
se sale vivo del fuego!
¡Daránle la muerte luego!

(Tocan. Sale NAVARRETE con una tunicela blanca sembrada de flores, y guirnalda, cargado de imágenes y rosarios.)
NAVARRETE:

Si mi Dios, con soberano
  poder, el fuego formó,
fuera mucho desacato
que se atreviera al retrato
del mismo que le crió.
  ¡Que vuestras manos airadas
este delito cometan,
cuando a los cielos respetan
las cosas inanimadas!

NAVARRETE:

  Bárbaros, llenos de errores,
como a Dios respeto debe,
fuego produce la nieve,
y el fuego produce flores.
  Oro ha sido y más precioso
la fe del Dios español,
y este fuego fue crisol,
porque salga más hermoso.
  Estas imágenes bellas,
efectos del fénix hacen,
y entre las llamas renacen
más puras que las estrellas.

EMPERADOR:

  ¡Prendedle! ¡Muera!

TAYCO:

Eso no,
que si. a su Dios ha librado,
¡vive el sol que le he envidiado
y que he de librarle yo!
  Que compitiendo los dos,
es mi fuerza más inmensa,
pues que vengo a ser defensa
de quien defiende a su Dios.

EMPERADOR:

  ¡Mueran ambos!

TAYCO:

¡Vive el sol,
si Dios le debo llamar,
que este tronco ha de amparar
al sacerdote español!

(Deshaga un tronco de un árbol y retíralos a todos.)
TOMÁS:

  ¡Déles, tío; déles, tío!

TAYCO:

No debéis de conocer
el admirable poder
de mi fuerza y de mi brío.

EMPERADOR:

  ¡Ténte, bárbaro!

TAYCO:

No puedo,
que soy monte despeñado.
¡Huye, sacerdote honrado!

NAVARRETE:

Con mi Dios no tengo miedo.

EMPERADOR:

  ¡Muera el traidor!

TAYCO:

Loco di,
pues intento defender
un Dios que tiene poder
para defenderse a sí.

NAVARRETE:

  No es locura, ese es buen celo.

TAYCO:

¡Huye, defiende tu vida!

NAVARRETE:

A Dios la llevo ofrecida.

TAYCO:

¡Vete en paz!

NAVARRETE:

¡Guárdete el cielo!

(Vase cada uno por su puerta, y TAYCO retirando los demás.)
QUILDORA:

  Nerea, en mi tierno amor
tiene más por modo extraño
la muerte en tu desengaño,
que la vida en mi temor;
  desata silencios mudos,
vuelve otra vez a los labios
tu voz, y mátenme agravios
de toda piedad desnudos.

NEREA:

  Han dicho al Emperador...

QUILDORA:

La muerte en sospechas toco.

NEREA:

Dicen que Tayco no es loco.

QUILDORA:

Sí es, pues me tiene amor.

NEREA:

  Hanle dicho que le adoras
con tan puro sentimiento,
que usurpa aljófar al viento
de las lágrimas que lloras;
  y que en amorosa unión,
de honesta correspondencia,
dais los dos dulce licencia
al poder de una afición;
  por el sol hermoso y puro
jura el fiero Emperador
que no ha de estar vuestro amor
ni aun en el cielo seguro;
  porque le quieres, condena
tu vida, y tu amante muere,
Quildora, porque te quiere.

QUILDORA:

Es tan inmortal mi pena,
  ¡que aun lugar para morir
no ha de haber, injustos celos!
ya que les debo a los cielos
fuerza de amor y sentir,
  templad su bárbaro fuego,
cielos, con sola una muerte;
caiga sobre mí la suerte,
pues a confesaros llego
  el más generoso amor
que ven vuestras luces bellas.

NEREA:

Ya son vanas tus querellas,
que viene el Emperador.

(Salen el EMPERADOR y BOMURA, y sacan atado a TAYCO.)
EMPERADOR:

  ¡Villano! ¡Viven los cielos
que has de morir! Un engaño
ha de acreditar su daño
y la verdad de mis celos.

BOMURA:

  Ya entiendo tu pensamiento.

QUILDORA:

¡Cielos, piedad!

EMPERADOR:

Yo he sabido
como eres loco fingido,
y que tu bizarro aliento,
  disfrazado en tu simpleza,
encubre mayor misterio,
pues pretendes un imperio
coronando tu cabeza
  del laurel que de la mía
piensas quitar con mi muerte.

QUILDORA:

¿Ha habido trance más fuerte?
Llegó el desdichado día
  de las venganzas de amor.

