Nota: Se respeta la ortografía original de la época

I.

Influencla italiana en la sociabilidadd
argentina.

Largos años pasaron antes que las ideas de los filósofos del siglo XVIII, engendradoras de nuestra independencia y henchidas de liheralismc, surgieran de nuevo, después de su amodorramiento en la época en que poco á poco se elaboraba nuestra nacionalidad. Terminado con Rosas uno de los que podríamos llamar sus períodos de gestacion, abriéronse las puertas de nuestro pais, cerradas hasta entonces para el extranjero, y comenzó á afluir la inmigracion, que traía consigo ideas más amplias, y que encontró terreno fértil y propicio en la expansion de los ánimos después de una larga y cruenta tiranía.

Hasta aquel momento la influencia latina estaba puramente encarnada en los españoles, que constituían poderoso núcleo, de quien derivaban casi todas nuestras familias patricias, y á quien la tradicion, no sacudida del todo aún, daba relieve é importancia. Por la eficacia, los escasos miembros de la raza germánica, que han dejado ramas poderosas y apellidos ilustres, representaban un papel de primer, orden, —que á veces la calidad suple al número. Pero en ideas y costumbres, sobre todo en la esferas dirigentes y directrices, eran los españoles los que tenian la primacía no disputada, como que su raza, todavía sin mezcla, constituia la especie de aristocracia democrática— si es lícito llamarla así—que daba elementos al gobierno del país. Algunos, pocos, italianos llegaban á nuestras playas, emigrados políticos ó simplemente trabajadores que buscaban más ancho campo á su iniciativa. Así vinieron don Pedro de Angelis y otros escasos hombres de letras y de ciencia, que generalmente se vieron precisados á servir á los gobiernos absolutistas de aquella época.

Pero caída la tiranía, la inmigracion, y sobre todo la italiana, se acentuó de tal manera, que en la década 1857-1866 entraron en el pais 55.231 italianos; en los diez años siguientes, 160.479, y en los once años hasta 1887, nada menos que 355.347.—De entonces á ahora la inmigracion iba aumentado notablemente, según se verá después; por el momento bastan las cifras apuntadas.

Iniciada de nuevo la corriente inmigratoria,—que se había interrumpido durante la tiranía de Rosas, después de la época para ella propicia del gobierno de Rivadavia,—comenzó á hacerse sentir la influencia de las razas europeas, y sobre todo de la latina en su rama italiana, la más numerosa de todas entre nosotros y cuyas continuas luchas político-sociales en el viejo mundo la habian preparado bien para las ideas liberales y tolerantes que cuadraban á este pais nuevo, dotado de tantas y tan poderosas fuerzas vivas.

Desde entonces, con fluctuaciones más ó menos marcadas, llegando á cifras exorbitantes ó disminuyendo de un modo sensible, la inmigracion no se ha detenido, ocupando siempre el primer lugar la italiana, cuya influencia ha crecido también en proporcion.

Una observacion nimia al parecer, pero que da la medida de esa influencia, es el número de palabras y frases italianas incorporadas á nuestro cosmopolita vocabulario criollo, en cuyo hecho hay que considerar, sin duda, el parentesco de los idiomas, pero al que contribuye en primer lugar la acción indirecta del número y la calidad de los introductores de tales vocablos y modismos.

Más notable aún es la familiaridad que con el idioma italiano y hasta con sus múltiples dialectos demuestran los argentinos de las ciudades, que los comprenden y hasta se hacen comprender en el caso, sin haberlos hecho objeto de estudios especiales, aprendiéndolos por filtración —si se nos permite decirlo así— en la imprescindible necesidad de hablar con los pequeños comerciantes, jornaleros, artesanos, etc.

Y no sólo eso. Un rápido examen de los nombres patronímicos que hoy figuran con más brillo en nuestra sociedad, en las ciencias, en las artes, en las industrias, nos sorprenderá por el número de apellidos de origen esencialmente italiano, tanto más, cuanto que, —abriendo parangón— se encuentran de una escasez que llega casi á la nulidad en las anteriores épocas históricas, á causa del exclusivismo español primero, y del exclusivismo tiránico después. Los gobiernos, las facultades, la industria en grande escala, el alto comercio, nos ofrecen centenares de nombres italianos, y este hecho comprobado nos será útil después para la solución de un problema de primordial importancia, muchas veces planteado, y en ocasiones resuelto equivocadamente, en detrimento de una simpatia natural que no tiene razón de aminorarse.

