Los ladrones de Londres/Capítulo II
confiada á los desvelos del todo maternales de una vieja que recibia á los jóvenes culpables á razon de O 75 c. por semana, cada uno.
Quince sueldos por semana, por el alimento de un niño forman todavia una suma demasiado redonda. Se pueden procurar muchas dulzuras con 15 sueldos, las suficientes al menos para sobre cargar el estomago hasta caer enfermo. La vieja en cuestión sabia muy bien lo que convenía á los niños, y aun mas lo que le convenia á ella misma; de consiguiente, se apropiaba para su uso propio la parte mayor de sus reditos semanales y sometia á la generacion creciente de los pobres de la parroquia á una pitanza, todavia mas flaca que la que se les daba por buena parroquialmente; encontrando por este medio en el abismo del cálculo mas profundo, un abismo mas profundo todavia, y dando prueba de vastos conocimientos en la filosofia experimental cuya práctica llevaba tan lejos.
Todo el mundo sabe la historia de ese filósofo experimental que habiendo encontrado el medio de hacer vivir un caballo sin darle de comer, hizo el ensayo con el suyo llevándole hasta no comer mas que una hebra de paja por dia, y del que sin duda hubiera hecho el animal mas ligero y vivaracho no dándole absolutamente nada, si la pobre bestia no hubiese tenido la humorada de morirse cabalmente veinte y cuatro horas antes de recibir su primer pienso de aire puro.
Por desgracia de la filosofia experimental de la vieja de los tiernos cuidados á quien fué confiado Oliverio Twist, un resultado semejante acompañaba ordinariamente á su sistema de operacion; porque desde el momento en que un niño habia llegado al punto de poder existir con la mas minima racion del mas flaco alimento posible, sucedia por una de estas fatalidades perversas de la suerte y esto, ocho veces sobre diez que caía enfermo de necesidad y de frío, ó bien se tumbaba en el fuego por falta de vigilancia, ó bien se ahogaba por accidente; en el uno ó en el otro de cuyos casos el pobre pequeñuelo iba cuasi siempre á reunirse en el otro mundo con los padres que no habia conocido jamás en este.
No debe esperarse un exceso de gordura en los muchachos criados según el sistema que acabo de describir. Oliver tenía ya nueve años, y apesar de su edad era encanijado raquítico y diminuto; pero había recibido de la naturaleza ó de sus padres un alma fuerte y un juicio sano que se habían desarrollado en él gracias a la dieta a la que estaba sometido; debiendo tal vez á esta circunstancia el haber alcanzado por novena vez el aniversario de su nacimiento. Sea lo que fuera, aquel día era el aniversario de su nacimiento y lo celebraba tristemente en la bodega en compañía de dos de sus pequeños camaradas, quienes después de haber compartido con él una lluvia de golpes, habían sido encerrados en ella por haber osado pretender que tenían hambre; cuando la señora Mann, la amable dueña de la habitación, divisó de repente al Señor Bumble, el pertiguero, que acumulaba todos sus esfuerzos para abrir la pequeña puerta del jardín.
― Dios me perdone! Creo que es el Señor Bumble! ― dijo con afectada alegría y sacando la cabeza á la ventana; —Susana, — prosiguió dirijiéndose a la criada ―, corre á abrir a Oliverio y a los otros dos tunantuelos y límpialos pronto. ¡Cielos! ¡Señor Bumble! ¡Qué contenta estoy de veros!
Es preciso saber que el señor Bumble era uno de esos hombres corpulentos e irracibles, que en vez de responder como debía á este recibimiento afectuoso, sacudió con violencia el cerrojo, y dió a la puerta un golpe que no podía provenir sino del pié de un pertiguero.
—¡Caramba!―dijo la Señora Mann corriendo á habrir la puerta (porque durante este intervalo los tres chicos habían sido puestos en libertad) ―Hase visto nunca cosa igual!. Haberme olvidado de que la puerta estaba cerrada, por causa de estos chicuelos!. Ya lo veis!. Tened la bondad de entrar Señor Bumble, os lo ruego!.
Apesar de ser hecha esta invitacion con una cortesía capaz de ablandar el corazon de un obrero de parroquia no hizo ningun efecto al pertiguero.