EMPERADOR:

El cielo librar me quiso;
Quildora me dió ese aviso;
mira si es vano el temor.

TAYCO:

  ¡Cielos! ¿Cómo puede ser
que Quildora me vendiera,
que tan poca fe tuviera?
No hay que dudar, es mujer.

EMPERADOR:

  ¿Quién satisfacer pudiera?
Celos son los que lo han hecho.
  Mas muero entre mis cautelas,
porque no sé si es Quildora
o Nerea quien le adora.

BOMURA:

Pues tanto el alma desvelas,
  ..........................................
¿qué te aflige, que las dos
tienes delante?

EMPERADOR:

Algún dios,
piadosamente obligado,
  las trujo, ¡dulce ocasión!
No hay más bien que amor espere;
sabremos la que le quiere;
pues tan manifiestas son
  de este fingido villano
las traiciones que sabéis,
blanco de flechas haréis
su pecho . . . . . . . . . . . . . . .
  Atadle a un árbol.

BOMURA:

Bien presto
serás despojo cruel
de la muerte.

QUILDORA:

Si por él
no muero con manifiesto
  amor, ¿para qué me precio
de fe constante? ¡Ay de mí!
Si mi amor le digo aquí,
será sentimiento necio,
  porque será confirmar
su muerte. ¡Ay Dios! Si Nerea
quisiera...

NEREA:

Pues ¿qué desea
tu gusto?

QUILDORA:

Quiero estorbar
  que muera Tayco, y no sé
el modo si no me ayudas.

NEREA:

No ha merecido esas dudas
mi amistad; blanco seré
  de las flechas, para dar
la vida al que tanto estimas.

QUILDORA:

Con eso a vivir me animas.

NEREA:

Bárbaros fieros, ¿qué hacéis?
Bajad los arcos villanos;
  ¿no advertís que es esta vida
la que a mí me presta aliento?
Templad el feroz intento,
y no la mano homicida.
  Matadme a mí, no quebréis
el espejo en que mis ojos
se miran; nuevos despojos
en mi corazón tenéis;
  abridle con puntas fieras,
aunque si Tayco está en él,
la petición es cruel,
pues alcanzarán ligeras.

EMPERADOR:

  ¡Tiradle!

BOMURA:

¡Mujer, desvía!

NEREA:

¡Oh, tirano, Emperador!
¡Oh, Rey cruel! ¿Qué furor
os mueve? Esta vida es mía,
  y no cometió delito.
Pues ¿por qué me la quitáis?
¿A qué monstruos imitáis
en la fiereza? No os quito
  a vosotros el rigor,
ministros viles; tirad
a Nerea.

EMPERADOR:

Esto es verdad;
resucite, pues, mi amor:
  no es quien le quiere Quildora.

QUILDORA:

Dime, Nerea, ¿estás loca?
¿Qué ciego amor te provoca
para despeñarte así?
  Necia, tu vida aventuras,
por nadie deja que muera;
darle mi vida quisiera.

TAYCO:

Estrellas de luces puras,
  hijas del sol, no salgáis
a ver la crueldad mayor
que cupo en pecho traidor;
pues sus voces escucháis,
  daré voces, no soy loco;
Emperador, cuerdo estoy,
trazando tu muerte voy;
mira si te estimo en poco.

QUILDORA:

  O Tayco está sin seso,
o yo por él le perdí.

TAYCO:

  Pues Quildora me ha vendido,
escuche el cielo mis voces;
librad los arcos feroces;
que me deis la muerte os pido;
  encaminad a mi pecho
el pasador más cruel;
mirad que me viene en él
el corazón muy estrecho.

NEREA:

  ¿Quién le ha turbado el sentido?
¿Veránle mis ojos muerto?

EMPERADOR:

La verdad he descubierto;
dichosa cautela ha sido,
  y más dichoso mi amor,
pues vive ya sin recelos.

BOMURA:

Ya han confirmado mis celos
el desprecio y el temor:
  a Tayco adora Nerea;
pero tarde ha de lograr
su intención; has de aguardar
a que ese bárbaro sea
  el verdugo de tu vida.

EMPERADOR:

Temo la suya perdida;
que yo a mi frente la quito
  el laurel, que aunque mis leyes
justamente le condenan,
temo la traición que ordenan
contra mí los demás Reyes;
  porque si él se ha descubierto,
es fuerza darle favor.

QUILDORA:

Yo le mataré, señor.

EMPERADOR:

  Quildora, yo premiaré
tu favor; no seas ingrata.

QUILDORA:

  Sólo por salvar tu vida
le pienso matar.