Pero dejemos estas consideraciones para no ser demasiado extensos, limitándonos á señalar el hecho de que en solo seis años —de 1882 á 1887— se celebraron 1651 casamientos entre italianos y argentinas, y 229 entre argentinos é italianas.

En efecto, si estos resultados tienen importancia real para la asimilación de elementos nuevos, la inmigración italiana ha ejercido influencia decisiva en hechos inmediatos, relacionados íntimamente con nuestra sociabilidad.

Gran parte de los aqui venidos estaban afiliados á los partidos liberales italianos, y llegaban buscando mayor libertad entre nosotros, ó huyendo de persecuciones iniciadas ó posibles. Estos contribuyeron, pues, en gran manera, á la difusión de la idea política, moral y filosófica que propiciaron nuestros pensadores, y que, basada en la tolerancia, se abre cada día más amplio camino. Así, en los origenes de la masonería argentina, se ve al elemento italiano trabajar con ahinco y resolución para su mayor brillo y eficacia; así, más tarde, cuando las cuestiones religioso-sociales se hicieron más encarnizadas, vemos á ese mismo elemento fundando sociedades de lucha á cara descubierta, creando periúdicos liberales que combatían á la par de los argentinos, y secundando eficazmente toda iniciativa liberal, hasta con las armas en la mano si era preciso.

Esta es la acción más proficua que haya realizado nuestra colonia italiana, excepción hecha, naturalmente, de los progresos materiales que ha provocado ó en que ha cooperado, en agricultura, en industria y en comercio.

Como una prueba palpable y visible de esa eficaz acción liberal, levántase en el Paseo de Julio la hermosa estatua de Giusseppe Mazzini, inaugurada en 1878, y cuya erección fué concedida á los italianos por la misma legislatura de la provincia de Buenos Aires.

Al mismo tiempo hacíase notar esa influencia, aunque de un modo indirecto, en nuestras universidades y colegios nacionales, ya por las obras de los hombres de ciencia, ya por los profesores italianos que subian á sus cátedras, como Rossetti, como Calandrelli, como Froncini, como tantos otros. Ingenieros y arquitectos italianos, junto con otros europeos, modificaban la arquitectura primitiva, haciendo nacer la idea artística, y llegaban al pais pintores, escultores y músicos, casi exclusivamente italianos, como Manzoni, Fiorini, Novarese, Verazzi, Romero, Panini Romano, Panunzi entre los pintores, y entre los músicos Del Ponte, Bassi, Mililotti, Nannetti, Montenegro, Aromatari, Furlotti, Panizza, Lébano, Galvani, Della Rosa, Furino y más tarde Mancinelli, Conti, Mascheroni y tantos otros que daban notable impulso al arte, olvidado y desdeñado tantos años. Entretanto, un italiano —Mossotti— fundaba el observatorio astronómico de Córdoba en 1871: Italia nos mandaba un matemático como Speluzzi, un naturalista como Strobel fundador de la clase de historia nalural en la universidad; al físico Rossetti, al naturalista Ramorino, al matemático Lucchessi, al botánico Spegazzini, al célebre aracnólogo Balzan, al naturalista Moisés Bertoni, al explorador y colonizador Carlos Bossetti Lucchessi, al conde del Vasto, etc., etc., á Pío IX, conde Mastai entonces; y entre los médicos, enviábanos á los anatomistas Milone y Rinaldi Ghimenti, al cirujano Marenco, á Pastore, al profesor De Crisologo Bortolazzi, considerado generalmente como italiano aunque no lo fuera en realidad... El padre Mossy, se ocupaba en estudios filológicos, exhumando el antiguo quichua; el teniente Bove exploraba nuestros territorios del sur; visitábannos viajeros como Mantegazza que se casó aquí, —como Edmundo de Amicis, Boselli, Godio, como el gran dramaturgo Pietro Cossa, autor de Nerone, caballo de batara de Rossi y de Emmanuel; el comediógrafo insigne Leopoldo Marenco, etc.; los grandes cantantes de Italia pisaban nuestros escenarios; los artistas dramáticos como Rossi, Salvini, la Ristori, conmovían, arrebataban y educaban á nuestro público; crecía rápidamente la prensa italiana, con periodistas como Cittadini, Cuneo, Blosi, Redaelli, Rigoni-Stern y tantos otros, de quienes nos ocuparemos en capítulo aparte; de un modo visible se infiltraban en nosotros hábitos y costumbres nuevas —hasta en el menu de nuestras mesas— al mismo tiempo que la importante colonia se amoldaba fácilmente á los usos del pais, dando asi una prueba de asimilación que no ofrecían las demás nacionalidades.