— Creeis Señora Mann —dijo Mr. Bumble, oprimiendo fuertemente su baston. ―Creeis vos que sea muy respetuoso ó conveniente hacer esperar á la puerta de vuestro jardín á los ministros parroquiales cuando vienen para asuntos parroquiales? Ignorais Señora Mann, que sois si asi puedo esplicarme una delegada parroquial, asalariada por la parroquia?..
— Cier...ta...mente, Señor Bumble! ―respondió la Señora Mann, con acento melifluo, -cabalmente había ido á anunciar á dos ó tres de esos chicuelos que tanto os aman, vuestra llegada, Señor Bumble.
Mr. Bumble, tenia en mucho su importancia y sus facultades oratorias.
— Esta bien; esta bien Señora Mann! ―replicó con tono mas dulce. —Es posible y no digo lo contrario; pero entremos en vuestra casa, tengo algo que comunicaros.
La Señora Mann introdujo al pertiguero en una salita baja embaldosada y le tomó su baston que depositó con mucho cuidado sobre una mesa colocada frente de él.
― No vayais á incomodaros por lo que os diga Señor Bumble, —aventuró la Señora Mann con una gracia encantadora, ―Habeis hecho una buena caminata, y es natural que tengais calor Señor Bumble, no siendo así me guardaría muy bien... Quereis tomar un vasito de cualquier cosa Señor Bumble?...
— Muchas gracias!. Ni pizca. —dijo agitando su mano con aire de benevola dignidad.
— No me rehusareis —dijo la Señora Mann que adivinaba un consentimiento fácil tanto en el tono de la negativa como en el movimiento que la acompañaba ―nada mas que una gotita con un poco de agua fria, y un pedazo de azu... Mr. Bumble tosió.
— Una lagrimita!— añadió ella con acento agraciado.
― ¿Que vais á darme?..―preguntó el pertiguero.
― Lo que me veo obligada á tener en casa algunas veces para meterlo en el caldo de los pequeñuelos cuando están enfermos, ―dijo la Señora Mann abriendo una pequeña alacena colocada en un rincon y sacando de ella una botella y un vaso. —Es ginebra Señor Bumble.
— Acaso dais caldo á los niños Señora Mann? —preguntó este siguiendo con los ojos, la accion atractiva de la mezcla.
— Vaya si les doy; apesar del precio que me cuesta!
A fé mia carezco de valor para verlos sufrir ante mis ojos. Señor Bumble!.
— Sin duda, hizo el otro con un signo de aprobación. ―Estoy convencido de ello.
Señor Mann ya lo sé; sois una muger compasiva..... (ella coloca el vaso sobre la mesa.) Señora Mann, deslizaré alguna palabra á esos señores de la administracion, (acerca el vaso.) Señora Mann teneis entrañas de madre, (mezcla el agua y el ginebra.) Señora Mann tengo el honor de beber á vuestra salud. (Bebe la mitad.) Ah!.. volviendo al objeto de mi visita; —dijo sacando de su bolsillo una cartera de badana. —El niño que fué bautizado con el nombre de Oliverio Twist tiene hoy nueve años.
― Dios lo tome bajo su santo amparo! —esclamó la Señora Mann frotándose el ojo izquierdo con la punta de su delantal.
— Sin embargo, ― prosiguió el pertiguero —á pesar de la recompensa de diez libras esterlinas elevada luego hasta veinte; á pesar de las indagaciones excesivas y hasta sobrenaturales si me es licito hablar así, por parte de los administradores de esta parroquia, jamas hemos podido descubrir quien es su padre ni aun el nombre y la patria de su madre.
La Señora Mann plegó sus manos en señal de asombro, y despues de un instante de reflecsion, preguntó —¿Entonces como es que tiene un apellido?
El pertiguero incorporándose con dignidad respondió —Porque yo le he inventado.
— Vos Señor Bumble?...
— Yo mismo Señora Mann. Tengo la costumbre de nombrar á nuestros espésitos por orden alfabetico. El anterior estaba en la S, y le llamé Swubble; este estaba en la letra T, y le dí el apellido de Twist; el que llegó despues se dijo Unwin; el que le siguió Vilkins, y asi sucesivamente. Tengo apellidos, acomodados hasta el turno de la Z, y luego el buen cuidado, de volver á empezar cuando se ha agotado el alfabeto.