EMPERADOR:

El cielo
te guarde.

QUILDORA:

¡Piadoso celo
me ha de hacer fiera homicida!

BOMURA:

  (Aparte.)
Así encubres tu venganza,
y yo ejecuto la mía.

(Vanse.)


TAYCO:

Mujer, si ha llegado el día
para cumplir tu esperanza
  con mortal ejecución,
¿qué aguardas? ¿Cómo no tiras?
Dispara el arco si aspiras,
Quildora, a nueva traición.

QUILDORA:

  ¡Mi bien, el alma te adora!

TAYCO:

Dígalo el Emperador
no me desates.

QUILDORA:

Amor
es quien me finge traidora.
  Qué, ¿no me quieres oír?

TAYCO:

No pienso verte jamás.

NEREA:

Tayco, espera; ¿dónde vas?

TAYCO:

¡A matarme!

QUILDORA:

¡Y yo a morir!

(Vanse.)


(Sale el EMPERADOR con una daga desnuda tras el ALCAIDE, y el REY DE BOMURA.)
EMPERADOR:

  La lengua te sacaré,
pues de Tayco me decías
que era simple, y no sabías
quién era, como mandé.
  El juramento quebraste;
morirás como alevoso.

ALCAIDE:

Si este consejo celoso,
lo que tú le preguntaste,
  ni rompí los dos secretos,
ni merezco ese rigor.
Las fieras tienen amor,
los celos hacen discretos;
  pero si tu ofensa trata,
por ti le daré veneno.

BOMURA:

Acepta; el partido es bueno
si Quildora no le mata.

EMPERADOR:

  Hazlo así; mas no me deben
paz los dioses soberanos.
Si hay en mi Imperio cristianos
que a sus ídolos se atreven,
  ¡mueran todos! Lleva luego
mi guarda y la de esta tierra.
Tóquense cajas; la guerra
se publique a sangre y fuego.
  Prended a ese Navarrete,
que en prodigios me acobarda;
vaya a prenderlo mi guarda.

BOMURA:

Larga vida te promete
  el sol, si a tu religión
das amparos soberanos.

EMPERADOR:

¡Mueran todos los cristianos,
que perturban el Japón!

(Vanse los dos.)
ALCAIDE:

  Tú morirás si no muero,
pues a los dioses agrado
en que viva coronado
el legítimo heredero.

(Sale TAYCO.)
TAYCO:

  ¡Padre!

ALCAIDE:

¿Para qué me llamas
padre, si no me obedeces?
Nombre de traidor mereces.
Tu divina sangre infamas
  si consejos no recibes.
No soy tu padre, y advierte
que solicitas tu muerte
cuando enamorado vives.
  Ya te dije que no fía
de la mujer el secreto;
el prudente y el discreto...

TAYCO:

Dices bien, la culpa es mía.

ALCAIDE:

  Aguárdame aquí; que voy
a solicitar que vengan
nuestros amigos, y tengan
estos dos imperios hoy
  nuevo señor; ya han armado
gente de guerra en tu nombre.

TAYCO:

Casi eres Dios, no eres hombre.

ALCAIDE:

Es mi amor quien te ha criado.

(Vase.)
TAYCO:

  No me nombres al amor,
porque es un monstruo que temo,
tan prodigioso y supremo,
que aún es dulce su rigor.
  Ofendióme el de Quildora,
y en medio de estos agravios,
desdenes siento en los labios,
pero el alma es quien la adora.
(Tocan.)
  Militares instrumentos
suenan; yo quiero escuchar
rumor que puede turbar
la paz de los elementos.

(Van saliendo los que pudieren, armados, y traen presos a NAVARRETE y a TOMÁS tocando cajas de guerra si pareciere, por palenque.)
MANGAZIL:

  Mi padre, pues me perdona,
yo le digo en confesión,
que aunque parezco sayón,
no tengo el alma sayona,
  y su amigo soy mental.

NAVARRETE:

Yo voy con mucha alegría,
a que me amanezca el día
más hermoso y celestial;
  pero dos cosas te pido.

MANGAZIL:

Trescientas puedes pedir.

NAVARRETE:

Recado para escribir,
y el hábito que has tenido
  en tu casa, porque muera
en el Orden que profeso.

MANGAZIL:

Harélo, padre...

TOMÁS:

Yo beso
la cruz que llevo de cera,
  mil veces, que alegre voy
a morir también.

NAVARRETE:

¡Tomás,
a vida dichosa vas!
Ten buen ánimo.