Sin embargo, es de notar que no marchaba á la par de esta influencia, reseñada tan rápidamente, la influencia literaria italiana, quedando đesconocidas para la gran mayoría las producciones que enriquecian al reino de Italia, salvo —naturalmente— algunas de autores de fama universal, y otras no siempre de primer orden ni bien elegidas, que vulgarizaban entre nosotros los traductores de España. Eran más conocidos que los literatos, los autores que se ocupaban de jurisprudencia, los científicos, etc., y últimamente la escuela positivista italiana ha conquistado numerosos prosélitos entre nuestra juventud universitaria más distinguida. Las compañnías teatrales que tan á menudo y con tanto éxito nos visitan, nos han hecho conocer á los dramáticos italianos, y al mismo tiempo ha aumentado notablemente el comercio de libros con Italia, sin que, sin embargo, se note mayor influjo en esa literatura que como difusión entre nosotros ocupa un lugar secundario.

En cambio, en pintura y escultura, Italia no ha perdido aún en la Argentina el puesto que tan bravamente le disputa Francia, y la mayor parte de nuestros artistas se han formado en ella.

Pero volvamos á la asimilación de la simpática y benéfica colonia.

En nuestras mismas luchas políticas tomaban activa participación los italianos, como propagandistas decididos, puesto que no gozan del derecho del voto, y se les ha visto ya voluntarios en nuestra guerra del Paraguay, ya apasionados en las civiles, tomando las armas para combatir en pro de sus ideas. Hoy mismo, que se trata de organizar las fuerzas ciudadanas del país, los vemos agruparse y formar una legión para el caso, por fortuna improbable, de una guerra internacional.

Y aquí saltan á la pluma los nombres de Olivieri, Chiarlone, Susini, Barilari, Caronti, Penna, Cerri, Pellegrini, conde Pezzuti Peloni, que ya habia sido militar en Italia, Murature, etc., —italianos— beneméritos militares de nuestro país, de quienes hablaremos en seguida. No es este el momento de particularizarse.

Esta simple observación de un hecho real y comprobado, bastaría á desvanecer ciertos infundados temores que algunos exageran, y que un actual ministro de la nación expresaba así hace algunos años:

«En buen hora podemos ver impasibles que acudan todos los hombres del mundo á habitar, trahajar nuestro suelo, á traernos sus industrias, su inteligencia y enseñanzas, siempre que redunden en honor y dignidad de nuestra soberanía, fundiendo en un mismo crisol todos sus esfuerzos; pero no podemos ver cruzados de brazos que las generaciones que nacen en esta tierra abran sus labios para bendecir primero los nombres de Mazzini, Garibaldi, ó Napoleón, que los de San Martín ó Belgrano.»

No hay razón para abrigar temores semejantes, pues á pesar del esfuerzo de algunos padres italianos, que, como la ley de nacionalidad de su patria, consideran italianos á sus hijos, éstos muestran la más unánime tendencia á considerarse hijos del país, de acuerdo con la ley de nacionalidad argentina, sin que la educación ni el idioma sean parte á evitar esta lógica fusión. Ella se hace rápidamente, y bastaría á probarlo el número de apellidos italianos que tienen hoy figuración en nuestra politica, y el escasisimo número de los nacidos aquí que vayan á prestar servicio militar en Italia, condición indispensable para ejercer allí los derechos de ciudadanía. Ese número es tan pequeño que hasta ahora ha pasado completamente desapercibido. Entretanto, recórranse las listas de nuestra guardia nacional, y se verán aparecer en ellas millares de hijos de italianos.

Para afirmarnos más en esta convicción, hemos ocurrido á donde podian suministrársenos datos respecto de los que eludieran aquí el servicio militar, optando, como hijos de italianos, por esa nacionalidad. Los que han tratado de hacerlo son escasísimos, quizá no alcancen á una docena. De los que van á hacer el servicio militar en Italia no hay dato alguno oficial, lo que demuestra que su número es insignificante; de otro modo no podría pasar desapercibido.