— No es adular Señor Bumble, pero es preciso reconocer en vos una instruccion caudalosa.
— Es muy posible Señora Mann; —dijo el pertiguero plenamente satisfecho del cumplimiento —es muy posible— y vació su vaso. —Ahora bien; siendo ya Oliverio demasiado grande para permanecer aquí, la Adminstracion ha decidido que vuelva á la casa, y yo mismo he venido á buscarlo; con que hacedle venir para que yo le vea.
— Voy á llevaroslo al instante. —dijo la Señora Mann saliendo de la sala.
Oliverio á quien se había desembarazado de una gruesa capa de grasa que formaba una costra en su rostro y en sus manos, (al menos, toda la que era posible quitar en una sola vez,) entró en la sala conducido por su benevola protectora.
— Saludad Señor Oliverio— dijo la Señora Mann.
El niño hizo un saludo, dividido entre el pertiguero sentado en la silla, y su sombrero de tres picos colocado sobre la mesa.
— ¿Quieres venirte conmigo Oliverio?. —dijo con magestad Mr.Bumble.
Este iba á responder que seguiría con sumo contento al primer venido, cuando alzando los ojos que por respeto había tenido hasta entonces inclinados al suelo, su mirada se encontró con la de la Señora Mann, que colocada tras la silla del pertiguero, le mostraba el puño con ademan furíoso. Al momento comprendió perfectamente la insinuacion; ese puño había oprimido demasiado amenudo su espalda para no tenerlo profundamente grabado en su memoria.
― Y ella vendrá conmigo? —preguntó el pobre Oliverio.
— No; no pueda ser. —respondió Mr. Bumble —pero vendrá á verte alguna vez.
Esto no era muy satisfactorio para Oliverio; pero apesar de su niñez tuvo bastante buen discernimiento para fingir un vivo pesar de marcharse. Tampoco le fué muy difícil llamar las lágrimas á sus ojos; el hambre y los golpes aun recientes son causas poderosas para excitar el llanto, y así lloró muy naturalmente. La Señora Mann le dió mil besos, y con ellos la cosa de que tenía mas necesidad; una rebanada de pan con manteca, temerosa de que no se mostrára demasiado famélico al llegar á la casa.
Con su pedazo de pan en una mano, y enganchándose con la otra á la manga de Mr. Bumble, Oliverio seguia como podía preguntando continuamente si iban á llegar pronto. Mr. Bumble respondia con tono breve y regañon; porque la dulzura momentánea que inspira el grog en ciertos espíritus, se había evaporado en el corazon de Mr. Bumble, y había vuelto á ser pertiguero. Apenas trascurrido un cuarto de hora despues de su llegada á la casa, Mr. Bumble vino á anunciarle que el consejo estaba reunido, y que le esperaba en el estrado. Le mandó que lo siguiera, acompañando esta recomendacion con dos bastonazos. Oliverio llegó á una sala donde diez señores gruesos y gordos estaban sentados alrededor de una mesa.
― Saluda al estrado. ― Oliverio saludó.
― Como te llamas hijo?
Oliverio que no había visto nunca á tantos personages, y que ademas había recibido de Bumble una fuerte bastonada por via de animacion, se puso á llorar. Todos aquellos señores le declararon idiota. Luego se le notificó que era huérfano, acogido por la parroquia; que estaba destinado á tomar un oficio, reducido á deshilar cuerdas viejas para hacer estopa. El pertiguero le condujo á una cuadra donde se durmió sobre un lecho muy duro, pues que las leyes suaves de ese buen país permiten á los pobres el dormir, poco es cierto; pero al cabo alguna vez.
En este mismo dia, mientras que Oliverio dormitaba en el seno de la inocencia, el consejo tomaba una resolucion que debía influir en su porvenir. En efecto, la Administracion se convenció de que los pobres estaban demasiado regalados; que la casa era el punto de reunion de los pasatiempos agradables, donde los almuerzos, las comidas y las cenas llovian durante todo el curso del año; un Eliséo en fin donde todo era placer. Entonces hicieron un reglamento por el que los pobres tenian el libre arbitrio, ó de morirse de consumcion y de hambre en la casa, ó mas prontamente fuera de ella. A este fin hicieron un contrato con la administracion de las aguas, para tener de ellas una provision ilimitada, y otro con un mercader de trigo que debia proporcionar de cuando en cuando una pequeña cantidad de harina de maiz, con la que ellos compusieron tres comidas de puches claros por día, con una cebolla dos veces la semana, y la mitad de un panecillo el domingo.
