Los ladrones de Londres/Capítulo I

Nota: Se respeta la ortografía original de la época

CAPÍTULO PRIMERO.



DEL LUGAR EN QUE OLIVERIO TWIST RECIBIÓ POR PRIMERA VEZ LA LUZ DEL DIA Y DE LAS CIRCUNSTANCIAS QUE CONCUBRIERON Á SU NACIMIENTO.


E

ntre los establecimientos públicos de cierta ciudad de Inglaterra, que por muchas razones tendré la prudencia de no designar, ni tampoco prestaré nombre alguno imaginario; hay uno comun á cuasi todas las ciudades grandes ó pequeñas que aquella tiene por gloria poseer: una Casa de Caridad. En este asilo filantrópico pues, en cierto dia y en cierta época que no juzgo necesario precisar, tanto mas no siendo de utilidad ninguna para el lector al menos por ahora, nació el diminuto mortal cuyo nombre está en el epígrafe de este capítulo.

Habia ya cerca de cinco minutos que el cirujano de los pobres de la parroquia le habia introducido en este mundo de miserias y de sufrimientos, cuando se dudaba aun que pudiera vivir para llevar un nombre cualquiera. Sin embargo, despues de muchos esfuerzos, respiró, estornudó y por un grito tan penetrante como podia esperarse razonablemente de un niño, que no poseia un gage tan útil como es el don de la voz sino desde cinco minutos y algunos segundos antes, anunció á los comensales de la Casa de Caridad, el hecho de una nueva carga que su entrada en el mundo iba á imponer á la parroquia.

En el mismo instante que Oliverio daba esta primera prueba nada equívoca de la fuerza y de la libertad de sus pulmones, la manta estropeada que cubría la cama de hierro, hizo un ligero zurrido y dejó ver el rostro pálido y lívido de una jóven que levantando penosamente la cabeza, dijo con voz languida estas palabras que á penas pudieron oírse: ―­Que yo vea á mi hijo antes de morir..!

El cirujano que estaba ante la chimenea, presentando ambas manos al fuego y frotándolas alternativamente; se levantó á la voz de la jóven, y acercándose al lecho dijo con mas dulzura de la que podia esperarse en él:

―Oh! no es el caso de hablar aun de morir!..

—Bien seguro que no pobre jovencita!.. Que Dios no lo permita!..­— añadió la enfermera, metiendo de prisa en su faltriquera una botella, de la que acababa de apurar parte de su contenido en un rincon, con un placer evidente.—Que Dios no lo permita!.. Cuando habrá llegado á mi edad, querido caballero, y habrá tenido como yo trece niños de su propiedad de los cuales el buen Dios se me ha llevado once y los dos restantes están conmigo en la casa, entonces en vez de dejarse aniquilar por la tristeza, obrará de muy diferente modo.―Y dirijiéndose á la parida: ―Vamos zalamerilla, pensad en la dicha de ser madre y en que es necesario vivir para vuestro hijuelo. Pensadlo como una buena muchacha.

Esta prospectiva consoladora de las delicias de una madre, no produjo todo el efecto que era de esperar: la enferma sacudió la cabezaen señal de duda y estendió los brazos hacia su hijo. Habiéndoselo presentado el cirujano, imprimió con pasion sobre la frente del inocente sus labios frios y descoloridos; luego, pasando sus manos sobre su frente como para recordar una idea confusa, arrojó á su alrededor una mirada fija y estraviada, se estremeció de horror, volvió á caer sobre su lecho y murió..... Los asistentes le frotaron las manos y las sienes para procurar volverla á la vida; pero inútilmente: la sangre se habia helado para siempre!! Hablaron de esperanzas y de socorros: estas cosas le habian sido estrañas por un tiempo demasiado largo!.. ­ —Todo ha concluido madre enfermera!. —­dijo entonces el cirujano.

—Pobre jóven!. Sin embargo es la pura verdad!..—repuso la vieja recojiendo el tapon de la botella que habia caido sobre la almohada, al inclinarse para recoger el niño—Pobre juventud!. Que hacemos nosotros ahora?.

―No teneis necesidad de enviarme á buscar si el niño chilla: lo entendeis Señora enfermera? ―dijo el cirujano metiéndose sus guantes con aire petulante.― Es probable que será malo; entonces le dareis un poco de gachas.―Diciendo esto, tomó su sombrero y parándose al pié de la cama antes de dirijirse hacia la puerta añadió:—A fé mia, era una joven muy hermosa! De donde venia?..

―La llevaron aqui ayer tarde de órden del director,—dijo la vieja.―Se la ha encontrado tendida al medio de la calle. Hay motivo para creer que habia hecho un largo camino, porque sus zapatos están del todo estropeados; pero nadie sabe de donde venia y á donde iba.

El cirujano se inclinó sobre la cama y levantando la mano izquierda de la difunta: —Siempre la misma historia!..—dijo balanceando la cabeza;—á lo que veo, no tiene recomendacion. Vamos, buenas noches!..

El facultativo se fué á comer y la enfermera recurriendo de nuevo á la botella, se sento en una silla baja delante del fuego, y emprendió la tarea de vestir al niño.

Que efecto notable del poder de la vestidura ofrecia en este instante el pequeño Oliverios Twist!. Envuelto en el cobertor que hasta entonces habia formado su unico vestido, hubiera podido ser el hijo de un noble señor, asi como el de un pobre mendigo. El hombre mas presumtuoso que no le hubiera conocido, hubiera tenido mucho embarazo en señalarle un rango en la sociedad. Pero apenas fué embozado en la vieja tela de indiana, vuelta de un color indecifrable á fuerza de servir; cuando se halló como quien dice empaquetado y rotulado, se encontró de pronto en su esfera: esto es el pobre niño de la parroquia, el huérfano de la casa de caridad; mas tarde el humilde galopo reducido á faltar de lo mas estrictamente necesario; destinado á los golpes y á los malos tratamientos; despreciado de todo el mundo, y por nadie compadecido.

Oliverio chilló bastante alto. Si hubiera sabido que era huérfano, abandonado á la merced de mayordomos, é inspectores, tal vez hubiera gritado mas fuerte.