Entretanto, la cuestión nacionalidad duerme, habiendo los gobiernos italiano y argentino adoptado un modus rivendi, con que se ha dejado en suspenso, evitándose todo choque de una y otra parte.

Dos palabras á propósito de esos hijos de italianos, que forman hoy tan importante núcleo argentino.

Por lo común son vigorosos, inteligentes, de salud completa, y están dotados de cierta belleza varonil. En los colegios y universidades se hacen notar por su rapidez de comprensión, —adorno de la raza latina— y por su afición á los estudios literarios, en que suelen descollar. Más tarde son activos, emprendedores y constantes en el trabajo, sea que se dediquen á la industria ó al comercio, sea que desempeñen profesiones liberales. Tienen, sobre todo, grandes aptitudes para el comercio, hábitos de orden y economia heredados de sus padres, y es indiscutible que dotan al país de un elemento de acción que mucho contribuye y que más contribuirá en lo futuro, á su progreso y engrandecimiento.

En cuanto á sociabilidad, la colonia italiana ofrece un alto ejemplo de unión solidaria, presentándonos agrupaciones numerosísimas, en que figuran millares de italianos, y de que nos ocuparemos extensamente al final. Puede decirse que no hay pueblo en que habite un puñado de hijos de Italia, en que no exista una ó más sociedades de socorros mutuos etc., todas ellas con vida próspera. Estamos seguros de que para muchos lectores será una revelación el conocimiento de esas sociedades y de su importancia, colectiva y aisladamente, dato que con toda exactitud les procuraremos.

Como es lógico, á medida que aumentaba la inmigración italiana, crecía también el comercio internacional con el reino, que hoy tiene importancia en los ramos de vino y aceite, y que la tendrá mayor cada día en el primero, sobre todo después de la exposición vinicola que se proyecta para el año próximo, y que será, sin duda, una revelación en cuanto á cantidad de clases y calidad de ese producto. Corresponde la intciativa de este importante acto al ministro de Italia, conde Antonelli, quien ha querido darle la mayor amplitud posible, haciendo que en la exposición figuren también los productos vinicolas argentinos.

Antes se han celebrado en Buenos Aires otras exposiciones italianas, que han revestido caracteres importantes y benéficos, y en las que se hau visto agrupados, muestra de lo que realiza entre nosotros la activa é inteligente colonia, que en 1887 figuraba con el 42 por ciento de los capitales destinados á la industria, y con el 62 por ciento de los dedicados al comercio. Estas cifras son lo bastante sugestivas por sí solas, para que entremos en mayores especificaciones. No basta con saber que casi la mitad de la industria y más de la mitad del comercio en Buenos Aires, eran italianos?

El resultado de esta laboriosidad se ve palpable: ¡sobre 34.695 propiedades en 1887, 15.366 eran de italianos!

Algo semejante ha sucedido en el país entero, por más que esa inmigración muestre preferencias por la capital federal y las provincias de Buenos Aires y Santa Fe, pues en todas partes la vemos á la vanguardia: los mismos ingenuos dramas criollos que en nuestros circos se representan, no dejan nunca de mostrarnos la caricatura de ese pioneer de la civilización que fué á la Pampa aún no domeňada á luchar con el indio y á hermanar con el criollo. ¿La caricatura? ¡Y qué! La caricatura es, ella también, elemento de historia.

El italiano ha contribuído en gran manera á poblar nuestro desierto, y ha dado notabilisimo impulso á la agricultura, para la que tiene especiales aptitudes. Le hemos visto haciendo surgir del suelo inculto colonias florecientes que mañana serán pueblos de importancia. Le hemos encontrado en las grandes ciudades y en los últimos límites de la civilización, siempre trabajador, siempre activo, supliendo muchas veces la iniciativa con la constancia, demostrando otras un espíritu emprendedor á lo yankee, y valiéndose de todos los adelantos modernos... Los beneficios que han aportado al país son incalculables; los que le traerá después serán mayores quizá.

Por eso le consideramos como nuestro amigo, como nuestro colaborador más eficaz, y tendremos siempre los brazos abiertos para él.