TOMÁS:

Sí; soy
  soldado de Jesucristo.
Aunque tengo poca edad,
soy valiente.

BOMURA:

Caminad,
subid al monte.

(Tocan y vanse.)
TAYCO:

¿Qué he visto?
  ¿Qué escucho? ¿Tanta alegría
da al morir la ley de España?
No se engaña, no se engaña
quien tanto de Dios se fía.
  Si temor no da la muerte
a un niño, y morir estima
por su Dios, su Dios le anima;
su Dios es divino y fuerte.
  La palabra cumpliré
que le di; y a no ser tantos
los que llevan estos santos,
llenos de amor y de fe,
  los defendiera; no puedo:
armados, y muchos son,
y me priva de esta acción
lo imposible, mas no el miedo.

(Sale el EMPERADOR.)
EMPERADOR:

  No se templará mi saña
mientras mis ojos no vieren
ese Monte levantado
de mi venganza y su muerte.
Esos que a Cristo predican,
de tal manera me encienden
en ira, que soy volcán,
y mi sed rabiosa crece
si ya no bebo la sangre
que sobre esas peñas vierten.
Derribad las enramadas,
porque mis ojos se alegren
con la venganza que he dado
a mis dioses.

(Tócase una trompeta y vuélvese el monte, y parece entre peñas TOMÁS crucificado; a los pies, NAVARRETE con la cabeza en las manos y un hacha que la parte; el FRANCISCANO al lado derecho de la cruz con una flecha en el pecho, y el FRAILE AGUSTINO al lado, atravesado con lanza.)
TOMÁS:

No mereces
aun mirar los cuerpos santos
de estos padres.

EMPERADOR:

¿Cómo tienes
vida tú, y ellos han muerto?

TOMÁS:

El camino me previenen
del cielo, y delante van.

(Tocan al arma, y sale BOMURA.)
BOMURA:

Al arma, señor, previene,
que tu Imperio, rebelado,
quiere quitar los laureles
de tu frente; huye a ese monte,
que vienen cincuenta Reyes
con ejército copioso;
hasta las mismas mujeres
vienen con arcos y flechas,
y algún prodigio parece
de estos muertos españoles.

EMPERADOR:

Contra los dioses se atreven,
pues cuando les sacrifico
esos cuatro, son aleves.

(Tocan al arma, y salen el ALCAIDE, QUILDORA y GUALE, y armados los que pudieren.)
ALCAIDE:

¡Muera este tirano, muera!
¡Viva Tayco!

TODOS:

¡Viva y reine!

ALCAIDE:

Este es el mortal veneno
que doy a Tayco.

EMPERADOR:

Si quieren,
agradecidos los dioses,
darme la huida, bien pueden;
sus alas me preste el viento.

TAYCO:

No te librará, aunque vueles.

(Va tras el EMPERADOR.)
NEREA:

¡Morirán a nuestras manos!

QUILDORA:

¿Cómo no vengo la muerte
de un hijo solo que tengo?

TOMÁS:

¡Madre, madre, no se vengue!
Cristo perdonó en la cruz.
Pues mi martirio parece
al suyo, perdón le pido
para aquellos que me ofenden.

(Parece TAYCO, y el EMPERADOR arriba.)
TAYCO:

Precipitado, del monte
has de bajar, a que beses
la sangre que has derramado
de españoles inocentes.

EMPERADOR:

¡Dioses, si poder tenéis,
haced agora de suerte
que a Cristo y a sus ministros
coja entre mis brazos; denles
en mi muerte, muerte fiera,
para que de ellos me vengue!
¡Ah, cristianos! Este mal,
de vuestras manos me viene,
consolado muero en ver
que es ya muerto Navarrete,
que mi fin pronosticó,
y no lo ve.

(Cae despeñándose.)
NAVARRETE:

No te alegres;
que sí lo veo.

EMPERADOR:

¡Ay de mí!
¡Rabiando muero!

TAYCO:

Si sientes
la muerte de un hijo tuyo,
Quildora, a un esposo tienes:
dame tu mano.

QUILDORA:

Seré
tu obediente esclava siempre.

(Danse las manos.)
TOMÁS:

Los cielos me han dado vida
amada madre, hasta verte
Emperatriz del Japón.
Cumple tu palabra.

TAYCO:

¿Quieres
decirme qué prometiste?

QUILDORA:

Ser cristiana.

TAYCO:

Y lo prometes
con mi gusto, y yo también;
pero el secreto se quede
hasta reinar, y con esto
el perdón y fin se deben
al suceso del Japón
del año que está presente.