Seis meses despues de la llegada de Oliverio á la casa el nuevo sistema estaba en plena práctica. Al principio se hizo costoso por causa del aumento de la cuenta del Empresario de entierros; pero el numero de los pensionistas disminuia considerablemente y la Administracion estaba encantada. A la hora de la comida cada muchacho recibia una escudilla rasa de puches y pare V. de contar; escepto los dias de fiesta, en los que recibia de plús dos onzas y cuartillo de pan. Nunca había necesidad de lavar las escudillas, pues que los muchachos las pulian con sus cucharas hasta que eran bien brillantes; y cuando habian concluido esta operacion que no ecsijia mucho tiempo, fijaban sobre el caldero miradas tan avidas que parecian querer devorar hasta las baldosas que lo sostenían. Los desdichados comian tan poco, y se habian tornado tan voraces y tan salvages, que uno de ellos dió á entender á sus compañeros que á menos que no se le concediese otra escudilla de puches por dia, se veria en la necesidad de comerse una hermosa noche á su camarada de lecho. Díciendo esto tenía los ojos hoscos, y le creyeron capaz de hacerlo; por lo que se hicieron á las pajitas quien de ellos durante la cena iría á pedir al Escanciador una segunda escudilla de puches. La suerte cayó á Oliverio.
Apesar de ser un niño el hambre le habia exasperado. Se le vantó pues de la mesa, y alarmado el mismo de su temeridad, se adelantó hacia el Escanciador.
-Caballero; quereis hacerme el favor de otra?. El Escanciader se puso pálido y tembloroso. Miró al joven rebelde con un asombro estúpido. Los ayudantes quedaron estupefactos de sorpresa y los niños de terror.
—Que quieres?― preguntó con voz alterada.
―Quisiera mas si os place, caballero. —respondió Oliverio.
El Escanciador asestó en la cabeza del muchacho un golpe con su cuchara de barro, lo cojió por el cogote y llamó al pertiguero á grandes voces.
Los Administradores estaban reunidos en gran conclave, cuando Mr. Bumble se precipitó fuera de si en la Sala del consejo.
―Señor Limbkins! ― dijo dirijiéndose al caballero gurdo que ocupaba la silla de la presidencia. ―Perdon , Si os interrumpo! Señor Limbkins, Oliverio ha pedido mas puches!
Un murmullo general se levantó en la asamblea; una expresion de horror se pintó en todos los semblantes.
―Ha pedido mas?―dijo Mr. Limbkins. -Calmaos Bumble, y respondedme claramente.
―Quereis decir que ha pedido mas despues de haber comido la racion que la regla de esta casa le señala?
― Si Señor! ― replicó Bumble.
―No cabe duda!. Ese niño algun dia eolgará de una horca.
―dijo Otro hombre mas gordo y con chaleco blanco.
Nadie contestó á la profecía del orador. Se empeñó un vivo —20—
debate por resultado del cual se condenó á Oliverio á ser encerrado al momento, y á la mañana siguiente se fijó en el exterior de la puerta de la casa un anúncio en el que se prometían cinco libras esterlinas de recompensa al que desembarazara la parroquia del jóven Oliverio Twist ó en otros términos, se ofrecían cinco libras esterlinas con Oliverio Twist, á cualquiera(hombre ó mujer) que tuviese necesidad de un aprendiz para el comercio los negocios,ó todo otro oficio y estado fuera el que fuera.
—En mi vida estuve mas cierto de una cosa. —dijo á la mañana siguiente el hombre del chaleco blanco recorriendo con la vista el anúncio y llamando á la puerta de la casa de la caridad.
— En mi vida estuve mas cierto de una cosa y es que ese niño algun dia colgará de una horca. Proponiéndome hacer saber por la continuacion de esta historia si el hombre del chaleco blanco iba bien ó mal fundado en su suposicion , creeria destruir el interés del relato ( suponiendo que lo haya,) aventurándome á insinuar desde ahora,si la vida de Oliverio Twist tuvo ó no este fin trájico.